Asociación Ronda80. Voluntariado

Blog para los voluntarios de la Asociación Ronda80 y público en general.
Contiene la agenda de actividades para voluntariado organizadas por esta asociación y una recopilación semanal de cinco noticias de interés que se envía por e-mail.

Calendario

lunes, 22 de febrero de 2010

Benedicto XVI pide a los obispos irlandeses honradez y valentía contra los abusos sexuales


noticia / www.aceprensa.com / viernes 17 de febrero de 2010

Afrontar la actual crisis con “honradez y valentía” es lo que ha pedido Benedicto XVI en la reunión que ha mantenido con los obispos irlandeses el 15 y 16 de febrero para examinar los casos de abusos sexuales cometidos por algunos sacerdotes y religiosos.

Según el comunicado emitido por la Oficina de Información de la Santa Sede, tras una breve introducción del Papa, cada uno de los 24 obispos ofreció sus propias observaciones y sugerencias. Junto con representantes de la Curia Romana, examinaron “el fracaso de las autoridades de la Iglesia durante muchos años para afrontar eficazmente los casos de abusos sexuales de jóvenes por parte de algunos clérigos y religiosos irlandeses”. Todos los presentes han reconocido que “esa grave crisis ha desembocado en el desmoronamiento de la confianza en la jerarquía eclesiástica y ha perjudicado su testimonio del Evangelio y sus enseñanzas morales.”

Los obispos expresaron “el sentido de pena, rabia, traición, escándalo y vergüenza expresado en numerosas ocasiones por aquellos que han sufrido abusos”. Y, como reacción, entre los fieles “se ha dado un sentimiento de indignación por parte de los laicos, sacerdotes y religiosos en este sentido”.

Los obispos, sigue diciendo la nota, subrayaron que “ mientras que no cabe duda de que en el corazón de la crisis se encuentran errores de juicio y omisiones, ahora hay que tomar medidas significativas para asegurar la seguridad de los niños y jóvenes”, y manifestaron su compromiso de colaborar con las autoridades civiles.

Por su parte, Benedicto XVI observó que “el abuso sexual de niños y jóvenes no es sólo un crimen atroz, sino también un pecado grave que ofende a Dios y hiere a la dignidad de la persona humana, creada a su imagen”.

También apuntó que “la debilitación de la fe ha sido un factor que ha contribuido de manera significativa al fenómeno de los abusos sexuales de menores” e hizo un llamamiento a “mejorar la preparación humana, espiritual, académica y pastoral de los candidatos tanto al sacerdocio como a la vida religiosa”.

Los obispos tuvieron la oportunidad de conocer y discutir un borrador de la carta pastoral que prepara el Santo Padre para los católicos de Irlanda”.

Cambios en la Iglesia de Irlanda

Tras la cumbre episcopal, el cardenal Seán Brady, primado de Irlanda, acompañado de otros cuatro obispos irlandeses, tuvo un encuentro con periodistas en la sede de Radio Vaticano. El cardenal reconoció que la recuperación de la credibilidad de los obispos irlandeses requerirá tiempo y exigirá “humillación”.

El cardenal reconoció los errores y culpas de los obispos a la hora de afrontar los casos de abusos, y explicó que la santa Sede no tiene responsabilidades en ello, pues los clérigos o religiosos involucrados dependían de sus superiores locales.

Explicó que esta reunión con el Papa no se ha centrado en tomar disposiciones concretas. Para esto se ha convocado una asamblea plenaria del episcopado dentro de tres semanas. Al hablar de los medios para mejorar el gobierno de la Iglesia, Brady explicó que “antes de inventarnos nuevas estructuras, tenemos que utilizar lo mejor posible las ya existentes, como los consejos pastorales parroquiales o diocesanos”.

Entre los temas pendientes está la situación de los obispos que en el Murphy Report (el informe sobre los abusos sexuales) son acusados de no haber reaccionado debidamente ante las denuncias, y de haber tratado de ocultarlas. El pasado diciembre, cuatro obispos habían presentado su dimisión. Pero el arzobispo de Dublín, Diarmuid Martin, sugirió también recientemente la posibilidad de una amplia reorganización de la iglesia en Irlanda.

Falló también el Estado

El informe Murphy fue encargado por el gobierno irlandés a una comisión independiente para investigar cómo actuó la Iglesia ante las denuncias de abusos sexuales contra niños y jóvenes cometidas por clérigos desde 1975 a 2004. Su conclusión fue que “las preocupaciones de la archidiócesis de Dublín al afrontar los casos de abusos sexuales, al menos hasta la mitad de los años 90, fueron mantener el secreto, evitar el escándalo, proteger la reputación de la Iglesia y preservar sus propiedades. Otras consideraciones, incluido el bienestar de los niños y la justicia a las víctimas, se subordinaron a estas prioridades. La archidiócesis no aplicó las reglas del Derecho Canónico e hizo todo lo posible para que no se aplicara la ley del Estado”. El informe Murphy se centra en las alegaciones de abusos contra 46 sacerdotes de la archidiócesis de Dublín.

De la investigación se desprende también que las propias autoridades civiles, incluidas la fiscalía y la policía, facilitaron el encubrimiento de los casos de pederastia. Después de la publicación del informe, el gobierno irlandés presentó sus excusas por los fallos del Estado en este asunto.

El suicidio no puede nunca llegar a ser un fenómeno normal


extracto en www.eurotopics.net / fuente: www.trouwn.ne (Holanda)

/ domingo 11 de febrero de 2010

En Holanda se está debatiendo la posibilidad de ampliar la regulación del suicidio asistido después de que un grupo de ciudadanos de renombre mayores de 70 años, entre los que figuraban políticos jubilados, haya reclamado el derecho a la asistencia médica para que los ancianos que así lo deseen acaben con su vida. El diario de corte cristiano Trouw opina que este reclamo va demasiado lejos:

"Las solicitudes están marcadas por un enfoque extremadamente individualista que pasa por alto que el suicidio afecta al entorno y en última instancia a toda la sociedad. ¿Cuál es el valor de la calidad de vida en una sociedad que permite con tanta facilidad la muerte a petición? ... El peligro de la politización del derecho a autodeterminarse estriba en que, como ya lo muestra la historia de las leyes sobre el aborto y la eutanasia, las alternativas desaparecen rápidamente del campo visual. Este periódico insiste en que el suicidio jamás debe convertirse en un fenómeno social normal, porque de hacerlo, la vida perderá valor y, por muy paradójico que pueda sonar, la sociedad perderá empatía."

Debate y confrontación democrática desde el respeto a las personas


Artículo de alejandro navas, profesor de sociología de la universidad de navarra /www.scriptor.org/ miércoles 17 de febrero de 2010

Esto es una anécdota sin sustancia. Importa mucho más lo que Alejandro Navas refiere y razona sobre lo sucedido en Alemania al presidente de Baja Sajonia por viajar con su familia en Business:

Los hechos: el presidente del Land alemán de Baja Sajonia, Christian Wulff (CDU), adquirió en mayo de 2009 billetes en clase económica de la compañía aérea Air Berlin para volar junto con su familia -mujer y dos hijos- a Miami (ida el 21 de diciembre y vuelta el 3 de enero). Precio de los billetes: 2.759 euros. Hasta aquí, nada que objetar. También los presidentes de los gobiernos regionales tienen derecho a disfrutar las vacaciones navideñas.

La cosa empieza a complicarse cuando en el marco de una celebración de cumpleaños en septiembre, Bettina, la esposa de Christian Wulff, coincide con el presidente de Air Berlin, Joachim Hunold, y le cuenta sus planes de viaje. El presidente le ofrece sobre la marcha la posibilidad de volar en clase business, supuesto que haya sitios libres. Se trata de una práctica frecuente en las compañías aéreas, denominada upgrading. Además, insiste Hunold, de esta forma se garantiza mejor la seguridad de la familia Wulff, ya que al tratarse de un viaje privado tienen previsto hacerlo sin escolta. La familia Wulff acepta agradecida este ofrecimiento y se supone que disfrutan el vuelo y las vacaciones sin problemas.

