testimonio de gonzalo sanchez, jugador de baloncesto/www.opusdei.es / domingo 29 de agosto 2010
Año 2004. A falta de 16 segundos el entrenador se fijó en mí. Con 19 años estaba algo nervioso en la pista del Real Madrid ante Louis Bullock dirigiendo a los suyos y… yo mordiéndome las uñas.
Así que tomé aliento. Me desprendí de la sudadera. Salté a la pista. Allí recibí el balón al bordé de la línea. Una finta, y un pasillo de jugadores. Me voy al aro… y el pivot del Real Madrid… me cae encima. ¡Qué dolor, madre mía! Personal. Dos tiros libres. Y ahí van, camino del aro... Entran. Uf, al menos ya está dentro la pelotita. Te relajas y suena la bocina. Final del partido. Miras el marcador. ¡Vaya paliza nos han dado! Si me viera mi abuelo Enrique, que me llevaba a los pabellones, qué feliz sería…
Bien, al menos he superado mi primera participación como base del equipo del CB de Granada en Madrid y no sé si he cumplido el sueño de jugar en Primera división. “Esto es una nube, cuidado”. Así que recojo los bártulos y subo al autobús. El público, al pasar, nos mira de abajo arriba como si fuéramos importantes. La gente parece pensar: “vaya unos tipos altos... ¿viven siempre a lo grande?”
Pero no. Nuestra vida no es a lo grande. Se descubre en el bus, cuando intentamos meter nuestras piernas tan encogidas como mortales. Mis problemas son cotidianos. Incluso pocos en comparación con los pivots del equipo que, con 210 cm, encajan las piernas entre los sillones estrechos. La verdad es que mis 190 centímetros no son llamativos al lado de mis compañeros.
Desde pequeño, algunos me conocen como el greñas. Por cierta timidez he tenido siempre el pelo largo y a mi madre le gusta así… y si a tu madre le gusta así ¿para qué cambiarle ese regalo diario?
De todas formas, compruebo que el pelo no es una manta contra el aire acondicionado del autocar, que entra por todas partes y que me hace sólo despertar y seguir pensando estas tonterías: “has jugado contra el Real Madrid, las chicas te adulan y hasta pareces un hombre famoso”. “Muy bien ¿y?” Claramente estoy en una sensación extraña, como la de aquel partido cuando era jugador cadete.
Recuerdo que había gran tensión en las gradas. Aquello era todo dramático. Imagínate el ambiente de un campo provincial con padres gritando, niños corriendo y el típico entrenador que se deja la vida de semana en semana. Emoción. Yo estaba en el banquillo y en el campo había un chico que defendía sin intensidad. Perdido por los nervios, grité harto de su indolencia: ¡pero qué tipo más malo! De la grada, saltó una chica: “¿cómo que malo? Ese chico no es nada malo… ¿Lo has mirado bien?”. Sorprendido, enmudecí sin saber qué decirle a la chica... pues nunca me han gustado las broncas. Así que escabullí mi cuerpo sobre la silla mientras el color rojo se adueñaba de mis mejillas. Había aprendido la lección. No juzgues las apariencias.
Después pasaron varios partidos. A los 14 años fui nombrado el jugador con mejor proyección de Granada y fui a recoger el premio. Estaba timidísimo… y contentísimo. También mis padres. Al bajar del estrado apareció de nuevo aquella chica. “Vaya, vaya… ¿y a ti te han dado un premio? Puff, pues vaya...”. Conclusión. Dos cosas estaban claras: que estaba poniéndome rojo y que aquella chica... tenía carácter.
Así que me enamoré. Lo reconozco, pero en el amor tampoco el pelo corté, pues si le gustaba a mi madre… también le gustaba a Julia, aquella chica fuerte y decidida. Ella también juega al baloncesto (por cierto, bastante mejor que yo). Desde entonces el basket nos unió y el noviazgo avanzó rápidamente, entre cambios de equipos, entrenamientos y partidos. También llegaron los estudios de empresariales o el viaje con amigos y Julia para recorrer los USA en coche. Después, más horas de entrenamientos, ciudades, cansancio. “Tranquilízate Gonzalo. Tómate tu tiempo. Entrena sólo una vez al día y ve a la facultad. Esto es un largo camino y acabas de empezar”, me espetó el entrenador. “OK, mister”.
Por entonces, yo pensaba que las crisis deportivas eran personales, que uno debe fortalecerse sólo… pero ya la madre de Julia me había enseñado algo mientras enfermaba y moría de cáncer: uno vive para los demás en el dolor y en la alegría. No naces ni mueres solo.
“Pero ¿cómo es posible que la madre de mi novia aceptase el dolor de su situación diaria?”. Es algo que no encajaba y que me planteo frecuentemente. En la enfermedad, la madre de Julia vivía el Dios de las cosas pequeñas. Era su sonrisa, su cercanía afable. No sé. Es algo fácil y difícil de explicar… Algo que es propio de las personas que desean vivir el espíritu cristiano en el Opus Dei. Y para mí, Dios, estaba sólo en la Misa del domingo y en mis grandes momentos: para que entrara la bola en la canasta, para que ganáramos el partido, para que... Y allí, en medio de aquella casa, junto a mi futura suegra encamada descubrí que, aunque seas grande y alto, Dios está contigo porque eres un hijo pequeño y necesitado.
