Asociación Ronda80. Voluntariado

Blog para los voluntarios de la Asociación Ronda80 y público en general.
Contiene la agenda de actividades para voluntariado organizadas por esta asociación y una recopilación semanal de cinco noticias de interés que se envía por e-mail.

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jueves, 28 de abril de 2011

Basura universitaria

artículo de carlos herrera /suplemento el semanal del 27 al 2 de marzo de 2011



Un acopio de energúmenos asaltó la capilla de la Universidad Complutense de Madrid en un muy valiente acto de protesta por la presencia católica en el seno de la misma. Otrosí en la Universidad de Barcelona. Ambos actos, con la sonrisa timorata y cobardona de ambos rectores. En el caso de la de Madrid unas cuantas estudiantes meonas escenificaron la valentía de quedarse en prendas menores junto al altar mientras articulaban danzas tribales. En la barcelonesa desplegaron una pancarta mal redactada en la que reclamaban el carné de católico para poder acceder a la misma. Ambos grupos de futuros parados, que parecen directos herederos de las turbas de los años treinta, exhibieron la vocinglera ignorancia de los fanáticos, la ridícula tendencia a la bufonada que muestran los descerebrados radicales y la violencia extrema de los intolerantes que calientan su temperatura intelectual con calimochos y garrafones.

Toda esa chusma universitaria, la misma que impide a empujones y griterío la libertad de expresión en diversas facultades españolas, decidió violar un derecho fundamental de cualquier ciudadano en cualquier ámbito social: el de reunión y el de culto también. La autoridad, ausente en todo momento, calla como una puta acomplejada y no se atreve a decir ni pío. La turba, hoy orgullosísima de su proeza, justifica su acción con palabras balbucientes y con medias ideas libertarias, mientras se muestra dispuesta a continuar con heroicidades semejantes ante la inacción de quienes deberían, al menos, decirle complacientemente que eso no se hace y que no está bien. Los rectores no sirven ni siquiera para eso. Son unos pobres mierdas.

El anticlericalismo barato, la nostalgia del anarquismo incendiario de los peores años de nuestra historia, ha desembocado en una suerte de delincuencia organizada por un laicismo simplón tan del gusto de alguno de nuestros responsables públicos y en una cobarde reacción de quienes deberían guardar, al menos, la apariencia de garantizar los más elementales derechos. Ya sabemos que no sirven, que están acojonados, que son unos bobalicones y que buscan a diario excusas para no ejercer su autoridad, pero al menos que disimulen algo y aparenten guardar algunas formas. Matones de la peor escoria se dedican a insultar a los estudiantes que dedican unos minutos de su tiempo a acudir a algún oficio religioso de los que se celebran casi clandestinamente en algunas facultades y que no acabo de comprender exactamente en qué molestan a esta compleja mezcla de ignorantes y descerebrados, amigos de escribir en pancartas baratas y en eructar proclamas sectarias y fascistoides. De haber una mezquita en la sede universitaria -que podría haberla sin ninguna objeción-, ninguno tendría huevos de plantarse en la puerta de la misma a escupir cualquiera de sus proclamas. Ahí me gustaría ver a toda esa valiente muchachada comedora de basura ideológica.

Una sociedad que no sabe respetar espacios de libertad de culto y conciencia es una sociedad que no vale la pena, que no es capaz de articular espacios de tolerancia. Una universidad que no sabe reaccionar ante la acción chulesca y bufa de unos colectivos crecidos y desafiantes es una universidad incapaz de formar individuos libres, sujetos que en el futuro deberán comandar una sociedad de emprendedores, liderar el crecimiento colectivo, edificar el progreso y fomentar espacios de libre creación. Si esta excrecencia es la que tiene que edificar la España del mañana, así los coja confesados a los que coincidan con ellos.

Sería deseable que los responsables políticos y sociales que se llenan la boca de libertad y respeto, cuando no de confesionalidad católica, organizaran, si tienen lo que hay que tener, un acto de desagravio y acudieran a algún tipo de oficio con tal de solidarizarse con los pocos o muchos que quieran ejercer su derecho de culto en la Universidad. Y, luego, que los bravos rectores de ambas universidades propongan a los valientes alborotadores que realicen un curso de Erasmus en la Universidad de Teherán. A ver si tienen valor….

El difícil punto medio

artículo de carmen posadas / suplemento el semanal /del 13 al 19 de marzo de 2011



Mientras escribo estas líneas, se está debatiendo en Cataluña si es correcto o no ir desnudo por la calle. Primero pensé que el debate consistía en dilucidar si era conveniente regular cierta forma de vestir, como ir por la ciudad sin camisa o en biquini. Pero no.



Se trata de una moción presentada por una asociación nudista para que se permita ir en pelota picada. «Es nuestro derecho y vuestra obligación», oigo decir en la tele a un señor muy enfadado -y temerario- porque, para dejar clara su condición, se hace entrevistar en bolas en la calle en plena ola de frío. Con «vuestra» imagino que se refiere a la obligación de todos nosotros, de la sociedad, del resto de los ciudadanos imbéciles y trogloditas que no respetamos sus deseos. «Es lo más natural», dice, al tiempo que se rasca los bajos, supongo que para demostrar que, en efecto, él es supernatural. Por lo visto, la polémica está siendo acalorada porque ¿cómo se nos ocurre coartar la libertad de este colectivo? ¿Acaso no tienen ellos derecho a ir como se les antoje? ¿Quién puede prohibir que cada cual haga lo que le dé la gana?



A mí lo que más me sorprende de esta polémica no es que los nudistas reclamen airadamente su derecho a ir en bolas por la ciudad, sino que sus argumentos sean aplaudidos por los mismos que quieren prohibir tantas otras cosas: fumar, ir a los toros, educar a los niños en colegios no-mixtos o en la lengua de elección de los padres... Por lo visto, el argumento de «¿acaso no tiene cada uno derecho a hacer lo que le dé la gana?» sirve para unos, pero no para otros. Y lo mismo ocurre con la premisa de «prohibido prohibir». No se puede prohibir todo aquello que atente contra los derechos de algunos colectivos minoritarios, pero sí contra los de otros amplios como los fumadores (el 30 por ciento de la población), los taurinos (calculo que al menos otro 30 o 40 por ciento) o el de padres que desean poder elegir el tipo de educación que prefieren dar a sus hijos, cuyos porcentajes desconozco, pero calculo rayanos al cien por ciento.



Nunca me he considerado una persona conservadora, pero a base de tanta pseudoprogresía papanatas van a acabar por convertirme en carca. Porque lo que peor llevo de todo este asunto de lo que hay que prohibir y lo que hay que permitir es la falta absoluta de sentido común, la inveterada costumbre de desconocer las virtudes del punto medio. No son difíciles de comprender las razones por las que se ha producido este fenómeno. Se trata de una tardía resaca de lo que fueron las prohibiciones del franquismo.



Todo lo que entonces estaba reprimido ha de ser permitido e incluso convertirse en norma. Naturalmente, hay cosas que es lógico que se permitan, pero según y cómo. Por supuesto nadie puede prohibir a alguien ir desnudo por su casa, por ejemplo, ni en los clubs y playas dedicados a tal efecto, pero también aquellos a los que no les gusta esa práctica tendrán algún derecho, digo yo. Derecho a que sus hijos no se encuentren con tipos en bolas en los parques junto a los columpios o el tobogán. Porque ¿nadie ha pensado, por ejemplo, que tal vez a algún pederasta se le pueda ocurrir la «imaginativa» idea de decir que es naturista para acercarse a los niños? Son cosas tan evidentes que da sonrojo tener que escribirlas, pero esta pseudoprogresía que nos infesta no solo es cerril, sino también bastante incongruente. Y es que me apuesto la cabeza a que, si se les hiciese la pregunta de otra manera, ellos serían los primeros en confesarse defensores de preservar ciertos espacios reservados a los niños.