Las dificultades comienzan a la vuelta, cuando el semanario Der Spiegel tiene noticia de lo sucedido y lo investiga. Entre otras cosas, se dirige a la secretaría del propio Wulff, que cuenta la verdad sin ocultar ningún dato. La crónica se publica en la edición del 12 de enero y el escándalo está servido. Se produce una interpelación parlamentaria y Wulff tiene que dar explicaciones.

De entrada, abona a la compañía aérea 3.056 euros por la diferencia de precios de los billetes. Wulff comparece ante el Parlamento el 21 de enero y reconoce su error: “No debería haber aceptado el upgrade. Fue una equivocación y lo reconozco sin excusas… Un político debe evitar hasta el menor asomo de trato de favor… Caí en la cuenta cuando la redacción de Der Spiegel me preguntó por el asunto”.

Los portavoces de la oposición socialista y verde criticaron sin ambages el proceder de Wulff, a la vez que manifestaron un exquisito respeto hacia su persona: “Nadie piensa que Wulff sea un aprovechado, pero actuó de modo imprudente”, declaraba el portavoz de los verdes, Wenzel. La cosa no acaba en el Parlamento, pues la fiscalía va a investigar si Wulff ha incurrido en delito. En efecto, la ley de gobierno de Baja Sajonia establece que los miembros del ejecutivo no pueden recibir premios o regalos vinculados al ejercicio de su cargo por valor superior a diez euros, ni siquiera una vez que han abandonado el gobierno.

Por tanto, el desenlace final de este incidente queda abierto. El Land de Baja Sajonia tiene el 20 % del capital de Volkswagen, de modo que el presidente del gobierno regional es miembro del consejo de administración de la empresa. Así pues, lo que le ocurra al señor Wulff influye también en Navarra: consecuencias de la globalización.

¿Sería trasladable ese episodio a nuestro país? Desde luego que aquí tenemos una abundante casuística en lo que se refiere a la utilización de los cargos públicos para la obtención de ventajas privadas. En cambio, pienso que el debate originado en Hannover a propósito del incidente de los billetes sería impensable en nuestro escenario político y mediático: un jefe de gobierno que colabora sin reservas con una revista que va a por él y que reconoce públicamente y con sencillez sus errores; una oposición que critica al presidente de modo tan implacable como respetuoso; una fiscalía realmente independiente que investiga con absoluta normalidad al jefe del ejecutivo.

Suena todo a cuento de hadas. Este incidente pone de manifiesto que la democracia, además de un procedimiento para regular el acceso al poder, es una cultura que cultiva el debate y la confrontación, pero a partir del respeto a las personas.

También nos enseña que la separación de poderes, esa que Alfonso Guerra declaró muerta y enterrada en los años ochenta, es crucial para evitar la degeneración del sistema. Y muestra igualmente que los medios de comunicación ayudan de modo decisivo al fortalecimiento de esa cultura al vigilar y denunciar las irregularidades de los políticos.

Acusarlos entonces de desestabilizar el sistema cuando simplemente cumplen con su deber resulta estúpido y, con frecuencia, esconde la pretensión de desviar la atención pública para ocultar turbios manejos. La transparencia sigue siendo el mejor remedio para la curación de las patologías que afectan a la democracia.

Cinco secretos de un buen colegio


extraído de aceprensa/ Fuente: www.thetimes.uk / martes 16 de febrero de 2010

El diario The Times (16-02-2010) dedica un amplio reportaje a Catherine Myers, una mujer que ha logrado situar entre las mejores escuelas de Gran Bretaña a varios colegios que estaban bajo mínimos. Según explica Myers, su fórmula secreta para educar con éxito a los adolescentes es la enseñanza personalizada.

Catherine Myers lleva años dedicada a la enseñanza. Suele aprovechar las vacaciones para conocer los métodos docentes que se aplican en los colegios de algunos países. Entre sus preferidos están algunas escuelas para niños pobres de Estados Unidos y otras de Suecia y Dinamarca.

¿Cómo se hace un buen colegio? Aunque hay muchos factores en juego, Myers ofrece una respuesta rápida: “Nos lo jugamos todo en los detalles”. Esto significa que los alumnos han de ser tratados de acuerdo a sus necesidades específicas: las chicas, como chicas; los creativos, como creativos; y los pragmáticos, como pragmáticos. He aquí sus cinco consejos:

1. Educar a niñas y niños por separado. “Tradicionalmente, se daba por sentado que las chicas rendían más en colegios femeninos. Pero ahora estamos comprobando que los chicos también progresan más cuando tienen una enseñanza pensada para ellos”, dice Myers.

2. Dejarles trabajar a su manera, siempre y cuando trabajen. Para Myers, cada alumno tiene un estilo de aprendizaje propio. Es bueno que los alumnos lo descubran y que los profesores lo incentiven. ¿Qué necesidad hay de que todos pasen por el mismo aro?

3. Valorar la formación profesional y no verla como una opción secundaria. “Como madre –explica Myers– me doy cuenta de que si te pasas la mitad de tu vida obligando a tus hijos a que hagan lo que no quieren hacer, lo único que consigues es complicarte la vida. Es preferible que todos salgan de la escuela cualificados para algo”.

4. Establecer objetivos para cada uno. Myers está convencida de que es contraproducente comparar a unos alumnos con otros. Lo ideal es fijar objetivos para cada alumno, de manera que puedan desarrollar sus habilidades específicas. Los profesores deben estar atentos para reaccionar con rapidez y ofrecer su colaboración a los alumnos que no alcancen sus objetivos.

5. Gánate el respeto, dándolo. “Tienes que gustar a los alumnos y creer en que pueden lograr sus objetivos”, concluye Myers.

Hijos hiperprotegidos, padres exhaustos


artículo de juan meseguer velasco / www.aceprensa.com /

viernes 19 de febrero de 2010

El exceso de proteccionismo sobre los hijos está creando una generación de padres exhaustos que han de ingeniárselas para llegar a todo. Da la impresión de que educar bien a un hijo es llenar cada minuto de su tiempo libre.

Hace unos años, en las escuelas de Estados Unidos triunfó el concepto de los “padres helicóptero”, llamados así porque se lanzaban en picado al mínimo problema (cfr. Aceprensa, 29-03-2006). Bastaba que un chaval se presentara en casa con un suspenso imprevisto, un arañazo o una cara larga para que los padres aterrizasen en el colegio a pedir explicaciones. Pese a su buena voluntad, lo cierto es que los “padres helicóptero” llegaron a ser muy temidos por los docentes.

Contra el exceso de proteccionismo se han rebelado Gever Tulley y Julie Spigler, fundadores de Tinkering School. Se trata de una escuela de verano que pretende fomentar la creatividad de los chavales. Allí aprenden a hacer manualidades e inventos. También hay tiempo para realizar actividades de riesgo, supervisadas siempre por monitores.

Pese a las dificultades que han tenido para encontrar editor, Tulley y Spigler han recogido en un libro algunas de esas experiencias. Escrito con una buena dosis de provocación, Fifty Dangerous Things (you should let your children do) es una guía de juegos “peligrosos” que ofrecen alternativas de ocio a la televisión y los videojuegos.

En realidad, los juegos no son más peligrosos que aquellos a los que seguramente jugaron muchos de los padres de estos chavales: encender una hoguera con una lupa, trepar por un árbol, jugar al fútbol bajo una granizada, etc.

Para desdramatizar el asunto, los autores han optado por un estilo humorístico. Los títulos de los capítulos son deliberadamente provocativos: “Fabrica un explosivo”, “Súbete a un tejado”, “Aprende a jugar con fuego” (“eso sí, fuera de casa”, advierten)…

Al libro no le faltan ideas disparatadas. Pero, al menos, tiene el mérito de poner el dedo en una de las llagas contemporáneas: la obsesión por la seguridad y por evitar a los hijos cualquier mal rato.

