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miércoles, 15 de septiembre de 2010

Ante la visita de Benedicto XVI al Reino Unido: cinco polémicas en torno a Newman

entrevista a jack valero, portavoz de la beatificación del cardenal john henry newman por benedicto xvi en el reino unido /www.aceprensa.com / miércoles 8 de septiembre de 2010

John Henry Newman (1801-1890) optó decididamente por buscar la verdad, aun a costa de perder amigos y prestigio social. Por eso, nada tiene de extraño que Benedicto XVI –que ha denunciado con tanta energía la “dictadura del relativismo”– haya querido celebrar su beatificación el 19 de septiembre en Birmingham. Hemos entrevistado a Jack Valero, portavoz de la causa de beatificación del pensador inglés.

Sorprende que la figura de un sacerdote católico del siglo XIX esté suscitando tanto interés en la secularizada sociedad británica. Hasta ahora, Newman sólo era conocido en ambientes intelectuales. Pero, de la noche a la mañana, los medios de comunicación británicos han visto en él una fuente de historias… y de controversias.

En esta entrevista, Valero explica cinco polémicas que han rodeado la beatificación de Newman: el empeño del lobby gay por presentarlo como un homosexual; las disputas en torno a su doctrina sobre la primacía de la conciencia; su carácter aparentemente hosco y reservado; las dudas acerca de su milagro; y su posible influencia negativa en el ecumenismo.

Amistad y celibato
Fiel a su tendencia a apropiarse de personajes históricos, el lobby gay británico reivindica que el cardenal Newman era homosexual. Argumentan que Newman se hizo enterrar con su amigo y colaborador, el padre Ambrose St John, fallecido antes que él, “porque vivían juntos y se amaban”. ¿Qué hay de cierto en esto?
La idea de ser homosexual habría sido totalmente ajena a Newman. A los 16 años se comprometió a vivir célibe. La Iglesia anglicana no exige el celibato a sus pastores, pero él lo vio como una vocación propia. Esta opción personal por el celibato la mantuvo durante toda su vida, primero como pastor anglicano y después como sacerdote católico.

La castidad de Newman está perfectamente documentada. Gracias a que escribía mucho y lo guardaba todo, conservamos más de 20.000 cartas y su diario íntimo que atestiguan que nunca rompió su voto de celibato.

El problema es que, en una sociedad tan sexualizada como la nuestra, no se entiende la amistad intensa entre dos hombres. El hecho de que Newman fuera célibe y no tuviera compromisos familiares, le permitió volcar su capacidad de querer en Dios y en sus amigos. Así, llegó a establecer relaciones de amistad muy sinceras. Llamar a esto “homosexualidad” es devaluar el sentido profundo de la amistad.

Un pensador audaz
Otra polémica en torno a Newman es la que usted llama “la batalla por su alma”; es decir, el intento de los teólogos de las más variadas tendencias de reclutarlo para su causa. ¿Tan ambiguos eran sus escritos?
No, lo que pasa es que Newman se adelantó a su época en muchas cosas. Tuvo la audacia de escribir sobre temas que, en el siglo XIX, no se entendían bien (como el papel de los laicos o la primacía de la conciencia). Esto, unido a su origen anglicano, levantó ciertas sospechas sobre él.

Por ejemplo, en 1859 –siendo ya sacerdote católico– el obispo de Birmingham (Ullathorne) y el cardenal Wiseman le piden que dirija la revista cultural Rambler. Pero sólo dura dos números como director, pues le sustituyen por escribir un polémico artículo, titulado “Consultar a los fieles en materia de doctrina”.

Sus ideas parecían heréticas a algunos, pero luego el tiempo le ha dado la razón. El Concilio Vaticano II destacó doctrinas que Newman había acentuado en su teología: la doctrina de la inhabitación divina en el alma, la centralidad de Cristo en la historia de la revelación y la salvación, la importancia del misterio pascual en el cristianismo, su teoría del desarrollo del dogma, el diálogo ecuménico, etc.

También el Catecismo de la Iglesia Católica recoge sus enseñanzas sobre la conciencia moral, e incluso cita un pasaje de su famosa Carta al Duque de Norfolk que podría parecer controvertido: “(…) La conciencia es la mensajera del que, tanto en el mundo de la naturaleza como en el de la gracia, a través de un velo nos habla, nos instruye y nos gobierna. La conciencia es el primero de todos los vicarios de Cristo”.

