Asociación Ronda80. Voluntariado

Blog para los voluntarios de la Asociación Ronda80 y público en general.
Contiene la agenda de actividades para voluntariado organizadas por esta asociación y una recopilación semanal de cinco noticias de interés que se envía por e-mail.

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domingo, 28 de octubre de 2007

Siena 303


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Ronda80

Siena newsletter

Cinco tendencias de actualidad para tus argumentos públicos

AÑO VII N 303 del 22 al 28 de octubre de 2007

THINK DIFFERENT

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"Mártires españoles por la fe, no por la política"

Entrevista agencia veritas, miercoles 24 de octubre de 2007

Ante la beatificación mañana domingo de 498 mártires del siglo XX en España, en Roma, el secretario general de la Conferencia Episcopal Española, Juan Antonio Martínez Camino, explica la importancia religiosa de este acontecimiento. Se acerca la beatificación de 498 mártires del siglo XX en España ¿cómo se viven?

Faltan unos días para la ceremonia de beatificación y ya está prácticamente todo encarrilado. Esperamos una asistencia nutrida de fieles de España, y también de Roma e Italia. También van muchas autoridades locales, representantes de la distintas Autonomías, una representación institucional del Gobierno; pero lo más importante es que se trata de una fiesta de la fe.

Una fiesta para recordar a los mártires, a quienes la Iglesia reconoce que han vivido heroicamente su muerte como testigos del Evangelio y de la fidelidad a Jesucristo y a la Iglesia. Esto se está viviendo con mucha alegría en todas las comunidades cristianas de España, donde se está notando un gran interés y entusiasmo por la Beatificación de Roma y por lo que va a venir después; porque a p artir de ahora, el Santoral español queda enriquecido con casi 500 nuevos beatos, y esto es un caudal de santidad, de potencia intercesora, de potencia ejemplarizadora, de modelos para vivir la fe la esperanza y la caridad. (...)

¿Qué destacaría de las biografías de los mártires?

Lo que más llama la atención en la biografía de los mártires es esa mezcla de fortaleza, y al mismo tiempo de humildad con la que los mártires asumieron esta situación trágica de tener que optar entre su vida o su fidelidad a Dios y a la Iglesia, sin echarse atrás (por supuesto en estos mártires, pero tampoco se conocen casos de defecciones).

La fortaleza es lo primero que llama la atención, pero también la humildad, la alegría y la sencillez con que afrontaron esta situación, que era dramática, pero que ellos afrontaron con la alegría de la fe, cantando en los camiones que los llevaban a fusilar, apoyándose con la oración y con las palabras en la cárcel, escribiendo desde la cárcel a sus familiares horas antes de ser asesinados (algunas de estas cartas se van a leer en San Pablo y en San Pedro), dejando sobre todo su testimonio de perdón y de serenidad a sus familiares, en algunos casos a la novia. Es decir, la vida cristiana vivida en manera plena.

Tratándose de un acto con tanta fuerza religiosa, ¿qué diría a quiénes hacen una lectura política de la Beatificación?

No nos extraña que haya lecturas políticas equivocadas, siempre se equivocaron quienes hicieron una lectura puramente política de un hecho netamente religioso. Pero es la ley de la historia. A los mártires de la primera época del Cristianismo, que daban su vida por Cristo, se les clasificaba como traidores a Roma; y a los mártires de la Revolución Francesa se les clasificaba como traidores a la Revolución; y a los mártires del sigo XX en Rusia, centro Europa o España, como gente que dificultaba el avance de la historia.

Esto pertenece a la historia de la Iglesia, no nos extrañe, es doloroso, es triste, pero pertenece al martirio: a la muerte injusta, por Cristo, va unida la difamación y la ignominia. Como dijo Juan Pablo II en la celebración de los mártires en el Coliseo, en el año 2000, que al martirio, va normalmente unida la ignominia.

Decir que a los que ahora beatifica la Iglesia eran de un bando político es desconocer la historia, no comprender el hecho religioso y no hacer justicia a los hechos. A los cristianos nos duele esta desfiguración de los hechos, pero no nos extraña, y en ese sentido, lo aceptamos con serenidad.

¿Cree qué hace falta cierta pedagogía para que se cale en el sentido religioso del acto?

Es lamentablemente inevitable que lleguen algunos mensajes que están dando una visión distorsionada de los hechos. Ya he dicho que nunca ha habido un martirio de la Iglesia reconocido por todos, tampoco lo pretendemos, lo deseamos, pero no pretendemos que todos reconozcan a los mártires como lo que son, lo deseamos, pero sabemos que es difícil, por no decir imposible.

De todas maneras se están haciendo todos los esfuerzos posibles para explicar la diferencia entre un mártir y una persona injustamente asesinada. Ha habido muchos asesinados durante el siglo XX en España, durante los años 30, antes, durante y después de la Guerra Civil.

La Conferencia Episcopal en «La fidelidad de Dios dura siempre. Mirada de fe al siglo XX», publicada en noviembre de 1999, lamenta que haya habido en el siglo XX, y concretamente en España en los años 30, tantos conciudadanos nuestros asesinados injustamente y ha declarado que la sangre de todos ellos sigue clamando al cielo por el perdón y por la reconciliación, para que no se empleen jamás métodos de violencia. Esta petición de perdón a Dios por todos los asesinatos, sean del bando que sea, está muy claramente expresada. Se pide perdón a Dios por todas las "acciones que el Evangelio reprueba", cometidas en uno u otro de los bandos trazados por la guerra.

Aparte de tantas personas injustamente asesinadas, hay algunas que lo fueron de manera expresa y específicamente porque no quisieron renunciar a la fe y a la fidelidad a Jesucristo y a la Iglesia, y éstos son los mártires.

La Iglesia lamenta, los obispos han lamentado muchas veces todos los asesinados, pero no puede dejar de honrar a los mártires en cuanto mártires, en cuanto testigos de la fe. Y estos testigos de la fe no lo son porque hayan estado o no adscritos a un partido político o a un bando en lucha, sino simplemente han muerto por la fe, y serán reconocidos todos los que hayan muerto por la fe, sean del bando que sean.

