Asociación Ronda80. Voluntariado

Blog para los voluntarios de la Asociación Ronda80 y público en general.
Contiene la agenda de actividades para voluntariado organizadas por esta asociación y una recopilación semanal de cinco noticias de interés que se envía por e-mail.

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domingo, 28 de octubre de 2007

Siena 303


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Cinco tendencias de actualidad para tus argumentos públicos

AÑO VII N 303 del 22 al 28 de octubre de 2007

THINK DIFFERENT

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"Mártires españoles por la fe, no por la política"

Entrevista agencia veritas, miercoles 24 de octubre de 2007

Ante la beatificación mañana domingo de 498 mártires del siglo XX en España, en Roma, el secretario general de la Conferencia Episcopal Española, Juan Antonio Martínez Camino, explica la importancia religiosa de este acontecimiento. Se acerca la beatificación de 498 mártires del siglo XX en España ¿cómo se viven?

Faltan unos días para la ceremonia de beatificación y ya está prácticamente todo encarrilado. Esperamos una asistencia nutrida de fieles de España, y también de Roma e Italia. También van muchas autoridades locales, representantes de la distintas Autonomías, una representación institucional del Gobierno; pero lo más importante es que se trata de una fiesta de la fe.

Una fiesta para recordar a los mártires, a quienes la Iglesia reconoce que han vivido heroicamente su muerte como testigos del Evangelio y de la fidelidad a Jesucristo y a la Iglesia. Esto se está viviendo con mucha alegría en todas las comunidades cristianas de España, donde se está notando un gran interés y entusiasmo por la Beatificación de Roma y por lo que va a venir después; porque a p artir de ahora, el Santoral español queda enriquecido con casi 500 nuevos beatos, y esto es un caudal de santidad, de potencia intercesora, de potencia ejemplarizadora, de modelos para vivir la fe la esperanza y la caridad. (...)

¿Qué destacaría de las biografías de los mártires?

Lo que más llama la atención en la biografía de los mártires es esa mezcla de fortaleza, y al mismo tiempo de humildad con la que los mártires asumieron esta situación trágica de tener que optar entre su vida o su fidelidad a Dios y a la Iglesia, sin echarse atrás (por supuesto en estos mártires, pero tampoco se conocen casos de defecciones).

La fortaleza es lo primero que llama la atención, pero también la humildad, la alegría y la sencillez con que afrontaron esta situación, que era dramática, pero que ellos afrontaron con la alegría de la fe, cantando en los camiones que los llevaban a fusilar, apoyándose con la oración y con las palabras en la cárcel, escribiendo desde la cárcel a sus familiares horas antes de ser asesinados (algunas de estas cartas se van a leer en San Pablo y en San Pedro), dejando sobre todo su testimonio de perdón y de serenidad a sus familiares, en algunos casos a la novia. Es decir, la vida cristiana vivida en manera plena.

Tratándose de un acto con tanta fuerza religiosa, ¿qué diría a quiénes hacen una lectura política de la Beatificación?

No nos extraña que haya lecturas políticas equivocadas, siempre se equivocaron quienes hicieron una lectura puramente política de un hecho netamente religioso. Pero es la ley de la historia. A los mártires de la primera época del Cristianismo, que daban su vida por Cristo, se les clasificaba como traidores a Roma; y a los mártires de la Revolución Francesa se les clasificaba como traidores a la Revolución; y a los mártires del sigo XX en Rusia, centro Europa o España, como gente que dificultaba el avance de la historia.

Esto pertenece a la historia de la Iglesia, no nos extrañe, es doloroso, es triste, pero pertenece al martirio: a la muerte injusta, por Cristo, va unida la difamación y la ignominia. Como dijo Juan Pablo II en la celebración de los mártires en el Coliseo, en el año 2000, que al martirio, va normalmente unida la ignominia.

Decir que a los que ahora beatifica la Iglesia eran de un bando político es desconocer la historia, no comprender el hecho religioso y no hacer justicia a los hechos. A los cristianos nos duele esta desfiguración de los hechos, pero no nos extraña, y en ese sentido, lo aceptamos con serenidad.