Que quede bien claro que no estoy diciendo que los nudistas «ataquen» a criaturas ni nada por el estilo, faltaba más. Lo que digo es que cada cosa tiene su lugar y cada derecho acaba donde empieza el del prójimo. Se trata de algo tan simple y a veces tan extremadamente difícil de entender y de alcanzar como el punto medio.

Preguntas timoratas, críticas decididas y polémicas para There be dragons

artículo de juan josé garcía noblejas, profesor de narrativa audiovisual / www.scriptor.org / viernes 25 de marzo de 2011



Ayer vi el video de 60 minutos de la rueda de prensa con parte del equipo de Encontrarás dragones, y hubo momentos en que sentí pena al ver el carácter timorato de algunas preguntas, planteando una especie de reproche a los allí presentes por haber hecho esta película.



Timorato–dice el Drae- es alguien “que se escandaliza con exageración de cosas que no le parecen conformes a la moral convencional”. Y la moral convencional para los que hicieron algunas preguntas parecía ser la que considera inmoral y por tanto reprochable, que haya profesionales que se atrevan a hacer una película que no sigue el “guión previsto” respecto de la guerra civil española, la Iglesia católica, el Opus Dei o san Josemaría Escrivá. Lo “políticamente correcto” puesto en su sitio, en plan Sinde: por supuesto, la ideología por encima del cine.



Y al tiempo resultaba divertido observar que esos timoratos moralizantes parecían por esto mismo escandalizados de que Roland Joffé -quien vive en el extremo opuesto de rigideces ideológicas maniqueas como éstas y abomina de la “industrialización de la política” que entrevé en España- y escandalizados de que también los demás profesionales allí presentes, se atrevieran a pensar cada uno por su cuenta y dijeran en voz alta y en público, no lo “políticamente correcto” en plan Sinde o similares, sino lo que les dictaba la conciencia o les daba la real gana: que están contentos porque han hecho una gran película, con una producción muy cuidada e interesante y un guión y dirección muy poco convencionales. Una película que –por encima, precisamente, de maniqueísmos ideológicos- explora de frente grandes y complejas cuestiones humanas (entre el amor y el perdón) todas universales y muy cercanas a la sensibilidad de cualquier persona. En definitiva, que han hecho un gran espectáculo de emociones, sentimientos y valores que pocas veces circulan por las pantallas.



Y allí quedaron aquellos como acoquinados por el qué dirán de colegas y jefes maniqueos. Dando pena y una impresión menos grata, que desde luego fueron generosamente compensadas, con creces, por la inteligencia, el sentido común y la profesionalidad de las respuestas, empezando por las de Roland Joffé y siguiendo por las de cada uno de los demás presentes en el panel.



Críticas en algunos diarios nacionales

Quizá a esos timoratos les habrá sentado mal lo dicho hoy (Al cine con Boyero) por el intocable crítico del diario El País, Carlos Boyero, con su habitual bonhomía que a alguno puede parecer displicencia. Ha dicho que se imagina “que es una película que ha pagado el Opus Dei para hacer un biopic exaltante de su máximo líder; yo por el Opus Dei, como puedes imaginar –Boyero habla al presunto o real entrevistador de su video-, no siento la menor empatía, sino todo lo contrario.



Aclarado esto -sigue diciendo Boyero- creo que Roland Joffé ha hecho un trabajo muy bueno: el director de La Misión, Los gritos del silencio, creo que ha hecho una ambientación modélica de la España de la guerra y de la postguerra; que los actores están muy bien dirigidos: esos actores ingleses que parecen españoles; que la historia está bien contada y tiene la habilidad de recoger una época concreta de Escrivá de Balaguer, precisamente lo que le ocurrió en su infancia y en la guerra civil”.

Se entiende muy bien que Boyero pida a su interlocutor que imagine que no tiene empatía (capacidad de participación afectiva de alguien en lo que afecta a otro) ante algo que no debe conocer muy bien, ni parece interesado en remediar su ignorancia, ya que prefiere imaginar que “la película la ha pagado el Opus Dei”, con esta o aquella finalidad, antes que enterarse de la realidad del asunto, que no es tan complicada.



En todo caso, es honroso plantear de entrada la propia premisa mayor para luego seguir hablando.



En fin, no estoy muy seguro pero pudiera darse que si–a pesar de su premisa mayor, que nada tiene que ver con el cine, que en principio es de lo que sabe- Boyero dice que Joffé ha “hecho un trabajo muy bueno” en la película Encontrarás dragones, es de imaginar que un tropel de críticos timoratos y voluntariosos ya tiene dado el tono para que cada cual haga sus propias variaciones sobre el tema, incluidas sus propias premisas mayores.



Por supuesto que hay muchos otros críticos de casta, autónomos, concienzudos, a quienes les gusta el cine por encima del qué dirán los colegas, y que sin duda dirán, más o menos razonado, lo que les parezca oportuno decir.



Por el momento, hablando sólo de lo que encuentro en diarios nacionales, veo que alguno ha asomado la pluma cometiendo sin darse cuenta el mismo “delito” catequético que adjudica, gratis total, a la película (es curioso observar cómo se impregna lo escrito por alguno -o algún otro y alguno más- de lo mismo que reprocha en lo que otros hacen). Otro destaca -al fin, con patente sentido común- que más allá de todo, esta película habla del perdón y la redención , tan necesarios antes, ahora y siempre... El diario de más allá, tras decir -buscando lectores en la red- que el cine está al servicio del Opus Dei, descubre con un crítico perplejo que Joffé por un lado humaniza a su santo y por otro le resta protagonismo con otra trama paralela, sin caer en la cuenta, bien de la relevancia temática de las tramas secundarias, bien del lema vital de ese santo que pretendió “no lucirse” con protagonismos. No falta el que, diario de progreso y por tanto en principio idealista, resulta que sólo habla de los dineros, la mercadotecnia y demás ingredientes que propician un “taquillazo cristiano”, justo ante una película que tiene mucho más de long slow runner que de pelotazo y olvídate como Torrente4, con la que coincide con menos de la mitad de copias en los cines de España. Como éstas, es probable que aparezcan otras variantes de moralismo timorato.



Y se entiende todo esto, porque cuando se va a hablar o escribir de esta película sucede –aunque parezca extraño, curioso, y al tiempo muy real- que lo primero que viene a la boca o la pluma, es la necesidad de plantear una premisa mayor, o declaración de principios, o confesión inicial ante los lectores, como la de Boyero. Por eso, porque ha visto la necesidad de dar sus explicaciones previas, me he detenido a transcribir sus palabras. Los prejuicios, primero. Sin mezclarlos en batiburrillo y hacer de ellos el lugar desde donde se deducen los posibles juicios subsiguientes.



Mi premisa mayor

He escrito un texto largo sobre Encontrarás dragones que –por razones técnicas que no son del caso- verá la luz pública dentro de 15 o 20 días. Pero he pedido permiso a los editores para poner aquí algunos entresaques no desdeñables de lo escrito.



Sobre todo, porque también me encuentro poniendo por delante mi propia premisa mayor, al escribir después de haber podido ver y pensar el film en cuatro pases diversos, en los dos últimos meses, en España e Italia. Siguen algunos párrafos.



He de decir paladinamente que Encontrarás dragones me ha resultado –de entrada- una película inabarcable, difícil de objetivar y hacer mía, sin más, al primer golpe de vista.