El culto al niño

En Gran Bretaña también se está hablando estos días sobre la protección de los hijos. Pero aquí el debate ha comenzado con mal pie. Ante el aumento del vandalismo callejero, a Sir Al Aynsley-Green –comisario de la infancia– se le ocurrió echar la culpa a los padres. Pero no a los padres de los jóvenes que delinquen, sino al resto.

La tesis de Aynsley-Green es que Gran Bretaña es uno de los países del mundo donde la gente se preocupa menos por los hijos de los demás. A su juicio, si un adolescente quema un contenedor o rompe una ventana es porque los adultos del barrio no se implican lo suficiente.

La columnista Judith Woods cree que este reproche es injusto. “¿Cómo vamos a ocuparnos de otros niños, si estamos agotados de cuidar a los nuestros?”, se pregunta en el Daily Telegraph (4-02-2010).

“Nuestra preocupación por los niños roza la histeria. Los padres que conozco tratan a sus hijos como si fueran diosecillos. Los mimamos a cuerpo de rey, alimentamos cuidadosamente sus egos, los llevamos de aquí para allá en Volvos repletos de dispositivos de seguridad…”.

Woods recuerda con agradecimiento el margen de libertad que le daban sus padres: “La diversión era un asunto que debíamos resolver mis cuatro hermanas y yo, normalmente en el jardín. A veces fabricábamos deslumbrantes pelucas con las hojas de los árboles; otras veces, vestíamos al gato; y otras, simplemente nos peleábamos”.

Woods se lamenta de no haber seguido los pasos de sus padres. “Ahora me dedico –admite– a cuidar de mis dos hijos como una loca”. Además de acabar exhausta, se pregunta si eso es lo mejor: “El día de mañana, ¿me querrán más mis hijos por mi dedicación?”

“Me gustaría pensar que sí, pero tengo mis dudas. Lo que las generaciones anteriores veían como un maravilloso privilegio –que los adultos te hagan caso, que se preocupen por ti, que te apoyen–, nuestros hijos lo ven como derechos innegociables. Y así es difícil agradecer las cosas”.

La protección razonable

Cuando se habla sobre los excesos de la hiperprotección, cabe el riesgo de pasarse al extremo contrario: la indiferencia olímpica. No se trata de eso. La prudencia llevará a discernir, en cada caso, lo que de verdad representa una amenaza para los hijos y lo que no lo es.

No deja de ser una imprudencia, por ejemplo, dejar a un niño o a un adolescente que pasen un fin de semana en casa de otro amigo sin enterarse antes del plan (real) que van a hacer o si los padres van a estar en casa. Lo cual exigirá, en la mayoría de los casos, una breve llamada a los padres del amigo anfitrión.

También es razonable enterarse de lo que hacen los hijos en Internet. Además de establecer filtros, los expertos recomiendan a los padres que supervisen el empleo que hacen los niños de las redes sociales (cfr. Aceprensa, 19-01-2009). En la misma línea, es útil aconsejarles que no faciliten datos personales ni difundan sus fotos por la red. Según una encuesta de la Anti-Bullying Alliance de Gran Bretaña, el 20,5% de los niños de 10-11 años han sufrido hostigamiento, amenazas o insultos a través de Internet o del teléfono móvil. En el caso de la red, la vía principal fue las redes sociales, que son usadas por el 59% de los niños (cfr. Aceprensa, 20-11-2009).

La televisión es otro campo para ejercitar una protección razonable. Tras analizar diversos estudios que revelan los efectos que el exceso de televisión produce en niños y adolescentes, la Academia de Pediatría Americana lleva años recomendando entretenimientos alternativos. Asimismo, ha desaconsejado que haya aparatos de televisión en las habitaciones de los niños (cfr. Aceprensa, 5-09-2007).

Algunos padres creen que estas medidas son exageradas. A su juicio, es preferible que los chavales tengan autonomía suficiente para experimentar y equivocarse, también en estos ámbitos. Así, aprenderán a discernir lo bueno de lo malo, lo conveniente de lo que no lo es.

Cuando se trata de proteger a los hijos, hay que saber que hay ámbitos donde los padres tendrán que implicarse más y otros en los que habrán de quitarse de en medio.

Contra la sexualización

Esta es una de las ideas que está detrás de la propuesta realizada por David Cameron, líder del Partido Conservador británico, para proteger a los niños de la creciente oleada de contenidos sexuales en la televisión o en la red.

Cameron, padre de dos hijos, no es ingenuo. Sabe que es muy difícil impedir que los niños tropiecen de pronto con reclamos eróticos. Lo que sí es posible, dice, es adoptar medidas concretas para ayudar a los padres a proteger a sus hijos en este terreno.

“Deberíamos ser capaces –dice Cameron– de garantizar que nuestros hijos viven de verdad la infancia. No queremos que estén expuestos desde pequeños a una innecesaria e inapropiada publicidad ni a la sexualización”.

De momento, el líder tory ha propuesto dos medidas. La primera consiste en penalizar a las empresas publicitarias acusadas de hacer anuncios inapropiados para niños, negándoles la posibilidad de contratar con la Administración durante tres años.

La segunda es crear mecanismos de denuncia on line para que los padres protesten por anuncios o programas con contenido sexual. Además, la nueva web permitiría ver las quejas de los demás padres. “De esta forma –concluye Cameron–, comprobarán que no están solos en esta batalla”.

martes, 16 de febrero de 2010

El fundamentalismo democrático. Tres razones contra el aborto de un filósofo materialista


comentario al libro de gustavo bueno, catedrático de filosofía de la universidad de oviedo/ www.aceprensa.es / martes 26 de enero de 2010

Legalizar una ley del aborto como la presentada por el gobierno español es un síntoma claro de la corrupción ideológica y práctica de una democracia. Esta es la tesis que defiende el filósofo Gustavo Bueno, un conocido representante del materialismo filosófico, en un capítulo de su último libro “El fundamentalismo democrático” (Temas de Hoy, Madrid, 2010).

No es habitual encontrar un análisis sobre la ley del aborto en un libro dedicado a la corrupción democrática. A menos que se entienda la corrupción, como hace Bueno, en un sentido más amplio de los definidos por el marco legal. A su juicio, hay toda una gama de “corrupciones no delictivas” que no por ello dejan de ser una “perversión” de la democracia.

Para Bueno, la ley de plazos del aborto es uno de los casos más sonados de “degeneración democrática” al que hemos asistido en España en los últimos años. Y eso, principalmente, por tres razones.

El aborto no es progreso

En primer lugar, por la carga ideológica que lleva la reforma desde su concepción. Tal y como indica Bueno, la idea de una ley de plazos fue presentada por Zapatero recién obtenida su segunda victoria electoral (2008) dentro de un proyecto de “giro a la izquierda”.

Bueno cree que entender el aborto como un contenido propio de un programa de izquierdas es una consideración “totalmente gratuita y temeraria”. Como también lo es la identificación entre progresismo y aborto. Más bien, habría que ver el aborto “como un regreso o ‘retroceso reaccionario’ a la época de la barbarie”.

Para justificar esta afirmación, Bueno recuerda que el aborto provocado solo puede considerarse un progreso como técnica del control de la población alternativa al infanticidio, pero aun así es algo propio de una época bárbara. Incluso si se consideran las cosas sólo desde este punto de vista limitado, parece bastante claro que el recurso al aborto en las civilizaciones avanzadas representa “un arcaísmo inadmisible”.

La segunda razón que invoca Bueno para considerar la nueva ley del aborto como un caso de corrupción democrática es la estrategia seguida por el gobierno para “zanjar la cuestión reduciéndola a un enfrentamiento entre los ‘defensores racionalistas’ del aborto y los antiabortistas ‘que se apoyan en la Conferencia Episcopal’”.

Según este planteamiento, quienes se oponen al aborto lo hacen por motivos estrictamente religiosos. El gobierno respeta la posición de los fieles, pero éstos no pueden aspirar a imponer a la mujer embarazada sus convicciones religiosas. En último término, la cuestión del aborto sería un asunto privado.

Con esta sencilla argumentación, el gobierno aspira a silenciar a los discrepantes. La ausencia de un debate filosófico serio sobre el aborto se compensa con el puro voluntarismo político, “aduciendo que el único criterio práctico de resolución habría que buscarlo en lo que el pueblo decida a través de las Cámaras”.