En España se ha oído decir que la Iglesia busca la división con esta beatificación…

Decir que la Iglesia busca la división es de entrada difícilmente aceptable, porque la Iglesia no busca la división con nada, otra cosa es que determinadas acciones de la Iglesia causen división, pero la Iglesia no busca división con nada.

La Iglesia busca anunciar el Evangelio, y con la beatificación de los mártires busca reconocer un testimonio de cristianismo vivido de modo heroico, al cien por cien, y esa fe vivida es origen de humanidad, de reconciliación, de bondad, de perdón… y todo lo que no vaya en esta línea, no es lo que la Iglesia quiere. La Iglesia no quiere el enfrentamiento, no quiere la división, quiere la unidad, reza por la unidad, reza por la reconciliación, reza por el perdón, y propone testigos de ellos.

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"Perdón, perdón, perdón"

diario la razón, miercoles 24 de octubre de 2007

En el corazón de Ana Blanco no hay lugar para el rencor. Sólo tenía tres años cuando fusilaron a su padrino, Bartolomé Blanco, un joven católico que aún no había cumplido los 22. «Perdono de todo corazón. Y no sólo yo, sino que en casa todos hemos perdonado. Las primeras, mis tías, que siempre supieron quién era la persona que lo había matado y nunca lo revelaron, se llevaron el nombre a la tumba. De hecho, cuando terminó la guerra, les dijeron que podían poner una denuncia y el culpable iría a la cárcel, pero ellas se negaron, dijeron que ya estaba perdonado y que si Bartolomé perdonó, nosotros también lo haríamos».

El recuerdo de los 498 mártires que serán beatificados este próximo domingo está vivo todavía hoy entre sus amigos, familiares y descendientes. Sus antiguas fotografías siguen colgadas -70 años después- en las paredes de las casas donde habitaron; sus escritos se guardan como reliquias y su legado de perdón a los verdugos que no dudaron en apretar el gatillo se transmite de generación en generación.

Bartolomé Blanco, a sus 21 años, era un joven inteligente, dinámico y comprometido con la causa católica. Publicó numerosos artículos defendiendo la religión, era sindicalista, catequista con los salesianos y secretario de Acción Católica. Cuando aún era un niño, quedó huérfano de padre y madre, por lo que fueron sus tíos los que le criaron como a un hijo más. A ellos y a sus primos se dirigió por escrito desde la cárcel de Jaén cuando el martirio asomaba ya a la puerta de su celda, sólo un día antes de ser fusilado descalzo y con los brazos en cruz.

Fragmentos de la cartas escritas por Bartolomé un día antes de morir

A su familia: «Mi comportamiento con respecto a mis acusadores es de misericordia y de perdón».

«Sea ésta mi última voluntad: perdón, perdón y perdón; pero indulgencia que quiero vaya acompañada del deseo de hacerles todo el bien posible. Así pues, os pido que me venguéis con la venganza del cristiano: devolviéndoles mucho bien a quienes han intentado hacerme mal».

A su novia Maruja: «Ellos, al querer denigrarme, me han ennoblecido; al querer sentenciarme, me han absuelto, y al intentar perderme, me han salvado [...]. Puesto que al matarme me dan la verdadera vida y al condenarme por defender siempre los altos ideales de religión, Patria y Familia, me abren de par en par las puertas de los cielos».

«Cuando me quedan pocas horas para el definitivo reposo, sólo quiero pedirte una cosa: que en recuerdo del amor que nos tuvimos, y que en este instante se acrecienta, atiendas como objetivo principal a la salvación de tu alma, porque de esa manera conseguiremos reunirnos en el cielo para toda la eternidad, donde nada nos separará».

«Sé fuerte y rehace tu vida, eres joven y buena, y tendrás la ayuda de Dios que yo imploraré desde su Reino. Hasta la eternidad, pues, donde continuaremos amándonos por los siglos de los siglos».

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"La abolición del hombre (II)"

artículo de juan manuel de prada, escritor, en el suplemento el semanal,

del 14 al 20 de octubre de 2007

Nos preguntábamos la semana pasada, siguiendo los razonamientos de C. S. Lewis en su ensayo La abolición del hombre (Ediciones Encuentro), si el poder del hombre para hacer lo que le plazca no es, en realidad, el poder de unos pocos hombres para hacer de otros hombres lo que les place. Inevitablemente, la principal vía para instaurar esta nueva dominación será, a juicio de Lewis, la educación.

Los antiguos educadores acataban esa ley natural, común a todas las tradiciones culturales, a la que nos referíamos en un artículo anterior; no trataban, por lo tanto, de educar a los niños conforme a esquemas preestablecidos por ellos mismos. «Pero los que moldeen al hombre en esta nueva era –vaticina Lewis– estarán armados con los poderes de un estado omnicompetente y una irresistible tecnología científica: se obtendrá finalmente una raza de manipuladores que podrán, verdaderamente, moldear la posteridad a su antojo.»

Los valores que estos nuevos manipuladores impongan ya no serán la consecuencia de un orden natural que inspira la Razón; por el contrario, generarán juicios de valor en el alumno como resultado de una manipulación.

Los manipuladores se habrán emancipado de la ley natural, presentando dicha emancipación como una conquista de la libertad humana. Para ellos, el origen último de toda acción humana ya no será algo dado por la Naturaleza; será algo que los manipuladores podrán manejar. Los manipuladores de ese futuro aciago que Lewis vaticina «sabrán cómo 'concienciar' y qué tipo de conciencia suscitar». Estarán en condiciones de elegir el tipo de orden artificial que deseen imponer. Podrán, en fin, crear ex novo motivos que guíen la conducta humana.

C. S. Lewis no presupone que estos manipuladores sean personas malvadas, «pues ni siquiera son ya hombres en el antiguo sentido de la palabra. Son, si se quiere, hombres que han sacrificado la parte de humanidad tradicional que en ellos subsistía a fin de dedicarse a decidir lo que a partir de ahora ha de ser la Humanidad». 'Bueno' y 'malo' se convertirán en palabras vacías, puesto que el contenido de las mismas, su significado, lo determinarán ellos mismos, a libre conveniencia, según las conveniencias de cada momento, según el dictado de sus sentimientos. No es que sean hombres malvados; es que han dejado simplemente de ser hombres, se han convertido en meros artefactos, dispuestos a convertir a quienes vienen detrás de ellos en artefactos hechos a su imagen y semejanza. Apartándose de la ley natural, han dado un paso hacia el vacío.

