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viernes, 22 de febrero de 2008

"Ideología de género y opinión pública. Una hipótesis "


"Ideología de género y opinión pública. Una hipótesis "

artículo de alejandro navas, profesor de sociologia y filosofia de la universidad de navarra, en www.homearguments.blogspot.com, miercoles 20 de febrero de 2008

La ideología de género se extiende por Occidente y se va convirtiendo en una especie de última versión de la corrección política. España no queda al margen de esta evolución. Por ejemplo, la homosexualidad viene siendo el tema estrella de nuestros medios en los últimos dos años. Consta que la gente no está especialmente interesada por este asunto, lo que obliga a preguntarse por la causa de esta llamativa discrepancia entre la agenda de los medios y los intereses del público. Se formula la hipótesis de que esa presencia desproporcionada de la problemática del género en la agenda pública obedece a la acción de lobbies que han desarrollado una inteligente y eficaz estrategia de opinión pública. Más allá de la ampliación de los derechos, lo que está en juego es la definición de la normalidad: la batalla es tanto política como cultural.

Febrero de 2007: Drew Gilpin Faust, historiadora de cincuenta y nueve años, se convierte en la primera Presidenta de la Universidad de Harvard. La profesora Faust se dedica a la historia, y durante los últimos seis años había dirigido el Radcliffe Institute for Advanced Study, dedicado de modo preferente a la investigación sobre la mujer y el género.

En su primera rueda de prensa tras la toma de posesión formuló con claridad sus prioridades: hacer más fluidas las fronteras entre las diversas disciplinas y promocionar a los miembros de las minorías protegidas. Ha habido que esperar 374 años para que hubiera una mujer al frente de la prestigiosa universidad, pero Harvard no constituye ni mucho menos una excepción: en estos momentos, cuatro de las ocho universidades que integran el exclusivo club de la Ivy League están gobernadas por mujeres.

Lo ocurrido en Estados Unidos no es un hecho aislado. Podemos saltar al corazón de Europa, a la Universität für Musik und darstellende Kunst de Viena, donde casi en esas mismas fechas se ponía en marcha una cátedra dedicada a los Gender Studies, llamada a colaborar estrechamente con el "Vicerrectorado para promoción de la mujer" y el "Grupo de trabajo sobre igualdad" en la promoción de la docencia y la investigación sobre una materia que la Universidad considera prioritaria. Por este motivo, anuncia el refuerzo de los estudios de género en todas sus disciplinas.

Podríamos documentar esta tendencia con abundantes casos similares, observables en casi todos los países occidentales, pero termino este rápido espigueo con la decisión del Ministerio de Medio Ambiente del gobierno regional de Renania–Westfalia: encargar a una consultora un estudio sobre la didáctica del bosque desde la perspectiva del género (hay que tener presente el destacado papel del bosque en el imaginario social alemán), con un presupuesto de 35.000 euros.

La actual posición hegemónica de la ideología de género no se limita al ámbito académico, sino que afecta a toda la sociedad. Voy a fijarme con un poco más de detalle en nuestro país, pues aunque no hemos sido pioneros en su desarrollo, sí que formamos parte del grupo de países que al día de hoy marcan la pauta para el resto del mundo en la implementación de esas políticas. Como botón de muestra, la presidenta del gobierno chileno, Michelle Bachelet, declara que su modelo es Rodríguez Zapatero, o nuestra vicepresidenta Fernández de la Vega viaja por Iberoamérica para exportar su cruzada a favor de la igualdad de género (El Mundo, de 31/07/2007). [...]

"Madrid se ha convertido en una capital de la libertad de los seres humanos y de la libertad sexual", podía afirmar con justicia la entonces Ministra de Cultura, Carmen Calvo, momentos antes del inicio en la marcha del Orgullo Gay en Madrid (El País, 1/07/2007, p. 46). Pocos días después se celebraba en Barcelona la segunda edición catalana del festival Loveball, que reunió a cerca de 30.000 homosexuales. Las entusiastas declaraciones de los visitantes extranjeros permitía subtitular al diario El Mundo: "Gays de Europa y América ven en las ciudades españolas los epicentros del ambiente" (5/08/2007, p.9).

No hace falta realizar un minucioso análisis del contenido de los medios de comunicación españoles durante los dos o tres últimos años para comprobar que hay un tema estrella, tanto de la información como de la ficción, omnipresente en la páginas de diarios y revistas y en todo tipo de programas radiofónicos o televisivos –ficción, informativos, late night shows, talk shows, magazines, series de ficción nacionales o extranjeras e incluso en los Lunnis–: la problemática del género y, más en concreto, la homosexualidad.

En la televisión ya nos hemos acostumbrado a no ver más que representantes del colectivo GLBT (gays, lesbianas, bisexuales, transexuales) inteligentes, honestos, sensibles, generosos, frente a heterosexuales despreciables y sin educación. Esta focalización podría no ser más que una expresión lógica de la sexualización de todos los ámbitos de la vida que afecta a Occidente, perceptible de modo especial en los sectores de la comunicación y el entretenimiento. Y como esos mismos medios se han vuelto cada vez más sensibles a las demandas de sus lectores y audiencias, por la propia evolución del mercado de la comunicación, que lleva a un peso creciente de la demanda frente al anterior mayor protagonismo de la oferta, sería lógico suponer que nuestra población exige con avidez ese tipo de contenidos, tal vez para compensar tantos decenios de abstinencia forzosa.

