Asociación Ronda80. Voluntariado

Blog para los voluntarios de la Asociación Ronda80 y público en general.
Contiene la agenda de actividades para voluntariado organizadas por esta asociación y una recopilación semanal de cinco noticias de interés que se envía por e-mail.

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lunes, 30 de mayo de 2011

El poder de la religión en la esfera pública

artículo de juan dominguez / www.aceprensa.com / miércoles 18 de mayo de 2011

Con el apoyo de diferentes centros de enseñanza, hace un par de años se celebró en Nueva York un debate público entre Jürgen Habermas, Charles Taylor, Judith Butler y Cornel West sobre el papel de la religión en la esfera pública. Ahora la editorial Trotta publica en castellano las intervenciones de entonces, a las que se añade la transcripción de los diálogos y una larga entrevista con Habermas. Se trata, pues, de un texto de enorme interés no sólo por el tema en sí sino también por la calidad y profundidad de los ponentes.

Habermas se muestra partidario de ampliar el concepto de razón pública y ofrecer a los creyentes la posibilidad de expresar sus argumentos. Pero es consciente de que los ciudadanos con creencias religiosas tienen que hacer un esfuerzo por traducir los contenidos de su fe a un lenguaje “secular”.

Siguiendo una perspectiva teórica que dio a conocer en su encuentro con el entonces cardenal Ratzinger, Habermas rebaja las pretensiones exclusivistas de cualquier modelo de racionalidad y subraya la complementariedad entre creencia y razón. Si, por un lado, la fe no puede permanecer ajena a la razón secular y, a juicio del pensador alemán, tiene que redefinirse, la razón secular ha de sentirse interpelada por el mensaje religioso. Solo por medio de un proceso de aprendizaje recíproco puede solventarse los potenciales conflictos.

La intervención de Taylor sugiere que la presencia de la religión en la esfera pública constituye una manifestación más del pluralismo de las sociedades contemporáneas. Aquellos que pretenden hacer de las creencias religiosas un “caso especial” revelan cierta obsesión laicista, ciertos prejuicios, afirma Taylor. Porque la senda por la que camina la democracia es la pluralidad de cosmovisiones tanto religiosas, como culturales, étnicas, filosóficas, etc. El argumentarlo laicista se basa, pues, en una distinción epistémica que, por cierto, se desvela también en los razonamientos habermasianos: hay una sola razón universal, la secular, y otra, distinta, epistémicamente inferior, que es la religiosa.

Por otro lado, también resulta interesante la crítica que realiza Taylor de lo que denomina el “fetichismo de los acuerdos institucionales”. Se refiere a la imposibilidad de concretar de forma categórica una posible solución a los conflictos con la religión en la esfera pública.

Las aportaciones de Butler y de West son más vaporosas. Butler escribe desde la identidad judía y con este presupuesto señala las diferencias en relación con la esfera pública que son propias del judaísmo. Asimismo se refiere a la tradición judía y a ciertos pensadores –especialmente Arendt y Benjamin– para revitalizar el ideal de cohabitación. Por su parte, Cornel West, al que no le falta histrionismo, retoma una concepción de la religión que se centra en la denuncia de la injusticia y de la opresión y que puede ser útil para descubrir el sufrimiento en un contexto competitivo y economicista.

Se trata, en definitiva, de un libro breve pero que revela hasta qué punto lo secular se encuentra con lo religioso y cómo las creencias religiosas pueden revitalizar nuestros contextos sociales y políticos.

Más flexibles, más felices

artículo de jenny Moix en la revista el pais semanal

/ www.elpais.com /domingo 22 de mayo de 2011



No seamos rígidos, ni con los demás ni con nosotros mismos. Dejemos fluir las cosas. No lo veamos todo blanco o negro, sino con matices.



Cada día tres veces. No podía dejar de hacerlo. Tenía que nadar en el mar, fuera verano o invierno. Cecilia me explicaba su esclavitud a este ritual con la cara rígida. Tan rígida como su creencia de que si no lo hacía no estaba pura. En su pueblo costero era conocida por este severo protocolo marino, e incluso la tele local la había entrevistado por ello. El nombre es inventado, pero el caso es real. Se puede etiquetar de trastorno obsesivo-compulsivo.



La gran mayoría de personas que sufren trastornos psicológicos comparten una característica: la rigidez de sus ideas. Y los que no tenemos la etiqueta de alguna psicopatología colgando no solemos ser tan exageradamente rígidos, pero sí mucho más de lo que nos pensamos.



Unos años atrás me invitaron a pronunciar una conferencia sobre felicidad. Quería estructurar la conferencia alrededor de un concepto clave, de lo que era esencial para ser feliz. ¿Salud?, ¿dinero?, ¿amor?, ¿optimismo?... un aluvión de letras escritas sobre estos conceptos que no me acababan de convencer, hasta que llegué a una idea que era la que buscaba: "la flexibilidad". Imposible ser feliz si no eres flexible.



Nuestros esquemas mentales



"Tienes toda la razón... desde tu punto de vista" (Paul Watzlawick)

Todo nuestro cuerpo experimenta siempre la intensa sensación de que tenemos razón, y así suele ser... desde nuestro punto de vista. Y por eso intentamos imponer a los demás nuestras ideas, a veces con una furia desbordante. Muchos libros llevan por título frases del tipo "cómo convencer a los demás", pero no existe ninguno que se titule "cómo ser convencido". Lo encontraríamos ridículo... ¿Para qué nos vamos a dejar convencer si son los otros los que están equivocados?



En realidad, lo absurdo es defender a capa y espada nuestras convicciones. Tenemos que ser muy conscientes de cinco características que poseen nuestras certezas y veremos lo patético que a veces suele ser nuestro férreo convencimiento. Nuestros esquemas mentales son:



1. Relativos. Lo que pensamos depende, por ejemplo, de nuestro lugar de nacimiento […].



2. Rígidos. Pensamos en blanco y negro. En los cuentos infantiles encontramos los malos y los buenos. Y crecemos y en el fondo seguimos pensado así. Una señora de unos 80 años me comentaba respecto a la guerra entre palestinos e israelíes: "Yo ya me he perdido, ¿quiénes son los buenos?". Claro que tenemos la capacidad de matizar, pero a nuestro cerebro le encantan las cosas claras y ordenadas. Los matices nos impiden encasillar, y con todo desordenado nuestras neuronas no se encuentran tan cómodas. La duda es lo que menos soportan, porque es el principal obstáculo para poner orden. Así que siempre elegimos las certezas. ¿Salir de dudas? Lo sabio es ¡salir de certezas!



3. Limitados. La especie humana suele ser bastante prepotente porque no somos capaces de ver la limitación de nuestro propio cerebro. Nuestras neuronas no pueden entender algo que no hayan visto antes. ¿Acaso alguien puede lograr imaginarse que antes del Big Bang no existía ni el espacio ni el tiempo? ¿Alguien puede entender, como afirma la física cuántica, que las partículas pequeñas no están ni aquí ni allí, sino que solo se concretan en un espacio cuando las miramos? Como muy irónica y acertadamente declaraba el premio Nobel Niels Bohr, "si alguien no se queda confundido con la física cuántica es porque no la entiende".



4. Invisibles. Un cuadrado blanco no se puede ver encima de un fondo blanco. Muchos de nuestros valores y creencias, como son compartidos con el resto de individuos de la sociedad, tampoco son visibles. Solemos tener como un huequecito dentro; siempre notamos que nos falta algo, y eso que nos falta creemos que está en el futuro y por eso corremos tanto para llegar a él. Esta creencia es compartida por la mayoría. Imaginemos una sociedad donde se viviera más que el presente y no estuviéramos tan encarados al futuro, donde la gente anduviera tranquilamente por las calles. Si entre esta calma apareciera uno de nosotros con el motorcillo que llevamos dentro, esa persona destacaría. Probablemente al ser su comportamiento diferente al resto se plantearía si está actuando bien. No revisamos nuestras creencias por la sencilla razón de que a veces son invisibles.



5. Blindadas. […] Los tozudos siempre suelen ser los demás. Los vemos siempre más rígidos e inflexibles que nosotros. Claro que no es así. Para comprobar nuestras propias rigideces basta con pensar de cuántas formas podríamos acabar esta frase: "A mí no me podrían convencer de...". Por ejemplo: de que Dios existe, de que mi partido político no es el mejor, de que mi objetivo no es el que me conviene... Juguemos con esta frase un rato y nos sorprenderemos de con cuántas inquebrantables certezas vivimos.



"La batalla más difícil la tengo todos los días conmigo mismo" (Napoleón)



Supongamos que existiera un ser "organizador de vidas" y nos propusiera el siguiente trato: "Te puedo dar un solo tipo de flexibilidad: o bien puedo otorgarte la oportunidad de que las circunstancias que te rodean sean más cómodas, pero tú seguirás siendo igual de exigente contigo mismo, o bien te regalaré flexibilidad en tus autoexigencias, te sabrás tratar mejor a ti mismo, aunque tu situación exterior seguirá igual". ¿Qué elegiríamos? Pensémoslo bien.



Si aprendiéramos a ver las situaciones de diferentes formas, si supiéramos reforzarnos a nosotros mismos, perdonarnos, rebajar nuestras autoexigencias, no culpabilizarnos, las situaciones externas de rebote nos parecerían muy diferentes, no nos afectarían tanto. Incluso de agobiantes pasarían a ser cómodas. En cambio, si nos modificaran lo externo, pero continuáramos igual de rígidos, ¿notaríamos mucho avance en nuestras vidas?



Nuestro jefe son esas creencias: rígidas, relativas, invisibles, limitadas y blindadas. No son muy buenas características para un jefe. Es urgente que consigamos un director más flexible.



"Si de veras llegásemos a poder comprender, ya no podríamos juzgar" (André Malraux)

Tolerantes con los demás. Qué complicado resulta entendernos los unos con los otros. Y es que somos como armaduras de certezas chocando entre nosotros. Cada uno tenemos nuestra verdad, que nunca acaba de encajar con la de los demás. ¿Por qué creemos siempre que nuestro pensamiento es más certero que el del otro? ¡Es ridículo! Y el primer paso para que funcione este complejo engranaje en el que estamos metidos es el respeto.



Ser flexible con los demás no significa ser sumisos ni doblegarnos. Significa, de entrada, respetarnos. Y a partir de aquí, a veces, llegar a entendernos.



"Esto no es un ensayo general, señores. Esto es la vida"(Oscar Wilde)

Flexibilidad con la vida. El ideal, lo que se espera de nosotros, suele ser: que encontremos un trabajo estable (que nos guste mucho o no, no es tan importante), que nos entreguemos a él totalmente (si somos hombres, esa exigencia es más fuerte; si somos mujeres, no queda tan mal que el trabajo esté en un segundo lugar porque primero hemos de cuidar a nuestra prole), que encontremos una pareja y nos casemos, que tengamos hijos (y que nos volquemos en cuerpo y alma con ellos, sobre todo si somos mujeres, olvidándonos de nuestras propias necesidades e ilusiones), y además de todo esto está claro que hemos de estar delgados, hemos de hacer ejercicio a diario, hemos de tomar fruta y verdura tres veces al día, nos hemos de limpiar los dientes después de comer un cacahuete, y hemos de practicar meditación cada mañana después de despertarnos.



¡Qué agobio!

A esto se le llama presión social. ¿Pero realmente es la sociedad la que nos oprime? ¡No! Lo que nos lleva a sentirnos obligados a actuar de una determinada manera son nuestras propias creencias y valores. Sí es cierto que estas creencias y valores los tenemos porque la sociedad nos ha ido programando así. ¡Pero podemos desprogramarnos! Cuando una persona reconoce que lo hace no por una exigencia externa, sino por una propia autoexigencia, ya ha dado un paso de gigante. Ya ha abierto los ojos.



Lo más liberador que existe en esta vida es romper con los propios esquemas. De repente, el mundo se vuelve más ancho. Es la experiencia más lúcida posible.