“Lo que importaba es tramitar la ley cuanto antes y conseguir su aprobación en el Parlamento democrático. La ley de plazos del aborto quedaría justificada en el momento en el cual hubiera recibido su condición de ley democrática. Por ello la postura antiabortista debería considerarse como un simple residuo propio de las concepciones más reaccionarias de la época medieval”.

Una vida independiente del deseo

El tercer argumento de Bueno se dirige contra el supuesto “derecho al aborto” que tendría la mujer embarazada. La identidad individual del nasciturus, presente en cada fase del proceso ontogenético, hace que el argumento del “hijo no deseado” salte por los aires: “La vida de ese hijo que tiene ya una identidad singularizada no tiene nada que ver con que otra persona, aunque sea su madre, lo desee o lo deje de desear”.

“(...) ¿Y qué le importa al germen, al embrión, al feto o al infante, que tienen una vida individual propia y autónoma respecto de la madre, el no haber sido deseado por ella? ¿Acaso puede un hijo asesinar a sus padres porque no desea tenerlos?”

Unido a lo anterior está la crítica a la idea misma de una de ley de plazos para el aborto provocado: “Tan justificada (a efectos de control de la población o de la defensa de la madre ante los hijos no deseados) como la legalización del aborto en la semana catorce estaría la justificación del aborto en la semana treinta y cinco o incluso la legalización del infanticidio”.

La conclusión de Bueno es clara: “El proyecto de ley de plazos del aborto, con los fundamentos que para ella nos ofrecen sus defensores, manifiesta un gravísimo estado de corrupción ideológica de los dirigentes de la democracia realmente existente”. Si la ley vigente es éticamente inadmisible, “por lo menos no trata al aborto como un derecho de la mujer”.

Bueno reserva un certero dardo final para quienes se agarran a la polémica en torno al aborto de las menores sin el conocimiento de los padres, en lugar de abordar la cuestión más radical: “Quienes concentran sus protestas en este detalle del proyecto y se escandalizan ante él, al mismo tiempo que mantienen silencio ante lo principal, demuestran un grado de corrupción o de mala fe aún mayor que el de quienes apoyan explícitamente la ley del aborto en todas sus líneas”.

El ateo virtuoso. Actualidad de un mito


ponencia de tomás trigo, profesor de la universidad de navarra / www.arguments.es /jueves 8 de febrero de 2010

En el siguiente artículo del Profesor Tomás Trigo, publicado ¿Ética sin Religión?, VI Simposio Internacional "Fe cristiana y cultura contemporánea", Instituto de Antropología y Ética de la Universidad de Navarra (2006), se trata en profundidad este tema que reproducimos debajo.

La opinión –ya antigua- según la cual el ateo puede ser “buena persona” en una sociedad cristiana, se está convirtiendo en el “dogma” según el cual solo el ateo puede ser buena persona en una sociedad democrática. La idea de que la fe en Dios lleva a la intolerancia y al fanatismo, parece confirmarse cada vez que los medios de comunicación informan sobre algún acto de violencia o terrorismo por motivos religiosos.

Los argumentos a favor de esta idea suelen exponerse, en ámbitos no académicos, en forma de preguntas retóricas como las siguientes:

¿Por qué va a ser necesario creer en Dios para ser buena persona? ¿Acaso un agnóstico o un ateo no pueden ser honrados, trabajadores, responsables, amigos excelentes, incluso hombres generosos que viven para los demás y que pueden llegar a dar la vida por el bien de la humanidad?

¿No es verdad también que muchos creyentes son “malas personas”? ¿No se encuentran acaso entre ellos muchos hipócritas, fanáticos, intolerantes y enemigos de la libertad? ¿No demuestra la historia hasta dónde puede llegar un creyente: Cruzadas, Inquisición, oposición a la ciencia, a la libertad y al progreso, terrorismo en nombre de Dios?

Por otra parte, ¿no es verdad que tiene más mérito y es más “moral” ser buena persona sin esperar un premio en la vida eterna?

Para los que responden afirmativamente a estas preguntas, son precisamente los ateos y agnósticos los que se encuentran en las mejores condiciones para ser “buenas personas”: su negación de todo vínculo con Dios y con los dogmas de fe, les proporciona la libertad de pensamiento y la apertura de mente necesarias para convivir en paz con todas las opiniones y formas de vida; la falta de esperanza en una vida eterna, garantiza a sus acciones un total altruismo; la liberación de los “prejuicios” religiosos, los convierte en personas abiertas a la ciencia y al progreso, etc.

Hace unos meses (por citar un ejemplo), Giovanni Sartori, premio “Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales” de 2005, recordaba en su discurso que el factor que hace impenetrable la democracia en una identidad cultural es el factor religioso, y más concretamente el monoteísmo, porque mientras prevalece la voluntad de Dios, la democracia no penetra. (Digamos entre paréntesis que, en el mismo acto, se concedió a las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul, que se dedican a ayudar a los pobres de los países democráticos y no democráticos, el “Premio Príncipe de Asturias de la Concordia”).

1. P. Bayle y sus pensamientos sobre el cometa
En el pensamiento moderno, el mito del ateo virtuoso aparece de modo explícito con P. Bayle (1647-1706), «el hombre que –según Marx- hizo perder teóricamente todo crédito a la metafísica del siglo XVII y a toda la metafísica en general»[1].

En su obra Pensées diverses sur la comète (1682), en el que se refiere al cometa avistado en Europa a finales de diciembre de 1680, se expresa, al principio, con términos negativos: el ateísmo no es peor que la idolatría. Más adelante afirma que es peor la idolatría que el ateísmo; de aquí –y teniendo en cuenta que para la tradición libertina, idolatría o superstición eran sinónimos de religión en general- pasa a decir que el ateísmo es inofensivo, y que si la religión es incapaz de regular la conducta moral del hombre, un ateo, en cambio, podría ser una persona recta, de acuerdo con cierta honestidad natural. La conclusión final se expresa con términos positivos: el ateísmo es compatible con una vida moral recta.

«Con estas premisas, la conclusión del lector no podía ser otra que la de considerar más favorablemente al ateísmo, así como una insanable fractura entre religión y moral, con la consiguiente reivindicación de la esfera ética como algo autónomo, desligada de Dios y fundada únicamente sobre la naturaleza racional del hombre»[2].

En el planteamiento de Bayle se da una radical separación entre moral y religión, que deja el camino abierto a la negación de la religión sobrenatural por parte del deísmo, paso intermedio que encamina necesariamente a la negación de toda religión[3].

Para Bayle, la fe no tiene nada que ver con la razón. No añade nada importante a lo que la razón encuentra en el campo moral. Y además no es un principio eficaz para el recto obrar moral. En consecuencia, el ateo se encuentra en las mismas condiciones que el cristiano a la hora de regular su conducta de acuerdo con la ley moral natural, que –afirma Bayle- puede ser conocida por todos, tengan o no fe. Basta para ello con la razón, una razón en la que la providencia general o naturaleza ha depositado una idea de honestidad con la que debemos conformar nuestras acciones.

Dos anotaciones me parecen interesantes. La primera es que ley natural a la que se refiere Bayle no incluye el precepto relativo a dar a Dios el culto debido... Se trata de una concepción de la ley natural en la que la relación natural con Dios se ha perdido o se considera exclusiva del ámbito de la fe. Una concepción que, por desgracia, opera también actualmente en muchos autores que propugnan una ética natural o racional en la que se excluye toda referencia a Dios, porque tal modo de proceder vendría exigido por la racionalidad misma.

La segunda se refiere a la imagen de Dios que se refleja en el pensamiento de Bayle: no se trata de un ser personal, sino de una abstracción que, como tal, no puede mover a la acción buena ni al creyente ni al ateo. Esta imagen sigue vigente en quienes actualmente mantienen el mito. Por eso, es necesario recordar que Dios es un ser personal, viviente, y que el hombre puede y debe relacionarse con Él. Solo a partir de ahí se puede entender que la verdad sobre Dios es lo más operativo que existe. De su aceptación o negación depende la vida de la persona.