¿Cree qué hace falta cierta pedagogía para que se cale en el sentido religioso del acto?

Es lamentablemente inevitable que lleguen algunos mensajes que están dando una visión distorsionada de los hechos. Ya he dicho que nunca ha habido un martirio de la Iglesia reconocido por todos, tampoco lo pretendemos, lo deseamos, pero no pretendemos que todos reconozcan a los mártires como lo que son, lo deseamos, pero sabemos que es difícil, por no decir imposible.

De todas maneras se están haciendo todos los esfuerzos posibles para explicar la diferencia entre un mártir y una persona injustamente asesinada. Ha habido muchos asesinados durante el siglo XX en España, durante los años 30, antes, durante y después de la Guerra Civil.

La Conferencia Episcopal en «La fidelidad de Dios dura siempre. Mirada de fe al siglo XX», publicada en noviembre de 1999, lamenta que haya habido en el siglo XX, y concretamente en España en los años 30, tantos conciudadanos nuestros asesinados injustamente y ha declarado que la sangre de todos ellos sigue clamando al cielo por el perdón y por la reconciliación, para que no se empleen jamás métodos de violencia. Esta petición de perdón a Dios por todos los asesinatos, sean del bando que sea, está muy claramente expresada. Se pide perdón a Dios por todas las "acciones que el Evangelio reprueba", cometidas en uno u otro de los bandos trazados por la guerra.

Aparte de tantas personas injustamente asesinadas, hay algunas que lo fueron de manera expresa y específicamente porque no quisieron renunciar a la fe y a la fidelidad a Jesucristo y a la Iglesia, y éstos son los mártires.

La Iglesia lamenta, los obispos han lamentado muchas veces todos los asesinados, pero no puede dejar de honrar a los mártires en cuanto mártires, en cuanto testigos de la fe. Y estos testigos de la fe no lo son porque hayan estado o no adscritos a un partido político o a un bando en lucha, sino simplemente han muerto por la fe, y serán reconocidos todos los que hayan muerto por la fe, sean del bando que sean.

En España se ha oído decir que la Iglesia busca la división con esta beatificación…

Decir que la Iglesia busca la división es de entrada difícilmente aceptable, porque la Iglesia no busca la división con nada, otra cosa es que determinadas acciones de la Iglesia causen división, pero la Iglesia no busca división con nada.

La Iglesia busca anunciar el Evangelio, y con la beatificación de los mártires busca reconocer un testimonio de cristianismo vivido de modo heroico, al cien por cien, y esa fe vivida es origen de humanidad, de reconciliación, de bondad, de perdón… y todo lo que no vaya en esta línea, no es lo que la Iglesia quiere. La Iglesia no quiere el enfrentamiento, no quiere la división, quiere la unidad, reza por la unidad, reza por la reconciliación, reza por el perdón, y propone testigos de ellos.

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"Perdón, perdón, perdón"

diario la razón, miercoles 24 de octubre de 2007

En el corazón de Ana Blanco no hay lugar para el rencor. Sólo tenía tres años cuando fusilaron a su padrino, Bartolomé Blanco, un joven católico que aún no había cumplido los 22. «Perdono de todo corazón. Y no sólo yo, sino que en casa todos hemos perdonado. Las primeras, mis tías, que siempre supieron quién era la persona que lo había matado y nunca lo revelaron, se llevaron el nombre a la tumba. De hecho, cuando terminó la guerra, les dijeron que podían poner una denuncia y el culpable iría a la cárcel, pero ellas se negaron, dijeron que ya estaba perdonado y que si Bartolomé perdonó, nosotros también lo haríamos».

El recuerdo de los 498 mártires que serán beatificados este próximo domingo está vivo todavía hoy entre sus amigos, familiares y descendientes. Sus antiguas fotografías siguen colgadas -70 años después- en las paredes de las casas donde habitaron; sus escritos se guardan como reliquias y su legado de perdón a los verdugos que no dudaron en apretar el gatillo se transmite de generación en generación.

