Asociación Ronda80. Voluntariado

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sábado, 6 de febrero de 2010

Lo leo todo negro


articulo de javier cercas rueda / www.aceprensa.com / jueves 4 de febrero de 2010

Si los libros de Harry Potter han hecho leer a miles de jóvenes como hacía tiempo que no se veía, los de Michael Connelly, Henning Mankell o Stieg Larsson son los que mantienen hoy pegados al sillón a los adultos. La novela negra, un género que trasciende el thriller y la novela policiaca, atrae por su parcial pero certera explicación de la sociedad, su capacidad de entretenimiento y su realismo. Su patente ambigüedad moral no le hace daño. Norteamérica sigue siendo el punto de referencia en un género que tiene el favor del mercado pero no siempre el prestigio de la literatura.

Un poco de historia

1841. Aparece en Graham’s Magazine el relato “Los crímenes de la calle Morgue”. Edgar Allan Poe y su Dupin, en tres relatos, sientan las bases del policial clásico: crimen como enigma cifrado, sabueso excéntrico, ayudante narrador, un culpable, una ciudad.

1930. Dashiell Hammett inventa al crudo detective hard boiled. Estilo afilado y elíptico, diálogos desnudos, objetivismo máximo y antirretórica. Spade-Bogart es cínico y sabe usar los puños. Sólo se atiene a las reglas que le convienen en cada momento y se guía por su instinto. Literatura de revistas pulp. Realismo, sangre y violencia sustituyen a las células grises y escenarios tranquilos del detective inglés.

1945. El editor Duhamel (de Gallimard) lanza en Francia una colección llamada Série noire: dio a conocer a los escritores norteamericanos de los 30 y 40 y otorgó nombre propio a un género.

De qué estamos hablando

Arthur Conan Doyle, Agatha Christie, Dorothy Sayers o Georges Simenon escriben novela de enigma. Hay un crimen, se investiga y se resuelve. Lo esencial es la resolución de un problema de naturaleza delictiva. Se trata de una literatura de salón donde el escritor no se mancha las manos y simplemente encomienda a un pensador muy dotado –no siempre persona de acción– que descifre el acertijo.

Otra cosa son los thrillers. El ambiente puede ser igualmente policiaco-criminal pero también militar (Tom Clancy), o político (Richard North Patterson), o jurídico (John Grisham) o médico (Robin Cook, Tess Gerritsen), o de aventuras (Clive Cussler), o incluso teológico (Michael O’Brien). Lo característico es la narración inquietante, la continua tensión dramática. Una vuelta de rosca más al folletín periodístico del XIX.

En la novela negra hay todo lo anterior pero trascendido por un intento de explicar la sociedad, a través de algunas de las cosas que ocurren en ella. Es a la vez novela de enigma, social, thriller, policiaca, costumbrista, realista. Tiene elementos claros del western y, con frecuencia, contaminaciones sensibles con la novela histórica, de ciencia ficción y de aventuras. Y con la de terror, la gótica y la psicológica. La frecuente exageración del miedo y la violencia la relacionan con el melodrama, y la confusión entre su estilo y sus distintos ambientes la confunden frecuentemente con los subgéneros de novelas de espías, carcelarias o de mafia.

Tiende a ser urbana, a narrar un conflicto entre el bien/mal, el individuo contra la sociedad corrupta, y suele desenvolverse en ambientes marginales con dosis de crimen, sexo y violencia. No importa tanto la resolución de un caso como desarrollar un mapa de conflictos humanos y sociales. Por esto, puede separarse de la estructura clásica de relato a la inversa del policial.

Razones del éxito

Son muchas. La atracción por el lado oscuro, la curiosidad por conocer un secreto, la adicción de la intriga.

Muchos de estos escritores han sido antes investigadores, abogados, periodistas o incluso reclusos. Conocen bien o investigan a fondo los ambientes y acciones que describen y suelen lograr altas cotas de verosimilitud.