2. J.-J. Rousseau y el caso Wolmar
El mito del ateo virtuoso adquiere por vez primera en Rousseau una forma novelada. Jean-Jacques es uno de los críticos de Bayle respecto a la posibilidad de una sociedad de ateos. Es creyente. Pero también es contradictorio, o –según algunos estudiosos- en sus obras existen contradicciones que encierran una profunda coherencia si se conocen los entresijos psicológicos del autor. Ahí no nos vamos a meter. Solo queremos señalar que en su famosa novela Julie ou la nouvelle Héloïse, aparece un personaje –Wolmar- que puede ser considerado como el paradigma del ateo virtuoso. El hecho de haber nacido en el ambiente del cristianismo ortodoxo, con una liturgia inaceptable para un hombre que –como Wolmar- solo se guía por la razón, y el carecer del “sentimiento interior” que –según Rousseau- nos lleva directamente a Dios-, son las causas “razonables” de su ateísmo.

El mito del ateo virtuoso implica siempre la no culpabilidad de su ateísmo. Wolmar no es culpable de no conocer la verdad. La “culpa” es de la verdad, que huye de él: «¿En qué puede ser culpable mi marido ante Dios?» -se pregunta Julia, la esposa de Wolmar-. «¿Aparta los ojos de Él? Dios mismo ha velado su faz. No huye de la verdad, es la verdad la que huye de él. El orgullo no lo dirige; no quiere extraviar a nadie, le gusta que no se piense como él. Ama nuestros sentimientos, querría tenerlos, no puede; nuestra esperanza, nuestro consuelo, todo se le escapa. Hace el bien sin esperar recompensa; es más virtuoso, más desinteresado que nosotros. ¡Oh!, es digno de compasión; pero, ¿por qué será castigado? No, no: la bondad, la rectitud, las costumbres, la honestidad, la virtud, he ahí lo que el cielo exige y lo que él recompensa, he ahí el verdadero culto que Dios quiere de nosotros, y que recibe de él todos los días de su vida. Si Dios juzga la fe por las obras, creer en él es ser hombre de bien. El verdadero cristiano es el hombre justo; los verdaderos incrédulos son los malvados»[4].

En el contexto de la obra de Rousseau, Wolmar parece un personaje contradictorio. Julia, su esposa, es una mujer moralmente recta gracias a haber asumido como guía la conciencia, sentimiento interior –según Rousseau- que nos dicta de modo infalible, no la verdad teórica, sino la verdad práctica que debemos realizar. Wolmar es, por el contrario, el paradigma de la razón y de la ausencia de tal sentimiento. La falta de esa guía infalible es la causa de que no conozca la existencia de Dios. Sin embargo, su vida es un ejemplo de rectitud moral. Personaje contradictorio –decíamos-, porque según el ginebrino no puede actuar con rectitud quien no reconoce la verdad de la existencia de Dios: esta verdad aparece en el Emilio como el único y verdadero freno para el mal moral.

Sin embargo, Wolmar expresa también un aspecto importante del pensamiento de Rousseau: la ortodoxia, la verdad que la razón puede proporcionar, no tiene relevancia moral alguna. Se puede actuar bien desde el punto de vista moral (ortopraxis) incluso sin reconocer la verdad sobre la existencia de Dios.

3. La moral autónoma y el ateo-cristiano
No podríamos dejar de mencionar otro hito importante en el desarrollo del tema que tratamos: la expansión de la ideas de Kant sobre la posibilidad de acceder al conocimiento de Dios, y sobre la reducción de la religión a los límites de la razón.

Pero, en lugar de extendernos sobre este tema, preferimos dar un salto en la historia del pensamiento y llegar a una corriente de la teología moral que tuvo gran impacto en la segunda mitad del siglo XX: la moral autónoma, que hunde gran parte de sus raíces en la filosofía kantiana a través de K. Rhaner.

Uno de sus defensores más conocidos, J. Fuchs, se pregunta cómo se relaciona la moral cristiana con el “humanista”, es decir, con aquel hombre que, viviendo de una manera puramente inmanente al mundo, busca, sin embargo, honestamente un ethos humano. Se trata de comparar al cristiano con el ateo honesto.

En primer lugar, por lo que se refiere a la determinación del comportamiento moral concreto (ámbito categorial), el cristiano y el “humanista” -señala repetidamente nuestro autor- se encuentran fundamentalmente en las mismas condiciones. Ambos cuentan únicamente con la razón para poder descubrir lo que en cada caso concreto es una conducta acorde con la dignidad del hombre[5].

La idea que expresaba Bayle, aparece aquí de nuevo: la fe no es operativa en el campo moral concreto; solo añade una intencionalidad nueva. Las normas morales operativas dependen de la razón autónoma, y en ese ámbito el cristiano y el no cristiano están en las mismas condiciones.

Al mismo tiempo, la oposición entre ortodoxia y ortopraxis, que señalábamos en Rousseau, se encuentra también en la moral autónoma: para Fuchs y otros autores, la razón no puede conocer la verdad sobre la moralidad de un comportamiento concreto; de ahí que propongan como único criterio válido el cálculo de las consecuencias de la acción.

Pero existe otro ámbito, el trascendental, el de las intenciones profundas. En este, el cristiano parece tener ventaja sobre el ateo, pues por la fe sabe que debe orientar todas sus acciones a Dios y responder así a la llamada a la salvación. Sin embargo, la ventaja no es tan grande. En realidad, sucede –explica Fuchs- que esta intencionalidad permanece en la esfera de la conciencia no reflexiva o no temática, incluso para el cristiano. Y lo mismo le ocurre al “humanista”.

Por eso se puede admitir que –en esta esfera trascendental- el absoluto es conocido por el ateo como el Dios viviente, aunque de una manera no conceptual y no temática[6]. En consecuencia, en el nivel trascendental, también el humanista responde al ofrecimiento y a la llamada a la salvación, y su respuesta anima y penetra su comportamiento moral categorial. Llamar cristiana o no a esta intencionalidad trascendental es algo indiferente. Lo importante es que expresa fundamentalmente la aceptación de la llamada a la salvación en Cristo[7].

A partir de estos planteamientos, Fuchs se inclina a negar que pueda existir propiamente una moral no cristiana, pues toda moral no cristiana verdaderamente seria puede ser considerada como una cierta participación de la moral cristiana y, en este sentido, no simplemente como no cristiana. En realidad, las diversas morales no cristianas no son otra cosa –en su opinión- que intentos de buscar una moral humana, es decir, una moral de la ley natural o del derecho natural.

Todo esto, traducido a un nivel de vulgarización, se puede expresar del siguiente modo: en el fondo, un ateo honesto es un buen cristiano, aunque no lo sepa.

Otro de los defensores de la moral autónoma, Ch.E. Curran, acepta que el reconocimiento de Jesús como Señor afecta a la conciencia del individuo y a su reflexión moral, pero afirma también que, a pesar de todo, los cristianos y los no cristianos «pueden llegar a las mismas conclusiones morales, pueden compartir en conjunto los mismos comportamientos morales, las mismas disposiciones, los mismos fines, y esto es en efecto lo que se produce. De modo que los cristianos explícitos no tienen el monopolio de actitudes, de fines y de disposiciones éticas tales como el amor del sacrificio, la libertad, la esperanza, la preocupación por el prójimo necesitado, y no son los únicos que piensan que no se encuentra la vida más que perdiéndola.

Tener una conciencia explícitamente cristiana afecta al juicio del cristiano y a su manera de formar sus juicios morales, pero los no cristianos pueden llegar y llegan a las mismas conclusiones éticas y también a adoptar y a amar los mismos motivos, las virtudes, los fines más elevados que los cristianos reivindican desde hace tiempo como su herencia propia»[8].

Curran afirma, por tanto, que aquellos que nunca se han adherido a Cristo Jesús ni oído hablar de Él, pueden llegar a las mismas decisiones morales particulares, y además son igualmente capaces de tener las mismas disposiciones y los mismos comportamientos, como la esperanza, la libertad y el amor por los demás hasta el sacrificio de sí mismos[9].