Cualquier motivo cuya validez pretenda tener un peso más allá del sentimiento experimentado en cada momento ya no servirá. Y en una situación en que quien se atreve a calificar una conducta como buena o mala es menospreciado, prevalece quien dice: «Yo quiero». La única motivación que los manipuladores aceptarán será la que se guía por su fuerza sentimental.

¿Podemos esperar que, entre todos los impulsos que llegan a mentes vaciadas de todo motivo 'racional' o 'espiritual', alguno de ellos sea bondadoso? Tal vez, pero desgajados de aquella ley natural que los explicaba y sustentaba, tales impulsos bondadosos quedarán abandonados a su suerte y no tendrán influencia alguna. Tampoco parece probable que una persona entregada al dictado de sus sentimientos pueda llegar a ser buena o recta; tarde o temprano, sus impulsos bondadosos perecerán ahogados ante la pujanza de impulsos caprichosos, liberados de todo freno moral.

¿Y qué ofrece –se pregunta C. S. Lewis– el manipulador a los hombres que pretende abolir? Lo mismo que Mefistófeles a Fausto: «Entrega tu alma, y recibirás poder a cambio». Pero una vez que hayamos entregado nuestras almas, es decir, que entreguemos nuestras personas, el poder que se nos otorga no nos pertenecerá. Seremos esclavos y marionetas de aquello a lo que hayamos entregado nuestras almas. No podemos entregar nuestras prerrogativas y, al tiempo, retenerlas. O somos espíritus racionales obligados a obedecer los valores que se desprenden de la ley natural o bien somos mera materia moldeable según las preferencias de los amos.

Lewis concluye que sólo la ley natural proporciona a los hombres una norma de actuación común, una norma que abarca a la vez a los legisladores y a las leyes. Cuando dejamos de creer en los valores que se desprenden de esa ley natural, la norma se convierte en tiranía y la obediencia, en esclavitud. Y en ésas estamos. No dejen de leer La abolición del hombre.

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" Benedicto XVI quiere que la Basílica Vaticana de San Pedro

sea un lugar de oración "

agencia zenit, lunes 8 de octubre de 2007

Benedicto XVI quiere que el templo más grande del catolicismo, la Basílica de san Pedro del Vaticano, sea siempre un lugar de oración. Fue la consigna que dejó al recibir en audiencia a los miembros del Capítulo de esta basílica, constituido con monjes benedictinos en el año 1053 por el Papa León IX para garantizar una vivencia solemne del culto divino en la Basílica.

«Confío mucho en vosotros y en vuestro ministerio para que la Basílica de San Pedro pueda ser un auténtico lugar de oración, de adoración y de alabanza al Señor», confesó. «En este lugar sagrado, al que llegan cada día miles de peregrinos y turistas de todo el mundo, más que en cualquier otro lugar es necesario que junto a la tumba de Pedro haya una comunidad estable de oración, que garantice la continuidad con la tradición y que al mismo tiempo interceda por las intenciones del Papa en el hoy de la Iglesia y del mundo».

Como el Papa recordó en la audiencia, en las últimas décadas, la actividad el Capitulo «se ha orientado progresivamente a redescubrir sus funciones originarias, que consisten sobre todo en el ministerio de la oración». «Si la oración es fundamental para todos los cristianos, para vosotros, queridos hermanos, es una tarea por así decir "profesional"», les dijo el obispo de Roma.

«La oración es servicio al Señor, quien merece ser siempre alabado y adorado, y al mismo tiempo es testimonio para los hombres. Y allí donde Dios es alabado y adorado con fidelidad, no faltan las bendiciones».

El Papa dejó una misión particular al Capítulo Vaticano: «recordar con vuestra misión orante ante la tumba de Pedro que no hay que anteponer nada a Dios; que la Iglesia está totalmente orientada hacia Él, hacia su gloria; que el primado de Pedro está al servicio de la unidad de la Iglesia y que ésta, a su vez, está al servicio del designio salvífico de la Santísima Trinidad». Los canónigos, presididos por el arcipreste de la Basílica, en estos momentos el arzobispo Angelo Comastri, son 34. Se reúnen en la Capilla del Coro de San Pedro para rezar la oficio divino los domingos, en las grades solemnidades litúrgicas y en la vigilia de las mismas.

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" La eutanasia y el nazismo "

artículo de eugenio nasarre, en abc, martes 16 de octubre de 2007

Minuciosamente, paso a paso, se están preparando los caminos para la legalización de la eutanasia. Como anticipo, las Juventudes Socialistas la han propuesto en su programa, adoptado en su último congreso. Bernat Soria, en calculadas declaraciones, ha ido afirmando que es «una asignatura pendiente» a abordar en la próxima legislatura. Hoy, el Congreso debate una proposición de ley presentada por Izquierda Unida que lleva el perverso título «disponibilidad de la propia vida».

Lo que resulta interesante observar es la gran similitud de los argumentos en que se basan quienes postulan hoy la legalización de la eutanasia con los que sostuvieron Hitler y los nazis, cuando la incluyeron junto con la eugenesia como parte esencial de su proyecto ideológico. Los actuales defensores de la eutanasia son, en este punto, herederos directos de las doctrinas nazis sobre la vida y la muerte de los seres humanos.

El argumento principal para justificar la eutanasia es la conveniencia de suprimir «la vida indigna de ser vivida». Resulta curioso que, en una especie de macabro retruécano, sea la apelación a la «dignidad humana» la razón última con la que se pretende legitimar esta clase de «homicidio compasivo». Claro está que, con tal argumento, lo que realmente se está afirmando es que la «dignidad humana» es selectiva, que los seres humanos no la poseen por igual, sino que depende de determinadas condiciones y circunstancias.