De modo que no cabe interpretar su doctrina sobre la primacía de la conciencia como un desafío a la autoridad papal.
No, claro que no. Quienes defienden esto suelen ser católicos disidentes que no quieren saber nada de Roma. A menudo citan la respuesta que dio Newman al ex primer ministro británico William Gladstone, que acusaba a los católicos de terminar cada banquete con un brindis al Papa. “Si me veo obligado a implicar a la religión en un brindis al final de una comida –cosa que no es en absoluto oportuna–, brindaré por el Papa, si os complace, pero antes por la conciencia y después por el Papa”, escribe Newman.

Esta respuesta aparece en la Carta al Duque de Norfolk. El Concilio Vaticano I acababa de declarar el dogma de la infalibilidad del Papa. Y esto llevó a muchos protestantes –entre otros, a su amigo Gladstone– a burlarse de los católicos. Newman escribe esta carta para explicar que la obediencia al Papa no está reñida con el uso de la razón, y que los católicos no son fideístas.

La figura de Newman es tan atractiva que entusiasma a todo tipo de gente; esto explicaría la diversidad de opiniones que hay sobre él. Una cosa está clara: Newman logró que ser católico en Inglaterra empezara a ser algo aceptable. Si hasta entonces los católicos habían sido considerados unos parias, Newman demostró con su vida y sus escritos que se puede ser buen católico y buen inglés.

¿Mal carácter?
También hay quienes se quejan de que la Iglesia católica proponga como modelo de santidad a un tipo al que presentan como un tanto hosco y poco diplomático.
El carácter de una persona no es un obstáculo para que la Iglesia la declare santa. Al revés, cada bautizado está llamado por Dios a ser santo con su modo de ser. Newman fue un reformador y, por eso, a veces tenía que tomar decisiones enérgicas; algo que no le entusiasmaba. Pero, a la vez, era muy amable y tenía buen humor.

Cuando fundó el Oratorio de Londres (1849) –un año antes había fundado el de San Felipe de Neri en Birmingham– dejó al frente de la casa a Frederick Faber, un sacerdote converso muy apasionado. Los seguidores de Faber tenían opiniones extremistas y empezaron a considerar a Newman como un católico tibio. Este fenómeno produjo mucha tensión entre los dos oratorios.

Faber escribió por su cuenta a Roma sin decir nada a Newman. Esto le molestó bastante y estuvieron enfadados durante varios años. También tuvo serias discrepancias con el cardenal de Westminster, Henry Edward Manning. Pero lo importante es que, al final de su vida, se reconcilió con todos. Pidió perdón y se hizo más humilde.

La gente corriente le quería mucho. Cuando vivía en Birmingham, muchos desconocían su intensa vida intelectual; le veían simplemente como su párroco. Visitaba a los pobres, a las familias... y les trataba con mucha amabilidad. Cuando murió, 20.000 personas salieron a la calle para acompañar su ataúd.

También hubo necrológicas muy elogiosas. The Times, por ejemplo, escribió: “Con independencia de que Roma lo canonice o no, [Newman] será canonizado en las mentes de la gente piadosa de muchos credos de Inglaterra”.

El milagro de la discordia
En un artículo publicado en The Sunday Times (9-05-2010), John Cornwell –autor del beligerante libro sobre Pío XII, El Papa de Hitler– argumenta que la curación de Jack Sullivan, atribuida a Newman, no tiene nada de milagrosa pues es perfectamente explicable desde el punto de vista médico. ¿En qué se apoya Cornwell para defender esto?
Los argumentos de Cornwell son bastantes viscerales; abundan los sarcasmos anticatólicos y, al final, se olvida de los motivos que dan los expertos de la Santa Sede para considerar milagroso este caso.

Jack Sullivan, entonces de 62 años, es un juez de un distrito de Massachusetts (Estados Unidos) que se estaba preparando para ser ordenado diácono de la Iglesia católica. En el 2000 se le diagnostica una enfermedad grave de la columna vertebral, que le deja prácticamente inválido.

En junio de ese año, la cadena de televisión estadounidense EWTN retransmite un programa sobre el cardenal Newman. El sacerdote John McCloskey entrevista a Ian Ker, autor de una de las biografías más alabadas sobre Newman. Al final del programa, McCloskey invita a los espectadores a acudir a la intercesión del teólogo inglés.

Entonces Sullivan, que estaba viendo el programa, reza: “Por favor, cardenal Newman, ayúdame a andar para que pueda volver a mis clases de diaconado y ordenarme”.