Por eso, hoy, que también soy del Opus Dei, estoy intentando vivir las orientaciones del entrenador en las cosas pequeñas, u otras tan importantes como buscar Misa diaria o haberme casado hace un mes… con esa chica de carácter.
De momento, con 24 años, no necesito tatuajes, aunque mis zapatillas lleven serigrafriadas la expresión “Everything to you” (Todo para ti). Ojo, que ya la llevaba antes de estar casado, ¿eh? pero lo cierto es que una expresión que me sirve para explicar a mis compañeros que jugamos otro partido más importante: el mundial de la Vida futura.
En fin, sé que la vida es sinuosa… pero ahí tengo a un Dios que se hizo hombre hace 2000 años. De momento, disfruto tanto de su compañía como de las tertulias y pachangas del equipo, de la música rap, o del hip hop del bus. Poco más. ¡Ah! desde que soy de la Obra salgo al campo buscando un ángel de la guarda sentado en la grada, con los pies cruzados y con una pancarta que dice: “sigue disfrutando del partido, disfruta de la vida. Tu abuelo Enrique… que está con Dios.”
[http://www.opusdei.es/art.php?p=40156]
Professional Basketball: Living the High Life?
It was 2004. With only 16 seconds left in our game against Real Madrid the coach finally noticed me. I was 19 at the time and more than a little nervous ...
So I took a deep breath, peeled off my sweatshirt and ran onto the court. Someone passes me the ball near the sidelines. A fake, and I dribble towards the hoop. But the Real Madrid center crashes into me. Mama mia, how that hurt! A personal foul. Two free throws. They both go in. Whew! I relax as the buzzer sounds. The game’s over. I glance up at the scoreboard. What a beating they’ve given us! But if my grandfather Enrique, who used to drive me to my games, could see me now, how happy he would be.…
Well at least my first game as a guard on the CB de Granada team is over. But I still don’t know if my dream of playing in the first division will become a reality. I tell myself “Be careful, don’t let this go to your head.” I gather up my gear and get onto the bus. The people passing by look up at us as though we were important. They seem to be saying: “Look at those tall guys…. they must be living the high life!”
But no. Our life is not all that remarkable. We are brought back to reality when we try to get our legs comfortable on the bus. My problem is small compared with the team center, who at six foot eleven has to scrunch his legs between the seats. The truth is that, at six foot three, I don’t stand out among my teammates.
On the bus some foolish thoughts start running through my head: “You’ve just played against Real Madrid, and now all the girls will adore you and you’ll be famous.” So I turn my thoughts back to that game when I was just starting out as a basketball player.
I remember it quite well. There was a lot of tension in the stands. Parents were yelling, children running around and the coach shouting on the sideline. I was on the bench, watching a boy who seemed to be playing defense without much intensity. Losing my temper, I shouted out, annoyed at his laziness: “But you’re useless out there!” In the stands, a girl jumped up: “What do you mean useless? That boy isn’t bad at all. Have you really been watching?” Surprised, I couldn’t think of anything to say to her. Since I’ve never liked arguments. I sank down on the bench while my face turned red.
A number of games went by. At the age of 14, I was named the outstanding player in Granada and I went to collect the prize. I was very nervous… and very happy. As were my parents. As I came down from the stage, that same girl appeared again. “Well, well, And you’re the one they gave the prize to? Oh, well…” Two things were clear: that I was turning red again, and that that girl . . . had character.
It turned out that Julia (the name of that strong and decisive girl) also played basketball (in fact, better than I did). Over time we got to know one another quite well, due to our shared interests, and in the end I fell in love and we were engaged. Meanwhile, my life was becoming quite hectic. I made a trip throughout the U.S.A. Back in Spain, I decided to start studying business, combining this with many hours of training and traveling to different cities. My coach advised me: “Calm down Gonzalo. Take your time. Practice once a day and go to your classes. This is a long road and you’ve just begun it.”
At that point in time, I thought crises in sports were something personal, that one had to be strong alone… But Julia’s mother taught me a lot when she became sick and died of cancer: we live for others, both in suffering and in joy. We aren’t born or die alone.
I kept asking myself “How is it possible for my fiancée’s mother to accept the suffering each day brings her with such joy.” I couldn‘t understand it. In her sickness, Julia’s mother lived the “God of little things.” It was there in her smile, her welcoming presence. I don’t know how to explain it. It’s easy and hard to put into words….
Eventually I came to realize that it was the Christian spirit of Opus Dei that she reflected. For me, God was only present at Sunday Mass and in the big moments of my life: when the ball went into the basket, when we won the game…. And there, in that home, with my bedridden future mother-in-law, I discovered that, even if you are tall and strong, God is with you because you are a small and needy child.
So now, I too am in Opus Dei, and I am trying to carry out my coach’s advice in little things, and in others as important as getting to daily Mass or having married, a month ago, that girl with character.
I’m now 24, and no longer have tattoos on my arms, but my sneakers have printed on them the words “All for you.” It was there even before I got married. I use it to explain to my teammates that we are playing another game with much higher stakes: the championship of eternal Life.
In the end I know that life has its ups and downs…but we have a God who became man for us 2000 years ago, and who I now try to stay close to, while continuing to enjoy traveling with the team on the bus, listening to music, celebrating victories.… And oh! Since I’ve been in the Work, whenever I’m on the court, I look for a guardian angel sitting in the stands, with his legs crossed and holding a banner saying: “Still enjoying the game, and enjoying Life. Your grandfather, Enrique… who is with God.”
[http://www.opusdei.us/art.php?p=40201]
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