Esta situación es síntoma, de ordinario, de que se trata de una película de entrada muy interesante. Tanto por las cosas de la historia que cuenta, como por el sentido de esas cosas en el mundo que crea. Algo de este tipo suele suceder a casi todo el mundo con unas cuantas películas, que en mi caso van desde Cantando bajo la lluvia, Casablanca o El Padrino, hasta otras quizá menos esperables, como El espíritu de la colmena, O Brother! o El dilema (The insider), dejando un largo etcétera en el tintero. Son películas de las que se puede decir aquello que Joseph Pieper considera que es lo mejor que puede decirse a una persona: ¡qué bueno que existas!



Encontrarás dragones ofrece en sus tramas y desde luego en el sentido global del mundo creado por Roland Joffé, un fuerte sentido artístico de coherencia interna, abierto a la exploración de los horizontes del corazón humano. Y quisiera decir algo –aludido explícitamente por Eugenio Zanetti en la rueda de prensa- que tiene que ver con la mayor o menor dimensión “poética” (y no sólo “retórica” o “crematística”, asuntos donde suelen enfangarse tantas críticas) de las películas. Hay películas especialmente “poéticas” o catárticas, enriquecedoras, cada una a su modo, listas para ser vistas –con agrado- al menos un par de veces. Es el caso de Encontrarás dragones.



Cine-cine

No hablaré aquí de los logros del envidiable equipo artístico y técnico reunido por Joffé. Prefiero ir al grano, diciendo que Encontrarás dragones es cine-cine.



Es decir, tiene el mismo aroma y gusto –para quienes gustan del cine- que el aroma y el gusto del café-café para quienes gustan del café. No hay edulcorantes, aun y cuando la trama incluye ingredientes de los llamados comprometidos por algunas mentalidades más bien maniqueas: la violencia del capitalismo feroz, el anarquismo o la participación nazi en la guerra civil española, la figura de Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei. Nada se endulza que pudiera tener sabor desagradable o amargo, nada se embellece o mejora falsamente, no se mitigan aspectos hirientes o desagradables de la realidad histórica.



Roland Joffé conduce las tramas de su película por los laberintos de enfrentamientos ideológicos, de un modo que resulta al tiempo sorprendente y ejemplar: sin equilibrismos irenistas, mostrando las cosas en contexto, con autenticidad y búsqueda de la verdad histórica genuina.



Película sin teorías

Dice un personaje de Marcel Proust en A la búsqueda del tiempo perdido que “una obra de arte que encierre teorías es como un objeto sobre el que se ha dejado la etiqueta con el precio”.



Encontrarás dragones es una película sin teorías filosóficas, sin ideologías políticas, sin propaganda de nada. Cierto que se enfrenta con un mundo –como dice al comienzo- en el que “o bien uno juraba sobre la Biblia… o bien escupía sobre ella”. No escurre el bulto al ofrecer el panorama de enfrentamientos ideológicos, pero su peculiar aproximación hace que sólo algún espectador con menguadas dotes racionales pueda entender la película como una historia ideológica de buenos y malos.



El cine -por desgracia- se alimenta, y nos alimenta, en principio, con historias de buenos y malos. A veces ganan los malos, o ganan los buenos haciendo cosas malas, tanto da, desde cualquier punto de vista. Roland Joffé se aleja de esos territorios y dedica su trabajo a explorar la naturaleza y condición humana, de modo que lo que está en juego son asuntos como la familia, el amor y la amistad, la fidelidad o la envidia y la traición.



Joffé explora y destapa, sobre todo, los vericuetos vitales, no sólo psicológicos, por los que nace, crece y circula la capacidad humana de perdonar y desde luego la necesidad de ser perdonado. El amor concreto y genuino.



Película con punto de vista

Joffé adopta la perspectiva de Josemaría, precisamente situado en la trama secundaria, y que es –dicho sin doublespeak- precisamente la relación de familiaridad filial con Dios. Una perspectiva que no es etiqueta proustiana con un precio puesto sobre el regalo de esta obra artística. Es un punto de vista que supone tomarse la trascendencia sobrenatural de la religión en serio, y que Joffé adopta sin vivirla personalmente –es, como suele comentar, un “wobbly agnostic”- cosa que le permite introducir algunos interesantes detalles de estética autoirónica y también de misterio genuino en la película.



André Malraux dijo en algún sitio que “el siglo XXI será espiritual, o no será”. No se refería a los fundamentalismos religiosos, sino, sobre todo, a quitar la ciencia, o el poder o el dinero del puesto de dioses usurpadores: “la tarea será la de volver a poner los dioses en su sitio”. Me parece que, en lo que respecta a poner a Dios en su sitio, Joffé lo ha hecho con claridad en esta película. Entre otras cosas, haciendo compartir su admiración por el mensaje y por quien primero lo proclama con su vida, de la llamada divina a la santidad, para todo el mundo. Algo real e infinitamente lejano de las etiquetas con precios ideológicos.



Manolo, protagonista trágico

La trama principal de Encontrarás dragones presenta a Manolo (personaje ficticio en el que todos cabemos, vida paralela de Josemaría), viviendo como un héroe trágico clásico, pero poéticamente (catárticamente) abierto a la trascendencia última de un Dios y también de un hijo que perdonan, en vez de ser como un Edipo o un Creonte condenados a vivir en el horror causado por sus imprudencias teóricas y prácticas.



La película puede resultar un tanto enigmática para quien desconozca qué es una tragedia. Porque si bien todo el mundo queda prendado de la figura de Josemaría, que circula –con sus abismos circunstanciales de oscuridad consciente- por caminos básicos de relato épico (perfecta la escena con el Obispo), sucede que la contrafigura del protagonista Manolo puede resultar incomprendida, dado que es una figura trágica.



Manolo vive fiado en sus propias fuerzas, egoísta, envidioso, cínico (perfecta la escena del piano), pagano pero con un leve rescoldo de admiración y no sólo envidia por Josemaría, algo que le lleva a descubrir la esperanza y a vivir la donación personal, sabiendo razonar el perdón que pide a su hijo, para que éste –no sólo él- pueda ser feliz.



Una gran película

Una gran película, con grandes actuaciones y grandes logros de grandes profesionales. Y con defectos, que la hacen mucho más parecida a nosotros. El riesgo de Encontrarás dragones está en el tamaño que quiera asumir el espectador, y también el crítico.



La solución: ver esta gran película una segunda vez, que es cuando y como mejor se aprecia, y -si queremos- nos podemos poner a su estricta altura, en vez de mirarla desde arriba o desde abajo, o desde los lados zquierdos o derechos, o incluso mirar hacia otro lado -nos guste o no hacerlo- en vez de mirar hacia la realidad donde apunta Joffé y el sentido de su película- para poder hablar de ella.



Con un segundo visionado, los dragones personales quedan algo más domesticados, y entonces quizá resulta más fácil -como viene a decir el proverbio chino- mirar dónde apunta el dedo, en vez que quedarnos discerniendo las peculiaridades del mismo dedo.

Libro-entrevista: 100 preguntas sobre Encontrarás dragones con Roland Joffe

www.claret.cat / lunes 21 de marzo de 2011



Libro entrevista con 100 preguntas a Roland Joffe sobre la película y sus claves. A través de un intenso diálogo entre el director y el productor, nos explican las claves fundamentales para entender este film mezcla de drama épico, que afronta cuestiones como la santidad y la traición, el amor y el odio, el perdón y la violencia, así como la búsqueda del sentido de la vida.



Encontrarás Dragones (su título original, There be Dragons) ha dado mucho que hablar desde meses antes del estreno de la película. Escrita y dirigida por el aclamado cineasta británico Roland Joffé, es una vuelta a sus orígenes, donde nos cautivó con clásicos del cine como La Misión (por la que ganó la Palma de Oro en Cannes) y Los gritos del silencio. Se trata de un drama épico como La Misión, ambientado en la Guerra Civil española en el que se afrontan cuestiones como el compromiso y la traición, el rencor y el perdón, el amor y el odio, todos esos dragones contra los que libramos nuestra batalla interior.