Hablamos en general de buenas historias bien tramadas. Acción y entretenimiento asegurados y muchas veces, personajes bien trabajados.

La frecuente serialidad hace que el lector se sienta familiarizado con un determinado paisaje urbano, con unos personajes y hábitos de trabajo. La personalidad del investigador suele resultar excitante y adictiva.

La tentación de la truculencia

La novela negra es un modo de explicar la sociedad, vista desde su lado peor. Una especie de novela social con la que el escritor puede explicar y denunciar lo que ocurre, sin renunciar a entretener.

Algunos autores caen en el recurso fácil del morbo. Detalles de sadismo o de hiperviolencia, descripción de comportamientos sexuales patológicos o sencillamente vidas planas e inmorales donde sólo se busca el propio provecho.

El frecuente que los ambientes donde se desarrollan las tramas no sean precisamente una escuela de valores. Los submundos del hampa y el crimen organizado, la explotación de todos los vicios. Otras veces son los que ostentan el poder, personas externamente honorables, los que se dejan llevar por la corrupción. Los propios policías e investigadores suelen ser descritos como modelos de ambigüedad: junto a sus evidentes puntos fuertes (defensa de la ley, competencia profesional, intuición, habilidades físicas, constancia, valentía, etc.) hay elementos negativos contrastantes (situaciones familiares destrozadas, abuso de alcohol o drogas, violencias injustificadas, deseos de venganza, problemas con la autoridad, etc.).

Los buenos son tan duros como sentimentales. “Si no fuese duro, no estaría vivo. Si no pudiera ser dulce, no merecería estarlo”, dice Philip Marlowe. Cínicos desencantados que han perdido muchas veces el norte.

La novela negra se enfrenta así a su limitación más seria. Resulta frívolo admirar estéticamente algo que condenamos moralmente, a la vez que es confuso el debate sobre las posibilidades poéticas en el crimen. La ambigüedad y el subjetivismo pragmático de nuestros tiempos han eliminado la función de educación moral que pudo tener en algún momento la novela policiaca, vehículo, como la prensa de sucesos, que separaba claramente al delincuente de la persona honrada. Un lector habitual de novela negra que no tuviera a la vez criterios claros, puede llegar a convertirse en un triste mirón de lo malo.

¿Es literatura?

Se tiende a encasillar a la novela negra como literatura de género, siendo esto sinónimo de renuncia a la exigencia literaria y de rendición al mercado. Sin duda muchos de estos libros tienen estos defectos pero no necesariamente. Algunos autores son verdaderos escritores dotados y serios, capaces de complejidad argumental, de un tratamiento profundo de personajes (motivaciones, relaciones y contrastes), de un modo de contar la historia exigente y de altura técnica.

El mainstream, la literatura no genérica, suele reservarse el coto del prestigio. Pero una novela negra no es automáticamente un best-seller en términos de comodidad narrativa, facilismo y personajes esquemáticos.

Jorge Luis Borges dijo que a la novela policiaca le faltaba la necesaria dosis de aburrimiento para gustar al crítico, quien suele sospechar del entretenimiento, de la red que supone para el escritor las convenciones de género, de la ausencia de retórica, de las ventas altas y de las adaptaciones cinematográficas. El crítico obtuso (casi siempre devorador secreto de novelas criminales), como mucho, dotará de cierto prestigio a la novela de ingenio, reflexiva, nunca a la llena de acción, imágenes y sangre.

Panorama de autores vivos

El país de referencia indiscutible ha sido y sigue siendo Estados Unidos. La novela negra nace ahí en los años veinte y tiene como maestros desde entonces a Hammett y Raymond Chandler. El modo de escribir norteamericano, fresco y directo, claro, libre, comprensible, impregnado en muchos autores de las influencias visuales y plásticas del cine, ha sido siempre el más adecuado para este tipo de historias.