El problema que plantea tal afirmación es doble. Por una parte, quién debe decidir qué vida es «indigna de ser vivida» y merece, en consecuencia, su eliminación. Y, por otra parte, qué consecuencias, no sólo para la víctima, sino para el conjunto de la sociedad, se producen si se llega a imponer la tesis de que resulta conveniente y benéfico provocar la muerte a aquellas personas en las que concurren las circunstancias que hacen a su vida «indigna de ser vivida». Las consecuencias son terribles y conducen a la máxima degradación de una sociedad, como sucedió en la Alemania de Hitler.

Tanto en el nazismo como en los que ahora defienden la legalización de la eutanasia, evidentemente la «vida indigna de ser vivida» (y, por lo tanto, eliminable) no es la de los sanos, los fuertes, los inteligentes, los que están pletóricos de facultades. Por el contrario, es la propia de los enfermos, de quienes no pueden valerse por sí mismos, en definitiva, la de los desvalidos e indigentes, la de los que necesitan el auxilio de otras personas para poder vivir. Es curioso que en la proposición de ley de Izquierda Unida no se contempla como supuesto de despenalización «facilitar la muerte digna y sin dolor» (¡así se define el homicidio en el texto!) de quienes gozan de una salud rebosante.

Sólo se contempla la despenalización «en caso de enfermedad grave que hubiera conducido necesariamente a su muerte» o «le incapacitara de manera generalizada para valerse por sí misma». Está claro que la eutanasia sólo está pensada para aplicarse a los desvalidos. Y es que irremediablemente la eutanasia no podrá disociarse nunca de la eugenesia. La una conduce a la otra.

Este era el mismo planteamiento sostenido por los nazis. Hitler, en la concentración del partido nacionalsocialista de Nuremberg de 1929, ya afirmó que «como consecuencia de nuestro humanitarismo sentimental moderno, intentamos mantener a los débiles a expensas de los sanos». Hitler no llegó a impulsar políticas favorables a la eutanasia hasta el último período de su gobierno, una vez iniciada la contienda mundial. Pensaba que la sociedad alemana «todavía» no estaba preparada.

Pero en 1939, cuando la voluntad del Führer era ya irresistible, expresó al dirigente de los Médicos del Reich «que era justo que se erradicasen las vidas indignas de pacientes mentales graves» (Michael Burleigh, El Tercer Reich). Y a partir de ese año la Cancillería del Führer empezó a autorizar a médicos la práctica de «homicidios compasivos», empezando con los casos de niños nacidos con malformaciones y enfermedades congénitas, tales como síndrome de Down, micro e hidrocefalias, parálisis espásticas y enfermedades mentales graves, alegándose como pretexto las súplicas de padres angustiados. La justificación de la práctica de la eutanasia era presentada por los nazis, sobre todo al comienzo de su implantación, como una respuesta a las demandas de los propios ciudadanos.

También en la exposición de motivos de la proposición de ley de IU se invoca similar justificación. Y saca a relucir una encuesta de la OCU según la cual el 65 por ciento de los médicos y el 85 por ciento de las enfermeras «alguna vez han recibido la petición de un paciente terminal de morir, bien a través de un suicidio asistido o de la eutanasia activa».

Muchos de nosotros conservamos en la retina las imágenes imborrables de la película «Año cero», de Rossellini. Aquel padre, doliente en el lecho, en medio de la miseria y de la degradación de la Berlín devastada al acabar la guerra, que dice a sus hijos: «Soy un estorbo; mejor sería que me muriera». Y aquel hijo, niño todavía, que cuenta la escena a su antiguo preceptor nazi, y que recibe su consejo: «No queda más remedio que sacrificar a los débiles; asume tu responsabilidad». Cuando el padre inicia una recuperación, recibe la droga letal de manos de su hijo.

Los defensores en nuestros días de la eutanasia invocan un presunto «derecho a morir», que debería ser garantizado y protegido por el Estado. El «derecho a morir» se convierte inexorablemente en «derecho a ser matado». Pero, por lo menos hasta ahora, nadie se ha atrevido a postular ese «derecho» con carácter universal, sino sólo en unos determinados supuestos asociados a la enfermedad y a la invalidez.

Por lo tanto, la legitimidad de este «homicidio compasivo» requiere el concurso necesario no sólo del ejecutor del homicidio (el verdugo), sino de quien dictamina que quien ha pedido su muerte está incurso en los supuestos contemplados en la legislación. En otras palabras, la eutanasia requiere el concurso de los médicos. Así ocurrió en la Alemania de Hitler. Fueron los médicos integrados en el partido nazi los encargados de la ejecución del programa de eutanasia impulsado por el Führer.

Uno de los pilares de nuestra civilización es el «juramento hipocrático», observado desde tiempos inmemoriales por la profesión médica como núcleo de su código deontológico. El juramento hipocrático contiene esta máxima: «A nadie daré una droga mortal aun cuando me sea solicitada; ni daré consejo con este fin». Los médicos nazis retorcieron de modo espeluznante el texto de Hipócrates, desvinculándolo de la defensa del individuo. ¿También los actuales defensores de la eutanasia enterrarán, como baúl inservible, el «juramento hipocrático»?¿Pretenderán que los médicos se han de convertir en dispensadores de la muerte para hacer efectivo el blasonado «derecho a morir»? ¿No significa todo ello la muerte de nuestra civilización?

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viernes, 12 de octubre de 2007

Siena 301


Siena

AÑO VII N 301 del 8 al 14 de octubre de 2007



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"Myanmar (Birmania): entusiasmo laico

por la revolución de los monjes"

artículo de Ignacio arechaga en www.aceprensa.com, 3 de octubre de 2007

Nos lo tienen dicho: las religiones atizan los conflictos políticos, cuando no los crean; hay que evitar toda injerencia de las ideas y movimientos religiosos en la vida pública; los clérigos deben quedarse en el templo, sin interferir con sus pronunciamientos en la esfera civil; y los políticos tienen que olvidarse de sus creencias al hacer las leyes. Pero ahora resulta que si los que salen a la calle son budistas, llevan túnica granate y la cabeza rapada, y protestan contra una junta militar, son unos héroes cívicos. La "revolución de los monjes" en Myanmar está siendo jaleada con entusiasmo también por la prensa y los poderes más alérgicos a la religión.