El productor principal de la película, Ignacio Gómez-Sancha, conoció a Roland Joffé en una comida en Madrid, se enamoró del proyecto de película y decidió interrumpir su carrera en el mundo financiero (fue Vicesecretario General de Bolsas y Mercados Españoles) para reunir 36 millones de dólares y dedicarse durante tres años a establecer un ´espacio de libertad creativa´ para que Roland Joffé pudiera realizar esta obra de arte.



Autores: GÓMEZ-SANCHA, IGNACIO
PVP: 13,46€
ISBN: 9788498405200
Fecha de publicación: 03/11
Editorial: Palabra
Número de ediciones: 1
Datos del libro: 142 pags; Rústica;
Idioma: Español

Por encima de las historias me interesan las personas

entrevista de boquerini a roland joffe/ magazine imagenes /martes 1 de marzo de 2011



Haciendo una pausa de «Singularity», la película que rueda en la India, y de paso hacia China, el director Roland Joffé (Londres, 1945) ha parado en Madrid para hablar de «Encontrarás dragones», la película que ha hecho en torno a la vida de san Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, una superproducción que va mucho más allá de la típica vida de santo y que se estrena en España , un mes antes que en Estados Unidos.



¿Qué referencias tenía de Josemaría Escrivá y del Opus Dei antes de meterse en el proyecto?

Sabía que existía el Opus. Era consciente del debate que se había dado sobre su canonización. Yo había tenido un pequeño encuentro con el Opus cuando estudiaba en la universidad, a través de una residencia regentada por el Opus. Me aloje allí y me echaron porque me retrasaba mucho por las noches. Fueron amables, eso sí, pero yo entonces era demasiado joven y demasiado salvaje.



¿Qué le enganchó del proyecto?

El proyecto me aparecía una y otra vez y lo rechacé tres veces. Uno de de los productores insistía. Y me explicó el proyecto. Yo le dije: No se puede hacer una película sobre un santo. La santidad es algo interior. ¿Por qué iba a hacer una película sobre un tema que es interior? Ya en casa me disponía a escribirle una carta agradeciéndole el ofrecimiento y sugiriéndole que otro director lo haría mejor cuando, en un DVD sobre la vida de san Josemaría que había puesto sin prestarle mucha atención, me llamó la atención una joven que entre muchas personas le decía: soy judía pero me quiero convertir al cristianismo. Y esto a mis padres les sienta muy mal. Y Josemaría le dijo: obedece a tus padres. Si llevas a Dios en el corazón eso es más que suficiente. No requiere que disgustes a tus padres. Me impactó lo que vi. Fue un momento muy sofisticado por su parte. Y pensé: un hombre que supo distinguir entre ideología y humanidad y que entendía el dilema del ser humano. En ese momento vi la escena como director de cine. Pensé que una escena de este tipo querría hacerla. Rompí la carta que estaba escribiendo y escribí que me gustaría hacer una historia que representara lo dicho por Josemaría Escrivá de Balaguer. Uno de sus puntos de fe más fundamentales: la idea de que Dios existe en todos los aspectos de la vida cotidiana.



¿Qué ideas buscó para desarrollar en esta historia?

La primera fue la pasión con que se lleva la idea de Dios en los momentos más duros y difíciles de la vida cotidiana. Pensé en hacer la vida de este hombre durante la guerra civil española con la pregunta de fondo: ¿dónde estaba Dios en esos años de la guerra? He intentado contar dónde pensaba Josemaría que podía estar Dios en estos años tan duros. A cada santo se le exige y se le hace una pregunta distinta según el momento de la historia, según cada país y cada lugar.



Esto podría ser una forma profunda de ver el papel que desempeña el santo. Mi segunda idea fue la tradicional o convencional del santo. Generalmente se ha presentado a los santos como personas sobrehumanas. ¿Cómo puede tener sentido esto? La idea general es que el santo dedica su vida a los demás. Hacer una historia sobre un santo hablando exclusivamente de él sería traicionar la constante de la santidad que es precisamente ocuparse de los demás, y especialmente en la de Josemaría Escrivá de Balaguer, por lo que era importante establecer un contexto temporal para el santo y hablar de aquello por lo que se peleaba en su momento, porque si Dios está en el mundo, entonces Dios está en esa pelea y esta tendría sentido para todas las personas del mundo. Mi último pensamiento fue que, en vez de ver la santidad como el final de una vida, mostrarla como una serie de acciones muy específicas. Un santo realiza muchas acciones a lo largo de un día que nada tienen que ver con ser santo: se enfada, se cae… nada tiene eso que ver con la santidad, pero hay momentos en que el hombre deberá superar sus limitaciones humanas. Todos estos puntos son como las perlas de un collar, una suma de actos individuales que conformarán un collar de santidad. Josemaría decía que cualquier persona era capaz de ser santo, lo que significa que cada uno de nosotros es capaz de realizar actos santos, que cada uno tenemos un collar con una serie de cuentas derivadas de ciertas circunstancias. Y así fue como llegue a la historia en que pude dramatizar las cosas que él decía en un contexto adecuado.



¿No le ha interesado mostrar qué fue de la vida de Josemaría Escrivá después de la guerra civil?

Quise honrar lo que pensé que a Josemaría le hubiese gustado. Mi interpretación de esa idea. No buscaba una apología de Josemaría, ni creo que a él le hubiese gustado, sino la esencia, aquello por lo que pasó, el momento en que se forma su personalidad. Y ver los efectos que esto tiene en otras personas, cómo su pensamiento y acciones se acaban desarrollando en las vidas de otros.



¿Usted sabe que Josemaría y el Opus Dei tienen actualmente una imagen, al menos, controvertida?

Sí, claro. ¿Pero qué cosa que valga la pena no tiene hoy ese efecto? Pero aquí también entra el tema del perdón. Esto es una pregunta que yo, como extranjero, le haría a España: ¿verdaderamente es bueno mantener vivas las «vendettas » de la guerra civil tantos años después? ¿Es esto creativo, productivo? ¿Es una forma de avanzar? ¿No sería hora ya que esa experiencia traumática que sufrió España, que no puede ser ignorada ni olvidada y a la que no se le puede restar importancia, habría que examinarla como experiencia humana, abandonando las posturas ideológicas? ¿Y acaso hay alguna experiencia humana que no sea imperfecta? Hagamos un vínculo común tomado de las imperfecciones imperfecciones. Yendo a una total honradez, nadie sale bien parado de una guerra civil. Nadie. Pero hay algunos que pueden salir más bellamente parados.



Uno de los problemas que se dio en aquella contienda familiar en un momento muy específico de la historia es que se impuso una especie de uniformidad del pensamiento que condujo a unos actos de irracionalidad tremendamente destructivos, con reverberaciones y ecos que perduran hasta el día de hoy.



Se ha dicho que su película quiere lavar un poco la imagen del Opus que mostraba «El código Da Vinci».

Sería una forma un tanto cara de lavarle la cara a alguien o a algo. Y además arriesgada. ¿Qué es el Opus Dei? No existe tal cosa como organización unificada, sino que son un grupo de personas con ideologías muy diferentes con un contexto común para las vidas que llevan como seres humanos. Sus vidas son muy diversas, filosóficamente y políticamente, cosa que Josemaría habría agradecido. Él nunca les dijo a las personas qué tenían que pensar.



¿Conoce la película española «Camino»?

Sí, he oído hablar de ella, pero no la he visto.



Se podría decir que usted, en «Encontrarás dragones», narra el inicio del Opus Dei, y «Camino» narra en lo que se ha convertido ahora.

Es una visión que puede ser crítica y perfectamente válida. En Encontrarás dragones ninguna empresa ni ninguna persona es perfecta. Hay algunos miembros del Opus que son más conservadores, otros menos, toda una gama de pensamiento. Pero a mí lo que me fascina es lo incipiente, el momento en que las cosas toman forma.