En este planteamiento se olvida el abismo que existe entre lo que el hombre debe hacer y lo que realmente puede llevar a cabo, pues el hombre natural ni puede conocer con perfección las exigencias de la moral humana ni vivirlas sin la gracia, y mucho menos conocer y vivir las exigencias de la moral cristiana.

Sin duda, las opiniones de la moral autónoma sobre la situación del humanista ateo y honesto, cuando han salido del ámbito puramente académico, han venido a reforzar el tópico del ateo virtuoso y a poner en duda la “necesidad” de la fe cristiana y de los sacramentos para el buen comportamiento moral.

4. Vida moral y conocimiento de Dios
Los ateos virtuosos de Bayle y Rousseau no son culpables de su ateísmo. No vamos a entrar aquí en la cuestión de si existe un ateísmo inculpable. Preferimos poner de relieve, únicamente, que existe el ateo culpable de su propio ateísmo y que, en tal caso, no puede calificarse de virtuoso.

Llegar a Dios no solo es posible, sino que es un deber moral. Responde a la inclinación esencial de la naturaleza humana a conocer la verdad, y en esa inclinación se funda el deber de buscarla. Dejando a un lado las influencias negativas que, desde los primeros momentos de la existencia, pueden tener sobre la persona las convicciones de los padres, educadores, etc., queremos llamar la atención sobre las causas internas por las que una persona puede no llegar al conocimiento de Dios.

Sto. Tomás explica que la culpabilidad de los que no conocen a Dios no va precedida de ignorancia, sino que más bien ocurre al contrario: la culpa engendra una ignorancia consecuente, y en ese sentido esa ignorancia tiene también razón de culpa[10]. La ignorancia de la existencia de Dios se debe, al menos en muchos casos, a que las malas disposiciones morales subjetivas impiden el recto uso de la inteligencia, que, por naturaleza, no se detiene hasta llegar a su Creador.

a) La interacción del entendimiento y la voluntad
En la búsqueda de la verdad está implicada toda la persona; no sólo el entendimiento, sino también la voluntad, las pasiones y sentimientos, la cabeza y el corazón.

Cuando una verdad se presenta al entendimiento, entra en juego la voluntad, que puede amar esa verdad o rechazarla. Si la persona está bien dispuesta, su voluntad la acepta como conveniente, e incluso puede mandar al entendimiento que la considere más a fondo, que busque otras verdades que la corroboren, y, por último, si es necesario, ordena su conducta de acuerdo con esa verdad.

Por el contrario, si la persona está mal dispuesta, la voluntad tiene mayor dificultad para aceptar la verdad, y puede incluso rechazarla como odiosa. En efecto, una verdad particular puede resultar aborrecible cuando aceptarla impide a la persona gozar de algo que desea. «Es el caso de los que querrían no conocer la verdad de la fe para pecar libremente, a quienes el libro de Job hace decir: “No queremos la ciencia de tus caminos”»[11]. Cuando esto sucede, es fácil que la voluntad incline al entendimiento a pensar en otra cosa, o a ver los aspectos negativos de la verdad que considera.

El resultado es que la persona no «ve» la verdad porque no quiere verla. La verdad queda aprisionada por la injusticia[12]. Para entender, para «reconocer» una verdad como bien, hay que querer: «Entiendo —afirma Santo Tomás— porque quiero, y del mismo modo uso de todas las potencias y hábitos porque quiero»[13]. Esto no quiere decir que la voluntad o el deseo sean, a fin de cuentas, los creadores de la verdad, sino que se requiere la “buena voluntad”, “la limpieza de corazón”, para poder reconocer la verdad y convertirla en directora de la propia vida.

b) Las disposiciones morales y verdad sobre Dios
En el acceso a la verdad sobre Dios, las disposiciones de la voluntad son especialmente importantes. La existencia de Dios no es una cuestión sólo especulativa: su aceptación o rechazo deciden la vida entera de la persona.

De ahí que no se pueda plantear como un problema exclusivamente teórico: «El primer planteamiento del problema religioso no aparece ante el hombre de este modo: “¿Es posible reconocer a Dios?”, sino que presenta esta otra forma: “¿Estoy dispuesto a reconocer a Dios?”»[14]. Si se formula la pregunta por Dios sólo del primer modo, como a veces se hace, puede dar lugar a interminables elucubraciones teóricas, porque en apariencia el sujeto no se implica personalmente. Es necesario adoptar la segunda perspectiva, que supone la implicación personal en la búsqueda de la verdad religiosa, si uno quiere realmente encontrarla. Entonces aparecen, ante la conciencia del que busca, los obstáculos reales que se oponen a la aceptación de la verdad, y se advierte que la dificultad no está del lado de Dios, sino del sujeto que pregunta por Él. El problema no es de la Luz, sino de la voluntad que no quiere ver.

El evangelio de San Juan presenta a Cristo, desde el primer momento, como la Luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo[15], pero esa Luz es recibida por unos, y ven; y rechazada por otros, y permanecen ciegos. La razón de tan diferentes desenlaces, la explica el mismo San Juan: «Vino la luz al mundo y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra mal odia la luz y no viene a la luz, para que sus obras no le acusen. Pero el que obra según la verdad viene a la luz, para que sus obras se pongan de manifiesto, porque han sido hechas según Dios»[16].

El problema, por tanto, no es sólo de índole intelectual, sino sobre todo moral: «Porque sus obras son malas». Las obras malas, puestas a la luz de Cristo, acusan al que las realiza. Puede suceder, y de hecho sucede, que, con la ayuda de la gracia, el pecador se enfrente a la realidad de su vida, muestre sus malas obras a la Luz, se humille y se convierta. Pero puede ocurrir también que «quiera» mantenerse en sus obras, y entonces se niega a sacarlas a la luz, para no sentirse acusado; y ante la posibilidad de ser iluminado, odia la luz, siente miedo y rehúsa incluso oír hablar de Dios. En cambio, al que obra según la verdad no le importa que sus obras se vean, porque han sido hechas según Dios. Está dispuesto a recibir la Luz, a Cristo, la Verdad[17].

La negación de la verdad sobre la existencia de Dios no es entonces fruto de un proceso puramente intelectual, sino de la propia mala voluntad, que tuerce continuamente la cara de la razón para que mire hacia otro lado, o para que fije su atención en todo aquello que parece contradecir la existencia de Dios: el sufrimiento de los inocentes, las catástrofes naturales, la existencia de personas creyentes cuya vida no es coherente con su fe, etc.

5. La importancia de la intención en el obrar moral
El mito del ateo virtuoso parece desarrollarse en el clima de la concepción normativa de la ética, que juzga las acciones exclusivamente desde el punto de vista externo, es decir, sin tener en cuenta la intencionalidad del sujeto agente, la dimensión interior de la acción. Desde el punto de vista del observador, es fácil llegar a otorgar el mismo valor a dos acciones materialmente iguales, de dos sujetos diferentes, sin tener en cuenta que pueden ser fruto de intencionalidades muy diversas.

Al juzgar la acción moral, no basta con tener en cuenta la acción exterior. El aspecto exterior de la acción no es suficiente para saber si la acción es buena: la intencionalidad es un elemento intrínseco de la acción.

En efecto, para actuar bien desde el punto de vista moral no basta con realizar acciones en sí mismas buenas, sino que es preciso actuar por amor al verdadero fin último. En caso contrario, la acción no puede calificarse de verdaderamente honesta.