Estaríamos ante una nueva manifestación del movimiento pendular que parece caracterizar nuestra evolución social. Pero los datos de la investigación empírica no avalan esta hipótesis. Cuando el barómetro del CIS pregunta mes a mes a los españoles por los temas que les preocupan, tanto en general como en particular, lo relativo a la homosexualidad y al género no aparece siquiera en la lista con la treintena de asuntos mencionados en las respuestas de la muestra.

Desfase agenda de los medios e intereses del público

¿Cómo se explica este desfase entre la agenda de los medios y las preferencias e intereses del público? Cuando los representantes de los medios hablan de sí mismos, suelen presentarse como el "espejo de la sociedad", a modo de notarios que se limitan a levantar acta del acontecer social.

Este papel, investido además de una noble aureola ética, les obligaría a mostrar también el lado sombrío de nuestra realidad social, lo que justifica la deriva de los contenidos y programaciones hacia el morbo y la basura. No hacerlo así, nos dicen, sería incluso una falta de responsabilidad. Confrontar al público con los aspectos más terribles de nuestra condición puede convertirse incluso en requisito indispensable para suscitar los necesarios debates públicos y ayudar así a la solución de esos problemas.

Parece claro que estas circunstancias no concurren en el caso de la homosexualidad. Aquí los medios se emplean muy a fondo, con abundantes recursos materiales y personales, para mantener en el orden del día de la agenda pública un asunto por el que la gran mayoría de la gente no muestra interés.

Resulta obligado admitir que esa coincidencia mayoritaria, observable además en medios informativos con perfiles empresariales e ideológicos bien diversos, no es casual y se debe a la labor eficaz de lobbies muy bien organizados, sobre todo en Estados Unidos. Al margen de la importancia objetiva de esta problemática, el estudioso de la comunicación se encuentra aquí ante un fenómeno casi paradigmático para observar la génesis de la opinión pública.

Una cuestión clásica en este contexto, del tipo de problemas que vertebran cualquier disciplina científica, se pregunta si la opinión pública se genera a partir de la actividad de unos pocos e influyentes actores, colectivos o individuales –intelectuales, políticos, empresarios, artistas–, o bien emerge a partir de miles de interacciones producidas en la calle.

Este segundo modelo explicativo parecería el más propio de sociedades masificadas y altamente complejas como las nuestras, en las que ningún actor individual, aunque se llame Rupert Murdoch o Jesús Polanco, tendría la capacidad de manipular a millones de ciudadanos. Como casi siempre que nos encontramos ante ese tipo de interrogantes radicales, la respuesta más plausible suele estar en una vía media, con eventuales desplazamientos hacia uno de los extremos en función de las circunstancias.

En el caso de la ideología de género estamos en condiciones de describir con bastante precisión la influencia de unos pocos actores que, además de aprovechar un clima cultural propicio para la difusión de esos nuevos valores y modelos de conducta, han sabido idear y aplicar una estrategia de opinión pública muy eficaz, que ha conseguido en poco tiempo investir a las diferentes manifestaciones de la ideología de género del aura de la más consolidada corrección política: quien se atreva a poner en cuestión su vigencia corre el peligro de verse condenado al ostracismo social o incluso a la cárcel en sentido físico.

La huella de Simone Beauvoir

Sin dejar de tener en cuenta a Freud, Mead, Reich o Marcuse como antecedentes de referencia obligada, podemos decir que casi todo empieza en 1949, cuando Simone de Beauvoir publica Le deuxième sexe.

Se trata de una obra voluminosa, dividida en dos partes que salieron a la calle en mayo y octubre, respectivamente. La segunda comienza con la frase que se ha convertido en el lema del moderno feminismo y de la ideología de género: "On ne naît pas femme: on le devient" [1]. La autora afirma a continuación que es el conjunto de la civilización quien elabora ese producto intermedio entre el macho y el castrado que llamamos mujer [2].

Está clara la voluntad emancipadora y rupturista que inspira esa carta magna de la fase contemporánea del movimiento liberador de la mujer, pero según una denominación ya convencional se puede decir que el planteamiento de Simone de Beauvoir sigue siendo moderno y todavía no es posmoderno. "La división de los sexos es en efecto un dato biológico, no un momento de la historia humana" [3].

La naturaleza está ahí, a disposición del hombre, pues la ciencia es tanto conocimiento como poder, dominio. A título de ejemplo mostraré ese talante en ejercicio en el capítulo titulado La mère [4]: "Desde hace más o menos un siglo, la función reproductora ya no está regida por el mero azar biológico, sino que está controlada por las voluntades" [5].

