Asociación Ronda80. Voluntariado

Blog para los voluntarios de la Asociación Ronda80 y público en general.
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lunes, 23 de febrero de 2009

¿Existe o no existe Dios?


artículo de josé montero vives/ www.ideal.es /lunes 18 de febrero de 2009

Escribo estas líneas el día de San Cecilio. Al ver cómo lo celebramos me pregunto: ¿No habrá otra manera de honrar a nuestro santo Patrono?

Como durante estos últimos meses estamos continuamente inmersos en el debate sobre la existencia o no de Dios, y están apareciendo con frecuencia artículos sobre este tema, me pareció que podía terciar en el debate actual, aportando el testimonio de dos ilustres personajes de nuestra ciudad, D. Andrés Manjón y D. Manuel Medina Olmos, obispo de Guadix, que llevaron a cabo una ingente labor de regeneración social, olvidándose de sus propias personas e intereses, y, olvidando el disfrute narcisístico de la vida, se entregaron generosamente al servicio de los más pobres. Y lo hicieron precisamente porque creyeron firmemente en Dios, viviendo en aquella opción libremente, haciendo el bien, compartiendo con los que no tenían nada. No se basaron en argumentaciones racionales de índole filosófica o científica, sino simplemente en su fe en Jesucristo.

El lema acuñado por una asociación de ateos ingleses, de todos conocido, dice así: 'Probablemente, Dios no existe. Deja de preocuparte y disfruta de la vida'. Y yo añado este breve comentario: Si Dios no existe, podemos ser libres y podemos disfrutar ampliamente de todo, no tenemos que preocuparnos de los demás.

El genial humorista Mingote, nos ofrece el dibujo de un autobús, que lleva detrás la siguiente leyenda: 'Probablemente Dios no existe. Disfruta la Semana Santa de Sevilla'.

Esa aguda y profunda reflexión está delatando la conducta irresponsable e incoherente de muchos que se dicen creyentes en Dios, pero no practicantes. Es muy frecuente comprobar que muchos de ellos acuden a la Iglesia para pedir el bautismo de sus hijos; cuando el niño ha crecido lo traen para que haga la 'primera y última comunión'; más tarde -cuando han pasado unos años, ¿por motivos religiosos?- vienen a pedir el sacramente del matrimonio. Al final de la vida, la familia solicita una Misa funeral por el difunto y en la esquela mortuoria añaden la consabida coletilla: «Habiendo recibido los Santos Sacramentos y la bendición de su Santidad». (Es frecuente comprobar que en el mismo número del periódico se describe que se le había encontrado muerto en algún accidente). Tampoco es raro encontrar miembros de Asociaciones religiosas con cargos destacados en las mismas, que no son practicantes ni creyentes. ¡Qué difícil es creer sinceramente en Dios y ser seguidor de Jesús, con todas sus honradas consecuencias!

Lo mismo podemos decir de muchas tradiciones populares. Vemos, como la cosa más normal y corriente y sin cuestionarnos lo más mínimo, cómo se celebran muchas de estas fiestas religiosas. Por poner un ejemplo cercano a nosotros en el tiempo y en el espacio, yo citaría la celebración de la fiesta de San Cecilio, que conmemoramos no hace muchos días. ¿Hace falta creer en la existencia de Dios para comer "salaíllas" y habas con bacalao o jamón, para celebrar la fiesta de nuestro santo Patrono? Para muchos basta con eso. ¿No sería mejor plantearnos los serios problemas que nuestros conciudadanos están padeciendo con motivo de la crisis económica, e intentar buscar soluciones a ese grave problema? Podemos preguntarnos: ¿Cómo debemos celebrar los cristianos del siglo XXI las fiestas religiosas?

Otra postura fue la que adoptaron D. Andrés Manjón y D. Manuel Medina: «Sabemos que Dios nos ha hablado por Jesucristo. Nos ha dicho: Amaos como yo os he amado. Disfruta haciendo el bien, compartiendo y sirviendo a los más pobres».

El Papa Benedicto XVI nos decía, en su encíclica Spe Salvi, que el mensaje cristiano no es informativo, sino performativo; es decir, el evangelio no es solamente una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida. Y no sólo estos dos canónigos del Sacro Monte, sino una innumerable multitud de cristianos, de ayer y de hoy, que han leído el evangelio de Jesús con otra visión, han cambiado el sentido de sus vidas.

Manjón creía en Dios y aceptó el mensaje de Jesús. Por eso el catedrático universitario y canónigo del Sacro Monte escribía en 1892, a los tres años de haber iniciado su tarea regeneradora de un barrio paupérrimo, al contemplar la miseria y abandono en que vivían los habitantes del Camino del Monte: «Para regenerar y salvar a un pueblo numeroso y caído; para ensayar lo que puede una educación continuada con gentes y razas degeneradas; para hacer el bien a muchos y por largo tiempo, para mejorar el cuerpo y el alma de numerosos pobres conocidos, que desean recibir educación y carecen de pan y camisa; para llevar la luz, la esperanza y el consuelo a las míseras cuevas (por no decir antros o pocilgas), donde habitan por cientos hermanos nuestros, para ser algo más que seres menospreciados, bestias y temibles fieras; para todo esto se necesita apoyo, protección y amparo de muchos».

Manuel Medina, que acababa de aprobar su oposición a canónigo de la Abadía, leyó esa llamada y se sintió tocado ante aquella apremiante invitación, y respondió al fundador del Ave María: «Cuente conmigo para lo que haga falta». Después, siendo obispo, primero Auxiliar del Cardenal Casanova y finalmente como obispo de Guadix, siguió con el mismo estilo de vida.

Y así, de manera incondicional, sirvió a las Escuelas del Ave María, desde 1892 hasta el 30 de agosto de 1936, fecha en la que fue martirizado en el Barranco del Chisme (Vícar-Almería), mientras perdonaba a los que le estaban torturando. Eso es afirmar de otra manera que Dios existe.

Manjón y Medina Olmos conocieron a Dios, tuvieron la experiencia de Dios y supieron hablar de Dios. Somos muchos, ahora y en los veinte siglos pasados, los que hemos interpretado y seguimos interpretando el evangelio con sencillez. No necesitamos argumentos basados en la lógica racional ni en demostraciones científicas. Y podemos afirmar que esta manera de vivir nos hace felices, trabajando por construir un mundo mejor, más justo y más fraterno.

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