Bartolomé Blanco, a sus 21 años, era un joven inteligente, dinámico y comprometido con la causa católica. Publicó numerosos artículos defendiendo la religión, era sindicalista, catequista con los salesianos y secretario de Acción Católica. Cuando aún era un niño, quedó huérfano de padre y madre, por lo que fueron sus tíos los que le criaron como a un hijo más. A ellos y a sus primos se dirigió por escrito desde la cárcel de Jaén cuando el martirio asomaba ya a la puerta de su celda, sólo un día antes de ser fusilado descalzo y con los brazos en cruz.

Fragmentos de la cartas escritas por Bartolomé un día antes de morir

A su familia: «Mi comportamiento con respecto a mis acusadores es de misericordia y de perdón».

«Sea ésta mi última voluntad: perdón, perdón y perdón; pero indulgencia que quiero vaya acompañada del deseo de hacerles todo el bien posible. Así pues, os pido que me venguéis con la venganza del cristiano: devolviéndoles mucho bien a quienes han intentado hacerme mal».

A su novia Maruja: «Ellos, al querer denigrarme, me han ennoblecido; al querer sentenciarme, me han absuelto, y al intentar perderme, me han salvado [...]. Puesto que al matarme me dan la verdadera vida y al condenarme por defender siempre los altos ideales de religión, Patria y Familia, me abren de par en par las puertas de los cielos».

«Cuando me quedan pocas horas para el definitivo reposo, sólo quiero pedirte una cosa: que en recuerdo del amor que nos tuvimos, y que en este instante se acrecienta, atiendas como objetivo principal a la salvación de tu alma, porque de esa manera conseguiremos reunirnos en el cielo para toda la eternidad, donde nada nos separará».

«Sé fuerte y rehace tu vida, eres joven y buena, y tendrás la ayuda de Dios que yo imploraré desde su Reino. Hasta la eternidad, pues, donde continuaremos amándonos por los siglos de los siglos».

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"La abolición del hombre (II)"

artículo de juan manuel de prada, escritor, en el suplemento el semanal,

del 14 al 20 de octubre de 2007

Nos preguntábamos la semana pasada, siguiendo los razonamientos de C. S. Lewis en su ensayo La abolición del hombre (Ediciones Encuentro), si el poder del hombre para hacer lo que le plazca no es, en realidad, el poder de unos pocos hombres para hacer de otros hombres lo que les place. Inevitablemente, la principal vía para instaurar esta nueva dominación será, a juicio de Lewis, la educación.

Los antiguos educadores acataban esa ley natural, común a todas las tradiciones culturales, a la que nos referíamos en un artículo anterior; no trataban, por lo tanto, de educar a los niños conforme a esquemas preestablecidos por ellos mismos. «Pero los que moldeen al hombre en esta nueva era –vaticina Lewis– estarán armados con los poderes de un estado omnicompetente y una irresistible tecnología científica: se obtendrá finalmente una raza de manipuladores que podrán, verdaderamente, moldear la posteridad a su antojo.»

Los valores que estos nuevos manipuladores impongan ya no serán la consecuencia de un orden natural que inspira la Razón; por el contrario, generarán juicios de valor en el alumno como resultado de una manipulación.

Los manipuladores se habrán emancipado de la ley natural, presentando dicha emancipación como una conquista de la libertad humana. Para ellos, el origen último de toda acción humana ya no será algo dado por la Naturaleza; será algo que los manipuladores podrán manejar. Los manipuladores de ese futuro aciago que Lewis vaticina «sabrán cómo 'concienciar' y qué tipo de conciencia suscitar». Estarán en condiciones de elegir el tipo de orden artificial que deseen imponer. Podrán, en fin, crear ex novo motivos que guíen la conducta humana.