El roble y la caña

Había un roble en la orilla de un río. A los pies del roble crecía una caña. Todos los días, el roble reprendía a la caña por doblarse a un lado y a otro según soplara el viento. "Mírame a mí, cañita", decía el roble. "Observa cómo no me doblego ante nadie, porque soy un roble y soy fuerte". La caña no decía nada; no valía la pena. Una noche hubo una tormenta terrible y el viento sopló ferozmente, con mucha más fuerza que de costumbre. Al amanecer, el roble estaba partido en dos, pero la cañita seguía en pie, meciéndose bajo la luz del sol.

[¿Porqué no me hacen caso? o] Las claves para la comunicación de ideas y valores en una sociedad pluralista

conferencia de juan manuel mora, vicerrector de comunicación de la universidad de navarra, en la lección inaugural de la universidad de los andes (chile) / www.almudi.org / lunes 15 de noviembre de 2010



Hoy me han invitado a hablar sobre “La comunicación de ideas y valores en una sociedad pluralista”. En el origen de los argumentos que expondré se encuentran dos percepciones que considero muy extendidas.



La primera es la creciente importancia de la comunicación pública. En el planeta interconectado que habitamos tiene lugar una gran conversación en la que participan ciudadanos e instituciones, y en la que se crean tendencias y opiniones compartidas.



La segunda percepción es que ese mundo de la comunicación pública es una realidad compleja, como un mar proceloso, lleno de peligros. Junto a la frivolidad y ligereza aparentemente inocuas que muchas veces lo caracteriza, se producen crisis de gran dureza, donde entran en conflicto ideas y valores que ocupan un lugar principal en nuestras convicciones más íntimas. Asistimos todos los días a debates sobre la vida, la familia, la educación, la economía, las costumbres, la religión, la política y sobre todos los temas que más nos interesan y nos afectan.



Con esas percepciones como fondo, en los minutos que siguen intentaré responder brevemente a esta pregunta: ¿es posible comunicar ideas y valores en una sociedad pluralista, global, relativista y compleja? ¿Es posible no ya transmitir esas ideas y valores sino argumentarlos de forma que posean alguna capacidad de convicción?



La pregunta es particularmente pertinente para quienes nos dedicamos a la universidad, es decir a la generación y transmisión de conocimientos. Pero lo es para muchas otras personas.



Adelanto la tesis principal de mi intervención. En mi opinión, la comunicación de ideas y valores tiene dos requisitos. Para comunicar bien es necesario tener claros los mensajes que deseamos difundir y es preciso también tener claras las reglas de la comunicación. Así como existen leyes de la economía o de la construcción que se aplican de forma universal, de modo análogo existen reglas de la comunicación pública, que se aplican independientemente de la validez intrínseca de los mensajes que deseo transmitir.



A lo largo de esta exposición les propondré nueve principios de la actividad de comunicación. Tres se refieren al mensaje que se quiere difundir; tres a la persona que comunica; y tres al modo de transmitir ese mensaje en la opinión pública.



Veamos primero los que se refieren al mensaje:



1. El mensaje ha de ser positivo.

Somos propensos a seguir las banderas que levantan las personas que desean promover proyectos, personas que hacen realidad el conocido principio: es mejor encender una lumbre que maldecir la oscuridad.



Quizá tiene que ver con la virtud de la esperanza y con el deseo de superación. El caso es que aceptamos el liderazgo de quien propone soluciones y no se limita a señalar problemas. En cierto modo, un promotor de valores ha de tener el espíritu del emprendedor, de quien desea sacar adelante una empresa con la ayuda de otros, no con el espíritu negativo del que siempre encuentra defectos en las propuestas ajenas.



Ciertamente, no es sólo cuestión de comunicación, sino de algo más profundo: de entender y formular de forma positiva los propios valores. Con frecuencia, vemos cómo personas que pretenden defender ideas intervienen solamente para criticar a aquellos que postulan las ideas contrarias. Adoptan una actitud reactiva, quejumbrosa, que llega incluso a modelar la propia visión del mundo en función del paradigma que critican, no en función de su propia propuesta positiva.



2. El mensaje ha de ser relevante.

La comunicación no es sobre todo lo que yo digo, sino lo que el otro entiende. Y los procesos de difusión de ideas se producen en un mundo saturado de información, de propuestas políticas (vótame) y de ofertas comerciales (cómprame). Los ciudadanos son como esos pobres conductores que sufren los atascos de las grandes ciudades, aturdidos por el ruido ensordecedor de las bocinas. En esa atmósfera saturada tiene que abrirse paso nuestro mensaje, no a base de ruido sino a base de sentido.



Podemos recordar en este punto una distinción de Tomás de Aquino. El teólogo napolitano dice que hay dos tipos de comunicación: la primera es la locutio, que consiste en ese fluir monótono de palabras acerca de cuestiones que no interesan en absoluto al interlocutor. La segunda es la illuminatio, que consiste en arrojar alguna luz sobre la inteligencia del interlocutor. Que le ayude a comprender mejor el complejo mundo donde vive, o a entender mejor su misterioso corazón. La relevancia implica el arte de encontrar aquello que realmente preocupa al otro. De ahí la importancia de la escucha. Se ha dicho que la prudencia a la hora de tomar decisiones presupone “una silenciosa escucha de la realidad”. Podríamos decir que eso implica una atenta escucha de las personas.



En ese sentido, comunicar no es discutir para vencer, sino dialogar para convencer. Pensemos en el caso del aborto. El esfuerzo de comunicación se encamina a intentar que quien hoy lo defiende llegue por su propia convicción y con su propia libertad a la conclusión de que lo mejor que puede hacer en este mundo es defender la vida, gracias a la luz que ha recibido en el diálogo. La búsqueda de la relevancia, el deseo de iluminar, de convencer sin derrotar marca profundamente la actitud de quien comunica.



3. El mensaje ha de ser claro. La claridad es necesaria siempre, pero de modo particular cuando se trata de difundir cuestiones complejas. Es una cualidad relevante, por ejemplo, en el trabajo de divulgación que se realiza desde una universidad. Implica transformar el conocimiento erudito, el fruto de años de investigación en un idioma comprensible. La comunicación no es compatible con la oscuridad del lenguaje: hay que buscar palabras sencillas y claras, aun sabiendo que no se trata de transmitir de modo banal argumentos difíciles. De ahí el valor de la retórica, la literatura, las metáforas, las imágenes, los símbolos, para transmitir ideas y valores.



Ya saben que el ritmo de las noticias de la televisión se va volviendo cada día más rápido. En algunos países, los espectadores no toleran un plano que dura más de nueve segundos sin hacer zapping. Es muy difícil decir algo relevante en ese tiempo.



Recuerdo la rapidez de un ministro italiano al que preguntaron ante las cámaras y los micrófonos si su gobierno estaba en crisis. «Mi gobierno es como la torre de Pisa. Siempre inclinada, nunca se cae».



El esfuerzo por la claridad ha de ser un esfuerzo permanente. A veces, cuando no somos bien entendidos o bien interpretados, nos justificamos echando la culpa a los demás: “el otro no me entiende por su ignorancia”. Quizá es verdad, pero trasladar la responsabilidad al receptor es la forma mejor de bloquear la comunicación.



Pasamos al segundo grupo de principios de la comunicación, que se refieren a la persona que comunica:



4. La comunicación se basa en la credibilidad. Para que un destinatario acepte un mensaje, la persona o la organización que lo propone ha de ser creíble. La credibilidad se merece cuando se dice la verdad y se actúa con integridad. Por el contrario, la mentira y la incoherencia anulan en su base el proceso de comunicación. Podemos afirmar de la credibilidad lo que se dice de la reputación: cuesta años construirla y se puede perder en pocos minutos.



Por otra parte, en comunicación, como en economía, cuentan mucho los avales. Nadie se otorga la credibilidad a sí mismo. Una institución, como una persona, no se dota de credibilidad: tiene que merecerla, con sus acciones socialmente responsables y hacer lo posible para le sea concedida por terceros. Si yo les digo que soy un extraordinario futbolista, ustedes pueden pensar justamente que tengo un problema de exceso de autoestima. Si lo dice el entrenador de la selección española de fútbol ustedes lo creerían.



El aval de un experto, de una autoridad en la materia, de un observador imparcial, representa una garantía para la opinión pública. En cada campo, existen instancias que ejercen esa función evaluadora. En el mundo de la comunicación, son los periodistas. Quizá este periodista o este medio no están a la altura de su misión. Pero la profesión como tal es depositaria de esa misión. Por eso, quien desea difundir ideas y valores no tiene que tratar a los periodistas como enemigos sino como aliados, como profesionales independientes a los que hay que respetar, por su importante responsabilidad pública.



5. La comunicación requiere empatía. La comunicación es en el fondo una relación que se establece entre personas. No estamos ante mecanismos automáticos y anónimos de difusión de ideas que se producen en un ambiente aséptico. Intervienen personas, cada una con sus puntos de vista, sus circunstancias y sus sentimientos. De nuevo aparece la importancia de escuchar y de hacerse cargo de las preguntas del otro. Cuando se habla de modo frío, se amplía la distancia que separa del interlocutor. Dice una escritora africana que una persona llega a su madurez cuando toma conciencia de su capacidad de “herir” a los demás y cuando obra en consecuencia.



Esto es especialmente delicado en casos de comunicación de crisis, cuando se han producido víctimas y daños. En España, en abril de 2011, hay más de cuatro millones de personas sin trabajo, casi un 20 % de la población activa. En estas circunstancias, si una empresa tiene que presentar una cuenta de resultados con abultados beneficios, tiene que hacerlo de forma sensible. No puede dirigirse a los inversores con el mismo lenguaje con que se dirige al público general.



Nuestro mundo está superpoblado de corazones rotos y de inteligencias perplejas. Las propuestas de valores no pueden ser agresivas ni arrogantes. Es preciso aproximarse con delicadeza al dolor físico y al dolor moral. Empatía no significa renunciar a las propias convicciones, sino ponerse en el lugar del otro. En la sociedad de la comunicación, convencen las propuestas llenas de sentido y llenas de humanidad.



6. La comunicación requiere cortesía. No sé qué sucede aquí, pero en muchos países, los debates que tienen lugar en los medios de comunicación están plagados de insultos personales y las descalificaciones mutuas. En ese ambiente, quien tiene convicciones firmes puede caer en la tentación de defender su postura de forma radical, como hacen muchos otros. Aun a riesgo de parecer ingenuo, pienso que hay que desmarcarse de este planteamiento.



Ya los griegos distinguían dos tipos de diálogo: el que se establece entre dos interlocutores sin testigos y el que tiene lugar ante la mirada de un tercero. En el segundo caso, el espectador no sólo escucha lo que dicen los que dialogan. Observa cómo son, a través de sus gestos y actitudes. Muchos siglos después, un profesional de la comunicación norteamericano resume esta idea en el título de un libro: Tú eres el mensaje.



Si uno se expresa de forma violenta, el espectador sacará sus conclusiones. La verdad no se lleva bien con la agresividad. La claridad no es incompatible con la amabilidad. La cortesía ayuda a eludir la trampa de la violencia verbal. Cuestión distinta es el derecho a contradecir ideas con serenidad, de modo firme.



Recuerdo un cartel situado a la entrada de un pub británico, cerca del castillo de Windsor. Decía: “En este local son bienvenidos los caballeros. Recuerde que un caballero lo es antes y después de beber cerveza”. Un caballero lo es en una conversación pausada y en una discusión apasionada. Lo es cuando le dan la razón y cuando le llevan la contraria.



Pasemos al tercer y último grupo de requisitos de la comunicación, que están relacionados con el modo de comunicar:



7. Profesionalidad. El primero es el profesionalismo. Incluso en el Reino Unido, las discusiones pueden tener un tono apasionado, no sólo a causa de la cerveza. Sucede especialmente cuando pesan los argumentos religiosos. Basta pensar en la fuerza que tiene en estos momentos el laicismo en algunos países; o la que ha tenido el clericalismo en tiempos pasados. Se corre el riesgo de que las discusiones acerca de ideas, valores y opiniones se planteen como “guerras de religión”.



