Asociación Ronda80. Voluntariado

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viernes, 30 de octubre de 2009

El síndrome de Simón: soltería, inmadurez y éxito


articulo de enrique rojas / escritor y catedrático de psiquiatría / www.elmundo.es / viernes 9 de octubre de 2009

El mundo se ha psicologizado. Los psiquiatras nos hemos convertido en los médicos de cabecera. Recuerdo cuando yo tenía 12 o 13 años, que en el colegio me decían mis com­pañeros: «Tu padre es el doctor de los lo­cos, qué terrible. ¿Cómo ha podido escoger esa especialidad?». Yo entonces no enten­día nada y pensaba que los estudios que había elegido mi padre eran demasiado duros. En la actualidad, los psiquiatras he­mos pasado de ser los doctores de los lo­cos, de los nervios, de los que están mal de la cabeza, a ser los de la conducta, auténti­cos médicos de cabecera. En esa trayecto­ria se resume lo que ha ocurrido con la psi­quiatría en los últimos 30 o 40 años en el mundo occidental.

Al mismo tiempo, estamos descubriendo enfermedades o trastornos psicológicos nue­vos que no existían hace unos años. Citaré tres como ejemplo: la anorexia / bulimia, que es la obsesión por no engordar, sufrida como una tiranía contra la comida, siempre cerca de la báscula. Otro nuevo mal es el pánico de los profesores a dar clase en los colegios pú­blicos: al haberse derrumbado el concepto de autoridad, por un lado, y al venir los alumnos asilvestrados de sus casas, el profesor tiene auténtico terror a dar clase ante la posibili­dad de ser agredido física o, lo que es peor, psicológicamente. En tercer lugar quiero exponer el caso del síndrome de Simón, que también es relativamente recien­te y que voy a tratar de definirlo de entrada y de especificarlo con detalle, de salida.

Se trata de un hombre, de 28 a 38 años aproximadamente, solte­ro o separado que pasa por solte­ro; inmaduro desdé el punto de vista sentimental -solo quiere pasar un rato con las mujeres, en plural- divertirse y jugar como un donjuán que sale y entra. Pe­ro no busca una mujer, sino que se busca sí mismo. Está obsesio­nado con el éxito -quiere triunfar, alcanzar una cota profesional al­ta y es capaz de sacrificarlo casi todo por esta subida de peldaños en su trabajo-. Y es finalmente un gran narcisista que se mira continuamente en el espejo. Se divide en cuatro modalidades de conducta.

1.-) Soltero. Para muchos la sol­tería es como un solar en el centro de una gran ciudad, que siempre puede venderse y que, a medida que pase el tiempo, se revaloriza. Tengo que hacer una crítica sobre este concepto: sólo quien es realmente libre es capaz de comprometerse. Perder la soltería por un amor fuerte, sólido, atrayente, suges­tivo, indica vida, fuerza y capacidad de arriesgarse. Muchos de estos jóvenes para­petados detrás de ese estatus se exhiben frente a las chicas buscando mostrarse, des­filar por la pasarela de los que «están libres» y después que puje la que más fuerza tenga para llevarse el trofeo.

2.-) Inmaduro. Los sentimientos son estados de ánimo, positivos o negativos, que nos con­ducen a acercarnos o a alejarnos del objeto que aparece delante de nosotros. Son la vía regia de la afectividad, el camino trillado más frecuente. Voltaire era racionalista y Rousseau, sentimental. Leibniz decía que tout sentiment est la perception confuse de une vente, es decir, que todo sentimiento consis­te en la percepción confusa de la verdad.

El sentimiento es la forma habitual y ordi­naria de vivir los afectos. Son bloques infor­mativos que nos orientan en la vida. Son una vía de conocimiento y un termómetro de nuestra vida privada. Son como un ordena­dor que evalúa y nos da la cuenta de resulta­dos de nuestra vida y milagros, de nuestra afectividad. El principal sentimiento es el amor, que se abre en abanico, repleto de ma­tices: amar, desear, querer, sentirse atraído, buscar, tener en la cabeza, necesitar, estar to­do el día pensando en alguien... El análisis esta lleno de dificultades.

Tener madurez sentimental significa ser capaz de estar abierto a dar y recibir amor, a la posibilidad de descubrir otra persona a la que entregarle los papeles del tesoro escon­dido, dándose por entero a ella y elaborar un proyecto común. Enamorarse es crear una mitología privada con alguien. Hay dos no­tas esenciales: tener admiración y sentir una fuerte atracción. Es decirle a alguien: «No entiendo mi vida sin tí, eres parte funda­mental de mi proyecto».

En el síndrome de Simón nos encontramos con una persona que puede tener una ade­cuada madurez profesional -ama su trabajo, lo cuida, lo cultiva-, pero que no tiene madu­rez afectiva: no sabe qué es el mundo senti­mental, ni expresar sentimientos, ni que el amor es un trabajo de artesanía psicológica, desconoce que los sentimientos hay que tra­bajarlos con dedicación y esmero, porque si no se volatilizan. El inmaduro no sabe dar ni recibir amor y sobre todo no sabe cómo man­tenerlo.