Es verdad que la junta militar que desgobierna en Birmania desde hace 45 años es de lo más impresentable que queda en Asia. No hay que olvidar tampoco que en estas décadas ha reprimido todos los intentos de oposición, llegando a anular las elecciones que ganó en 1990 Aung San Suu Kyi, la premio Nobel de la Paz sometida a arresto domiciliario. Pero el hecho de que ahora la protesta esté encabezada por los monjes budistas es un signo significativo de que la religión puede ser un factor decisivo en la democratización de una sociedad.

El movimiento, que empezó como una protesta contra una elevación del precio del combustible decidida por el gobierno, tomó después un cariz netamente político, para reclamar la democratización del país y la reconciliación nacional. La junta militar ha reaccionado conforme al patrón tradicional de una dictadura: acusa a los monjes de inmiscuirse en la política, de provocar un conflicto, y de intentar subvertir las leyes. Represión violenta y censura informativa son sus únicos recursos.

Por el contrario, la prensa extranjera transmite una visión muy positiva de la postura de los monjes. Se reconoce que son objeto de gran reverencia entre la población birmana, que es altamente devota. Pero esta vez no se critica este clericalismo, ni se acusa a los monjes de intentar imponer sus criterios en la vida civil. Al contrario, se subraya que constituyen "la más alta autoridad moral del país". Se alaba su valentía, determinación y disciplina, frente a la represión del gobierno. La misma UE, tan reacia a la presencia de lo religioso en la vida pública, ha expresado su "solidaridad y admiración hacia los valerosos monjes y monjas y otros ciudadanos que ejercen su derecho a manifestarse pacíficamente".

El carácter pacífico de sus protestas desmiente también el cliché de que una fuerte creencia religiosa desemboca en soluciones violentas. En Myanmar estamos viendo lo que también ha ocurrido en otros sitios, desde Filipinas a Polonia: la religión ha movilizado a multitudes para que se opusieran a regímenes dictatoriales, para impulsar transiciones democráticas, apoyar los derechos humanos y buscar la reconciliación nacional. Y si alguna sangre se ha vertido, ha sido por parte de los poderes que se resistían al cambio. Así la inspiración religiosa ha estado en la base de la instauración de la democracia en no pocos regímenes de Latinoamérica, de Europa Central y del Este, y de algunos países de África y Asia.

Esta vez solo la junta militar birmana ha gritado "los monjes, a los monasterios". Por el contrario, los que quieren el cambio democrático apoyan que los monjes salgan a la calle.

Frente a los que quieren poner la religión en cuarentena, el caso de Myanmar muestra que el futuro de una democracia puede estar mejor asegurado si la religión sigue formando parte del tejido social. Cabe esperar que esta actitud de respeto siga siendo válida cuando se trate de creyentes cristianos en vez de budistas.

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"No somos proxenetas", señala el director de un periódico

columna de ignacio escolar, director del diario publico,

domingo 7 de octubre de 2007

Ofrecemos un comentario de Ignacio Escolar, director del diario Público, a cuenta del negocio que hacen los medios con las secciones de contactos y prostitución mientras, paradójicamente, defienden los derechos de la mujer en otras páginas. El diario Publico se autodefine "progresista, de izquierdas, popular, democrático radical", según señalaron sus editores el mismo el día de su presentación el pasado 26 de septiembre.

"Algunos ya lo habréis notado: en Público no hay anuncios de prostitución. Ni los hay ni los habrá. En este diario no queremos ser cómplices con esa forma de explotación de la mujer, a pesar de lo rentable que resulta ese tipo de publicidad por palabras. En España, la prostitución no es un delito. Sí lo es lucrarse de la prostitución ajena, aún con el consentimiento de la persona que se prostituye. En el claroscuro de la ley, sin caer en el delito, ganan con el sexo ajeno muchos empresarios: los que ponen el burdel, que dicen que no cobran por el sexo sino por la cama. Y también los que cobran por la publicidad, los que prestan sus páginas a los anuncios del mal llamado 'relax'.

No somos el primer periódico que toma esta decisión, aunque sí el primero que nace sin estos anuncios y el primer diario de pago en España. Antes que nosotros, el gratuito 20 Minutos también renunció a esta publicidad. [Nota del editor: tampoco Gaceta de los Negocios ha tenido nunca esta publicidad] Fuera de España, algunas grandes cabeceras, como el International Herald Tribune, han dejado de publicar estos módulos tras descubrirse que detrás de ellos, en algunas ocasiones, se esconden redes mafiosas, trata de blancas, tráfico de personas. Esclavitud.

Lamentablemente, el problema no se acaba sacando la prostitución de los anuncios por palabras de los diarios. Hace unos días se celebraron en Barcelona unas jornadas internacionales contra la explotación sexual de la mujer. Según sus datos, el 90% de las prostitutas en España son inmigrantes sin papeles y el 85% de ellas viven en situación de vulnerabilidad. La prostitución mueve en España 18.000 millones de euros anuales. Un millón y medio de españoles son clientes. En Público no nos vamos a lucrar con la prostitución pero sí vamos a informar sobre ella".

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"¿Es que no tenéis sangre en las venas?

(Reproche para católicos)"

articulo de josé javier esparza, critico de tv y columnista del grupo vocento, 11 de octubre de 2007

"Es por lo de la Educación para la Ciudadanía, claro. ¿Por qué iba a ser, si no? Es el mayor atentado que se ha tramado en decenios contra la autonomía moral de la gente. Es la mayor intromisión imaginable en la libertad de verdad, que es la libertad interior. Y sin embargo, aquí apenas se mueven cuatro gatos. La prensa disidente hace circular titulares de impacto: «Ya hay 3.500 objetores en el mes de junio». Gran cosa, ¿eh? Tres mil quinientos en todo el país. En un vagón del Metro caben doscientas personas. Echad la cuenta. Es verdad que en las Termópilas bastaron trescientos. Pero esto es otra cosa. Esto es peor.