Por eso es importante mantenerse en el plano argumentativo profesional: si se habla de leyes, en el ámbito jurídico; si de medicina, en el médico; y así sucesivamente. Un parlamentario creyente (de cualquier religión) que quiera rebatir una propuesta de ley sobre un tema con serias implicaciones morales, no lo logrará evocando argumentos religiosos, sino exponiendo razones de legislación comparada, de filosofía del derecho, o de otro tipo, siempre que puedan ser compartidos por parlamentarios de cualquier otra religión.



El profesionalismo lleva a respetar la metodología, los argumentos y la terminología propios de cada tema de debate. Por lo que se refiere a la comunicación, el profesionalismo lleva a respetar —en la medida de lo posible— los tiempos y otros requisitos. Un artículo de opinión tiene que llegar el día en que el tema resulta oportuno, antes de la hora de cierre, y con la extensión apropiada. En estos detalles formales y en otros más de fondo se expresa el profesionalismo.



8. La transversalidad es el segundo. Hemos hablado de profesionalismo a propósito de las discusiones en las que pesan motivaciones religiosas. Mencionamos ahora la importancia de la transversalidad en los debates influidos por motivaciones políticas. En algunas ocasiones, los debates sobre valores están muy ligados a las discusiones políticas. De manera que se adoptan posiciones rígidas, casi irreconciliables: se pasa de la dialógica a la dialéctica. Por eso, quienes proponen valores como la vida que, por ser concordes a la naturaleza humana, son potencialmente universales, han de intentar eludir esos condicionantes, han de sortear el peligro de que la propuesta sea rechazada de antemano no por su debilidad racional objetiva, sino por posicionamientos políticos tomados a priori.



Pienso que todos tenemos experiencia de la imperiosa necesidad de este principio de la transversalidad: muchos debates sociales se vuelven desoladoramente pobres cuando se convierten en mera confrontación entre políticos que casi por definición no pueden ponerse de acuerdo, y se vuelven así incapaces de resolver los problemas reales de la gente.



9. La gradualidad. Las ideas dominantes y las tendencias sociales tienen una vida compleja: nacen, crecen, se desarrollan, cambian y mueren siguiendo unos procesos difíciles de conocer e interpretar. La comunicación de ideas tiene mucho que ver con el “cultivo”: sembrar, regar, podar, limpiar, esperar, antes de cosechar. Es más parecida al cultivo de un jardín que a la construcción de un edificio.



Se ha dicho que nuestra visión del mundo suele seguir un "paradigma masculino", donde lo importante es la acción, la técnica, la eficacia y la rapidez. Haría falta aplicar también el "paradigma femenino", porque la mujer sabe bien que todo lo que tiene que ver con la vida tiene su propio ritmo, requiere espera, reclama paciencia.



La comunicación de ideas y valores afecta a convicciones y comportamientos, que no cambian de la noche a la mañana y tienen tiempos largos de maduración intelectual y existencial. Lo contrario del principio de la gradualidad es la prisa y el cortoplacismo que llevan a la impaciencia y muchas veces también al desánimo, porque es imposible lograr grandes objetivos en plazos cortos.



Estos son los nueve principios que deseaba repasar con ustedes. Pienso que, en estas condiciones —con mensajes positivos, relevantes y claros; transmitidos por personas creíbles, empáticas y amables; de forma profesional, transversal y gradual— la comunicación de ideas y valores alcanza buenos resultados. Y pienso también que las mejores ideas merecen la mejor comunicación. En tiempos de crisis y en tiempos de normalidad.



Podríamos añadir un décimo requisito: la brevedad, auténtica regla de oro de la comunicación. Decía Shakespeare que la brevedad es el alma del ingenio. Parafraseándolo, cabe decir que la brevedad es el alma de la comunicación. Siendo breves, se nos perdona más fácilmente la ausencia de alguno de los nueve requisitos mencionados. Con esa esperanza termino mi intervención. Muchas gracias.

La crisis en Kenia tiene otra cara… y muchos pies para caminar

entrevista al keniano andrés olea, de Estaland college /www.ideal.es y www.opusdei.es / miércoles 23 de mayo de 2011





Nací en el sanatorio de la salud hace 58 años. Siempre fui un tipo normal. Mi hermano Nicolás Olea es catedrático de Medicina, y tengo otra hermana catedrática en farmacia. De granada recuerdo los paseos por la catedral y las excursiones con la Asociación cultural y deportiva Alayos, en el barrio del Zaidin. Al terminar la carrera encontré clases de Historia en un colegio pero las alegrías fueron cortas pues en el año 80 también había mucho paro en España y animado por otro granadino, Antonio Linares, encontré trabajo en Kenia, y como allí había trabajo pa allá me fui.



¿Tuvo problemas con el inglés?

El inglés. Puff. Pues no sabía inglés. Ni papa de inglés, pues había estudiado francés en el colegio. Esto era una inquietud. Así que me fui a empezar trabajando de administrativo en la secretaria del colegio Strathmore School, en Nairobi. El tiempo ha pasado y realmente son 30 años en Kenia. Hoy me dedico al proyecto Eastland College of Technology, integrado en Strathmore Educational Trust.



¿Cómo se lleva la crisis?

La crisis es una palabra con muchos significados, pues el pobre no tiene crisis, vive la crisis y a veces no se la cuestiona (al menos bajo esa palabra). La realidad es que en Europa no hay trabajo y en Kenia la gente se muere de hambre. Hemos pasado años de una gran sequia, un factor de riesgo muy alto en un país como Kenia, porque la comida se encarece. Si sube el precio de los alimentos, sube el precio de la gasolina del transporte, etc. Por ejemplo el salario mínimo en Nairobi son 50 euros al mes y normalmente la persona puede ir en los matatus (autobuses), pero como no pueden permitírselo, la gente anda una media de más de 10 km cada día, levantándose muy temprano, hacia las 4.00 de la mañana. Ya ve la crisis, tiene otra cara… y muchos pies para caminar.



¿Se siente inmigrante en Kenia?

Soy keniano desde hace 20 años. Quemé las naves cuando me vine a esta tierra. Me fui con 28 años de Granada y llevo aquí 31 años, o sea, más de la mitad de mi vida. Me gusta el trabajo, la gente es tan agradable como en España. La vida empieza donde estás, y hoy estoy aquí… mañana, veremos. A veces, no queda tiempo para la nostalgia.



¿Qué proyectos realiza?

En Kenia me dedico a la gente que no va a la universidad porque esos ya tienen la vida resuelta ¿para qué darles más?



Bueno, según los estereotipos europeos, como buen hombre blanco podría dedicarse a los safaris…

El recurso principal de Kenia no son los safaris ni yo vivo de ellos. El gran potecial africano son sus gentes. Kenia no es Memorias de África, ni los animales del National Geographic pues Kenia existía antes de que llegasen los colonos europeos…



¿Y las desventajas?

El hándicap hoy es la educación. Sin ella no hay futuro. Pero toda la enseñanza en Kenia está basada en ir a la Universidad. Muchos generaciones de padres kenianos piensan “si llegas a la Universidad te harás rico”. Pero hoy eso tampoco es así, pues ya hay universitarios en paro… En definitiva, lamentablemente existe un sistema educativo poco racional en Kenia porque todo está enfocado a la universidad y el sistema educativo es un embudo…



¿Un embudo…?

Sí, un camino que comienzan muchos y sólo pueden terminar unos pocos. En Kenia Hay nueve millones de estudiantes de primaria. Basta con ver las cifras. Cada año realizan el examen final de primaria 700.00 niños para sólo 150.00 plazas disponibles de entrada a secundaria. Así que, para empezar, a los 14 años 550.000 niños de primaria se quedan en la calle pues no son admitidos en la enseñanza estatal. De esos 150.00 estudiantes que empiezan secundaria sólo 20.000 conseguirán las plazas anuales que oferta el Estado para ir a la Universidad.



O sea, que otros 130.000 estudiantes de secundaria quedarán fuera de la universidad. En definitiva, si hacemos cuentas, de 700.000 estudiantes que comienzan la escuela sólo 20.00 personas alcanzarán la Universidad. Conclusión: 680.000 estudiantes estarán sin futuro. Hay una selección natural muy dura y eso explica que la gente se mate estudiando. En España, supongo que la situación es algo distinta...



Desde esa perspectiva muchos quizá no habríamos realizado una carrera en España... pero ¿qué ofrece un granadino como usted a esos estudiantes sin futuro?

Realismo y esperanza. El principal problema es darla esperanza a chavales frustrados que terminan primaria o secundaria. Tras 8 o 12 años no irán a la universidad y en el ambiente social, los amigos, la familia te dicen: “tú eres un inútil. Te has pasado la vida estudiando y hoy no eres nadie”. Así que muchos chicos se quedan en su casa frustrados. Son carne de cañón del ocio y sus consecuencias: drogas promiscuidad, delincuencia… Por ejemplo, el 50 por ciento de los padres de los chavales que van al centro son chicos de familias desestructuradas, de madres solteras que no tiene marido o fueron abandonadas con o sin violencia de género. Así que ofrecemos esperanza a sus madres e hijos, a chavales de últimos cursos de primaria y de secundaria.



¿Qué es ofrecer esperanza?

Hace cinco años creamos Eastland College en ese mismo barrio de Nairobi, de población trabajadora de más de 700000 mil personas. El problema es que hasta el año de la independencia keniana en 1963, Eastland era un barrio bajo el aparheid, donde vivían los afrikáners, lugareños kenianos. Aqui vivían los blackman trabajando para las empresas colonialistas. Pero los hombres negros no podían llevar allí a Eastlands a sus mujeres y familias. Las familias vivían en las reservas fuera de la ciudad, en los poblados. Así que los hombres vivían en barrios con casas, por lo tanto, de una o dos habitaciones. Años más tarde esas mismas casas pequeñas han sido son ocupadas por familias de cinco o seis miembros.



En una casa así es difícil estudiar. Así que creamos Eastland College: un lugar para estudiar. Nació como un sitio para facilitar la educación. Así que alquilé una casa, unos bajos con cochera para que los chavales pudieran estudiar. Son unos bajos de una casa rústica, de una pequeña comunidad de vecinos que nos tienen mucho cariño por donde ya han pasado más de 2.500 personas. Allí les damos libros, clases de apoyo, tiempo ocupado para evitar el ocio. Así que hemos realizado cursos de informática, de electrónica, de pequeños emprendedores. Esos chicos son gente que hoy sabe arreglar un teléfono móvil, un ordenador, una plancha, el mantenimiento industrial, etc. La gente que hemos formado es gente hoy no está frustrada bajo la obligación de “tienes que ser un universitario”… sino que hemos dedicado formación e ideas para que pongan Kioscos en las carreteras que les permita tener un ingreso medio de 50 euros al mes para toda la familia.



Son personas autónomas que salen adelante con kioscos tiendas, salones de belleza, un todo a cien. Además también tenemos una escuela deportiva de fútbol donde esperamos crear muchos nuevos Etoo, Drogba...



¿Hay un camino intermedio entre Lehman Brothers y las comunas?

Eso espero (dice mientras se ríe). O al menos eso intentamos. Lo primero es ayudar a la persona, “al otro”, como decía el premio Principe de Asturias Ryszard Kapuscinski. Y al mismo tiempo ofrecer la caridad. Sin humanismo y humanidad… no hay Dios y viceversa. La caridad es profesionalidad, no providencialismo de “ojalá venga Dios y lo quiera”. Es decir, combinamos la justicia social con la caridad. Medios humanos y esfuerzos cristianos animan Eastland Project. Dos planos paralelos que debe vivir cualquier cristiano, pues intento ser santo santificando y mejorando lo que tengo alrededor.



Yo soy historiador, no un religioso, pero la fe no es una cuestión privada, sino un estímulo para intentar vencer mi egoísmo diario y ofrecer una repercusión social y pública. Le fe es también un fe social, en cada uno que pasa a mi lado, algo que aprendí de Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei. O sea, hay que evitar los extremos del liberalismo de Lehman Brothers y de la comuna marxista. En mi opinión, lo decisivo es que cada persona tenga espacio para vivir en una sociedad libre y responsable de sus actos.



¿Y su futuro? ¿Tiene dragones?