¿Dónde se rodó y cómo fue la ambientación?

La película se rodó en Buenos Aires porque hay edificios de la época mientras que Madrid ha cambiado mucho. Nunca se consigue algo perfecto pero sí que nos hemos acercado mucho a la época, tanto en la guerra como en los años 80. Para mí la ambientación es una de las claves de una película. Por ejemplo, en el caso de Los gritos del silencio, a uno de los que habían sido capturados por los khemeres rojos le preguntaron si lo que se veía en la película era exactamente lo que le ocurrió. Y respondió algo muy interesante: no es exactamente pero era así como sentíamos que era la realidad. La realidad tenía ese sabor. Cuando ruedas hay que recoger esos sentimientos e impresiones. La recreación de Madrid está cuidada con mucho detalle.



¿Cómo fue la elección de actores?

Busqué sobre todo la calidad del actor y qué cosas harían bien o se les daría bien decir en la película. No busqué un casting rígido sino que me guié por lo que cada uno podría aportar a la interpretación, teniendo en cuenta incluso sus propias propuestas filosóficas y su forma de ver la vida.



¿Y los españoles surgieron de un «casting»?

Algunos sí y a otros los tenía ya en mente. Mi forma de trabajar es un tanto extraña. Improviso mucho con los actores. Esto me ofrece un patrón en cuanto la química que van a tener unos con otros. Por ejemplo, en la familia de Josemaría, que busqué que hubiese una dinámica que funcionase bien.



¿Qué hay de verdad en la historia de Josemaría y su familia?

Está muy documentado. Hay mucho material que leer sobre su familia. Pero al final haces ficción con lo que piensas que pudo ser algún momento específico. En ese sentido, ¿quién de nosotros no es historiador? Hasta los propios historiadores se encargan de rellenar huecos y vacíos según sus interpretaciones. Cuando, por ejemplo, Josemaría se enfada por la muerte de su hermano y lanza un plato contra la pared, es un hecho real, está relatado. Su capacidad para enfurecerse es algo que también consta en testimonios. También está documentado el altísimo grado de amor que existía entre los miembros de la familia. Pero para abrir la historia he incorporado elementos ficticios basados a su vez en realidades de la época.



En una escena del Madrid en la guerra civil aparece una ikurriña en un balcón. Hubiese sido posible, pero no suena lógico.

Una película es siempre un juego. Yo no soy un creador de gran veracidad histórica y se me permite como director ciertas licencias, hilos que estaban a mi alcance y en algún momento lo cuelas. Por pequeño que sea el protagonismo. Y me pareció oportuno colarlo.



¿Se puede encontrar una línea común entre «Los gritos del silencio», «La misión» y «Encontrarás dragones»?

Sin duda. A mí por encima de las historias me interesan las personas. Las tres son historias de personas, que después hay que enmarcarlas en el contexto adecuado que las alimentan.



¿Es consciente de haber hecho una historia a contracorriente, sin efectos, persecuciones y con la vida de un santo, algo insólito en el cine de hoy?

Ese era el reto. Pero nunca me he movido por las modas. Respeto el cine que hace cada uno, pero a mí la historia de una persona, en su complejidad y con muchas aristas, es mucho más rica y mucho más atractiva para llevar al cine que un superhéroe o personajes sin matices. Hay que olvidarse de la noción de un ser humano perfecto y ser un poco más humildes. Todo ser humano caga antes o después; es lo que tenemos todos en común. Esto permitiría perdonar un poco más y criticar un poco menos.



¿Qué está rodando en La India?

Es una bellísima historia de amor. Estoy en pleno rodaje. Se divide entre escenas en India en 1790 y en Australia en el 2020. Es un viaje entre el amor, la física cuántica y el tiempo.

lunes, 11 de abril de 2011

La insatisfacción de una sociedad obsesionada con la felicidad

artículo en aceprensa / fuente: city journal / lunes 28 de marzo de 2011



La felicidad se escapa la que la persigue, advierte Pascal Bruckner en un artículo sobre las contradicciones de una existencia centrada en el cumplimiento de los propios deseos.



El ensayista francés Pascal Bruckner, autor de obras como La tentación de la inocencia, rastrea la génesis de las ideas contemporáneas sobre la felicidad y sostiene que, paradójicamente, la sociedad que ha dado más importancia a la felicidad individual es la que cuenta con un porcentaje importante de insatisfechos e infelices.



Como Bruckner dice también en su libro La euforia perpetua, a partir del siglo XVIII se generalizó una nueva concepción de la felicidad. En su desarrollo estuvo implicada la ciencia y la técnica, que consagraron una visión optimista del progreso: “De repente –escribe en City Journal– este mundo ya no estaba condenado más a ser un valle de lágrimas; el hombre ahora tenía el poder de reducir el hambre, aliviar la enfermedad y dominar mejor su futuro”. La filosofía ilustrada canalizó esta actitud al considerar la tierra como un paraíso.



La Ilustración dio al hombre confianza para poder conseguir por sí mismo la felicidad; de ahí la importancia de la educación y de la política, porque se pensaba que la sociedad tenía la capacidad de eliminar todo el sufrimiento. Estas ideas se consolidaron a lo largo del siglo XIX y en gran parte del siglo XX. Sin embargo, a juicio de Bruckner, en la década de los sesenta del pasado siglo se produjeron dos fenómenos importantes: la generalización del consumismo, gracias al crédito, y el individualismo; ambos terminaron transformando el presunto “derecho a la felicidad” del que hablaba la Ilustración en un “deber de ser felices”, como parece ocurrir en la sociedad de masas.



Una felicidad que se puede comprar

El capitalismo, señala Bruckner, alentó el consumo y éste se concibió pronto como el medio de asegurar la satisfacción de todas las necesidades. Los nuevos instrumentos de crédito adquirieron entonces un papel determinante porque hicieron posible la realización de los deseos sin pensar en las contraprestaciones. En una época anterior “cualquier persona que quería comprar un coche, algunos muebles o una casa seguían un regla que ahora parece casi desconocida: esperaban, ahorrando sus monedas de cinco y diez centavos. Pero el crédito lo cambió todo; la frustración se hizo insoportable”. Con la nueva mentalidad, lo importante era vivir el presente y pagar más adelante. Como Bruckner recuerda, esta manera de actuar ha sido una de las causas de la crisis financiera.



Por su parte, desde una perspectiva individualista, la felicidad la tiene que buscar uno mismo, de forma que la insatisfacción es responsabilidad exclusiva del individuo. “Si no me siento feliz, no puedo culpar a nadie más que a mí mismo”. Esto explica, a juicio de Bruckner, la proliferación de industrias relacionadas con la realización personal, que desde “la cirugía estética hasta las píldoras dietéticas, prometen reconciliarnos con nosotros mismos y realizar nuestro potencial”.



Pero si el hombre está condenado a ser feliz, entonces cualquier atisbo de infelicidad se convierte en una especie de enfermedad; los insatisfechos terminan viéndose como inadaptados. “Es obligatorio ser feliz” y quien no lo es no ha sabido sacar partido de todas las oportunidades que se le ofrecen. “Hemos de creer –continúa el pensador francés– que la voluntad puede fácilmente establecer su poder sobre los estados mentales, regular los estados de ánimo, y hacer de la satisfacción el resultado de una decisión personal”.



Obsesiones insanas

Para Bruckner “el culto occidental de la felicidad es (…) algo así como una intoxicación colectiva”. Y adquiere también rasgos obsesivos, como los que se descubren en la excesiva preocupación por la salud, rasero por el que se enjuician hoy la mayoría de las cosas: “En la comida, por ejemplo, no se distingue lo bueno de lo malo, sino lo saludable y lo no saludable. Lo apropiado prevalece sobre el sabor (…) La mesa de la cena se convierte en un mostrador de farmacia donde se pesan la grasa y las calorías (…) El vino debe ser bebido no por su sabor, sino para fortalecer las arterias”.



