Asociación Ronda80. Voluntariado

Blog para los voluntarios de la Asociación Ronda80 y público en general.
Contiene la agenda de actividades para voluntariado organizadas por esta asociación y una recopilación semanal de cinco noticias de interés que se envía por e-mail.

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domingo, 23 de mayo de 2010

[De qué hablamos cuando hablamos de] ley natural, derecho natural y política


artículo de angel rodriguez luño, profesor de ética y filosofía de la universidad pontificia de la santa cruz (roma)/ www.eticaepolitica.net / martes 18 de mayo 2010

1. ¿Qué es la ley natural?

El concepto de ley natural es un concepto filosófico, del que se han ocupado ampliamente las más variadas orientaciones del pensamiento ético a lo largo de la historia. Es verdad que también está presente en las principales religiones del mundo, y en la religión católica tiene una gran importancia. Pero eso no hace de la ley natural un tema confesional, sea porque la noción es originariamente filosófica, sea porque la religión católica lo ve como un instrumento de diálogo con todos los hombres, que debería permitir la convergencia en torno a unos valores comunes que la actual dimensión global de los problemas éticos hace particularmente necesaria: los problemas comunes exigen soluciones universalmente compartidas.

Entendiéndola en su sentido ético más básico, la ley natural es la orientación fundamental hacia el bien inscrita en lo más profundo de nuestro ser, en virtud de la cual tenemos la capacidad de distinguir el bien del mal, y de orientar la propia vida, con libertad y responsabilidad propia, de modo congruente con el bien humano. Santo Tomás de Aquino la considera como un aspecto inseparable de la creación de seres inteligentes y libres, y por ello la entiende come la participación de la sabiduría creadora de Dios en la criatura racional

Esta ley, dice Santo Tomás, “no es otra cosa que la luz de la inteligencia infundida en nosotros por Dios. Gracias a ella conocemos lo que se debe hacer y lo que se debe evitar”. Con estas palabras se quiere afirmar que la inteligencia humana tiene la capacidad de alcanzar la verdad moral, y que cuando esta capacidad se ejercita rectamente y se logra alcanzar la verdad, nuestra inteligencia participa de la Inteligencia divina, que es la medida intrínseca de toda inteligencia y de todo lo inteligible y, en el plano ético, de todo lo razonable. En virtud de esa presencia participada, nuestra inteligencia moral tiene un verdadero poder normativo, y por eso se la llama ley.

Para entender bien qué es la ley natural conviene no olvidar que la noción de ley es análoga. Lo que a nosotros nos resulta más conocido son las leyes políticas emanadas por el Estado, y por eso existe el peligro de entender la ley natural como la expresión de un poder que se nos impone, o bien como un código inmutable de leyes ya hechas deducible especulativamente de una concepción de la naturaleza humana, como en siglos pasados pretendió el racionalismo

A mi juicio es importante entender bien el significado de la razón práctica en la constitución de la ley natural. La ley natural no es una especie de código civil universal. En realidad no es otra cosa que el hecho, incontestable, que el hombre es un ser moral y que la inteligencia humana es, de suyo, también una inteligencia práctica, una razón moral, capaz de ordenar nuestra conducta en vista del bien humano. Con otras palabras, ley moral natural significa que la instancia moral nace inmediata y espontáneamente del interior del hombre, y encuentra en él una estructura que la alimenta y sostiene, sin la cual las exigencias éticas serían opresivas e incluso completamente ininteligibles.

La ley moral natural fundamentalmente está formada por los principios que la razón práctica posee y conoce por sí misma, es decir, en virtud de su misma naturaleza. La ley natural es la ley de la razón práctica, la estructura fundamental del funcionamiento de la razón práctica, de todas sus evidencias y de todos sus razonamientos. Pero hay que añadir inmediatamente que la razón práctica se diferencia de la razón especulativa porque la razón práctica parte no de premisas especulativas, sino del deseo de unos fines, que la ponen en movimiento para buscar el modo justo de realizarlos. Por eso la razón práctica se mueve en el ámbito de las inclinaciones naturales, de las tendencias propias de la naturaleza humana (como son, por ejemplo, la sociabilidad, la creatividad y el trabajo, el conocimiento, el deseo de libertad, la tendencia sexual, el deseo de amar y de ser amado, la tendencia a la propia conservación y la seguridad, etc.).

La ley moral natural se llama “natural” porque tanto la razón que la formula como las tendencias o inclinaciones a las que la razón práctica hace referencia son partes esenciales de la naturaleza humana, es decir, se poseen porque pertenecen a lo que el hombre es, y no a una contingente decisión que un individuo o un poder político puede tomar o no. De aquí procede lo que suele llamarse “universalidad” de la ley moral natural. La universalidad de la ley natural no se debe concebir como si se tratase de una especie de ley política válida para todos los pueblos de todos los tiempos. Significa simplemente que la razón de todos los hombres, considerada en sus aspectos más profundos y estructurales, es substancialmente idéntica.