Mi futuro es crear el nuevo colegio para este Proyecto Eastland College of Technology, y para eso necesitamos ayuda. El lema del colegio es Uhuru, que significa liberta d en swhuajili. Necesitamos libertad para poder dar libertad a esos muchachos. Ya tenemos entidades europeas variadas, como la Fundación cultura y Sociedad de Granada… pero todos estamos en crisis y tenemos un fantástico sueño de 5 millones de euros por delante.., Como siempre, no tenemos dinero para construir los edificios, pero no falta esperanza y trabajamos para crear un gran colegio para la clase desfavorecida y trabajadora africana. Los dragones que tengo no me quitan la paz.



Me urgen a sacar adelante al pueblo africano de Kenia, que es donde empieza mi acción más cercana, como una madre o un padre en su propia casa. Así, que hoy sólo puedo extender la mano al que lo desee para que ellos tengan oportunidades.

[Personal o colectiva]. La crisis según Albert Einstein

palabras atribuidas al premio nobel albert einstein



No pretendamos que las cosas cambien si siempre hacemos lo mismo.



La crisis es la mejor bendición que puede sucederle a personas y países porque la crisis trae progresos.



La creatividad nace de la angustia como el día nace de la noche oscura.



Es en la crisis que nace la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias. Quien supera la crisis se supera a sí mismo sin quedar 'superado'.



Quien atribuye a la crisis sus fracasos y penurias violenta su propio talento y respeta más a los problemas que a las soluciones.



La verdadera crisis es la crisis de la incompetencia.



El inconveniente de las personas y los países es la pereza para encontrar las salidas y soluciones.

Sin crisis no hay desafíos, sin desafíos la vida es una rutina, una lenta agonía. Sin crisis no hay méritos.



Es en la crisis donde aflora lo mejor de cada uno, porque sin crisis todo viento es caricia.

Hablar de crisis es promoverla, y callar en la crisis es exaltar el conformismo.



En vez de esto trabajemos duro. Acabemos de una vez con la única crisis amenazadora que es la tragedia de no querer luchar por superarla.



[Nota del editor. La crisis está en cada uno. Como decía Marcel Duchamp sobre el arte: “nuevas miradas sobre viejos objetos”].

martes, 17 de mayo de 2011

La televisión se conecta a internet

artículo de jose angel cortés, profesor de comunicación audiovisual / www.aceprensa.com / jueves 12 de mayo de 2011



Hibridación es la palabra de moda en el mundo audiovisual. La antigua “convergencia de medios” ha transformado a éstos en un medio híbrido que ya no es ni la vieja televisión catódica, ni la pantalla de plasma del ordenador, ni siquiera la videoconsola o el teléfono móvil. Es algo que comienza a conjugar todos los elementos digitalizados, susceptibles de mensajes diferentes para ser captados en soportes diversos pero manteniendo sinergias entre ellos.



Al menos eso se ha podido a preciar en el MIPTV (Mercado Internacional de Programa de Televisión) de Cannes celebrado el pasado mes de abril, y que sigue siendo el centro de compraventa de derechos televisivos más importantes. El propio mercado se ha convertido en un desfile de “tabletas” para visionar los posibles programas antes de acceder a su compra y encontrarse con sus propietarios en unos de los cientos de stands que formaban parte de este mercado.



La televisión híbrida

El ministro de cultura francés, Frédéric Mitterrand, no quiso perderse el acontecimiento para mostrar su interés sobre la solución que en breve tendrá que dar el gobierno galo al denominado fenómeno de la “télévision conectée”, definiéndola como un “tsumani que viene”.



Se refería a la unión de la televisión e Internet, que hoy en su país están sometidas a reglamentaciones diferentes: una regulación muy estricta para la TV, mientras que el contenido web escapa a todo control. . Su preocupación se basa en “el impacto sobre la economía del sector audiovisual y los modos de consumo de la imagen, fuente de inquietudes y al mismo tiempo de oportunidades”.



Los televisores que disponen de un acceso directo a Internet hablan ya de un nuevo campo de batalla en el que las cadenas de televisión tradicionales medirán sus fuerzas con competidores como Google TV o Apple TV. La televisión conectada pone en relación sectores hasta ahora disociados: cadenas, productores audiovisuales, editores de contenidos web, suminitradores de acceso a Internet y fabricantes de TV. ¿Cómo regular esta compleja realidad?



En definitiva, el ministro venía a poner de manifiesto ese avance de la televisión híbrida al que hacemos referencia, y que de momento no parece afectar a los contenidos. Estos –especialmente los denominados de entretenimiento– se han ido decantando hacia sinergias empresariales que hacen que un producto sea rentable en distintos soportes. El caso más notable es el de los videojuegos y videoconsolas, pero también la telefonía móvil.



Como telón de fondo estaba el posible acuerdo entre algunas multinacionales de Hollywood sobre la descarga de material audiovisual, fundamentalmente de películas, a través de un servidor; toda una revolución en el sistema de distribución, además de la implantación de la alta definición y de 3D para renovar algo que ya no puede llamarse simplemente televisión.



Con respecto al sistema 3D todo hace pensar que no es una moda pasajera, como sucedió en los años 50, sino que, tanto en cine como en televisión, tiene un futuro asegurado. Todo eso sucede en un año en que, según Eurodata, el consumo diario de televisión ha crecido en el mundo. Y también por primera vez el entretenimiento ha dominado a la ficción, género vencedor en años anteriores.



Desgraciadamente en las conferenciasy coloquios paralelos al mercado abundaban más los lugares comunes que las informaciones o experiencias importantes. Connected creativity representa desde el pasado año la novedad. En colaboración con GSMA, unión de telefonías móviles, promovía el intercambio de ideas para conseguir contenidos que ayuden a mantener la fidelización a este nuevo medio. En realidad, ideas low cost de no gran calado.



El mercado de los formatos

El mercado de los formatos crece cada vez más, según un informe presentado en la sección Mipformats. Los formatos son programas que se presentan en forma de “biblia” de producción, o sea, un detallado esquema de todos los aspectos que definen el producto y describen cómo funciona. En Cannes se ha presentado una macroencuesta realizada entre 234 ejecutivos de diferentes países sobre este tema. En el mismo se destaca que, a pesar de la crisis mundial los formatos crecen, si bien demuestran su preocupación por los presupuestos, muchas veces reducidos, con los que financiarlos.



Los formatos –dicen– son una herramienta sobre la que se debe hacer pilotar la producción nacional como una marca de identidad. Hay muchos canales que gracias a ellos consiguen extender la temporada sobre todo en el otoño y la primavera. Los fines de semana, días en los que la programación es más complicada, se nota un aumento significativo de los mismos. Estos aprovechan su tirón para ser referencia en las redes sociales, consiguiendo así un valor añadido que repercute en su difusión rápida, y en su fidelización inmediata. Son atractivos y atraen la publicidad. Cada vez son más las cadenas que reciclan formatos que ya se creían superados



Ficción con nuevas versiones de clásicos

La ficción se aproxima más hacia los estándares del cine: grandes temas, producciones arriesgadas por su coste, historias testadas en la literatura o en el propio cine. Con unos presupuestos que superan los veinte millones de dólares, buscan siempre el amparo de la coproducción a fin de evitar riesgos y garantizar al mismo tiempo una mayor venta y distribución internacional.



Como ejemplo, dos de las series más solicitadas tratan el mismo tema e incluso llevan el mismo nombre: Los Borgia. La primera de ellas es una serie de doce capítulos producida por Canal Plus Internacional y dirigida por Olivier Hirchbiegel y Philipe Haïm. La otra está firmada por Neil Jordan y Michael Hirst. A este último se debe la serie Los Tudor, un drama histórico que ya hemos visto en Televisión Española.



Precisamente es otro de los coautores de Los Tudor, Steve Shill al que también se debe la muy polémica serie coproducida por BBC y HBO, Roma, el que firma una nueva versión del clásico Ben Hur, con cuatro episodios de una hora y que se estrenará en la NBC norteamericana.

No es frecuente asistir en el MIPTV a los denominados screenings, visionados de los productos en gran pantalla para los participantes. Este año se ha hecho con el piloto deCamelot, una producción dramática que consta de diez capítulos de una hora. Rodada íntegramente en paisajes irlandeses, es una tediosa historia narrada con poco pulso, abusando tanto de los diálogos como de las escenas de sexo y violencia. Una nueva revisión del mito artúrico, esta vez dirigida al público adulto.



Todo lo contrario sucede con la nueva versión de Moby Dick, una coproducción alemano-canadiense, en forma de miniserie de dos capítulos. Es una producción de altura, muy bien narrada, con espléndidas tomas marinas y con una interpretación asombrosa de William Hurt dando vida al Capitán Acab. La historia cuenta también con las interpretaciones de Ethan Hawk y un magnífico Charlie Cox (Encontraras Dragones) en el papel de un joven e inexperto marinero.



También sobre tragedias marinas, esta vez más cercanas en el tiempo que la de la novela de Melville, resurge Titanic, en una miniserie de cuatro horas cada una. Sin salirnos del océano y gracias al empuje que Disney ha dado al tema de los piratas, el sello Hallmark, especialista en miniseries y TV de gran calidad, presenta como cabecera de su lote la nueva versión de la novela de Stevenson, La isla del tesoro, sin duda una de las novelas que más versiones tanto en cine como en TV ha vivido



Documentales para todos los gustos

El Mipdoc demostró, una vez más, la pujanza del género documental con una oferta tan plural como variada, teniendo en cuenta el mestizaje que desde hace años se va dando en este como en otros géneros televisivos. Los hay de toda clase, desde aquellos más sencillos, hechos casi por videoaficionados, a aquellos que rompen los estándares clásicos y se colocan más cerca de la ficción, recreando parte de los mismos con actores.



Los de carácter histórico eran los más solicitados. Lógicamente trataban sobre temas biográficos o aspectos bélicos. En este último caso el acceso a muchos archivos cinematográficos, sobre todo de los antiguos países del Este, ha venido a renovar lalibrary sobre este tema. Siguen suscitando la atención aquellos dedicados a la vida salvaje (wild life), a las aventuras en lugares ignotos y los centrados en el turismo y la gastronomía. En este campo la mayoría eran series donde cocineros de todo el mundo enseñan sus recetas más famosas. Muchos de ellos están encontrando acomodo en cadenas especializadas, cada vez más presentes en las multiplataformas.

La evolución del evolucionismo

artículo de jose ramón ayllón, profesor de filosofía y escritor / fuente: revista nuestro tiempo de la universidad de navarra / www.unav.es/nt / mayo de 2011



Con "El origen de las especies", Darwin brindó al mundo una teoría novedosa sobre la ascendencia de los seres vivos y abrió un debate que se ha ido extendiendo desde la biología a todas las ramas del saber.



¿Qué es la evolución?

Desde mediados del siglo XIX, gracias a Charles Darwin, la teoría de la evolución representa el más persistente intento de explicación de la pluralidad aparentemente heterogénea de los organismos vivientes. Por evolución se entiende la descendencia y progresiva complejidad de las especies a lo largo del tiempo. Esa descendencia ininterrumpida empieza con la bacteria que surge misteriosamente hace casi 4.000 millones de años y da comienzo a la increíble aventura de multiplicarse y diversificarse en miles de millones de especies. La evolución es atestiguada por el registro fósil y el parentesco genético, pero se escapa el cómo de dicho proceso, su mecanismo. Lejos de constituir un proceso sencillo, se trata de un complejísimo fenómeno, del que se ignora y se supone mucho más de lo que se sabe.



¿Se puede negar la evolución?

Quienes niegan la evolución alegan que la ciencia se basa en la observación, la reproducción de los fenómenos y la experimentación. Añaden que nadie ha visto los pasos de unas especies a otras, y que es imposible recrear semejantes procesos en un laboratorio. Sin embargo, la ciencia no es exactamente eso. Sus teorías sobre el mundo natural son explicaciones apoyadas en observaciones, hechos, inducciones, deducciones e hipótesis contrastadas. Nadie ha visto los átomos, ni el recorrido de la Tierra alrededor del Sol, pero constantemente se confirman las consecuencias previstas para ambas suposiciones.