C. S. Lewis no presupone que estos manipuladores sean personas malvadas, «pues ni siquiera son ya hombres en el antiguo sentido de la palabra. Son, si se quiere, hombres que han sacrificado la parte de humanidad tradicional que en ellos subsistía a fin de dedicarse a decidir lo que a partir de ahora ha de ser la Humanidad». 'Bueno' y 'malo' se convertirán en palabras vacías, puesto que el contenido de las mismas, su significado, lo determinarán ellos mismos, a libre conveniencia, según las conveniencias de cada momento, según el dictado de sus sentimientos. No es que sean hombres malvados; es que han dejado simplemente de ser hombres, se han convertido en meros artefactos, dispuestos a convertir a quienes vienen detrás de ellos en artefactos hechos a su imagen y semejanza. Apartándose de la ley natural, han dado un paso hacia el vacío.

Cualquier motivo cuya validez pretenda tener un peso más allá del sentimiento experimentado en cada momento ya no servirá. Y en una situación en que quien se atreve a calificar una conducta como buena o mala es menospreciado, prevalece quien dice: «Yo quiero». La única motivación que los manipuladores aceptarán será la que se guía por su fuerza sentimental.

¿Podemos esperar que, entre todos los impulsos que llegan a mentes vaciadas de todo motivo 'racional' o 'espiritual', alguno de ellos sea bondadoso? Tal vez, pero desgajados de aquella ley natural que los explicaba y sustentaba, tales impulsos bondadosos quedarán abandonados a su suerte y no tendrán influencia alguna. Tampoco parece probable que una persona entregada al dictado de sus sentimientos pueda llegar a ser buena o recta; tarde o temprano, sus impulsos bondadosos perecerán ahogados ante la pujanza de impulsos caprichosos, liberados de todo freno moral.

¿Y qué ofrece –se pregunta C. S. Lewis– el manipulador a los hombres que pretende abolir? Lo mismo que Mefistófeles a Fausto: «Entrega tu alma, y recibirás poder a cambio». Pero una vez que hayamos entregado nuestras almas, es decir, que entreguemos nuestras personas, el poder que se nos otorga no nos pertenecerá. Seremos esclavos y marionetas de aquello a lo que hayamos entregado nuestras almas. No podemos entregar nuestras prerrogativas y, al tiempo, retenerlas. O somos espíritus racionales obligados a obedecer los valores que se desprenden de la ley natural o bien somos mera materia moldeable según las preferencias de los amos.

Lewis concluye que sólo la ley natural proporciona a los hombres una norma de actuación común, una norma que abarca a la vez a los legisladores y a las leyes. Cuando dejamos de creer en los valores que se desprenden de esa ley natural, la norma se convierte en tiranía y la obediencia, en esclavitud. Y en ésas estamos. No dejen de leer La abolición del hombre.

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" Benedicto XVI quiere que la Basílica Vaticana de San Pedro

sea un lugar de oración "

agencia zenit, lunes 8 de octubre de 2007

Benedicto XVI quiere que el templo más grande del catolicismo, la Basílica de san Pedro del Vaticano, sea siempre un lugar de oración. Fue la consigna que dejó al recibir en audiencia a los miembros del Capítulo de esta basílica, constituido con monjes benedictinos en el año 1053 por el Papa León IX para garantizar una vivencia solemne del culto divino en la Basílica.

«Confío mucho en vosotros y en vuestro ministerio para que la Basílica de San Pedro pueda ser un auténtico lugar de oración, de adoración y de alabanza al Señor», confesó. «En este lugar sagrado, al que llegan cada día miles de peregrinos y turistas de todo el mundo, más que en cualquier otro lugar es necesario que junto a la tumba de Pedro haya una comunidad estable de oración, que garantice la continuidad con la tradición y que al mismo tiempo interceda por las intenciones del Papa en el hoy de la Iglesia y del mundo».

Como el Papa recordó en la audiencia, en las últimas décadas, la actividad el Capitulo «se ha orientado progresivamente a redescubrir sus funciones originarias, que consisten sobre todo en el ministerio de la oración». «Si la oración es fundamental para todos los cristianos, para vosotros, queridos hermanos, es una tarea por así decir "profesional"», les dijo el obispo de Roma.

