reportaje de juan meseguer/ www.acepresa.com /viernes 12 de noviembre de 2010
Los partidarios del respeto a la vida y de la integridad familiar son a veces presentados ante la opinión pública como gente que se preocupa más de un puñado de principios morales que del sufrimiento de la gente concreta. Frente a este planteamiento, el libro Aceite en las heridas (1) revela una realidad muy distinta. Las protestas frente a determinadas leyes van acompañadas de soluciones alternativas y de una solidaridad práctica.
Durante los últimos años, los movimientos pro vida y pro familia se han visto envueltos en numerosas guerras culturales: los debates sobre el aborto, las células madre embrionarias, la eutanasia, el matrimonio homosexual o el divorcio “exprés”.
Esto ha llevado a algunos a pensar que estos movimientos no tienen espíritu constructivo. Los pro vida y los pro familia serían en realidad unos reaccionarios; gente con el “no” por delante y sin propuestas para contribuir al bienestar social.
Un empeño afirmativo
Pero no es cierto que esos movimientos sólo sepan quejarse. En general, sus protestas contra determinados proyectos de ley han ido acompañadas de soluciones alternativas. Algo mucho más costoso y útil que ofrecer el expediente del divorcio “exprés” o del aborto sin explicaciones. En el Reino Unido y Australia, por ejemplo, las presiones del lobby pro eutanasia han hecho de catalizador para impulsar un mayor desarrollo de los cuidados paliativos. Ambos países están ahora a la cabeza en la provisión de unidades específicas de paliativos, el acceso a analgésicos o las políticas y fondos públicos destinados a estos cuidados (cfr. Aceprensa, 19-08-2010).
Los movimientos pro vida de 15 países de América Latina han puesto en marcha la Red Latinoamericana de Centros de Ayuda para la Mujer. Las mujeres embarazadas que acuden a estos centros reciben apoyo emocional y recursos prácticos: casas de acogida, ayudas por maternidad, cuidado y transporte de niños, servicio médico, etc.
En España, el Foro de la Familia ha combatido la legalización del aborto, y en cambio ha impulsado el programa RedMadre, una red de apoyo solidario a la mujer en gestación que le ofrece alternativas a la decisión de abortar. Además, ha presentado 50 medidas de política familiar con las que pretende contribuir a fortalecer la familia más allá de planteamientos ideológicos.
Acercarse a quienes sufren
En este contexto afirmativo se sitúa el libro Aceite en las heridas, que recoge los trabajos presentados en el Congreso internacional del mismo título, organizado por el Pontificio Instituto Juan Pablo II de Roma y los Caballeros de Colón.
Desde una perspectiva interdisciplinar, expertos de diferentes países analizan las secuelas que suelen dejar en las personas el divorcio de los padres o el aborto provocado. Al mismo tiempo, presentan iniciativas destinadas a sanar esas heridas a través de la acción pastoral de la Iglesia.
Precisamente fueron unas palabras de Benedicto XVI contenidas en la encíclica Deus caritas est las que sirvieron de inspiración a los autores del libro: “El programa del cristiano –el programa del Buen Samaritano, el programa de Jesús– es un ‘corazón que ve’. Este corazón ve dónde se necesita amor y actúa en consecuencia” (n. 31).
En el marco de reflexión que ofrece Aceite en las heridas no hay dos bloques ideológicamente enfrentados. Como explica Livio Melina, presidente del Pontificio Instituto Juan Pablo II, se trata de una invitación “a acercarse a las personas que sufren, a apearse del caballo e inclinarse para curar las heridas”.
La adopción de este enfoque no elimina el juicio ético de la Iglesia con respecto al divorcio y al aborto provocado. Pero destaca un mensaje que suele pasar desapercibido: la Iglesia no deja de tender la mano a quienes creen que ya no tienen remedio y les ofrece la esperanza de rehacer su vida.