¿Qué es el árbol de la vida?

En el caso de la teoría de la evolución, se afirma que todos los organismos vivos están relacionados con un ancestro común, del que descienden. Ese parentesco universal de las especies se puede dibujar en el árbol de la vida, cuya verdad es una conclusión científica que supera cualquier duda razonable. Aunque jamás se haya visto o demostrado, hay buenos argumentos para suponer los pasos desde la célula originaria hasta el tiburón, la liebre o el ruiseñor. Se llama evolución a todo ese proceso de transformación, aunque se debe reconocer que es poner una etiqueta a un proceso sumamente oscuro, cuyo primer capítulo es precisamente la misteriosa aparición de la vida.



¿Qué pruebas avalan la evolución?

La teoría evolutiva se apoya en cuatro pruebas de diferente valor demostrativo: la anatomía comparada, la embriología, el registro fósil y el parentesco genético.



¿Qué se deduce de la anatomía comparada?

Sin duda, es el argumento más visible. Los paleontólogos suelen referirse a los tetrápodos –animales de cuatro extremidades: anfibios, reptiles, pájaros y mamíferos– que evolucionaron a partir de un grupo particular de peces de aletas lobuladas. Es uno de los muchos ejemplos que muestran la evolución a partir de la comparación anatómica de las especies. En los tetrápodos se observa que los esqueletos de las tortugas, los caballos, los humanos, los pájaros, las ballenas y los murciélagos son sorprendentemente similares, a pesar de la diversidad de sus ambientes y modos de vida. En los casos mencionados, dos miembros delanteros, armados sobre los mismos huesos, sirven a una tortuga y a una ballena para nadar, a un caballo para correr, a un pájaro para volar, y a una persona para escribir. Por lo que parece, dichas especies heredaron sus estructuras óseas de un ancestro común, antes de que sufrieran diversas adaptaciones.



¿Qué aporta la embriología?

Se trata de otra prueba clásica. Todos los vertebrados se desarrollan a partir de formas embrionarias notablemente similares en las primeras fases de la gestación. En El origen de las especies, Darwin define esta homología como «la relación entre las partes, resultante del desarrollo de las partes embrionarias correspondientes». A modo de ejemplo, los embriones de los seres humanos y de otros vertebrados no acuáticos muestran, en la piel de la garganta, pliegues en forma de hendiduras, de agallas que nunca van a utilizar. Las tienen porque comparten una antecesor común: el pez, en cuya cabeza evolucionaron por primera vez las estructuras respiratorias. Esta argumentación se tambaleó cuando se logró marcar con colorante las células de los embriones. Entonces, al presenciar su desarrollo, se observó que un órgano concreto –el riñón, por ejemplo– no se forma en todas las especies a partir de las mismas células embrionarias. Esto se complica en el caso de los insectos y de las plantas, cuyos órganos homólogos se han formado de muchas maneras diferentes.



¿Qué dice el registro fósil?

Existen fósiles catalogados de 250.000 especies, y en dicho catálogo rara vez se reflejan las innumerables formas de transición que Darwin supuso. Más bien parece que la evolución da grandes saltos, como ha puesto de manifiesto Stephen Jay Gould. Desde el punto de vista paleontológico, el estado habitual de las especies es la estasis y la súbita aparición y desaparición, no el cambio gradual. Hay, por tanto, más revolución que evolución. Darwin pensaba que no encontraba formas intermedias porque el registro fósil era muy incompleto, pero hoy se conocen archivos completos, que documentan millones de años de forma ininterrumpida. Uno de ellos es el de los moluscos del lago Turkana, en África oriental, donde Williamson, en 1987, identificó la aparición repentina de nuevas especies (especiación).



¿Qué prueba la genética?

Si los argumentos anteriores no son definitivos, se piensa que los aportados por la biología molecular y la genética sí lo son. El hecho de que las transformaciones químicas de las células sigan los mismos mecanismos metabólicos habla claramente de un origen común: una protocélula con el código genético que ha llegado hasta la actualidad, integrado por las cuatro bases nitrogenadas que se combinan en la molécula de ADN. Un estudio comparativo de los genomas muestra concordancias sorprendentes entre las especies. El ejemplo que mejor se conoce es el humano: la posibilidad de encontrar secuencias similares a una secuencia del genoma humano es del 100% respecto a los chimpancés, del 99% respecto a los perros y ratones, del 75% respecto al pollo, y del 60% respecto a la mosca de la fruta.



¿Significan lo mismo evolución y evolucionismo?

Si la evolución es un hecho, el evolucionismo es su interpretación. Por tanto, no significan lo mismo. Entre todas las interpretaciones de la evolución, la darwinista es –con mucho– la más aceptada, hasta el punto de que evolucionismo y darwinismo suelen confundirse en el lenguaje corriente. Pero no debería ser así. Como atestigua la Historia Natural, de Buffon, el hecho de la evolución era conocido y debatido en el ámbito científico desde finales del siglo XVIII, con un importante núcleo en la Academia de las Ciencias de París. Sin embargo, todavía a mediados del XIX, Darwin y la mayoría de los naturalistas europeos pensaban que cada especie había sido creada por Dios de forma independiente.



¿Hay azar en la evolución?

Al lanzar una moneda al aire, no sale cara o cruz por azar, sino por el movimiento que se le ha dado a la moneda, por la resistencia del aire y el tipo de superficie sobre la que cae: factores que resultan imposibles de medir con exactitud. Por eso se habla de juegos de azar. Aristóteles lo expresó de forma insuperable cuando dijo que «el azar es una etiqueta para nuestra ignorancia». Se puede hablar del azar en el lenguaje coloquial, pero no en el científico, porque la ciencia se define precisamente como «conocimiento por causas», y apelar al azar es una forma acientífica de prescindir de las causas. Tal vez, por excepción, podría surgir, al azar, un órgano de un ser vivo, pero no se puede convertir la excepción en ley, como pretenden muchos darwinistas. El azar, en realidad, tiene la misma capacidad explicativa que la generación espontánea. Hoy resulta risible la ingenuidad que suponía creer en la generación espontánea, pero es igualmente ingenuo creer en el azar.



¿Qué son los sistemas de complejidad irreductible?

Es otro de los obstáculos que el azar y el evolucionismo darwinista no logran superar. Una duna puede perder arena y seguir siendo duna. Una montaña excavada por una mina o mordida por una cantera sigue siendo montaña. En cambio, en muchas operaciones de un ser vivo –regidas por la sincronización, no por la acumulación– no se puede prescindir de un solo elemento ni de un solo paso: se rigen por el «todo o nada», y un solo fallo anula el sistema. Por eso, por no admitir recortes ni simplificación, esas operaciones constituyen sistemas de complejidad irreductible.



¿Se puede poner un ejemplo biológico?

Hay múltiples ejemplos en los seres vivos. Un niño pedalea en su bici, derrapa y se cae. Al rasparse, sangra un poco por una rodilla y una mano, pero se limpia las heridas y la cosa no tiene mayor importancia. ¿Por qué no tiene mayor importancia? Porque la sangre de las heridas se coagula. De lo contrario, el niño se desangraría. ¿Y qué pasaría si la orden de coagulación se extendiera a toda la sangre del herido? Pues que el pequeño ciclista quedaría coagulado de pies a cabeza. ¿Y si el coágulo fuera pequeño e interno? Entonces produciría una hemiplejia o un infarto.



Por fortuna, el niño no se desangra ni se coagula, y tampoco sufre un infarto, precisamente porque solo se coagula la sangre expuesta al aire. ¿Es posible que este sistema haya evolucionado según la teoría darwiniana? No, porque la simple ausencia del factor antihemofílico, o la sola presencia de la trombina, sin su correspondiente inhibidor, serían mortales. O concurren al mismo tiempo las doce proteínas implicadas, o el sistema falla. Que se coagule la sangre de una herida es algo normal y corriente, pero la bioquímica lleva medio siglo estudiando este asombroso proceso y no es capaz de identificar sus causas. Todo lo que dice el profesor Doolittle, primera autoridad mundial, es que el factor tisural aparece, que el fibrinógeno nace, que la antiplasmia surge, que el ATP se manifiesta, y así sucesivamente.



¿Una célula es un sistema de complejidad irreductible?

Cualquier bacteria, cualquiera de las células que integran –por billones– el cuerpo de un mamífero, es un sistema de complejidad irreductible. Se ha visto a la célula como una ciudad en miniatura, que se levanta a velocidad de vértigo y necesita poseer, al mismo tiempo, una membrana envolvente, generadores de energía, gradiente de iones, macromoléculas encapsuladas, polimerización, replicación por genes y enzimas, almacenamiento de información y capacidad de mutación. Así, la biología celular relativiza las tesis evolucionistas, pues cada uno de los cambios anatómicos que Darwin consideraba muy simples, implica procesos bioquímicos abrumadoramente complejos. Por eso, mientras se desconozcan las leyes de los programas moleculares de los seres vivos, hablar de evolución y selección es emplear metáforas con el mismo valor explicativo que denominar «toldo de estrellas» al firmamento.

La yihad contra los cristianos

reportaje de maría antonia sanchez-vallejo /www.elpais.com / lunes 9 de mayo de 2011



Meses antes de la matanza en una iglesia de Alejandría, el pasado 1 de enero; del asesinato del único cristiano del Gabinete pakistaní o del río de sangre que corrió el domingo en El Cairo, un grupo de trabajo del Vaticano formado por representantes de distintas religiones había advertido de la amenaza que se cierne sobre las minorías de Oriente Próximo y, especialmente, sobre la comunidad cristiana.



La de Egipto, la mayor de la región (un 10% de la población, unos 8 millones de personas), es el blanco preferido de los radicales, aunque el optimismo que alentó la Revolución del 25 de Enero pareciese cerrar el abismo que separa la mayoría musulmana del resto de las confesiones: en la plaza de Tahrir se vieron un sinfín de pancartas en las que cruces y medias lunas coexistían. La transición posMubarak avanza hoy a buen paso, pero el acoso a los cristianos no da en absoluto señales de alivio.



En esa reunión ecuménica, celebrada en otoño pasado en Roma, el libanés Muhammad Sammak, consejero del exprimer ministro Saad Hariri, lanzó una advertencia: la desaparición de las minorías de Oriente Próximo, ya sea por aniquilación, por emigración o por asfixia económica, compromete gravemente la herencia cultural y menoscaba el tejido social del país. Porque los cristianos son solo una minoría en números (unos 12 millones de personas en total), no en significado: un copto de El Cairo es tan árabe y tan egipcio como un suní nacido en Alejandría o el valle del Nilo. Lo mismo puede decirse de un caldeo o un asirio iraquí, o de los cristianos sirios: la existencia de todos ellos atestigua siglos de presencia común y compartida. "Tenemos dos mil años de historia, somos los primeros cristianos de la zona. Hablar de minorías parece implicar un papel subordinado o trasplantado, ajeno a la mayoría, pero culturalmente hemos contribuido al desarrollo de Irak tanto como los musulmanes. Y desde luego nos sentimos tan árabes y tan iraquíes como ellos", señala Rad Salaam, cristiano caldeo exiliado en España tras la primera guerra del Golfo (1991).



La persecución de que son objeto está mermando numéricamente sus comunidades con proporciones de sangría. Según datos recopilados por el Barnabas Fund, una organización de apoyo a las minorías cristianas en el mundo con base en Inglaterra, de los 1,5 millones de cristianos que había en Irak en 1990, hoy solo quedan alrededor de 400.000, en una estimación optimista; Salam calcula que los que resisten no son más de 250.000, y casi todos en el norte, donde la violencia desatada entre suníes y chiíes llega con sordina. "Si el ritmo de desaparición se mantiene, dentro de una década no habrá cristianos en Irak", ha avisado Muhammad Sammak, presidente de la Comisión de Diálogo Cristiano-Musulmán. El recurso a la emigración ha colmado los campamentos de refugiados de Siria y Jordania, donde los cristianos son alrededor del 30% entre los desplazados iraquíes, según el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur).