¿Dónde os habéis metido? ¿Debajo de las piedras? ¿Es que nadie os ha explicado lo que os estáis jugando? ¿O es que no lo queréis ver para no fatigaros, tal vez, o para no meteros «en líos»?

A vuestros hijos van a enseñarles que nada es verdad ni mentira, sino que todo depende del color con que se mira –y que ese color, mayormente, tira a bermellón–. Van a enseñarles que no existe una forma recta de ser y de estar, sino que todas valen lo mismo –es decir que lo malo es bueno, porque lo bueno no es tal–. Van a enseñarles que ETA es un grupo vasco armado que fue torturado alevosamente por la democracia española. Van a enseñarles que la guerra civil no ha terminado y que la reconciliación fue un error, porque no hizo justicia. Van a enseñarles que papá y mamá son conceptos vacíos e intercambiables por otros. Van a enseñarles todo eso, no con materiales teóricos mínimamente contrastables, sino con una buena porción de bazofia que, por otro lado, jamás fue escrita para educar a nadie, sino, deliberadamente, para todo lo contrario. Y lo más importante: os están diciendo, no a vuestros hijos, sino a vosotros, que la formación moral de los críos ya no es cosa vuestra, sino que ahora el Estado se hace cargo. Y vosotros, a descansar. Mamá-Estado se ocupa. ¡Qué bien!.

Aquí hay dos cosas atroces. Una: que el Estado invada la competencia de la familia en el ámbito moral, extirpe la libertad de educar conforme a los propios principios e imponga a las personas una determinada concepción de las cosas. Esto es algo que sólo cabe en una democracia corrompida, cuando una clase política aupada al poder se atribuye una potestad que nadie le ha concedido. Es también curioso que el Estado venga a clavarnos esta zarpa justo cuando más debilitado está: el Estado ya apenas nos protege, ha dejado de dominar su propia moneda, ha subordinado la Defensa a grandes organizaciones internacionales, las empresas han de recurrir a guardias privados porque la policía no basta, los ciudadanos han de pagarse la sanidad por su cuenta si quieren ser bien atendidos, hemos de suscribir planes de pensiones con los bancos porque la jubilación no nos llegará… Y es este Estado, decrépito e impotente, el que se permite ahora secuestrar la soberanía moral de las personas singulares. Repito: no de la Iglesia, ni de la Conferencia Episcopal ni del PP, sino la soberanía moral de las personas singulares, de la gente de la calle, tu soberanía y la mía.

La segunda cosa atroz es esta otra: la invasión del espacio moral viene bajo las banderas de una visión absolutamente sectaria de las cosas, una visión que se ha construido en el último cuarto de siglo bajo los escombros de dogmas ideológicos derrumbados, una visión expresamente contraria a la cultura mayoritaria de la sociedad, a los fundamentos tradicionales de nuestra civilización, a los principios objetivos de lo que centenares de generaciones de europeos han considerado natural. No estamos ante un movimiento de «progreso»; estamos ante un movimiento de simple inversión. El propósito de los invasores no es otro que darle la vuelta a todo. ¿Y pueden hacerlo? Moralmente, no. Pero si nadie se opone, ¿por qué no? Y aquí es donde se echa de menos un poco más de nervio ciudadano.

Por ahí, en la plaza, uno oye de todo. Que si no llegará la sangre al río. Que si ya lo arreglarán las comunidades autónomas. Que si no será tan fiero el león como lo pintan. Que si, después de todo, sólo es una asignatura, que dejará tan poca huella en los alumnos como las demás (¿?). Que, al fin y al cabo, eso que se enseña en Educación para la Ciudadanía es lo que se ve en la calle, y que los niños tienen que ir haciéndose a esas cosas. Excusas de mal pagador. Sobre todo, excusas ciegas, expedientes para escurrir el bulto y no querer afrontar lo esencial, a saber: que no se trata de que se enseñe tal o cual cosa, sino de que pretenden robarnos una porción importantísima de libertad personal.

Es la libertad.

Veréis: uno puede tolerar que el mundo sea una cueva de ladrones, que la televisión se haya convertido en territorio canalla, que los políticos abusen de las esperanzas de la gente (y los banqueros, de sus ilusiones), que los periódicos y la publicidad impongan una forma de ser y pensar decididamente absurda… Uno puede soportar todo eso porque, al fin y al cabo, ante la avalancha siempre es posible clavarse en la puerta de casa, coger el hacha y gritar «no pasarán». Pero lo que uno no puede tolerar es que cojan a tus hijos y les laven el coco al progresista modo. Por ahí no se puede pasar. Porque se trata de vuestros hijos. Y sin embargo, hermanos, lo estáis tolerando. ¿Qué os pasa? ¿Es que no tenéis sangre en las venas?

A los medios de la derecha religiosa, que admiran el ejemplo norteamericano, les gusta entregarse a ensoñaciones de regeneración, incluso de cruzada. Sueño vano. ¿Sabéis por qué en las sociedades con mayoría católica es impensable, hoy por hoy, un proceso semejante al norteamericano? Porque en los Estados Unidos la mayoría religiosa avanza sobre la base de asociaciones civiles, grupos de ciudadanos, comunidades con una voluntad de presencia política y social; pero aquí, en la Europa cristiana, y más especialmente católica y sobre todo en España, sólo una minoría exigua de ciudadanos actúa en la sociedad como creyente, el tejido asociativo civil es mínimo o inexistente, su capacidad de presencia social y política es reducidísima, muchos creyentes tienen alergia a la política o carecen de formación, la inmensa mayoría de los ciudadanos opta por la pasividad pública y prefiere delegarlo todo –en parte por tradición, en parte por pereza– en las espaldas de la jerarquía. «Los obispos sabrán qué hay que hacer» es una frase extraordinariamente socorrida. Y los obispos lo saben, claro que sí, pero el problema es que no son ellos quienes pueden hacer, sino los ciudadanos, las personas, y para eso hace falta un grado de compromiso que se diría completamente inalcanzable.