Entre los autores vivos podemos distinguir dos grupos. El de los herederos de los tough writers, escritores duros (Jim Thompson, James M. Cain, David Goodis, Chester Himes, etc), con James Ellroy a la cabeza, opta por un fuerte realismo y extrema dureza en sus historias. Son libros vivos que quitan la respiración y que fácilmente caen en tremendismos y pasajes desagradables. Cabe adscribir aquí la obra de Lawrence Block y del más reciente Brian Freeman.

Otro grupo, y podemos hablar de Michael Connelly por ponerle una cara, es más compasivo con el lector en el modo de contar la historia y en el fondo mismo de la narración. Georges Pelecanos (a caballo con el primer grupo), David Baldacci (sesgado hacia el thriller), Patricia Cronwell y Harlan Coben (más un autor de misterio e intriga) podrían incluirse en este estilo.

Todos estos autores son de calidad y tienen legión de seguidores entre los lectores. Sus libros están muy bien construidos y llevan años narrando la auténtica imagen “negra” de la sociedad: Los Ángeles, NY, San Francisco o Washington; la CIA y el FBI; asesinos a sueldo, psicópatas, detectives, la mafia, etc.

Europa

Los escritores de este lado del Atlántico juegan en otra división, aunque por épocas digan otra cosa los intereses editoriales y de mercado.

En las islas británicas sólo hay un autor a la altura de los americanos, John Connolly. Ha dado un paso más en la descripción del mal y de la misión de su oponente, pero está corriendo el riesgo de repetirse. Hay algunas novelas interesantes entre las de Phillip Kerr.

La narrativa europea, sobre la americana, abunda en el tratamiento de temas sociales. La mediterránea en particular añade detalles de hedonismo y humor.

En Francia destaca la original Fred Vargas, que ha conseguido dar un toque culto muy atractivo a sus apasionantes historias.

En Italia, a la sombra del maestro Leonardo Sciascia, destacan las historias de Ben Pastor y algunas de Andrea Camilleri.

Más discretas de calidad pero con su público en España, están también las del griego Petros Márkaris, el ruso Boris Akunin y la china Diane Wei Lang.

El panorama español actual en este género –como en general– es modesto. Andreu Martín y Juan Madrid han optado siempre por la truculencia y la descripción de lo peor. Algunos de sus libros no son malos, pero representan una literatura borde y desagradable. De más calidad pero igualmente indigestas son las narraciones de Francisco González Ledesma, el más veterano. De nivel medio son las aportaciones de Alicia Giménez Bartlett, Lorenzo Silva, Reyes Calderón o Eugenio Fuentes. El gallego Domingo Villar acaba de sumarse a la fiesta con dos novelas de calidad aunque un tanto sosas.

La invasión nórdica

No pueden obviarse los fenómenos Mankell y Larsson, con ventas masivas. Han mostrado, con un modo prosaico y frío de entender la criminalidad, las limitaciones de esos estados que combinan el bienestar material con la soledad y el horror. La serie de Wallander, con once títulos, ha ido de más a menos con una calidad media aceptable. La trilogía de Larsson, desagradable y demasiado larga, ha cifrado su éxito en los personajes, un periodista y una hacker.

Es probable que la mejor novela negra europea se haga hoy en los países escandinavos. Suecia a la cabeza (destacan Leif G.W. Persson y dos mujeres, Anne Holt y Asa Larsson), Noruega (Jo Nesbø –probablemente el mejor de todos los nórdicos– y Karen Fossum) y la pequeña Islandia, que aporta un sólo nombre pero de los primeros de la clase: Arnaldur Indridason.

Todas las editoriales españolas, también las más literarias, han tomado posiciones y todas tienen su nórdico negro.


Una selección imprescindible

Hammett, Cosecha roja

Chandler, El sueño eterno

Ellroy, L.A. Confidencial

Pelecanos, Ojo por ojo

Connelly, El eco negro

Baldacci, La ganadora

Connolly, Todo lo que muere

Vargas, Los vientos de Neptuno

Mendoza, La verdad del caso Savolta

Villar, La playa de los ahogados

Asa Larsson, Aurora boreal

Nesbø, Némesis

Indridason, Las marismas

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