Junto con el declive demográfico -son comunidades esencialmente endogámicas; los matrimonios mixtos con representantes de otras confesiones no son habituales, y si los hay son casus belli-, hay otro factor que opaca la cada vez más débil presencia pública de los cristianos en la región: la persecución judicial. La traslación al ordenamiento jurídico de pecados como la blasfemia constituye la mejor manera de yugular cualquier conato de crítica.



Las leyes contra la blasfemia -al islam, se entiende- vigentes en numerosos países de la zona permiten encarcelar a alguien por una falta que, en otras latitudes, solo sería percibida como exabrupto. Aunque pecado no sea igual a delito, ni semántica ni jurídicamente hablando, la ley antiblasfemia es un brazo ejecutor muy eficaz para zanjar cualquier diferencia vecinal (como en el caso de Asia Bibi, la campesina condenada a muerte en Pakistán por ofender al profeta Mahoma cuando discutía con otras mujeres, musulmanas, sobre el agua de un pozo) o reprimir cualquier atisbo de disidencia, como los casos del bloguero egipcio que pasó varios meses en la cárcel por el mismo delito que aquella, una presunta blasfemia, o el periodista afgano encarcelado en 2008 y liberado un año después, tras purgar entre rejas una opinión desviada.



En este sentido, tanto el Departamento de Estado norteamericano como la Unión Europea han manifestado su inquietud ante los reiterados intentos de la Organización de la Conferencia Islámica (OCI) de promover en el seno de la Asamblea General de Naciones Unidas una resolución contra la blasfemia. Año tras año, la OCI, por medio de alguno del medio centenar de sus miembros -el último que presentó la propuesta fue Marruecos-, maniobra para que la Asamblea adopte un texto "contra la difamación de las religiones", sea lo que fuere eso.



A diferencia de los cristianos libaneses, que durante décadas han gozado de preeminencia económica y política en el país -la presidencia de Líbano sigue estando reservada a un cristiano, según el tradicional reparto sectario de las principales instituciones-, los cristianos de Oriente Próximo y, por extensión, de otros países con mayorías musulmanas, no son grupos de poder o presión; al contrario, como ocurre en Egipto o en Pakistán (1% de la población), "la persecución supone en muchos casos el abandono de bienes y hacienda por parte de los cristianos, que se ven obligados a huir de sus lugares de residencia para salvar la vida. Los vecinos musulmanes son los que se quedan con todo", relata desde Karachi Jalid Gill, de la Asociación de Abogados Cristianos de Pakistán.



"Así es más fácil: no se atreverían a meterse con un magistrado, o con un empresario, pero con unos pobres campesinos o un tendero la limpieza [religiosa] es total; y no estoy hablando de incidentes que salgan a la luz pública, sino de un acoso sistemático, diario, que pretende borrar a los cristianos del mapa". Pero la violencia no solo se ceba en las clases bajas: tanto el ministro para las Minorías como el gobernador del Punjab, asesinados recientemente, habían mostrado su oposición a las leyes contra la blasfemia.



En los campos de Pakistán, o en barrios como el de Mokkata, en El Cairo, un gueto cristiano donde sus habitantes viven de recoger y vender basura, los cristianos atraviesan momentos de pesadumbre y miedo. O en Mosul, en el Kurdistán iraquí, donde se refugian muchos de los últimos cristianos iraquíes. Contra ellos se abate la yihad, la guerra santa contra el infiel, aunque el infiel sea la mayor parte de las veces el vecino de al lado o el tendero de la esquina.

Un político ejemplar

artículo de alejandro navas, profesor de sociología de la universidad de navarra / www.diariodenavarra.es / viernes 6 de mayo de 2011



Nuestro político destaca por la nobleza de sus sentimientos y la dignidad de su porte externo. Habla de modo pausado y nunca pierde la serenidad. Afable y conciliador, nada hay en él que sea vulgar.

Al llegar a la jefatura del Gobierno, renunció a casi toda vida social; apenas se le vio en fiestas ni en celebraciones. Hizo una excepción con la boda de su primo NN: asistió a la ceremonia religiosa, pero no se quedó al banquete.

Pasó quince años al frente del Estado, y en ningún momento sucumbió a las tentaciones de la corrupción. En su vida privada adoptó un tono extremadamente austero, lo que provocó más de una queja de su mujer, de sus hijos y de otros parientes. A la vez, dedicaba una considerable cantidad de dinero al socorro de los indigentes. Su reputación era intachable, por lo que ni siquiera tuvo que rechazar propuestas de soborno: los eventuales sobornadores ni lo intentaban, conscientes de la inutilidad de sus pretensiones.

En su tarea de gobierno no se limitó a seguir al pueblo, de acuerdo con los datos que ofrecían los escrutadores de las opiniones dominantes. La demagogia no iba con él. Se negó a adular a la ciudadanía y actuó como un buen maestro, que persuade con razones sólidas. Si advertía que la gente iba a lo fácil, sabía ser fuerte para hacerle ver lo que convenía al bien común.

Cuando su país se vio envuelto en conflictos bélicos, actuó con prudencia, sin lanzarse a aventuras temerarias, incluso cuando la opinión pública parecía alentarlas. Consiguió frenar esos ímpetus desbordantes y contener las ansias de injerencia en asuntos internos de otros países.

Supo aprovechar los años de prosperidad económica y de superávit en las cuentas públicas para desarrollar un ambicioso programa de obras públicas y de monumentos artísticos. Contrató a los mejores artistas y, en un plazo asombrosamente corto, impulsó la creación de obras destinadas a ser la admiración de las generaciones futuras. Nunca se ha hecho tanto de tanta calidad en tan poco tiempo.

Cuando todo le sonreía y parecía tener el mundo bajo sus pies, la tragedia golpeó duramente a su familia. En un breve lapso de tiempo murieron sus hijos, su hermana y la casi totalidad de sus parientes y amigos. Tampoco entonces perdió la grandeza de espíritu, y supo mantener la compostura ante la adversidad. Tras sufrir un revés electoral, dejó la política y se retiró a la vida privada. Su ausencia fue breve: la ciudadanía lo añoraba y lo llamó de nuevo para que se hiciera cargo del Gobierno. No se sentía muy animado a volver, pero el pueblo le pidió disculpas por su ingratitud y él aceptó encargarse de nuevo de los asuntos del Estado.

Dispuso de un poder como nadie había tenido antes que él, y aun así no trató a ningún enemigo personal como adversario irreconciliable. Le tocó vivir tiempos azarosos, pero en medio de los conflictos más enconados supo mantener la moderación y la altura de miras.

Estoy hablando de Pericles, el líder de la democracia ateniense en el siglo V a. C., tal como lo describe Plutarco. Los historiadores han dado su nombre, “el siglo de Pericles”, a esa época gloriosa, no sólo de Atenas, sino de la humanidad en general. Se puede argüir que Pericles queda muy lejos –veinticinco siglos atrás- y que las circunstancias de la vida política son hoy muy diferentes. Es verdad, pero su caso muestra que el ideal del político exitoso y honrado no es imposible.

Ante las inminentes elecciones nos corresponde la tarea de encontrar –y votar- a esos Pericles en potencia, tanto en el ámbito regional como municipal. Desde luego que un sistema electoral de listas abiertas o desbloqueadas facilitaría su elección. Sin embargo, podemos abonar el peaje de la lista cerrada si así les ayudamos a entrar en ayuntamientos y parlamentos. Los políticos no cuentan con la simpatía de la gente, pero no todo está perdido: hay también candidatos honestos y capaces, dispuestos a trabajar con abnegación por la cosa pública. Con nuestro respaldo, al menos podrán intentarlo.

La cortesía es tender puentes. La amabilidad sana heridas

reportaje de juan meseguer/ www.acepresa.com /miercoles 11 de mayo de 2011



Los Juegos Olímpicos de Pekín 2008 y la Exposición Mundial de Shanghái 2010 dieron a China la oportunidad de mejorar su imagen exterior. Pero las autoridades no querían limitarse a levantar edificios sin alma; había que cultivar también a cada ciudadano... O, por lo menos, a los de Pekín y Shanghái. “Sin duda, estos edificios espectaculares impresionarán a todo el mundo”, proclamaba triunfante el China Daily en 2007. “Muy pocos se atreverán a cuestionar la habilidad de nuestro país para presentar un soberbio hardware, pero a algunos les preocupa nuestro pobre software; esos malos modales que lucen muchos ciudadanos chinos”.



La guinda final era una exhortación a mantenerse en esta línea: “Los buenos modales no sólo son para los eventos; son fundamentales para alcanzar el objetivo del país de construir una sociedad armoniosa, mantener el nivel de desarrollo y ganarnos el respeto de todo el mundo. Cultivar los buenos modales de nuestros ciudadanos es mucho más importante que ganar 100 medallas de oro”.

Algo más que “poder blando”.



Así concebidos, los buenos modales serían una especie de “poder blando” con los que China pretende mejorar su imagen exterior. Pero la cortesía de los ciudadanos de Pekín y Shangái servirá de poco mientras las autoridades chinas sigan exhibiendo sus “malos modales” con los disidentes en el país […].



Agradar, ¿para qué?

El caso de China refleja el riesgo que conlleva instrumentalizar los buenos modales. La exquisita sensibilidad oriental parece desvirtuada aquí por un formalismo orientado a ganarse el favor de la opinión pública mundial. El buen gusto no sólo es una tentación para el régimen chino. A los jóvenes de hoy, el mítico libro “Cómo ganar amigos e influir sobre las personas”, del estadounidense Dale Carnegie, les podría parecer una guía perfecta para fabricar hipócritas.



Publicado en 1936, este best-seller ofrece algunas técnicas para agradar en las relaciones sociales. Hay consejos muy variados: unos van dirigidos a mejorar habilidades como hablar en público o ser un buen conversador; otros enseñan maneras de mostrar aprecio real por los demás; pero también hay otros que reducen a los demás a meros espectadores del ego-business.



El libro encandiló a una generación de norteamericanos que, en general, veían con buenos ojos el principio “si quieres recoger miel, no des puntapiés a la colmena”. La amabilidad se presentaba como una forma de reforzar la cohesión social. Otra cosa es que algunos quisieran sacar provecho propio.

Fue quizá esta vertiente utilitarista de los buenos modales lo que inclinó el péndulo hacia el extremo contrario. Como explica Christine B. Whelan, profesora de sociología en la Universidad de Pittsburgh, la revuelta contracultural de los años sesenta y setenta desafió esta mentalidad.



La cortesía comenzó a verse como un artificio. La sinceridad sin paños calientes –“yo digo lo que pienso, pise los callos que pise”– y la expresión de las emociones, aún de las más viscerales, se presentaron como lo más auténtico. Quizá no habían leído a Roland Barthes, para quien “la cortesía es más generosa que la franqueza, pues significa que uno cree en la inteligencia del otro”.



El año pasado, Whelan hizo un experimento con sus alumnos. Les dio a leer el libro de Carnegie y después tenían que contestar dos preguntas: “¿Crees que sus consejos funcionan?” y “¿Te parecen honrados”.



“La respuesta a la primera pregunta fue un rotundo sí”, explica en un artículo publicado por Big Questions Online. “Te contaban cómo se habían librado de multas por exceso de velocidad, cómo habían arreglado un noviazgo o cómo se habían ganado la aprobación de sus suegros potenciales gracias a las técnicas amigables de Carnegie”.



Tal vez por eso el interés por los buenos modales y por el protocolo es una de esas cosas que siempre vuelven, aunque sea por motivos de saber manejarse en el ambiente laboral y social.

La segunda pregunta, en cambio, dividió a la clase. Eso de sonreír a alguien por quien no sientes ninguna simpatía, ¿no es un poco hipócrita? Claro que funciona y que la gente enseguida corresponde, reconoce un alumno. Pero se siente –añade– como si se estuviera mintiendo a sí mismo.



Siguiendo a C. S. Lewis, Whelan propuso una reflexión a sus alumnos: comenzar a hacer cosas por los demás es una forma de empezar a quererlos. Más que hipocresía, es un intento de tender puentes: “Tratar a los demás ‘como si’ ya existiera una amistad es un primer paso para crearla”.