Pues bien, Bayle hace una defensa de la honestidad del ateo, en la que a la vez demuestra –sin pretenderlo- que tal honestidad es deshonesta: «Como la ignorancia de un primer Ser Creador y Conservador del mundo no impediría a los miembros de esta sociedad (de ateos) el ser sensibles a la gloria y al vilipendio, a la recompensa y a la pena, y a todas las pasiones que se ven en los otros hombres, y no entenebrecería todas las luces de la razón, se encontrarían entre ellos personas que actuarían de buena fe en el comercio, que asistirían a los pobres, que se opondrían a la injusticia, que serían fieles a sus amigos, que denigrarían las injurias, que renunciarían a las voluptuosidades del cuerpo, que no engañarían a nadie, sea porque el deseo de ser alabados les empujase a todas estas bellas acciones que no dejarían de tener la aprobación pública, sea porque les lleva a eso el deseo de conseguirse amigos y protectores en caso de necesidad»[18].

Pero actuar bien por el deseo de alabanza y de conseguir amigos y protectores en el caso de necesidad constituye una motivación muy diversa a la que requiere la honestidad cristiana y aun la honestidad natural de quien sigue la ley que Dios ha impreso en su alma[19].

6. Un punto de reflexión para creyentes y ateos
El modo de vivir de algunos cristianos ha alimentado, en ciertas ocasiones, el mito del ateo virtuoso. La falta de coherencia entre la fe y la conducta; el pietismo y el espiritualismo desencarnado; el desprecio de las realidades terrenas, como si fuesen tareas en las que el cristiano no puede mezclarse para no contaminarse; la mezcla de la verdadera fe con creencias vanas o supersticiosas; la reducción de la moral a algunos aspectos, olvidando otros asimismo importantes, etc., han servido de ocasión para pintar de atractivos colores a un personaje que, a pesar de no creer en Dios, vive como hombre honrado. Y esto debe servir de reflexión a los cristianos para tomar conciencia de la importancia de la unidad entre fe y vida.

De todas formas, cuando se piensa en la fe (y en la moral) predicada por Cristo y en aquellos que lucharon por ser coherentes con ella, incluso a costa de su vida, los santos, parece lógico deducir que los cristianos que exhiben una conducta deshonesta, viven así no a causa de profesar la fe cristiana, sino a pesar de ello. Y si se piensa en las consecuencias prácticas del ateismo militante, también parece lógico concluir que los ateos que dan muestras de vivir las virtudes humanas, viven así no a causa de negar la existencia de Dios, sino a pesar de ello.

En resumen: pienso que no puede darse un comportamiento ético en sentido pleno, una vida moral plena, con todas las condiciones que exige la palabra “moral” en cuanto al conocimiento y la voluntad –algo que no coincide con lo que se entiende habitualmente por ser “buena persona”-, si se prescinde de la aceptación práctica de la verdad sobre Dios.
______

[1] K. MARX, Die Heilige Familie, c. VI, 2, en «Karl Marx-F. Engels Werke», Berlín 1958, Bd II, 134.
[2] T. ALVIRA, Pierre Bayle: Pensamientos diversos sobre el cometa, Madrid 1977, 16.
[3]
Cfr. ibidem, 19.
[4] J.-J- ROUSSEAU, Julie ou la nouvelle Héloïse, Librairie Garnier Frères, Paris s/f, II, 344.
[5] Cfr. J. FUCHS, Existe-t-il une “morale chrétienne”?, Gembloux 1973, 23.
[6] Cfr. ibidem, 24-25.
[7] Cfr. ibidem, 25.
[8] Ch.E. CURRAN, Y a-t-il une éthique sociale spécifiquement chrétienne?, «Supplément» 24 (1971) 54. La cursiva es mía.
[9] Cfr. ibidem, 55.
[10] Cfr. Sto. TOMÁS DE AQUINO, In Ep. ad Rom., cap. 1, lect. 7.
[11] Sto. TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae, II–II, q. 25, a. 5, ad 2.
[12] Cfr. Rm 1, 18.
[13] Sto. TOMÁS DE AQUINO, Quaestiones disputatae: De malo, q. 4, a. 1. Cfr. también Summa contra gentes, l. I, cap. 72.
[14] A. LANG, Teología fundamental, I, Madrid 1966, 158.
[15] Cfr. Jn 1,9.
[16] Jn 3,19–21.
[17] Cfr. S. GREGORIO DE NISA, De vita Moysis, II, 65.
[18] P. BAYLE, Pensées diverses sur la comète, Société des textes français modernes, Librairie E. Droz, Paris 1939, II, 103. La cursiva es mía.
[19] Cfr. T. ALVIRA, Pierre Bayle, cit., 142.

Lo más visto


Artículo de enrique garcía-maiquez / www.diariodesevilla.es/

miércoles 10 de febrero de 2010

Practicamente todos los periódicos traen en sus ediciones digitales una ventanita con el escalafón de "Lo más leído" o "Lo más visto". Y efectivamente es para verlo… y no creérselo. Qué contraste con las noticias principales que campan con letras enormes como gritos. Los medios resaltan muy responsablemente sus informaciones más graves, pero los lectores casi siempre se abalanzan a buscar las más frívolas y anecdóticas con una impresionante preferencia por las cosas del corazón, los sucesos truculentos y las minucias deportivas. La bolsa se hunde, el paro se dispara, Irán enriquece uranio, y las noticias más vistas son el perfil de Emmanuelle Chiriqui, al que le echo -clic- un ojo, algo que no huele nada bien en la nariz de Belén Esteban, que miro por encima del hombro, arrugando la nariz (la mía), y no sé qué pase o pose de Beckham, del que paso.

Esto lo explica la sociología con la pirámide de necesidades o intereses. Los asuntos más básicos atraen a todos -véase Emmanuelle Chiriqui, para andar sobre seguro-. Pero a medida que vamos abandonando estos niveles elementales, parte del público no despega y los demás lo hacen especializándose sin remedio. Mientras que todos tenemos cierto interés por lo simple, las noticias más complejas sólo llegan a un público reducido y segmentado.

La explicación es impecable y nos calma, pero sus consecuencias son implacables y nos inquietan. Teniendo en cuenta que el mercado busca (últimamente con más ansia, si cabe) el mayor número posible de clientes y que la popularidad, además, se retroalimenta, hay en la fuerza de gravedad de lo frívolo un elemento de atracción irresistible para los publicistas, los estrategas de la comunicación y, ay, los políticos, que viven en campaña continua. Cuando se persigue el éxito masivo, la presión hacia abajo resulta aplastante.

Lo he comprobado en mis propias carnes. Titulé un artículo "Top-less" y tuve muchísimos lectores. Señores muy venerables cruzaban la calle de un salto para decirme que me habían leído con mucho gusto. Un clamor como aquel yo no lo he vuelto a despertar. Sin embargo, como no pienso concentrarme en los top-less, la solución para uno es fácil: paciencia y barajar, que éste es mi oficio, como se dice en El Quijote y se repetía un resignado Luis Rosales (del que este año celebramos, dicho sea de paso, el centenario, por si le interesa a alguno). La solución general pasa por no valorar sólo el número, sino conjugarlo con criterios de mérito e importancia. Parece una cuestión minúscula, pero armonizar lo vertical y lo horizontal es uno de los grandes temas de nuestro tiempo.

En búsqueda de la felicidad


Artículo de enrique rojas, catedrático de psiquiatría / www.elmundo.es / viernes 29 de enero de 2010

Desear la felicidad de otra persona es querer lo mejor para ella. Pero, ¿qué entendemos por ser feliz? Hablar de la felicidad es tocar un tema inabarcable; es mi mar sin orillas. Son tantos los matices, recovecos, ángulos y vertientes del concepto, qué es difícil atraparlo en todas sus ricas y diversas dimensiones. La historia de las ideas sobre la felicidad es apasionante y nos hace adentramos en un bosque frondoso donde, eso si, hay unas cuantas ideas que se repiten como un ritornello de un concierto de música clásica.

La felicidad es la vocación universal del ser humano. Una tendencia metida en sus entrañas, un deseo profundo que arrastra y empuja en esa dirección. Pero la felicidad es ante todo un estado de ánimo, un paisaje interior a través del cu- al me encuentro contento con migo mismo. Esta es una primera idea que me parece importante destacar: es una mezcla de alegría y paz interior, que son captados de forma subjetiva, pero que se desparrama por toda la geografía psicológica interior.

