noticia de miguel mora, corresponsal en roma de www.elpais.com,
lunes 2 de junio de 2008
Cómo vender el producto cristiano, es decir fe y doctrina, verdad y razón, en un mundo poscristiano, pagano y tecnologizado? ¿Cómo comunicar la moral de la Iglesia a una sociedad relativista, saturada de información y harta de regañinas y maximalismos? A estas respuestas intenta responder la Iglesia católica, especialmente desde que el papa Ratzinger llegó al poder. La última moda en Roma parece sugerir el camino opuesto al que han elegido los obispos españoles, al apostar por la continuidad en la cadena que el cardenal Carlos Amigo ha rebautizado como "el dolor de cabeza permanente" (la Cope).
Un seminario organizado por la Universidad del Opus Dei en Roma, la Santa Cruz, ha analizado cómo fluyen en el siglo XXI las corrientes y problemas de la comunicación católica. La primera premisa es que la Iglesia tiene que llegar más y mejor, influir y estar presente. Pero diciendo la verdad y sin aburrir.
Según Austen Ivereigh, del Arzobispado de Westminster, el primer dilema es hablar o callar. "Todos podemos pensar en líderes eclesiásticos que, como dijera el poeta Shelley de su padre, han perdido el arte de la comunicación pero no, tristemente, el don de dar discursos. Hay otros que no aciertan a seguir el consejo de Abraham Lincoln, mejor quedarse callado y que piensen que uno es tonto, a abrir la boca y despejar las dudas", ironizó.
Según Ivereigh, la cosa no tiene duda: "La Iglesia existe no sólo para la salvación de sus miembros, sino para el bien común de la sociedad. Eso significa participar en la conversación nacional".
Conversar equivale a discutir. Marc Carroggio, profesor de relaciones con los medios y director de comunicación del Opus Dei en Roma, cree que la Iglesia debe abrazar el debate y "la cultura de la controversia mediática", porque ése es el ambiente donde se desarrolla, hoy, la actividad pública. "La filosofía es que la controversia es una oportunidad, no un peligro". Una buena comunicación, añade, debe sonar "clara en las palabras y los argumentos", y "ser amable y correcta en el estilo". Todo, con una estrategia: obtener el consenso del auditorio neutro. ¿El secreto? "Reaccionar de manera adecuada, con ponderación, sin desmesuras". Hay una clave más en esta nueva estrategia católica. Ha sido puesta en práctica para dar ejemplo, nada menos que por el jefe supremo, el Papa. Se trata de la sinceridad. Lo dice el jesuita Federico Lombardi, director de la Oficina de Información de la Santa Sede. El Papa, aclara, no evita los problemas, "sino que tiene la valentía de decir la verdad", como hizo al hablar de los abusos sexuales en su viaje a Estados Unidos.
"El Papa comprendió que para curar las heridas del pasado hacía falta ese tipo de sinceridad". El Papa es él mismo, no trata de esconderse en una imagen, añade su portavoz.
Pero un buen comunicador, según recordó el vaticanista estadounidense John Allen, debe saber que "la rutina no es noticia, y que el conflicto es siempre la gasolina que mueve el motor de las historias". El reto que lanzó Allen a los modernos comunicadores católicos es triple: "Explotar nuestras divisiones y nuestras celebridades; convertir las parroquias locales en centros de búsqueda global, y colocar la comunicación en el centro de la vida pastoral".
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