Y también para cambiarse a uno mismo. Así lo veía el moralista francés Jean de la Bruyère (1645-1696): “La cortesía hace aparecer al hombre por fuera tal como debería ser interiormente”.



La realidad es que vivir en la perpetua espontaneidad no es viable. Dominique Picard, autior de dos libros sobre la cortesía, declara a La Croix (12-01-2011): “La cortesía es, por una parte, un sistema de reglas un poco formal (...). Pero, en su base, es el aceite que se pone en la maquinaria de las relaciones sociales, lo que permite vivir juntos respetando al otro, de manera que todo el mundo tenga su sitio”.



La amabilidad sana heridas

Gill Corkindale, experta en administración de empresas y ex gerente del Financial Times, también es de las que piensan que la amabilidad no es un artificio. De hecho, según cuenta en su blog de la Harvard Business Review, fue el apoyo de sus colegas lo que le ayudó a recuperar la ilusión en el trabajo tras un duro golpe.



Su vida profesional transcurría sin grandes sobresaltos; a los períodos de más estrés seguían otros de calma. Dedicaba bastantes horas a mejorar su formación y se preocupaba mucho por los asuntos cotidianos.



Todo iba sobre ruedas hasta que un día le dijeron que un familiar muy querido había muerto de forma inesperada. “Me quedé de piedra, absolutamente desconcertada. Durante varias semanas fui incapaz de pensar o de hablar sobre el trabajo. La vida se detuvo, y no tenía fuerzas para empezar de nuevo”.



Hubo dos cosas que le ayudaron a recuperarse poco a poco. El shock –reconoce con una sinceridad que desarma– le abrió los ojos y le hizo caer en la cuenta de que había mucha gente a su alrededor que también tenía problemas serios.



Un banquero joven le contó lo mal que lo pasó cuando falleció su hermana de 27 años; un empresario de 47 años le confesó sus batallas por superar la alcoholemia que había acabado con las vidas de su padre, su hermano y su tío antes de cumplir los 50; otra colega le dijo que estaba exhausta de cuidar a su hijo de 6 años, que padecía una enfermedad terminal...



La segunda cosa que le ayudó a salir adelante fue el aprecio de sus jefes y de sus colegas. “Me dieron tiempo y espacio suficientes para recuperarme. Respetaban mis deseos de estar a solas y, a la vez, me animaban a dar pequeños pasos para salir adelante. La amabilidad marcó la diferencia”.

lunes, 9 de mayo de 2011

El conformismo de la transgresión

artículo de javier gomá / www.elpais.com / sabado 23 de abril de 2011



Si en otro tiempo la transgresión contribuyó al avance de la civilización, en la sociedad liberada actual su lenguaje es superfluo y lo que exige el aprendizaje moral es otra cosa, escribe Javier Gomá en El País (23-04-11).



“La cuestión moral ahora pendiente ya no es cómo ampliar la libertad subjetiva sino cómo crear las condiciones para una convivencia pacífica entre millones de individualidades liberadas fomentando entre ellas hábitos de amistad cívica. Convivir implica aceptar positivamente algunos gravámenes restrictivos y esta aceptación exige a su vez un aprendizaje moral y sentimental del ejercicio de la libertad.



(...) En lugar de prestar ese servicio, la cultura dominante –la cultura coetánea– sigue insistiendo con monotonía en el lenguaje de la liberación. No sólo el artista o el filósofo nihilista, todo el mundo es en la hora presente un gran, un inmenso transgresor. Quien más quien menos se reclama provocador, subversivo, inconformista y rebelde. Oh, sí, por supuesto, un gran transgresor, pero ¿de qué y contra qué? El más modoso de los ciudadanos bosteza de aburrimiento ante espectáculos licenciosos que hasta hace poco habrían hecho sonrojarse al mismo Calígula. Ser transgresor es hoy como hacer top lessen una playa nudista.



Si la transgresión ha perdido últimamente su èlan liberatorio se debe a que, como señala Bataille, su práctica presupone la existencia de una regla prohibitiva que se contraviene pero no se suprime, y el proceso liberador ha suprimido todas las reglas y no ha dejado nada que contravenir. La transgresión ha sido cosificada por un mercado que absorbe todas sus contradicciones y las integra en su lógica; ha sido institucionalizada por obra de un Estado que la subvenciona y le presta sus espacios oficiales (teatros y museos públicos); ha sido neutralizada por leyes que normalizan una opción sexual condenada hasta hace poco como vicio nefando.



También a mi se me escapa un bostezo ante tanta afectación anacrónica y tanta maniera antica”

Más allá de las etiquetas

artículo de fernando pascual arcol /analisis y actualidad n. 22 jueves 5 mayo de 2011



La costumbre de etiquetar a otros es tan común que parece que la llevamos escrita en nuestros genes. Porque el mejor modo de “anular” al otro, de arrinconarlo, de silenciarlo, de negarle sus derechos, incluso su misma dignidad, es ponerle una etiqueta que nos impide ver a la persona para fijarnos en el adhesivo.



¿Es del otro lado de la frontera? Tenemos ante nosotros un enemigo. ¿Habla mal? Estamos ante un hombre inculto, incapaz de aportar algo inteligente. ¿Tiene un buen vestido? He aquí un burgués capitalista, opresor de los pobres y enemigo de la justicia. ¿Huele a vino? Se trata de un miserable que seguramente arruina a su familia.



Las etiquetas surgen desde el deseo interior de “dominar” al otro, de encasillarlo, de comprenderlo. Por eso salen casi espontáneas, hasta el punto de que quien está ante nosotros llega a “convertirse” en un ser despreciable, sin derecho a la palabra y sin posibilidad de defenderse de acusaciones que a veces son completamente falsas.



Pero más allá de las etiquetas existe en cada hombre, en cada mujer, algo muy grande y muy hermoso: un corazón, una inteligencia, un alma espiritual. Porque ningún hombre, ninguna mujer, puede quedar reducido a lo que aparenta, a sus modos de actuar, o a los sentimientos negativos que surgen en nosotros contra esa persona.



En cada ser humano se esconde el tesoro del espíritu, la vocación indeleble a la verdad, al bien, a la belleza. También, por desgracia, dentro de cada uno hay tendencias hacia el mal, hacia la injusticia, hacia la mentira. Por eso las etiquetas positivas, con las que vemos de modo ingenuo en alguien sólo cualidades, pueden llegar a ser tan erróneas y tan negativas como las etiquetas con las que rechazamos injustamente a otros.



El misterio de cada ser humano va mucho más allá de cualquier etiqueta. En el fondo, sólo Dios conoce eso que llevamos dentro, eso que somos realmente, en una extraña mezcla de miseria y de grandeza.



Por eso, antes de enjuiciar a otros, conviene detenernos y mirar hacia arriba, para descubrir dimensiones insospechadas en este hombre, en esta mujer, a los que podré ayudar seriamente si dejo de lado etiquetas ingenuas o rencorosas. Será posible, entonces, tenderle una mano amiga y convertirnos en compañeros de camino en la maravillosa aventura de la vida humana.

[Ben Laden] Frente a la muerte de hombre un cristiano no se alegra nunca

declaraciones de federico lombardi, portavoz del vaticano /www.zenit.org / lunes 2 de mayo de 2011



Ante la muerte de un hombre “un cristiano no se alegra nunca”, afirma el director de la Sala de Prensa de la Santa Sede, Federico Lombardi, tras conocerse la noticia de la muerte de Osama Bin Laden a manos de un comando del ejército norteamericano.



El portavoz de la Santa Sede augura que este acontecimiento “no sea una ocasión para un ulterior crecimiento del odio sino de la paz”, y recordó la “gravísima responsabilidad” del líder de Al-Qaeda de difundir el “odio” entre los pueblos.



“Frente a la muerte de un hombre, un cristiano no se alegra nunca, sino que reflexiona sobre las graves responsabilidades de cada uno ante Dios y los hombres, y espera y se compromete para que cada acontecimiento no sea ocasión para un crecimiento ulterior del odio, sino de la paz”.



Osama Bin Laden, añade la declaración, “tuvo la gravísima responsabilidad de difundir división y odio entre los pueblos, causando la muerte de innumerables personas, y de instrumentalizar las religiones con este fin”.

Con la beatificación de Juan Pablo II no se trata de hacer un juicio histórico sino de saber si vivió en grado heroico las virtudes

entrevista de irene hernández velasco a joaquín navarro valls, ex portavoz del papa / www.elmundo.es / sábado 30 de abril de 2011



Su rostro con los ojos llorosos, un día antes de la muerte de Juan Pablo II, dio la vuelta al mundo. Y, seis años después, Joaquín Navarro- Valls (Cartagena, 1936) aún se sigue emocionando visiblemente en algunos momentos cuando habla de KarolWojtyla, con quien trabajó codo con codo durante 21 años como su jefe de prensa. Este miembro numerario del Opus Dei, que llegó a ejercer como psiquiatra y como periodista antes de convertirse en el primero –y hasta ahora único– laico al frente de la oficina de prensa de la Santa Sede es sin duda alguna una de las personas que mejor conocieron a Juan Pablo II, quien mañana será elevado a los altares en una ceremonia de beatificación presidida por su sucesor, Benedicto XVI.



Durante las dos décadas que trabajó junto a Juan Pablo II, ¿tuvo en algún momento la sensación de estar ante un santo?

Estos días todo el mundo dice: «La Iglesia hace santo a Juan Pablo II». Y yo no estoy en absoluto de acuerdo. Porque una persona o es santa mientras vive o no lo será nunca... No es que la Iglesia ahora haga santo a Juan Pablo II, sino que certifica que en su vida fue santo. Y eso es algo que se le veía.



¿Y en qué se notaba?

Sería largo de explicar. Quizás sea una cosa muy subjetiva, pero para mí se le notaba sobre todo en su buen humor. Puede parecer una cosa paradójica, pero es así. Cuando se tienen 17 o 18 años tener buen humor es una cosa obligatoria, biológica. A los 40, cuando uno empieza a tener problemas con el trabajo, con la mujer, con los hijos, ya no... Y a los 80, cuando se tiene encima el peso de una vida, enfermedades y toda una serie de cosas, seguir teniendo buen humor resulta excepcional. Para mí el buen humor era uno de los rasgos definitivos de su santidad, ese modo positivo de ver las cosas, ignorando completamente sus propios problemas y viviendo para su misión, para la gente.



Imagino que fue tal vez en los últimos años, cuando Juan Pablo II ya estaba enfermo, cuando se acentuó esa capacidad de ponerle buena cara a la adversidad...

Efectivamente. Me acuerdo por ejemplo de una vez, cuando él ya llevaba bastón, que un cardenal, pensando que le iba levantar el ánimo, le dijo: «Santo Padre, lo veo muy bien». Y él, con cara de guasa, le respondió: «¿Pero es que usted cree que yo no veo en la tele la condición en que estoy?».



Una pregunta personal: ¿usted reza a Juan Pablo II?

Bueno… Yo trato de seguir en contacto con él. Antes, según el trabajo que teníamos, pasábamos juntos dos o tres horas al día, dependía. En los viajes largos aún eran más horas. Ahora tengo la sensación de que he ganado: son 24 horas al día. Lo que le puedo decir es que la gente se imagina que para un creyente rezar es una obligación o simplemente una convicción. Para Juan Pablo II era una necesidad: no podía dejar de hacerlo.



¿Y sabe usted qué pedía Wojtyla en sus oraciones?

Muy frecuentemente, cuando iba a su apartamento, lo veía rezando durante horas en su pequeña capilla, con unos papelitos en la mano: pasaba uno, luego otro, luego otro... ¿Qué hacía? No me atreví a preguntárselo. Pero se lo pregunté a su secretario personal, Stanislaw Dziwisz. Me contó que a Juan Pablo II le llegaban cartas de todos los rincones del mundo, en todas las lenguas, de gente perfectamente desconocida que le pedía que rezara por esto o por aquello. Eran cartas del tipo: «Rece usted por mí porque soy una madre con cuatro hijos y me han diagnosticado un cáncer muy grave», o «Rece usted por mi hijo que se droga». En fin, todas las miserias imaginables del mundo. ¡Y el Papa se pasaba horas rezando por todo eso que le pedían, con las cartas en la mano! Su oración estaba llena de todas las necesidades de los demás. Estoy seguro que no le quedaba espacio en su oración para plantearle a Dios sus cosas.