Al día siguiente, Sullivan empieza a andar. Esta situación se prolonga, ante el asombro de los médicos, hasta abril de 2001. Pero tras terminar sus estudios de diaconado, reaparecen los dolores intensos.

Sullivan decide operarse de la espalda. Los médicos le advierten que la recuperación va a ser lenta. El 15 de agosto de 2001, doblado de dolor, Sullivan vuelve a rezar a Newman. En ese momento, desaparece el dolor de manera instantánea, completa y permanente, y recobra la movilidad.

Así las cosas, en julio de 2009 John Cornwell acude al Oratorio de Birmingham para tener una comida amistosa. Allí le dan, como muestra de buena voluntad, la Positio de Newman (que, por otra parte, es pública y puede leer cualquiera). Cornwell se la lleva a tres médicos. Éstos dicen que el primer milagro no cuenta, pues a Sullivan le vuelve el dolor. Y el segundo tampoco, pues es fruto de una operación médica. Con esta información, Cornwell elabora su artículo para The Sunday Times.

En ese artículo, no sé si de manera deliberada o no, Cornwell desvía la atención hacia otro lado. El milagro de Newman no consistió en curarle la espalda a Sullivan, sino en librarle de manera instantánea, completa y permanente de su dolor y en devolverle la total movilidad. Los expertos de la Santa Sede no pudieron ser más claros sobre este punto: “El juicio de ‘no explicable’ –dijeron– se refiere exclusivamente a su inmediata recuperación tras la operación, en absoluto previsible en su caso concreto”.

El doctor Robert Banco, jefe de cirugía de columna del hospital New England Baptist de Boston, dijo que de los más de 15.000 pacientes con dolencias parecidas a las de Sullivan que había atendido, nunca había visto una recuperación semejante a la suya. De hecho, ninguno de los tres médicos de Cornwell fueron capaces de explicarlo. Esta es la clave del milagro.

Admirado por católicos y anglicanos
La quinta polémica que usted señala es la cuestión ecuménica. ¿Puede verse la conversión de Newman al catolicismo como signo de división entre anglicanos y católicos o más bien como un símbolo de unidad ecuménica?
Newman continúa siendo una figura importante para los anglicanos. De hecho, la Iglesia de Inglaterra reconoce su santidad al incluirlo en el calendario litúrgico. Los anglicanos conmemoran al teólogo inglés el 11 de agosto, fecha de su muerte. La mayoría de los anglicanos están contentos de que el Papa venga a beatificar a Newman, pues ven en él un punto de unión.

Buena muestra de ello es la carta que escribió el anglicano Octavius Ogle a su amigo Newman cuando éste fue nombrado cardenal en 1879. “Me pregunto –escribe Ogle– si sabes cuánto te quieren en Inglaterra. Y si alguien, por lo menos en nuestra época, ha sido tan querido por Inglaterra; o sea, por todos los creyentes de Inglaterra. Incluso los enemigos de la fe se suavizan por lo que sienten hacia ti. Y me pregunto si este extraordinario e incomparable amor no podría ser empleado para reunir a todos los creyentes de Inglaterra”.

Newman contribuyó de manera decisiva a renovar el anglicanismo, al conectarlo con los Padres de la Iglesia. Cuando se convierte al catolicismo, sus ideas evolucionan pero no cambian de manera sustancial. Y así, publica sin cambios los sermones que pronunció cuando era pastor anglicano.

Creo que es interesante tener esto en cuenta. Porque algunas de las ideas de Newman que luego asumió el Concilio Vaticano II, las concibió siendo anglicano. En este sentido, me parece que Newman puede ser visto como una figura común para la Iglesia católica y la anglicana.

A algunos medios les ha sorprendido que sea el propio Benedicto XVI quien celebre personalmente la beatificación de Newman en contra de su práctica habitual de delegar en los obispos locales.
Mi impresión es que Benedicto XVI está cuidando mucho la visita para dejar claro que su intención es unir, no separar. El Papa se va a reunir con el arzobispo de Canterbury para hablar sobre Newman. Además, se ha organizado un acto en el que recibirá juntos a obispos anglicanos y católicos.

Por otra parte, Newman ya es una figura de valor universal. Es una persona que entiende lo difícil que es vivir como cristiano en un mundo secularizado. El suyo no fue un camino fácil; sufrió mucho por buscar la verdad y por defender la armonía entre fe y razón. Creo que todo esto conecta muy bien con las enseñanzas de Benedicto XVI.

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