Por supuesto: este reproche va dirigido a unos católicos que parecen haber perdido por completo el sentido de la libertad personal, pero al menos aquí, entre la grey de los fieles, ha habido voces dispuestas a jugarse el pecho. Mucho peor es la situación ahí fuera, en la llamada «sociedad», donde una muchedumbre infinita de almas grises se muestra dispuesta a tragarlo todo con tal de no someter a agitación su adiposa conciencia. La reacción de los católicos ante la asignatura de Educación para la Ciudadanía es tibia hasta la depresión, pero la actitud general de la sociedad es indiferente hasta la náusea. Hemos llegado a un punto tal de sumisión –al sistema, al dinero, a la comodidad burguesa, a lo «políticamente correcto»– que cuesta un mundo hacer ver a la gente que lo que está en juego es su libertad. Esa es la imagen del tirano de nuestro tiempo: ya no un déspota que te roba la cartera mientras te amenaza con la porra, sino un simpático cacicón que, mientras te rasca la barriga, te roba el alma. Y tú aún vas y te ríes.

Hay que presentar la objeción de conciencia contra esta asignatura. Es vital. Habría que hacerlo incluso si uno estuviera de acuerdo con los planteamientos doctrinales del Gobierno, porque ni siquiera en ese caso estaría justificado que el Estado se arrogue el derecho a imponerlos por ley. Jünger decía en alguna parte que la verdadera libertad es la que reside en el propio pecho. Esta gente nos quiere abrir el pecho y sacarnos la libertad como se sacaba el corazón en los viejos sacrificios humanos. No. No pasarán. Objeta. Mañana. ¡Ya!..."

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" Asignatura totalitaria"

articulo de igmacio sánchez cámara, catedrático de filosofía del derecho, en la gaceta de los negocios, lunes 1 de octubre de 2007

La aprobación de Educación para la Ciudadanía entraña un triple error: político, jurídico y moral.

Es un grave error político crear una nueva asignatura que persigue la formación cívica de los alumnos sin alcanzar, y ni siquiera intentarlo, un acuerdo político con la oposición. El Gobierno y sus aliados parlamentarios han exhibido una intransigencia, incompatible, por lo demás, con la propia naturaleza de lo que se pretende, entre otras cosas, enseñar: nada de diálogo y todo de imposición mecánica de exiguas mayorías. Perfecto ejemplo de educación cívica. Si toda gran reforma educativa debería nacer del consenso general de la sociedad y de sus representantes políticos, lo mismo cabe exigir cuando se trata de la creación de una nueva asignatura obligatoria de naturaleza moral.

El fracaso de la nueva asignatura no es cuestión opinable: la asignatura del consenso y la democracia no ha generado sino división social y disenso. Es una pura falsedad afirmar que sólo pretende el conocimiento de la Constitución y de los derechos fundamentales. Es evidente que va mucho más allá de ello. Basta consultar los descriptores de la asignatura u ojear los manuales existentes, en los que se incluyen cuestiones relativas a la condición humana, la identidad personal, la orientación sexual, la educación emocional o la construcción de la conciencia moral, de las que nada dice la Carta Magna.

Es un error político la intromisión del Gobierno en la educación moral que han de recibir los alumnos. Hay que añadir que es falso que se trate de una asignatura equivalente a las que existen en otros países democráticos, pues en éstos no se invade el ámbito de la conciencia moral.

Es un error jurídico. Habrá que esperar a lo que decida la Justicia y, especialmente, el TC, pero parece evidente que la imposición de la asignatura entraña una vulneración del artículo 27 de la Constitución, que garantiza el derecho de los padres a decidir la educación moral que han de recibir sus hijos.

Las democracias liberales no entregan al Estado el derecho a dirigir la educación, sino sólo la misión de garantizar el libre ejercicio de ese derecho, cuyos titulares son los alumnos y sus padres. El Estado no es el dispensador de una especial sabiduría moral, sino el garante del ejercicio del derecho a la educación. La asignatura, tal como ha sido configurada, entraña la violación de un derecho fundamental de los padres y es, en este sentido, inconstitucional.

Constituye además un grave error moral y filosófico. La asignatura persigue el adoctrinamiento de los alumnos y promueve una determinada visión de la antropología y de la moral, que excluye la dimensión religiosa y trascendente de la persona humana, impone la ideología de género, la manipulación de las emociones y una visión relativista de la cultura y la moral. La concepción del hombre en la que se sustenta resulta incompatible con la fe religiosa, de manera que sus contenidos resultan incompatibles con los de la asignatura de religión católica, optativa elegida por la mayoría de los padres y alumnos. Más que una asignatura, es la imposición de una determinada ideología laicista.

El argumento de la adaptabilidad de la asignatura a las preferencias de los padres o a los idearios de los centros no hace sino confirmar su condición adoctrinadora, pues si se tratara de la mera enseñanza de la Constitución y sus principios, valores e instituciones, no sería necesario recurrir al pluralismo ideológico de sus versiones.

El contenido de los libros de texto existentes prueba, de modo elocuente, el carácter fuertemente ideologizado y adoctrinador de la asignatura, hasta el punto de que algunos colectivos de homosexuales reclaman la retirada del único texto, al parecer, que se opone a los desmanes de la corrección política y la manipulación ideológica.

Es evidente que los centros educativos y los profesores pueden evitar los peores desmanes del engendro, pero acogerse a esa posibilidad y tolerar el mal para los demás sería muestra de insolidaridad con los padres, que no tendrán la misma posibilidad de elegir y de evitar la violación de su derecho. Que un mal sea parcialmente evitable no significa que no sea un mal. Además, lo decisivo no es tanto el contenido concreto de las enseñanzas que se impartan como el hecho de que el Estado invada un ámbito que no es de su competencia, como es el de la formación moral de los alumnos, que corresponde a los padres.

Esta invasión es propia de los regímenes políticos totalitarios, que se caracterizan por la invasión por parte del poder político de todos los ámbitos de la vida social y por la decisión de imponer a toda la sociedad un sistema único de (valga la exageración) pensamiento. Es una manera de manipular las conciencias y regimentar las vidas, propia de la pesadilla que denunció Orwell. Un atentado contra el derecho de los padres.

Por todas estas razones políticas, jurídicas y morales, y otras que cabría añadir, resulta debido oponerse a la implantación injusta de esta asignatura totalitaria.