Es irónico que la sociedad que ha decretado la felicidad general sea también la que se encuentra más sometida a la regulación minuciosa de las conductas. Además, vincular la felicidad a una decisión personal y a las sensaciones subjetivas es un círculo vicioso porque, como refiere Bruckner, la preocupación por uno mismo no tiene fin: “Nunca se es suficientemente delgado, nunca se está suficientemente en forma, nunca se es lo suficientemente fuerte. La salud tiene sus mártires (…) La enfermedad y la salud se vuelven más difíciles de distinguir, hasta el punto de que corremos el riesgo de crear una sociedad de hipocondríacos”.



La obsesión por ser felices ha terminado formando una sociedad ansiosa, estresada, obligada a perseguir frenéticamente sus propios fantasmas. El hedonismo termina, pues, siendo enfermizo y se encuentra acosado por su propio fracaso, ya que, pese a todo, “la edad deja su marca, la enfermedad nos encuentra de una manera o de otra, siguiendo un ritmo que no tiene nada que ver con nuestra vigilancia ni con nuestra resolución”.



“Somos probablemente –concluye Bruckner– la primera sociedad en la historia que hace a la gente infeliz por no ser feliz”. Frente a esta situación, el pensador francés insta a reconocer que “no somos dueños de las fuentes de la felicidad” y que nuestra propia finitud debería llevarnos a ejercer “una humildad renovada”. Aunque tenemos la posibilidad de aliviar ciertos males –y es preciso luchar contra ellos– no podemos seguir concibiendo la felicidad como “quien encarga comida en un restaurante”.

El silencio de las películas: el más reciente, Encontrarás dragones

artículo de juan josé garcía noblejas / www.scriptor.org /míercoles

6 de abril de 2011



Conciden en el correo varias referencias de actualidad que no puedo dejar pasar sin dar noticia de ellas, porque tienen -o encuentro- sentido a todas juntas.



En primer lugar, llega noticia de la edición en español del libro de George Steiner (El silencio de los libros) del que tomo pie para el título. Entre otras cosas, dice que :



(...) el hombre contemporáneo es un ser ocupado que no sabe encontrar remansos de paz entre tanta actividad frenética. Los momentos de ocio se han perdido en la medida en que también durante ellos el hombre está sometido a obligaciones –sociales, familiares…– y reglas. De otro lado, nos falta silencio y paz interior. (...)



Mucha razón tiene Steiner de hablar de la lectura y de los libros como vehículo de cultura y también de campo de batalla en donde se libran buenas lides culturales entre humanismo y deshumanismo. Algo muy semejante sucede hoy con el cine y la televisión.



Por eso entiendo que el recorrido que Julio R. Chico hace por cuatro películas que tienen que ver con la trascedencia humana hacia lo sobrenatural, y en este sentido con el necesario silencio de escucha, me parece muy bien planteado. Él lo relaciona, justamente, con el perdón (Películas que saben perdonar: “Encontrarás dragones”, “De dioses y hombres”, “En un mundo mejor” e “Incendies”).



Sin silencio interior, sin capacidad de escuchar, el perdón a terceros no llega, y menos el caer en cuenta de que nosotros mismos necesitamos ser perdonados. Ni tampoco llega -distinta del rumor de fondo del propio caletre- la posibilidad de entender o caer en cuenta de ambas cosas, cuando lo vemos en las pantallas.



Por eso resulta muy interesante la columna de Carmen Rigalt en El Mundo de hoy (€, p.18), en la que -quien es colega de aulas en la Universidad de Navarra- hace algunas presunciones impropias por inexactas y pretende hacer equilibrios ideológicos a propósito de Encontrarás dragones, sin entrar al conocido meollo argumental de la película de Joffé.



Pero es también una columna en la que -a fin de cuentas, y burla burlando (hay que saber leer)- dice sentir envidia del silencio de los espectadores a la salida de la sesión a la que acudió, medio en plan espía, según cuenta. Tras una extraña y al tiempo interesante comparación entre Encontrarás dragones, Roland Joffé y la gente del Opus Dei respecto de La lista de Schlinder, Spielberg y los judíos, termina así su columna:



Nada más terminar el pase, yo me aposté junto a la puerta para ver las caras de los espectadores que salían del cine. Iban en silencio, recogiditos y mansos como corderos. La felicidad existe para ellos. Qué envidia.



"En silencio" es el dato que cuenta, no su personal interpretación pretendidamente o no ridiculizante, con la usual y más o menos implícita referencia corderil a la película de Jonathan Demme.



Y -además de ese silencio- cuenta, sobre todo, la sencilla y lacónica frase de dos palabras, meta a la que parece querer llegar desde el principio de la columna: "Qué envidia". Y cuenta la explicación / excusa que antecede: "La felicidad existe para ellos". Y aquí ya se ha quedado sin gas, se ha evaporado, la ironía guardada para este momento desde el principio.



Muchas gracias, Carmen, por saber ver y apreciar el silencio ajeno, y muchas gracias por el desahogo de confesar que lo haces con envidia, aunque tendrías que -ya sabes, perdona- ajustar mejor la valoración que haces de sus presuntas (e imaginarias) razones para el silencio y la felicidad, que te permiten irte del asunto de la película y que además -aunque fuesen esas las razones- no siempre son dignas de cuchufletas.



(Seguirá este asunto, porque también pienso que es de interés saber de algunos silencios de Encontrarás dragones y conocer lo dicho y hecho por sus co-protagonistas, Charlie Cox y Wes Bentley. Y ya tengo el permiso del director del periódico para reproducirlo aquí. Pero lo haré en otra nota distinta, para no alargarme: hay que hacer sitio al silencio...).

El inmerecido regalo del perdón

artículo de alejandro navas, profesor de sociología de la universidad de navarra /www.diariodenavarra.es / viernes 25 de marzo de 2011



Ante el estreno de la película Encontrarás dragones, sobre la vida de Escrivá de Balaguer, el autor recuerda que el perdón es una de las características esenciales del catolicismo, porque Jesús “se hace amigos de los pecadores, pero no del pecado”.



La atribución de la conducta humana resulta compleja. El actor piensa que actúa en función de las circunstancias del caso concreto. Los espectadores, por el contrario, estiman que actúa así porque es así: —“Siempre haces lo mismo. Eres un…perezoso, egoísta, arrogante, etcétera”.



¿Quién tiene razón? Aun salvando la buena fe del actor, seguramente aciertan los espectadores.

Necesitamos a los otros para llegar a conocernos bien, y de modo especial a otros que nos miren con benevolencia, capaces de ponerse en nuestro lugar. En cualquier caso, conviene tener cuidado antes de descalificar a los demás cuando no se portan como debieran. Los hechos externos ahí están, a la vista de todos, pero no sabemos lo que pasa en el interior de sus autores. De internis, neque Ecclesia iudicat; ni siquiera la Iglesia, experta en el trato con pecadores y penitentes, juzga el interior de las personas.



San Ambrosio de Milán se pregunta por la razón que llevó a Dios a crear al hombre luego de la caída de los ángeles, y responde que después de esa experiencia, Dios quería tratar con seres a los que pudiera perdonar. Con demasiada frecuencia no estamos a la altura. Fallamos, y no sólo por inadvertencia o precipitación, como nos gusta creer. Tantas veces somos malos sin más: egoístas, soberbios, tramposos, envidiosos.



Los clásicos definen el pecado como la voluntad curvada sobre sí misma: el yo egocéntrico que se olvida o desprecia a Dios y a los demás. Al final de ese recorrido encontramos el tedio y la desesperación.