«La oración es servicio al Señor, quien merece ser siempre alabado y adorado, y al mismo tiempo es testimonio para los hombres. Y allí donde Dios es alabado y adorado con fidelidad, no faltan las bendiciones».

El Papa dejó una misión particular al Capítulo Vaticano: «recordar con vuestra misión orante ante la tumba de Pedro que no hay que anteponer nada a Dios; que la Iglesia está totalmente orientada hacia Él, hacia su gloria; que el primado de Pedro está al servicio de la unidad de la Iglesia y que ésta, a su vez, está al servicio del designio salvífico de la Santísima Trinidad». Los canónigos, presididos por el arcipreste de la Basílica, en estos momentos el arzobispo Angelo Comastri, son 34. Se reúnen en la Capilla del Coro de San Pedro para rezar la oficio divino los domingos, en las grades solemnidades litúrgicas y en la vigilia de las mismas.

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" La eutanasia y el nazismo "

artículo de eugenio nasarre, en abc, martes 16 de octubre de 2007

Minuciosamente, paso a paso, se están preparando los caminos para la legalización de la eutanasia. Como anticipo, las Juventudes Socialistas la han propuesto en su programa, adoptado en su último congreso. Bernat Soria, en calculadas declaraciones, ha ido afirmando que es «una asignatura pendiente» a abordar en la próxima legislatura. Hoy, el Congreso debate una proposición de ley presentada por Izquierda Unida que lleva el perverso título «disponibilidad de la propia vida».

Lo que resulta interesante observar es la gran similitud de los argumentos en que se basan quienes postulan hoy la legalización de la eutanasia con los que sostuvieron Hitler y los nazis, cuando la incluyeron junto con la eugenesia como parte esencial de su proyecto ideológico. Los actuales defensores de la eutanasia son, en este punto, herederos directos de las doctrinas nazis sobre la vida y la muerte de los seres humanos.

El argumento principal para justificar la eutanasia es la conveniencia de suprimir «la vida indigna de ser vivida». Resulta curioso que, en una especie de macabro retruécano, sea la apelación a la «dignidad humana» la razón última con la que se pretende legitimar esta clase de «homicidio compasivo». Claro está que, con tal argumento, lo que realmente se está afirmando es que la «dignidad humana» es selectiva, que los seres humanos no la poseen por igual, sino que depende de determinadas condiciones y circunstancias.

El problema que plantea tal afirmación es doble. Por una parte, quién debe decidir qué vida es «indigna de ser vivida» y merece, en consecuencia, su eliminación. Y, por otra parte, qué consecuencias, no sólo para la víctima, sino para el conjunto de la sociedad, se producen si se llega a imponer la tesis de que resulta conveniente y benéfico provocar la muerte a aquellas personas en las que concurren las circunstancias que hacen a su vida «indigna de ser vivida». Las consecuencias son terribles y conducen a la máxima degradación de una sociedad, como sucedió en la Alemania de Hitler.

Tanto en el nazismo como en los que ahora defienden la legalización de la eutanasia, evidentemente la «vida indigna de ser vivida» (y, por lo tanto, eliminable) no es la de los sanos, los fuertes, los inteligentes, los que están pletóricos de facultades. Por el contrario, es la propia de los enfermos, de quienes no pueden valerse por sí mismos, en definitiva, la de los desvalidos e indigentes, la de los que necesitan el auxilio de otras personas para poder vivir. Es curioso que en la proposición de ley de Izquierda Unida no se contempla como supuesto de despenalización «facilitar la muerte digna y sin dolor» (¡así se define el homicidio en el texto!) de quienes gozan de una salud rebosante.