¿Cuál cree que era su mayor virtud?

A veces uno tiene la impresión de que las distintas virtudes cristianas están en contraposición unas con otras. Así, la persona que es muy recta de pensamiento a veces peca de intransigente, de fría y distante. Y en el polo opuesto, aquel que por su carácter es comprensivo a veces cae en una especie de indeferencia, confunde el ser misericordioso con importarle todo un bledo. En Juan Pablo II no se producía esa locura de virtudes. Por ejemplo: era un hombre que no perdía un minuto, y al mismo tiempo nunca tenía prisa.



¿Y su punto débil?

¿Su punto débil? Yo me pregunto hasta qué punto no se pueden aprovechar algunos de la gran bondad de una persona que amaba mucho a todos los que tiene a su alrededor, como era su caso…



¿En ese sentido hay quienes consideran que el proceso de beatificación de Juan Pablo II ha sido excesivamente rápido, que no ha habido tiempo de analizar en profundidad su papel ante los graves y numerosos casos de abusos a menores cometidos por sacerdotes durante su Pontificado y su relación con Marcial Maciel, el pederasta en serie y fundador de los Legionarios de Cristo que disfrutó del apoyo personal de Juan Pablo II…

Es un asunto largo, pero que voy a tratar de resumir. Había por aquellos años una carta autógrafa de Maciel dirigida a un periódico americano en la que juraba ante Dios que todas las cosas que se decían de él eran falsas y que no pensaba defenderse, que lo llevaba como una cruz, etcétera. Esa carta está ahí, en internet, yo la tengo en el archivo. Y no obstante todo eso, el procedimiento canónico contra Maciel se empezó en el pontificado de Juan Pablo II. Se terminó en los primeros meses del pontificado de Benedicto XVI, y de hecho fui yo quien informó de aquello. Y todo ello, le repito, a pesar de los juramentos de esa persona. Pero, además, permítame recordarle que en aquella época hubo dos cardenales de la Iglesia –uno era Bernardin, de Chicago, y el otro Pell, de Sydney– que fueron acusados públicamente de abusos sexuales. Pues bien: en menos de un mes se demostró que las dos acusaciones eran falsas. Hay que recordar ese contexto. Pero insisto: en el caso concreto de Maciel el proceso canónico se inició en el pontificado de Juan Pablo II.



Sí, pero Juan Pablo II tardó mucho en abrir el proceso contra Maciel. ¿Cree que ese retraso pudo ser fruto de su excesiva bondad?

No, lo que ocurrió es que no había jurídicamente los datos que se obtuvieron luego.



Pero Maciel gozó de la protección de colaboradores de Juan Pablo II, porque a pesar de que desde hacía tiempo había muchas denuncias contra él pasaron años hasta que se inició el proceso…

Le he citado los casos de Pell y de Bernardin y le podría citar otros… Usted me habla de denuncias. Pero una persona, también en el derecho canónico, es inocente hasta que no se demuestre su culpabilidad..



Como jefe de prensa de Juan Pablo II, ¿hubo momentos difíciles de comunicación entre usted y el Papa?

No. Una de las cosas que siempre me ha ayudado profesionalmente, y que también me ha impresionado humanamente, es que él contaba todo: audiencias con personajes del mundo, jefes de Estado, lo que fuera… O cosas personales, como por ejemplo sus enfermedades. Nunca, ni una sola vez en más de 20 años, le he oído decir: «Pero esta información que le doy es sólo para usted, no la haga pública». Él se fiaba de la profesionalidad de los demás. Era un hombre que desde ese punto de vista tenía una mentalidad muy laica, muy profesional. Yo era el jefe de prensa y él dejaba en mis manos la responsabilidad de decidir lo que hacía público y lo que no.



¿Pero podía levantar el teléfono y llamarle en cualquier momento?

Siempre.



¿Y alguna vez lo hizo?

Naturalmente. Los últimos días de su vida, por ejemplo, mi jornada cotidiana se dividía en dos períodos muy distintos: estar en la habitación donde él estaba muriendo, algo que me resultaba muy difícil, y luego estar con vosotros, los periodistas, en la sala de prensa. Pero eso no fue una cosa excepcional del final, sino que fue así desde el principio. Juan Pablo II valoraba mucho el legítimo interés de la gente, no sólo por su enfermedad sino por todas las cosas.



La de Juan Pablo II va a ser la beatificación más rápida de la historia moderna de la Iglesia. ¿Cree que está justifica esta velocidad?

No sé si va a ser el personaje que más rápidamente ha sido beatificado… Durante muchos siglos los santos eran canonizados por clamor popular. Es decir, era el pueblo que conocía la vida de aquella persona y decía: «Este hombre es santo». Desde este punto de vista lo que ocurrió el día de su funeral, cuando la gente comenzó a gritar «santo súbito», ya resulta en algún modo indicativo. No obstante, Benedicto XVI decidió que se hiciera el proceso de beatificación. Yo considero, aunque entiendo las razones contrarias, que sería una cosa magnífica poner a disposición de la gente los seis volúmenes del proceso de beatificación, que son una maravilla. Ver la vida de Juan Pablo II contada no ya por documentos históricos sino por testigos oculares es magnífico. Incluso, y es muy interesante, allí dentro están los testimonios de algunas personas seriamente contrarias a su beatificación.



Pero cree que, tan solo seis años después de la muerte de Juan Pablo II, ¿hay la suficiente perspectiva histórica sobre su persona como para elevarle a los altares?

Yo a eso le respondería que no se trata de hacer un juicio histórico, sino de saber si Juan Pablo II tenía virtudes en grado heroico. Eso es lo que significa un proceso de beatificación. Los historiadores luego escribirán volúmenes y contarán además con el material histórico de los archivos vaticanos, que ahora están cerrados y que no han sido tenidos en cuenta para el proceso de beatificación porque no tienen valor desde el punto de vista de evaluación de la santidad de la persona. La pregunta que se hace en el proceso de beatificación es: ¿vivió esta persona las famosas siete virtudes cristianas –tres teologales y cuatro morales– y las vivió en grado heroico? Y eso es algo a lo que se puede responder ahora, recurriendo sobre todo a los testimonios directos.



¿Recuerda la última vez que habló con Juan Pablo II?

No recuerdo cuándo fue la última vez, pero desde luego fue en el último período, probablemente días antes de su muerte. Si se refiere a mi despedida de él, fue sin palabras, ya no había necesidad. Él estaba perfectamente consciente, nos miramos a los ojos sufriendo, porque el final fue doloroso, y le besé la mano. Recuerdo que era una mano muy fría, porque en esos últimos días tenía la tensión arterial bajísima. Pero no tuve ningún deseo de decirle nada... ¿Qué le iba a decir? ¿Qué esperaba yo que él me dijese? Eran veintitantos años trabajando juntos día y noche, viajando juntos, descansando juntos en la montaña... Cualquier palabra hubiera resultado insuficiente.

¿Qué quedará de la historia?

articulo de juna luis lorda, profesor de teología moral de la universidad de navarra/ www.diariodenavarra.es /lunes 2 de mayo de 2011



En nigún funeral de la época moderna (ni de la antigua) ha contado con una representación oficial tan amplia y significativa como el de Juan Pablo II; donde se podían ver desde tres presidentes norteamericanos, los dos Bush y Clinton, hasta una nutrida representación del mundo árabe. ¿Fue sólo un momento de emoción en el océano de aburrimiento de una época gris que no sabía la crisis económica que se le venía encima? ¿Quedará algo para la historia, aparte de unas escenas impresionantes, para el que las quiera recordar?



Acostumbrados como estamos a la vieja manipulación ideológica de la historia en todos los regímenes totalitarios, y a la reescritura a la que es sometida por las ideologías en el poder, y por los nacionalismos recientes, ya sabemos que el pasado depende de quién lo cuenta. Y, en un mundo cada vez más global en la superficie, y más roto en lo que queda del fondo, cada uno se cocina la historia que le conviene.



Desde este punto de vista la figura de Juan Pablo II, molesta para gran parte del pensamiento dominante, está bastante expuesta. Especialmente en esta piel de toro. En los archivos está, para quien lo quiera estudiar, ese sector de la televisión y de la prensa nacional que hizo todo lo que pudo, como línea editorial, para distorsionar y desviar la atención del público. Que sólo quería fijarse en lo que costaban los viajes, en los que protestaban, en los grupúsculos alternativos, en lugar de en las multitudes, en la alegría de las celebraciones y en los mensajes. Y que fue totalmente superada en viajes como el de Cuba. Pero no han cambiado. Y quizá son responsables de que, en España, la figura de Juan Pablo II no haya tenido la misma influencia que, por ejemplo, en Estados Unidos o en Italia. Spain is different. España es diferente: antes, por despreocupada y folclórica; hoy, por ácida y resentida.



En la homilía del inicio del cónclave, el que iba a ser su sucesor y no lo sabía, cardenal Ratzinger, declaró: "El deja una Iglesia más valiente, más libre, más joven. Una Iglesia que, según su enseñanza y su ejemplo, mira con serenidad al pasado y no tiene miedo del futuro".



Es difícil expresar mejor lo que la Iglesia católica debe a Juan Pablo II. Se puede decir que resolvió y encauzó la crisis postconciliar: él que era un protagonista del Concilio, que participó activamente en las sesiones, que contribuyó a escribir alguno de los principales documentos, que quedó marcado por esa impronta y que la llevó a su pontificado. Mucho más que otros que pretendían ser, también entre nosotros, los depositarios del espíritu del Concilio, a veces, sin haberlo leído. No les hacía falta, porque eran fieles a sus propios puntos de vista y a sus manías convertidas en profecía.



La figura de Juan Pablo II es, a la vez, una figura titánica y amable. Titánica por la cantidad, calidad y amplitud de sus iniciativas. Amable, porque todo lo hizo sin perder su buen tono de hombre sencillo, cercano, piadoso y auténtico. Nunca se ocultó y estuvo a la vista de todo el mundo. De los que le veían a todas horas y todos los días. Desayunaba, comía y cenaba siempre con gente distinta y variada. No necesitaba ni ocultarse ni apartarse. Sólo para rezar y rezaba mucho. Y todos han dejado este testimonio unánime.



¿Qué le debe la Iglesia? Esa renovación de ánimo y ese dar cauce al Concilio, que es el acontecimiento más importante de la Iglesia en la época moderna. ¿Qué le debe el mundo? Ese testimonio de humanidad y de santidad. Y de paso, esa caída inesperada del muro de Berlín, que no era sólo un muro físico, sino, también, el mayor muro mental que se ha alzado en la historia de la humanidad. Una división completa en la concepción de la vida y del futuro de la sociedad. Un trágico sucedáneo del cielo en esta pobre tierra. Muchos que sostenían el muro sin estar dentro, no se lo han perdonado. Pero es que quizá necesitaban antes perdonarse a sí mismos.



Los cristianos no podemos menos de contemplar la figura de Juan Pablo II con una inmensa admiración, como un gran don de Dios en el comienzo del tercer milenio de la era cristiana. Hay mucho que aprender de su figura, por eso son tan interesantes sus testimonios personales y las buenas biografías que se están publicando. Y también hay mucho que aprender de sus escritos personales, especialmente en el dominio de lo que es la conciencia en la vida de las personas. Y de la doctrina cristiana sobre la sexualidad, el matrimonio y el celibato.



En la memoria cristiana, la figura de Juan Pablo II quedará como una gran luz, unida a esa maravillosa y conmovedora constelación de santos que es la verdadera riqueza de la Iglesia. En las demás historias, dependerá de cada uno. De si quiere o no meterlo en la suya, tal como él fue.



Pascal se atrevió a decir que la historia de la Iglesia es la historia de la verdad. Y no era un ingenuo.