Vemos en acción a la modernidad típica, fáustica y prometeica, que no se somete de modo pasivo a la realidad natural, sino que se propone dominarla y explotarla al servicio de fines que ya tampoco son naturales. Este horizonte ya estaba explicitado en el programa de la ciencia moderna formulado por Francis Bacon.

Piedra angular de la ideología de género es la diferenciación entre sexo y género. Mientras que el sexo designa la realidad biológica, el género es una construcción cultural. La lógica del movimiento ha llevado a que en nuestros días se haya incrementado la relevancia de la dimensión cultural a expensas de la natural: casi la totalidad de las determinaciones que denominamos sexuales tendrían un origen cultural y serían, por tanto, meras convenciones, algo construido. Un breve repaso a la génesis de la noción de "identidad de género" puede ayudar a entender esta evolución.

El padre de la "identidad de género"

La formulación de los conceptos de "identidad de género" y de "rol de género" se atribuye al psicoanalista Robert Stoller y al psiquiatra John Money. Este último nació en 1921 en Nueva Zelanda, pero hizo su carrera en Estados Unidos. Se doctoró en Harvard con una investigación sobre el hermafroditismo, que junto con la transexualidad sería el tema central de su actividad terapéutica, docente e investigadora el resto de su vida (murió en 2006), y trabajó en el más prestigioso centro médico estadounidense, Johns Hopkins University.

Desde mediados de los años cincuenta Money sostiene que la sexualidad es psicológicamente indiferenciada en el momento de nacer y se vuelve masculina o femenina en el curso de las variadas experiencias del desarrollo.

Money era toda una personalidad: brillante, trabajador incansable, dominador de la retórica y del lenguaje de los medios, jefe autoritario e implacable, que no toleraba crítica alguna a su labor, y se lanza enseguida con el celo del visionario a una especie de cruzada contra la moral tradicional victoriana. Se convierte en un ardiente defensor y promotor de las prácticas menos convencionales, por expresarlo con suavidad: sexo en grupo, bisexualidad, los así llamados fucking games para niños; comportamientos que todo el mundo solía considerar perversiones graves, como el asesinato con estupro, no le parecen más que simples parafilias, es decir, preferencias que se apartan sin más de la normalidad estadística.

La energía empleada en defender su causa y su notable capacidad persuasiva convencieron a las autoridades de la Johns Hopkins, que abrieron la Gender Identity Clinic, la primera del mundo en practicar la reasignación quirúrgica de sexo en adultos.

Esa praxis se extendería rápidamente por otros países occidentales. Ayudó a su difusión el cambio en el clima de opinión pública llevado a cabo en Occidente. Después del predominio de tesis biologistas deterministas, que formaron el caldo de cultivo de políticas eugenésicas en diversos países –y no solo en la Alemania nazi–, el terreno estaba abonado para una nueva orientación de la cultura, en la que se subrayaría la importancia del ambiente social frente al determinismo anterior.

Las propuestas de Money encajaban plenamente en este nuevo contexto cultural. Pero el avance de Money no se pareció en absoluto a un paseo triunfal, ya que sus tesis también encontraron críticas en la comunidad científica y médica.

En el momento en que la controversia era más intensa, Money creyó que podía presentar a la comunidad científica un caso definitivo para probar la validez de su teoría, el de los hermanos Reimer, dos gemelos univitelinos. Uno de ellos perdió el pene al ser operado de fimosis cuando tenía seis meses, y Money convenció a sus padres para que fuera educado como niña, para lo que se le practicó también la oportuna cirugía.

De esta forma, Money confiaba en mostrar cómo la biología era irrelevante frente a la influencia de la cultura y la educación –sin renunciar a la cirugía y las hormonas, por supuesto–: tendríamos dos individuos con idéntico equipamiento genético, educados uno como varón y otro como mujer.

El tratamiento se prolongó durante trece años y acabó en un clamoroso fracaso [6], que Money se negó a aceptar y procuró enmascarar hasta el final de su vida. A partir de 1980 Money dejó de citar el caso Reimer en apoyo de su postura, pero continuó defendiendo la reasignación de sexo en general, y de modo particular en los casos de lesión o pérdida del pene. Los escándalos se multiplicaron y la Johns Hopkins cerró la clínica de Money. Hoy ya nadie sigue sus propuestas para el tratamiento de la intersexualidad.

El diario El Mundo publicó en 2004 un reportaje sobre el caso [7], y aunque el autor del comentario simpatiza con la ideología de género, se ve obligado a reconocer que "la literatura científica parece no apoyar la hipótesis del doctor Money…Las evidencias científicas apoyan que la identidad de género viene establecida por la biología por encima de la educación".

En los años sesenta y setenta Money se convirtió en estrecho aliado y coartada científica de los movimientos feminista y homosexual [8], y lo más notable es que hasta el día de hoy sigue siendo una de las principales "fuentes científicas" invocadas por los representantes de la ideología de género en la justificación de sus posiciones. Si se procede con esa falta de rigor, no sorprende que los activistas del género se apoyen de igual modo en los trabajos de Kinsey, a pesar de su probada inconsistencia metodológica, que priva de todo valor a sus polémicas conclusiones.

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