Sólo se contempla la despenalización «en caso de enfermedad grave que hubiera conducido necesariamente a su muerte» o «le incapacitara de manera generalizada para valerse por sí misma». Está claro que la eutanasia sólo está pensada para aplicarse a los desvalidos. Y es que irremediablemente la eutanasia no podrá disociarse nunca de la eugenesia. La una conduce a la otra.

Este era el mismo planteamiento sostenido por los nazis. Hitler, en la concentración del partido nacionalsocialista de Nuremberg de 1929, ya afirmó que «como consecuencia de nuestro humanitarismo sentimental moderno, intentamos mantener a los débiles a expensas de los sanos». Hitler no llegó a impulsar políticas favorables a la eutanasia hasta el último período de su gobierno, una vez iniciada la contienda mundial. Pensaba que la sociedad alemana «todavía» no estaba preparada.

Pero en 1939, cuando la voluntad del Führer era ya irresistible, expresó al dirigente de los Médicos del Reich «que era justo que se erradicasen las vidas indignas de pacientes mentales graves» (Michael Burleigh, El Tercer Reich). Y a partir de ese año la Cancillería del Führer empezó a autorizar a médicos la práctica de «homicidios compasivos», empezando con los casos de niños nacidos con malformaciones y enfermedades congénitas, tales como síndrome de Down, micro e hidrocefalias, parálisis espásticas y enfermedades mentales graves, alegándose como pretexto las súplicas de padres angustiados. La justificación de la práctica de la eutanasia era presentada por los nazis, sobre todo al comienzo de su implantación, como una respuesta a las demandas de los propios ciudadanos.

También en la exposición de motivos de la proposición de ley de IU se invoca similar justificación. Y saca a relucir una encuesta de la OCU según la cual el 65 por ciento de los médicos y el 85 por ciento de las enfermeras «alguna vez han recibido la petición de un paciente terminal de morir, bien a través de un suicidio asistido o de la eutanasia activa».

Muchos de nosotros conservamos en la retina las imágenes imborrables de la película «Año cero», de Rossellini. Aquel padre, doliente en el lecho, en medio de la miseria y de la degradación de la Berlín devastada al acabar la guerra, que dice a sus hijos: «Soy un estorbo; mejor sería que me muriera». Y aquel hijo, niño todavía, que cuenta la escena a su antiguo preceptor nazi, y que recibe su consejo: «No queda más remedio que sacrificar a los débiles; asume tu responsabilidad». Cuando el padre inicia una recuperación, recibe la droga letal de manos de su hijo.

Los defensores en nuestros días de la eutanasia invocan un presunto «derecho a morir», que debería ser garantizado y protegido por el Estado. El «derecho a morir» se convierte inexorablemente en «derecho a ser matado». Pero, por lo menos hasta ahora, nadie se ha atrevido a postular ese «derecho» con carácter universal, sino sólo en unos determinados supuestos asociados a la enfermedad y a la invalidez.

Por lo tanto, la legitimidad de este «homicidio compasivo» requiere el concurso necesario no sólo del ejecutor del homicidio (el verdugo), sino de quien dictamina que quien ha pedido su muerte está incurso en los supuestos contemplados en la legislación. En otras palabras, la eutanasia requiere el concurso de los médicos. Así ocurrió en la Alemania de Hitler. Fueron los médicos integrados en el partido nazi los encargados de la ejecución del programa de eutanasia impulsado por el Führer.

Uno de los pilares de nuestra civilización es el «juramento hipocrático», observado desde tiempos inmemoriales por la profesión médica como núcleo de su código deontológico. El juramento hipocrático contiene esta máxima: «A nadie daré una droga mortal aun cuando me sea solicitada; ni daré consejo con este fin». Los médicos nazis retorcieron de modo espeluznante el texto de Hipócrates, desvinculándolo de la defensa del individuo. ¿También los actuales defensores de la eutanasia enterrarán, como baúl inservible, el «juramento hipocrático»?¿Pretenderán que los médicos se han de convertir en dispensadores de la muerte para hacer efectivo el blasonado «derecho a morir»? ¿No significa todo ello la muerte de nuestra civilización?

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