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" Atención pastoral de las familias

en situaciones difíciles e irregulares "

directorio de la pastoral familiar de la iglesia en españa

Ayuda en los momentos de crisis. La ayuda de los COF

209. La primera atención que requiere un problema o una crisis matrimonial es el conocimiento objetivo de las dificultades. Es así como se puede determinar la primera ayuda que los cónyuges necesiten, ya sea sólo un consejo acertado fundado en un anuncio claro del Evangelio, ya sea que necesiten ayuda complementaria. Para ello, además de un diálogo asiduo con los cónyuges, se les procurará poner en contacto con un Centro de Orientación Familiar de la Iglesia, facilitando al máximo el acceso al mismo.

Es en el COF donde se afrontan los problemas desde una visión global e integradora de la persona, el matrimonio y la familia, entendidos como un todo interrelacionado y en constante proceso de crecimiento. Personas católicas con experiencia seria de fe, actuando en equipo y especializadas en las distintas facetas del matrimonio y la familia podrán atender, en estos centros, los problemas para encontrar cauces de solución. Es necesario, pues, cuidar la formación permanente doctrinal, científica, moral y espiritual de los profesionales y colaboradores de los COF en orden a su plena comunión con el Magisterio de la Iglesia y a la eficacia de su intervención.

Anunciarles el evangelio de la familia y procurar la reconciliación

210. Hay que destacar que un gran número de crisis suceden por falta de comunión entre los cónyuges, situación que puede ser sanada con una adecuada evangelización, anunciando la misericordia, el perdón y el amor de Dios manifestado en Cristo y explicando el valor de la cruz y el sufrimiento. Es el momento de infundir nuevas esperanzas a personas que, por haberlas perdido, pueden llegar a plantearse la ruptura como única solución.

Por tanto, aún cuando existan razones legítimas en orden a iniciar un proceso de separación, nulidad matrimonial, disolución del matrimonio en favor de la fe o dispensa del matrimonio rato y no consumado, antes de aceptar la causa, el juez, o por delegación el Centro de Orientación Familiar, empleará medios pastorales (Orientación Familiar) tendentes a la reconciliación de las partes. De ahí la importante necesidad de la coordinación de los Tribunales Eclesiásticos con los Centros de Orientación Familiar.

Renovación de su vida cristiana en catecumenados de adultos

211. Simultáneamente a la atención en los COF, o al finalizar ésta, será conveniente invitar a los esposos y demás miembros de la familia a que se planteen seriamente la renovación y fortalecimiento de su vida cristiana. Para ello, como ya indicamos los Obispos será de gran utilidad proponer procesos de iniciación cristiana para aquellos bautizados que no han desarrollado su fe o, en su caso, para los no bautizados. El modelo de referencia de esta Catequesis de Adultos es el Catecumenado Bautismal. Con él se pretende "cultivar todas las dimensiones de la fe; la adhesión, el conocimiento, la oración, las actitudes evangélicas, el compromiso evangelizador, el sentido comunitario, etc". Este catecumenado fortalecerá la fe, la esperanza y la caridad de los cónyuges y de toda la familia facilitando así, en virtud de su vocación bautismal, su experiencia vital como comunidad de vida y amor.

El recurso a la separación

212. "Existen, sin embargo, situaciones en que la convivencia matrimonial se hace prácticamente imposible por razones muy diversas. En tales casos, la Iglesia admite la separación física de los esposos y el fin de la cohabitación. Los esposos no cesan de ser marido y mujer delante de Dios; ni son libres para contraer una nueva unión. En esta situación difícil, la mejor solución sería, si es posible, la reconciliación. La comunidad cristiana está llamada a ayudar a estas personas a vivir cristianamente su situación en la fidelidad al vínculo de su matrimonio que permanece indisoluble".

Aceptación del juicio de la Iglesia. Coordinación de Tribunales y COF

213. Es necesario tener presente que no sólo se debe promover la unión conyugal cuando hay un matrimonio válido; también cuando consta la posibilidad de nulidad matrimonial, tanto los COF como los jueces eclesiásticos, emplearán los medios pastorales necesarios para inducir a los cónyuges, si es posible, a convalidar su matrimonio y a restablecer la convivencia conyugal.

En el caso de que, convencidos, y tras la pertinente orientación familiar, estén decididos a acudir a los Tribunales Eclesiásticos en demanda de la nulidad matrimonial, la disolución del matrimonio en favor de la fe o la dispensa del matrimonio rato y no consumado, se les debe aconsejar, entre otras cosas, que han de estar dispuestos a someterse al juicio de la Iglesia. No pretendan anticipar ese juicio, incluso si tuvieran certeza moral subjetiva de la nulidad de su matrimonio.

Conviene que el asesoramiento jurídico sea ejercido por profesionales verdaderamente católicos que puedan explicar no sólo los procedimientos sino el sentido de los mismos, y hacer presente a la Iglesia en esa situación conflictiva. De ahí la importante necesidad, también en esta ocasión, de la coordinación de los Tribunales Eclesiásticos con los COF.

En los procedimientos de levantamiento de veto para contraer nuevas nupcias tras una declaración de nulidad, los Tribunales Eclesiásticos podrán recurrir también a los COF para solicitar de ellos los pertinentes informes periciales (psicológicos, espirituales, etc.)

Tanto en los casos de separación como de nulidad matrimonial, disolución del matrimonio en favor de la fe y dispensa del matrimonio rato y no consumado se tendrán en cuenta las obligaciones morales e incluso civiles respecto a la otra parte y a la prole, por lo que se refiere a su sustento, educación y transmisión de la fe; además, se cuidará con una grandísima delicadeza, el que los hijos sufran lo menos posible y no guarden rencor hacia sus padres.

Entre estas obligaciones, urge especialmente la obligación moral de pasar la pensión alimenticia a los hijos, según la disposición judicial, así como respetar el régimen de visitas establecido. Cuando no haya razones graves que aconsejen lo contrario, debe promoverse la custodia compartida. (Esta expresión, "custodia compartida", la utilizamos en su dimensión pastoral y no como un concepto jurídico-positivo).

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