Asociación Ronda80. Voluntariado

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miércoles, 8 de abril de 2009

Muerte de un corresponsal de El País en Alemania y sus reflexiones políticamente incorrectas sobre un Papa entonces moribundo

fragmento literario del libro crónicas del linfoma, de josé comas, corresponsal de el país en Alemania / www.elpais.com / Domingo 8 de abril de 2009

A lo largo de tres años, José Comas, corresponsal de EL PAÍS en Alemania, fue narrando a un grupo de amigos su lucha contra el cáncer que le acabaría venciendo el 22 de marzo de 2008. Sus vivencias, salpicadas de maestría y pasión por el periodismo, se reflejan en el libro que ahora publica Rey Lear Editores

“Los médicos han diagnosticado en Berlín que José Comas, de 60 años, corresponsal en Alemania del periódico español EL PAÍS, padece un linfoma de tipo maligno que responde al nombre de No Hodgkin.

(...) Al término de la consulta en la que la médica informó al paciente del diagnóstico y de los efectos de la quimioterapia, le entregó una carpeta que contenía informaciones sobre una peluquería de la capital alemana que afirma hacer las mejores pelucas y una lista de grupos de terapia para enfermos de cáncer. Comas, que es asturiano y ejerce como tal, se ha mostrado dispuesto a no recurrir ni a la peluca ni a los grupos de terapia.

Hasta aquí, queridos amigos, la información pura y dura para aquellos que no tengan tiempo ni ganas de seguir con la crónica, que continuaré en primera persona, en contra de mis principios periodísticos. Llevo publicadas en EL PAÍS más de 5.000 crónicas y creo que sobran los dedos de una mano para contar las veces que escribí algo en primera persona.

Como dicen por el querido Caribe: "Así está la vaina, chico". Desde el regreso del verano me encontraba mal, muy agotado y sin explicación; después vinieron unos sudores horribles, que surgían de forma imprevista, y siguió la constatación de una inexplicable fuerte pérdida de peso: desde los 102 kilos hasta los 95 de ahora.

La enfermedad me ha hecho caer en la cuenta de lo injusto que es perder con la muerte conocimientos y capacidades y no poder transmitirlos a los que quieres. Si fuera posible, me gustaría cederle a Lorite [alusión a su esposa Ana Lorite] mi alemán para ahorrarle sus pugnas permanentes con el der, die, das y similares. A José quisiera pasarle lo que sé de periodismo. A lo mejor, todavía tengo tiempo a darle un taller particular y enseñarle algo de lo único que creo entender en la vida. A Libertad es difícil saber qué necesita. (...) Me encuentro fuerte y tranquilo. Afronto la situación con lo que yo defino como "mentalidad periodística" y lo aplico al caso. Se trata de imbuirse de la posición del espectador no involucrado. Con esta mentalidad me aproximé siempre a los temas, ya fuesen Kosovo, Haití, la guerra en Nicaragua, El Salvador o Macedonia, los bombardeos en Belgrado, el terremoto de México o lo que fuera. Yo era un espectador y no me podía pasar nada. Por eso creo que nunca sentí miedo. (...) Me siento espectador de mi propio mal y espero poder mantener esta posición hasta donde sea necesario. (...) Espero poder mantener este contacto con todos vosotros por mucho tiempo, con la venia de No Hodgkin, al que presiento ahí agazapado. Noto cómo me consume y corroe por dentro.

[…]

» Berlín, 27 de marzo de 2005 (Domingo de Pascua).

(...) Los ataques químicos, que obligaron a un internamiento de ocho días, coincidieron con la agonía y muerte del papa Juan Pablo II, que Comas siguió con atención a través del televisor. Mientras permanecía enchufado al gotero con la química y demás productos, el corresponsal tuvo tiempo suficiente para recordar los diversos momentos en que su carrera se cruzó con el Papa a lo largo de más de 25 años, desde poco antes de su elección en 1978. Las complicaciones derivadas de la quimioterapia obligaron al enfermo a seguir desde la cama hospitalaria el partido de cuartos de final de la Liga de Campeones entre el Chelsea de Londres y el Bayern de Múnich.

(...) Mi condición de linfómano me otorga licencia para la incorrección política. En contra del sentir de la progresía más o menos militante, no puedo menos que expresar mi admiración por el difunto Karol Wojtyla. Me encontraba en la clínica Virchow, enchufado a la química, el miércoles de su dramática aparición final en el balcón de la plaza de San Pedro, cuando no fue capaz de articular palabra y se limitó a bendecir a los fieles. Luego siguió su agonía, que coincidió con los daños colaterales de mi quimioterapia. Me sentí muy unido en el sufrimiento con Wojtyla. Pensé que me gustaría morir como él, con las botas puestas, y en el intento de enviar una última crónica.

Los últimos años del Papa, con su ancianidad y decrepitud, expuestas sin el menor pudor, me parecen admirables en estos tiempos de culto al cuerpo, a la juventud y a la belleza, cuando los mayores de 50 años no tienen ya la menor posibilidad de encontrar trabajo. Creo que se necesita mucho valor y entereza para exponer en público, como hizo Wojtyla, la propia decadencia y continuar en el ejercicio de su profesión hasta el final. Pienso en mi padre, enfermo también de Parkinson, que se encerró en casa durante más de 10 años y no quería que le viera nadie más allá de sus familiares más próximos. Yo creo que también reaccionaría así. No soportaría exponer en público mi degeneración.

Mis días de quimioterapia y la agonía de Wojtyla me hicieron evocar los cruces con el Papa en mis andanzas de corresponsal y enviado especial que ahora intentaré relatar. Un día a finales del verano de 1978 recibí en Bonn una invitación de la embajada de Polonia para acudir en Colonia a un cóctel en honor a una delegación del episcopado polaco que visitaba Alemania. El día de marras concluí mi trabajo, entonces para Diario 16. Hacía ese calor húmedo e insoportable de Bonn, estaba cansado y me dije: "¡Bah!, no me apetece ir ahora a Colonia. No merece la pena por un par de obispos polacos". Uno de aquellos obispos era Karol Wojtyla. Un par de semanas después era el nuevo papa Juan Pablo II. ¡Que el Señor me conserve mi buen olfato periodístico!

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