Salvar los vínculos familiares
La estadounidense Joan B. Kelly, psicóloga clínica del Northern California Mediation Center, se muestra reacia a generalizar sobre los efectos del divorcio de los padres en los niños y adolescentes. Habrá que analizar cada caso concreto, pues ni siquiera los hijos de la misma familia reaccionan igual.
No obstante, a partir de una investigación empírica reciente, Kelly identifica algunos factores de riesgo que conviene evitar. Uno de ellos es la falta de comunicación o las explicaciones telegráficas durante la separación o el divorcio; el estrés y la ansiedad se multiplican si los niños no entienden bien lo que está pasando.
Otros factores que aumentan los efectos negativos del divorcio son las relaciones irascibles entre los padres; la disminución de muestras de afecto hacia los hijos y la menor implicación en sus estudios; la pérdida de la figura paterna; la nueva pareja, que suele recortar el contacto entre padres e hijos; o la inestabilidad económica.
Kelly también hace hincapié en las necesidades relacionadas con la adaptación y el bienestar de los hijos tras el divorcio. “A diferencia de los padres que quieren escindir completamente sus antiguos lazos conyugales, los niños y adolescentes expresan un fuerte deseo de continuar con la implicación significativa de ambos progenitores (suponiendo que sean unos padres adecuados)”.
En la misma línea, Raffaella Iafrate –profesora de psicología social en la Università Cattolica del Sacro Cuore de Milán– insiste en la importancia de salvar los vínculos familiares pese a que haya naufragado la relación conyugal. Tras el divorcio, los padres tienen “la tarea de respetar las raíces del hijo que es siempre fruto de dos historias y de una multiplicidad de vínculos familiares y sociales”.
Si bien puede resultar doloroso, ese empeño por garantizar la cercanía del otro cónyuge ayuda a los hijos a recuperar su confianza en la capacidad de crear vínculos duraderos.
Atender a la fe de los hijos
Elizabeth Marquardt, vicepresidenta para estudios sobre la familia en el Institute for American Values de Nueva York, sintetiza los resultados obtenidos en su investigación sobre el mundo interior de los hijos de familias divorciadas (cfr. Between Two Worlds, Crown, Nueva York, 2005).
La principal conclusión de Marquardt es que lo que más angustia a la mayoría de estos niños y adolescentes es el hecho de “crecer entre dos mundos, forzándoles a dar sentido a la gran disparidad de valores, creencias y maneras de vivir de sus padres”.
A su juicio, esto echa por tierra el mito del buen divorcio; o sea, la creencia de que si los padres se divorcian de forma amistosa evitarán el sufrimiento de los hijos. “La mayoría de los hijos de divorciados reconoce que sus padres no tenían muchos conflictos después del divorcio. Sin embargo, estos niños experimentaron conflictos graves y permanentes entre los mundos dispares de sus padres”.
“Muchos dicen que tenían que ser personas diferentes en el mundo del padre y de la madre. Con frecuencia, sentían la necesidad de guardar secretos, aun cuando sus padres no se lo pidieran. Hablan, constantemente, de sentirse divididos por dentro”.
Para sanar esta herida interna, Marquardt exhorta a las Iglesias a comprender mejor la vida espiritual de los hijos de familias divorciadas. Esto exige, en primer lugar, tratar de hacerse cargo de cómo entienden y sienten determinadas verdades religiosas: especialmente, la idea de Dios como un padre.
Por ejemplo, Marquardt ha descubierto que la parábola del hijo pródigo produce efectos muy diversos entre los hijos de familias intactas y los de familias divorciadas. Mientras que a los primeros les deslumbra el amor incondicional del padre, para los segundos, la historia del hijo pródigo es la historia de los “padres pródigos”.
Según Marquardt, para que la fe y la relación con Dios lleguen a ser una fuente de sanación espiritual y de alegría –en algunos ya lo es– es preciso conocer bien el mundo interior de los niños y adolescentes (siempre que éstos den entrada, claro).
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(1) Livio Melina y Carl A. Anderson (eds.), Aceite en las heridas. Análisis y respuestas a los dramas del aborto y del divorcio. Palabra. Madrid (2010). 280 págs. 18 €.
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