En estas características del paciente Simón asoma, emerge, salta y se levanta huracana­do otro cuadro clínico que se desgaja de este y que remata la faena del siguiente modo: commiment panic syndrom, el síndrome del pánico a comprometerse con otra persona. Me decía un joven de 35 años que lleva sa­liendo dos años con una chica, de su mismo nivel sociocultural, que ella le había propues­to casarse después de esos dos años de anda­dura y él respondió: «He tenido ansiedad, pe­llizco gástrico, dificultad respiratoria, pelliz­co en la tripa y un gran miedo, porque yo creo que no estoy pre­parado y que lo que quiero es se­guir por el momento así, hasta que pase el tiempo. No me veo en condiciones adecuadas para dar un paso tan serio»Se han multiplicado los hom­bres que se adscriben a este te­rror al compromiso con otra per­sona. La sociedad actual ha ido fabricando cada vez más hom­bres inmaduros -que no muje­res-, que viven centrados en sus trabajos, en sus amigos, salir y entrar, algo de cultura y pasarlo bien. Son los tiempos que corren. La mujer sabe mucho más de los sentimientos que el hombre y quiere buscar un amor verdade­ro, auténtico, para siempre, pero se ha producido en los últimos tiempos lo que yo llamaría una cierta socialización de la inma­durez sentimental en el hombre, divertida y escandalosa, jugueto­na y dramática, banal y kafkiana. Esto es lo que hay.

3.-) Obsesionado con el éxito:

La prioridad de esa persona es fundamentalmente encontrar una posición económica adecua­da. Y sacrificarlo todo por ese objetivo. Hago una enmienda a la totalidad: es evidente que es importante trabajar el proyecto profesio­nal, pero que ése sea el único elemento fun­damental parece pobre, flaco, poco consis­tente. La parte tomada por el todo.

Hay otro factor escondido tras esta obse­sión, que es el culto al cuerpo. Es algo que provoca en muchos casos una cierta fobia al tipo corporal propio e incluso a las partes fa­ciales -a esto se le llama clínicamente dismorfofobia- Esto lo saben bien los médicos de cirugía estética, pues buscan una inter­vención quirúrgica que palie esa impresión subjetiva.

4.-) Narcisista: el narciso es una planta exó­tica con hojas largas, estrechas y puntiagu­das que crece en la cercanía de los lagos y se inclina como si se mirara en el espejo que el agua le ofrece. Plotino hablo del mito del narciso: cuidar tanto la fachada^ la portada o la apariencia lleva a producir una idolatría de lo exterior.

Narcisista es el que tiene un amor y una preocupación desordenado hacia si mismo, y que vive en, por, si, sobre, tras la cima de una autoestima cada vez mas grande. El narcisis­ta gira permanentemente sobre sí mismo, siempre preocupado por causar una buena impresión a la gente que le rodea y además reclamando elogios, admiración y reconoci­miento. El patrón de conducta se vertebra en torno a la necesidad de reconocimiento por parte de la gente de su entorno.

De esta secuencia descriptiva asoma el complejo de superiori­dad. Es un sentimiento que hace que ese sujeto se vea muy por en­cima de los que le rodean, hay una seguri­dad y una arrogancia enormes. El narci­sista es vanidoso y sus afirmaciones pre­tenden siempre imponerse al resto. Se trata de una persona muy pagada de sí misma que necesita cada vez más elogios y todo le parece poco en ese sentido, pretenciosa, creída y petulante. Y cuando se le pregunta su opinión por alguien tiende a la descalifi­cación inmediata y rotunda del otro. Los narcisistas suelen ser tipos hipermimados y superprotegidos. Están muy acostumbra­dos a recibirlo todo de palabra y de hecho, a no ser corregidos ni criticados por sus progenitores.

¿Qué criterios se siguen para diagnosticar a un narcisista? Representan un patrón ge­neral de grandiosidad, necesidad de admira­ción, sufren falta de empatia con los demás, fantasías de éxitos ilimitados y son fatuos y engreídos. Siempre esperan recibir un trato de favor especial y si este no se da, decae su interés por esas personas.

Esta tetralogía -soltero, inmaduro, obsesi­vo y narcisista-, constituye una sinfonía de instrumentos desafinados, un tipo de hom­bre que ha construido su personalidad con unos materiales de poca solidez, pero que de lejos brilla, suena, asoma e interesa, aun­que de cerca sea una modalidad nueva del hombre light, una versión de los albores del siglo XXI.

Lo psiquiatras somos perforadores de su­perficies, nos metemos debajo de la conduc­ta para descubrir qué se esconde tras ella y desenmascarar a la persona para captarla en su realidad. Y en la otra cara de la moneda está la mujer soltera, sana y normal, que quiere encontrar un hombre adecuado, con el que compartir su vida, un amor para siempre, sin fecha de caducidad.

Veo cada vez más a muchas mujeres de­sencantadas ante este tipo de hombre, que me dicen lo siguiente: «Yo busco un tío que venga con los deberes hechos, no quiero un adolescente que tenga que educar como si fuera su madre». Este síndrome fue descrito por un médico americano, Mark Gorney, ci­rujano práctico.

Todos tenemos tres caras: lo que yo pienso que soy (autoconcepto), lo que otros piensan de mi (imagen) y lo que realmente soy (la verdad sobre mi mismo).

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