El arrepentimiento y el perdón nos ayudan a salir del atasco. Chesterton relata así su conversión: “Cuando la gente me pregunta: — ¿Porqué abrazó usted la Iglesia de Roma?, la respuesta fundamental es: —Para librarme de mis pecados, pues no existe ninguna otra religión que ofrezca realmente ese perdón. Cuando un católico se confiesa, vuelve realmente a entrar en el amanecer de su propio nacimiento. Sus muchos años ya no pueden asustarle. Podrá estar canoso y achacoso, pero sólo tiene cinco minutos de edad”. En términos parecidos hace hablar Evelyn Waugh a Julia en su conmovedora despedida de Charles, En Retorno a Brideshead: “Siempre he sido mala. Es probable que vuelva a ser mala, y volveré a ser castigada. Pero cuando peor soy, más necesito a Dios. No puedo estar fuera del alcance de su misericordia”.



Perdonar significa decir al culpable que, en el fondo, es mejor de lo que sus lamentables acciones dan a entender, que ellas no le identifican por completo. Se le da un margen para la mejora y la rectificación. Los hombres perdonamos en ocasiones, pero Dios lo hace siempre. No quiere que el pecador muera, sino que se convierta y viva. Borrar de verdad el pasado, hacer tabla rasa y empezar de nuevo: una experiencia gozosa, que nos devuelve la alegría y nos da alas. En palabras de Goethe: “Saberse querido da más fuerza que saberse fuerte”.



Los cristianos vemos en Jesús de Nazaret a Dios hecho hombre, que nos muestra el camino para llegar a la casa del Padre, nuestro hogar definitivo. Misterio asombroso. Jesucristo no espera que los hombres acudamos a adorarlo y a rendirle pleitesía. Busca a las ovejas descarriadas, una a una. Se hace amigo de los pecadores, pero no del pecado: —“Yo no te condeno, anda y no peques más”, dice a la mujer adúltera. Para facilitar todavía más nuestro encuentro con Él tenemos el ejemplo y la ayuda de los santos, tan distintos unos de otros, pero iguales en el amor a Dios y a los hombres. San Josemaría es precisamente un experto en el arte del perdón: —“No he necesitado aprender a perdonar, porque Dios me enseñó a querer”.



Su vida estuvo llena de dificultades y contradicciones —el sello de la santidad, pues no es el discípulo más que su maestro—, y supo afrontarlas con un lema que nos propone a todos: “Callar, sonreír, comprender, disculpar”. La película Encontrarás Dragones, que se estrena hoy lo muestra en una lograda síntesis de brillantez cinematográfica y profundidad psicológica.

Me advirtieron sobre el Opus Dei, pero quise tener mi propia opinión

Entrevista a charlie cox, actor / www.elmundo.es /miércoles 6 de abril de 2011



Encontrarás dragones es ya la segunda película española más vista del año. Tras el intocable Torrente, la historia a vueltas con el fundador de la Obra ya ha recaudado 1.600.000 euros. Su protagonista, Charlie Cox (Londres, 1982), atiende a ELMUNDO en una pausa de trabajo. «Hasta ayer estaba rodando en Estados Unidos, Boardwalk Empire, una serie que produce Martin Scorsese sobre la mafia en Nueva York en los años 30».



Usted sabrá que la película está despertando muchos dragones en la opinión pública española.

No lo sabía pero no me sorprende por la cantidad de advertencias que recibí cuando acepté interpretar a San Josemaría.



¿Conocía el Opus Dei y a Escrivá de Balaguer antes del rodaje?

No. Sólo había oído el nombre asociado a El código Da Vinci, y en cuanto a Josemaría… ni siquiera

me sonaba, era totalmente desconocido para mí.



Y ¿qué le movió a aceptar este proyecto?

Me pareció muy interesante. Como decía antes, no tenía ninguna opinión sobre el Opus Dei ni sobre

Josemaría. El guión mostraba a Josemaría Escrivá de una forma positiva y, sin embargo, yo me encontré con muchas personas que tenían unas reacciones muy fuertes contra el Opus Dei. Estoy hablando de familiares y amigos que me advertían: «Ten cuidado con esa gente», pero luego no me daban argumentos convincentes. Esto me causó cierta curiosidad: ¿por qué tanta gente tenía ideas preconcebidas sobre esta institución? y decidí investigar, descubrir por mí mismo y con mente abierta qué era aquello; quería tener mi propia opinión y para eso leí mucho, conocí a gente, fui a varios centros del Opus Dei… y descubrí que muchas de las cosas que había escuchado eran, o falsas, o exageradas. Mi experiencia hasta el momento ha sido totalmente positiva.



¿Qué es lo que más le llamó la atención de su personaje?

Una persona que le había conocido me dijo: «Espero que puedas encontrar su fuerza, su energía». Aquella frase se convirtió en la base de mi interpretación. Josemaría era una persona con una gran capacidad de amar a la gente y, al mismo tiempo, tremendamente auténtica. En los vídeos que vi, comprobé que no tenía ningún reparo en decir lo que pensaba sobre cómo debe vivir un cristiano.



El ambiente del rodaje de esta película –un drama con tintes religiosos– supongo que será distinto al de una comedia...

Sí, por supuesto que sí. Todas las películas son para entretener, sin embargo hay algunas que tienen una importancia, una profundidad mayor y creo que Encontrarás dragones es una de ellas. Personalmente durante el rodaje sentí una gran responsabilidad. Muchas veces miraba una fotografía de la ceremonia de canonización de San Josemaría en la plaza del Vaticano, ocupada por casi medio millón de personas, y sentía el peso de interpretar a alguien importante y que quería representar de forma adecuada. Era todo un reto para mí.



Como en el caso de La misión–donde ayudó como consultor de algunos temas un jesuita– en el rodaje había un sacerdote del Opus Dei, ¿no resultaba esta presencia intimidante?

Ja, ja. Confieso que cuando fui a conocer a Roma a father John Wauck estaba intimidado. Me esperaba a un hombre duro, rígido, alguien que incluso podía dar miedo. Lo que tengo ahora es una gran amistad con uno de los hombres con mente más abierta que he conocido en mi vida. Sí, todos los actores enseguida nos olvidamos de que era un cura el que estaba ahí sentado con nosotros y a veces las conversaciones eran poco apropiadas. Yo le echaba un vistazo a father John, después de que alguien hubiera dicho alguna cosa que podría ofender un poco, y veía que él se reía más que ninguno. Es un hombre estupendo.



Después de esta película, ¿le reza a San Josemaría?

Sí. Me da la impresión de que ahora tengo un vínculo especial con él. Ayer mismo, antes de salir del hotel, miré su estampa, le observé… y le dije algunas palabras. Creo que me ayudará.



Uno de sus compañeros de rodaje, Wes Bentley, afirmaba que la fama es un dragón peligroso para los actores jóvenes: ¿cómo se puede combatir?

Alguien me dijo una vez: «Un actor debería tener una carrera extraordinaria y una vida ordinaria». Yo he tenido suerte porque mi trayectoria ha sido relativamente lenta y lucho para tener una vida de hogar, para volver siempre a las raíces, a la familia, a los viejos amigos… Si te hacen fotos saliendo de madrugada de los clubes, de las discotecas, pues ya estás en líos.



¿Cómo ha sido la experiencia de rodar con Roland Joffé?

Maravillosa. Roland es el director de actores en el sentido más puro de la palabra. Protege tanto el proceso creativo de cada uno que para un actor que rueda con él cada día es un sueño.



Y hablando de sueños ¿cuál es el suyo cómo actor?

Te contaré primero mi pesadilla –mis dragones–, me da miedo pensar que a lo mejor un día tengo que dejar lo que estoy haciendo y que me gusta tanto. Mi sueño es simplemente poder seguir actuando, así me siento el hombre más afortunado del mundo.