Parece casi una pretensión utópica hablar de la felicidad. En un mundo tan complejo, difícil y atravesado de dificultades sin cuento, sólo mencionar esta palabra le hace sentir a uno como si no tuviera los pies en la tierra. Muchas veces el individuo no se plantea este asunto, porque es muy frecuente que los grandes temas humanos se queden en las orillas de los análisis de la realidad. Otras veces; porque casi todo lo que es noticia es negativo: escuchar un telediario hoy es estremecedor; una cascada de hechos horribles asoman, saltan, suben, bajan, vuelven a escena...; es un carrusel de desgracias sin cuento, contadas con todo detalle. Por eso creo —hoy más que nunca— que es un reto explorar y rastrear qué es y en qué consiste la felicidad.

Se ha dicho que ésta se encontró en un hombre que no tenía ni camisa. La felicidad es como una manta pequeña, de esas que nos dan en los aviones cuando hacemos un largo recorrido: nos tapa pero deja alguna parte de nuestro cuerpo al descubierto. La felicidad es como un puzzle en el que siempre falta alguna pieza. La felicidad absoluta no existe, es una pieza de museo, una entelequia sin consistencia. La vida es tan complicada que aspirar a una felicidad total y absoluta es algo imposible. Debemos buscar una felicidad razonable en la que se den una buena proporción entre medios y fines. Sin olvidar una premisa básica: el que no sabe lo que quiere, no puede ser feliz.

La felicidad consiste en todo aquel conjunto de cosas buenas que cualquier hombre es incapaz de no querer. Por eso es un asunto más privado que público. Para mí, es la suma de dos cosas fundamentalmente: tener una personalidad equilibrada y haber sido capaz de configurar un proyecto de vida con tres grandes ingredientes en su seno: amor, trabajo y cultura. Y añadiría una nota a pie de página, el plato fuerte del banquete de la vida: la amistad. La felicidad es la suma y el compendio positivo de una pentalogía que capta, analiza, escruta y registra los cinco grandes argumentos de la vida: tener una personalidad con un cierto grado de madurez, tener y saber del amor, que el trabajo profesional llene nuestra existencia, que la cultura nos envuelva con su manto como gran protectora, y disfrutar de la amistad: la posibilidad de abrimos a alguien, permitiéndole que entre en nuestra ciudadela interior. Personalidad, amor, trabajo, cultura y amistad. Ahí es nada.

La vida es un ensayo. Enseña más que muchos libros. La vida es la gran maestra. De ahí que ésta sea como un libro en blanco en el que vamos escribiendo páginas con nuestra conducta: en ese cuaderno de notas se registran alegrías y tristezas, aciertos y errores, éxitos y fracasos. A la larga, la felicidad es un resultado, es el resumen de lo que hemos ido haciendo con nuestra existencia personal. Si el hombre es un animal descontento, la felicidad estará siempre en precario. Es polinomio de muchos factores, de ahí los hilos sedosos que la envuelven y transitan.

Por otra parte, creo que es bueno subrayar que la felicidad descansa sobre una actitud mental positiva, un esforzado intento de vivir en armonía con uno mismo. Encontrarse a sí mismo, dar con las piezas claves del rompecabezas que es uno, aceptándose en la parte rocosa e incambiable y luchando contra viento y marea por modificar lo modificable y por mejorar en aquellas parcelas que lo requieran. A última hora de la vida, cuando hemos doblado el Cabo de Hornos de nuestra travesía y hacemos balance existencial, sale la verdad de lo que hemos sido. Haber y deber. Uno hace cuentas consigo mismo y la contabilidad deja bien a las claras el estado de cuentas biográfico. Así lo analiza Julián Marías en su libro La felicidad humana.

La puerta de entrada al castillo de la felicidad es una personalidad madura: haber conseguido un estilo propio bien conjugado. Hoy en día, en la psiquiatría moderna se describe una extensa galería de desajustes en la personalidad: anoréxica-bulímica, obsesiva, hipocondríaca, narcisista, psicópata, histérica, inmadura... En todos ellos falla el principio de entrada para la felicidad: una cierta madurez y equilibrio psicológico. Los psiquiatras sabemos lo que es vivir al lado de alguien que no está bien. En el lenguaje coloquial esto se expresa así: es una persona rara, extraña, difícil, la convivencia con él es casi heroica... Con tales matices bien podemos decir que nos encontramos ante alguien que no está bien y que necesita un tratamiento psicológico.

Vienen a continuación los otros cuatro grandes ingredientes. El más importante es el amor. Es la gran sed que todos padecemos. En la psicología moderna hablamos con frecuencia de que alguien tiene un gran vacío afectivo, con lo que estamos dando a entender que el plano sentimental está poco cubierto y, por tanto, marca negativamente su conducta. Esta es una sociedad que sabe bastante poco lo que es el amor, tanto a escala general, como en particular. Pero no debemos olvidar que no hay felicidad sin amor y no hay amor sin renuncias. Un segmento esencial de la afectividad está hecho y tejido y vertebrado de sacrificio. Esto que digo no se lleva, no está de moda, no tiene buena prensa, pero es fundamental.

En el modelo hedonista de nuestros días cuesta entender lo que acabo de apuntar. Poner al bienestar y al placer como metas absolutas y decisivas de la conducta es un grave error,.ya que la mejor de la trayectoria personal está surcada de problemas, luchas, fracasos de distinto signo y, por supuesto, retrocesos, salidas de la pista y estar perdido y sin rumbo. Para alguna gente la felicidad queda reducida en última instancia en bienestar, nivel de vida y economía saneada. Y, por supuesto, salud. Otros planteamientos quedan fuera de ese espectro.

El camino de la felicidad pasa por haber ido resolviendo el fondo conflictivo que se hospeda dentro de nosotros. A medida que vamos descubriendo la complejidad de la existencia nos damos cuenta de que la felicidad no depende de la realidad, sino de la interpretación de la realidad que uno hace. Tomás Moro murió arruinado, solo y en la cárcel —un verdugo le cortó la cabeza—, pero en sus últimos escritos habla de una profunda felicidad, porque sus ideales estaban por encima de todo. Otro tanto cabe decir de una figura política contemporánea, Vaclav Habel, presidente de Checoslovaquia, quien, después de luchar solo contra el comunismo de su país y pasar cinco años en la cárcel..., era capaz de escribir unos textos que rezuman felicidad.

Es también el caso de Victor Frankl, psiquiatra austríaco de origen judío, que pasó tiempo en el campo nazi de Auswitch: «Allí descubrí el sentido de la vida y la dignidad del ser humano», escribió. Nuestra navegación personal no puede ser como un barco sin rumbo dejado de la mano de Dios. Por eso es importante saber lo que uno quiere, hacia dónde va y qué es lo que persigue. Si los sentimientos son los intermediarios entre los instintos y la razón, la felicidad es la suma y compendio de la vida auténtica

El trabajo es nuestro acompañante cotidiano. El amor por el trabajo bien hecho es camino carretero hacia la felicidad. Hacerlo todo con amor. Así todo es grande y lo convertimos en excelente. Profesionalidad, rigor, entrega, cuidar los detalles, hacer las cosas con corazón y cabeza.La cultura es la estética de la inteligencia. Un saber de cinco estrellas. La pirueta de crecer hacia dentro en lectura, música, arte, literatura... sabiendo que la cultura es libertad.

Termino: la felicidad consiste en un estado interior de alegría, al comprobar que hay una buena relación entre lo que yo he deseado y lo que yo he conseguido. Administración inteligente del deseo. No pedirle a la vida lo que no puede darnos.

Hay una tecnología de la felicidad que nos lleva a reanudar el debate entre Antígona y Creonte. Entre lo ideal y lo real. Entre lo deseable y lo posible. Ascender al Himalaya de las mejores posibilidades personales. Y saber perdonamos y pasar las páginas de fallos, errores, limitaciones y salidas de la pista. Ser coherente es caminar hacia la felicidad, pero es él amor su principal componente. El amor está hecho al principio de interés y sugestión; después de pasión; y más tarde de inteligencia. Ese es el mejor modo de no haber vivido en vano.