El poder del perdón

artículo de Roland Joffe, director de encontrarás dragones (There be dragons) www.elmundo.es /sábado 2 de abril de 2011



El director de ‘La misión’ reflexiona sobre la Guerra Civil española y Escrivá de Balaguer, protagonista de su última película, ‘Encontrarás dragones’, recién estrenada: «Si estamos dispuestos a matar a nuestros hermanos por nuestras creencias, ¿qué dice esto de nosotros?» / «Podemos revertir el camino de destrucción y construir la paz practicando el perdón»



“La pregunta que más me han hecho en las últimas dos semanas es qué me motivó a hacer la película Encontrarás dragones, y cuál es mi visión de la Guerra Civil española. Escribí Encontrarás dragones porque no me resigno a vivir en un mundo como el que me ha tocado vivir. Diría que, a mi edad, es una señal de salud mental pensar como el Padre Gabriel –protagonista de mi película La misión–, que «si la fuerza es lo que vale no hay lugar para el amor en el mundo». Por eso he vuelto a España, a una historia que me fascina desde hace tiempo y que ejemplifica como pocas la espiral de violencia omnipresente en la Humanidad.



Una lucha fratricida, la Guerra Civil española, que cinco años antes de su inicio nadie podía adivinar y que se prolongó en el tiempo, como se ha podido ver por las reacciones de unos y de otros hacia la película, arrastrando sus ecos hasta el debate de la historia, ecos que siguen resonando fuerte, tanto que a veces parecen reproducir las voces de la aquella época, y desde fuera a veces producen miedo. La primera línea del guión de esta película es «Todas las guerras comienzan mucho antes de disparar la primera bala y continúan mucho después del efecto de la última».



Aunque lo más cómodo sería seguir viviendo en la tranquilidad intelectual de aposentarse entre el rumor y el mito, en una división entre buenos y malos que exonera de mayores esfuerzos, he querido profundizar en lo que sucedió en España durante la Guerra Civil. sin elegir un bando. Lo que sucedió en España fue una herida que realmente desgarró a familias de la manera más dolorosa y atroz. Hermanos lucharon contra hermanos, ¿pero significa esto que ya no fueran hermanos? Si estamos dispuestos amatar a nuestros hermanos a causa de aquello en lo que creemos, entonces ¿qué dice eso de nosotros, de nuestros valores o principios?



Y es aquí donde las historias de los hombres y mujeres que vivieron la Guerra Civil apelan a cualquier persona, en cualquier lugar del mundo. Los procesos históricos no son más que el conjunto de opciones personales de cada uno, las decisiones que tomamos ante los retos y decisiones que la vida nos presenta, y que determinan las opciones personales de otros muchos. Esos retos se agrandan en tiempos de guerra. Cómo respondemos al odio y al rechazo, o al deseo de venganza y justicia. Estos dilemas son, en cierto sentido, los dragones de mi nueva película, momentos de inflexión en nuestras vidas en los que afrontamos opciones decisivas. Opciones que afectarán a nuestro futuro y al de muchísimas personas. Encontrarás dragones habla de las diferentes opciones que asumimos las personas en esos momentos de inflexión ¿tentaciones, si usted quiere? y de lo difícil ¿y al mismo tiempo necesario? que es salir de los círculos viciosos del odio, el resentimiento y la violencia. Al final, todos nos encontramos ante estas opciones. Todos tenemos que elegir entre el amor y el odio. Optar entre dejarnos vencer por nuestros resentimientos o encontrar la manera de conquistarlos, de superarlos. Ver la vida como una serie de injusticias, de rechazos y heridas, o como una serie de oportunidades, para vencer a esos dragones a través del poderoso deseo de sustituir el odio por el amor.



En ese Madrid convertido en infierno en 1936, Josemaría Escrivá –como había hecho el ficticio Padre Gabriel en la selva amazónica de 1756– escogió «hablar sólo de amor y de Dios» y así lo recogen sus diarios íntimos a los que he tenido acceso. Elegir el amor, él diría el Amor (con mayúsculas) es comprender que el odio es una prisión, optar por la libertad, por ser libres, por el camino de la libertad. Nadie que odia puede ser libre.



Han pasado algunos años de todo eso y las cosas no han cambiado mucho, los conflictos violentos siguen estando presentes en todo el mundo: Israel-Palestina, Coreas, Libia, Uganda. Rene Girard lo expone de forma clara en su teoría mimética. Imitamos los deseos de otros –deseos de poder y riquezas– y eso convierte a los otros en nuestros rivales, en nuestros enemigos. Esa competitividad que reina en nuestra sociedad genera una espiral de violencia omnipresente en la que Ulrich Beck denomina la «sociedad del riesgo», donde el peligro viene sobre todo de los otros, que desean lo mismo que nosotros deseamos. Elegir el amor no es la opción más fácil, no puede serlo. A veces, incluso, puede parecer inhumano. Al final todo se reduce a una pregunta: ¿Este amor es más grande que mi amor propio? Esta es una pregunta importante, y de alguna forma determinó el destino de buena parte de la política de los inicios del siglo XX. A esta pregunta no se puede responder con una actitud de superioridad ni de superficialidad, sólo es posible darle respuesta desde la humildad y la humanidad.



Junto a ésta se plantea otra cuestión de una gran complejidad. Si este amor apasionado se basa en un ideal, o en una idealización, si consiste en la aceptación de un solo modelo de comportamiento humano, ¿cómo se puede evitar caer en el fanatismo o la demonización?



Desde tiempos de la Ilustración, ésta ha sido una cuestión fundamental. ¿Cuántos actos inhumanos, cuántos crímenes se han cometido en nombre del amor por un bien más grande, por un ideal? Me parece que sólo si se comprende la trágica falibilidad de todos los seres humanos y de todos los comportamientos humanos podemos encontrar la senda del entendimiento y de esa profunda empatía, un verdadero sentido de identificación con el otro, que puede liberarnos de la demonización del otro y de las espirales de violencia en las que se encuentran metidos tantos, sin esperanza de salir. Por eso, la escena crucial en Encontrarás dragones es la que sigue a un asesinato atroz. Al instar a sus seguidores a cambiar su ira y su dolor por el amor a cualquier ser humano, Josemaría les permite salir del ciclo de violencia y venganza al que el resto de España está encadenado.



La capacidad de perdonar de los demás perdona a uno mismo. Su belleza es poderosa. El perdón deshiela lo que ha quedado congelado. Toca lo humano en el interior de quien pide perdón y de quién perdona. La fortaleza de ser perdonado. El perdón tiene siempre dos caras y quien no ha aprendido a pedir perdón nunca sabrá perdonar. El que renuncia a pedir perdón se convierte en un hombre que huye, un cobarde. A ellos, a los que pensaron alguna vez como Diego Mendoza –en La misión– que «no hay redención posible», a los que piensan que no hay nada en el mundo capaz de perdonar sus atrocidades les diría, con el Padre Gabriel, que «hay vida, hay una salida». Existe siempre un momento clave donde el perdón es posible. Sí, existe espacio para la esperanza, incluso en las circunstancias más dolorosas, trágicas y terribles, en las que la esperanza parece imposible.



Con Encontrarás dragones no he querido dar lecciones de moral ni de historia, sólo recordar que frente a los que se escudan bajo el «no teníais elección…Tenemos que trabajar en el mundo y el mundo es así», sigo respondiendo que «no, nosotros lo hemos hecho así, yo lo he hecho así». Basta con no perder de vista que podemos ser protagonistas del mundo en el que nos toca vivir pero sólo cuando seamos conscientes de que también podemos ser responsables de su camino de destrucción. Y que podemos revertir ese ciclo de destrucción y construir la paz, practicando el poderoso y bello arte del perdón”.