La universalidad afirma la identidad substancial de la razón práctica. Si la razón práctica no fuese unitaria en sus principios básicos, no sería posible el dialogo entre las diversas culturas, ni el reconocimiento universal de los derechos humanos, ni el derecho internacional.

Esta universalidad coexiste con la diversidad de aplicaciones prácticas por parte de los diferentes pueblos a lo largo de la historia, diversidad que se hace más grande cuanto más lejos de los principios básicos están los problemas de que se trata.

Si quisiéramos añadir algunas consideraciones desde el punto de vista cristiano, habría que decir que la ley moral natural es objetivamente insuficiente y fragmentaria. Es insuficiente para ordenar la convivencia social, y por eso ha de ser completada por las leyes civiles; y, en la práctica, es también insuficiente para garantizar la realización del bien personal: aunque, en línea de principio, indica todas las exigencias del bien humano, no posee la fuerza necesaria para evitar el oscurecimiento de la percepción de algunas exigencias éticas, debido al desorden introducido por el pecado en el hombre.

Por otra parte, considerada la totalidad del designio salvífico de Dios, es obvio que el bien sobrenatural del hombre, es decir, la realización de la unión con Cristo a través de la fe, la esperanza y la caridad, excede completamente el alcance de la ley moral natural.

2. Ley moral natural y percepciones morales erróneas

La existencia de la ley moral natural es compatible con la existencia y difusión de percepciones morales erróneas. Se trata de una cuestión compleja, sobre la que aquí me limitaré a proponer dos consideraciones.

La primera es que la ley moral natural es “natural” de modo muy parecido a como es natural para el hombre el lenguaje oral y escrito: los animales irracionales nunca conseguirán hablar, en cambio el hombre tiene la capacidad natural de hacerlo. Pero el ejercicio efectivo de esa capacidad requiere un largo período de aprendizaje. Y así como la calidad del lenguaje oral y escrito de cada uno depende de la calidad de su educación, así también de la diversa educación moral y humana dependerá en buena parte el valor de verdad de los juicios morales que cada uno formula.

Esto no constituye en realidad una objeción válida acerca de la existencia de la ley natural. Podría constituir una objeción la existencia de hombres completamente amorales, sin razón práctica, que no asumiesen, ante la propia vida o ante la de los demás, una actitud de valoración y de juicio; pero esto no sucede: por más que a veces se puedan encontrar comportamientos morales muy deformados, nunca son plenamente amorales. Del hecho que una capacidad natural pueda desarrollarse poco o ejercitarse de manera defectuosa, no es lícito concluir que tal capacidad no existe. Es verdad, en cambio, que el recto ejercicio de esa capacidad es una gran responsabilidad personal y colectiva.

La segunda consideración pertinente es que no todos los elementos de la ley natural tienen la misma evidencia. Considerada en su más íntima estructura, la ley natural está constituida por principios reguladores de la actitud (uso, posesión, deseo) ante los diferentes bienes humanos (tiempo, dinero, salud, amistad, sexualidad, etc.), que son las virtudes. Pero colocándonos en el plano de la reflexión sobre la actividad reguladora de la razón práctica, muchas de las exigencias de las virtudes se pueden formular como preceptos, y por eso se puede hablar de preceptos de la ley natural. No todos estos preceptos tienen la misma evidencia. En este sentido, Santo Tomás distingue tres órdenes de preceptos:

1) los principios primeros y comunes, que gozan de la máxima evidencia y que son aplicables a los diferentes ámbitos del obrar (la regla de oro, por ejemplo);

2) los preceptos secundarios muy cercanos a los preceptos de primer orden, que se refieren ya a ámbitos específicos del obrar (relaciones interpersonales, sexualidad, comercio, etc.), y que pueden ser alcanzados a partir de los de primer orden por medio de razonamientos sencillos y al alcance de todos. A este nivel está el Decálogo;

3) los preceptos secundarios más lejanos de los preceptos primeros, y que pueden ser conocidos a partir de los de segundo orden mediante razonamientos difíciles, que no están desde luego al alcance de todos. Santo Tomás dice que la generalidad de las personas llegan a conocer los preceptos de tercer orden mediante la enseñanza de los sabios.

En este tercer orden de preceptos me parece que está, por ejemplo, la absoluta indisolubilidad del matrimonio. A mi modo de ver, buena parte de los fenómenos actuales que son objeto de debate y que causan no poco dolor ponen de manifiesto el oscurecimiento, en el nivel individual y social, de percepciones morales de notable importancia, pero que en su mayor parte pertenecen a lo que hemos llamado antes preceptos de tercer orden, aunque en algún caso el oscurecimiento está llegando por desgracia bastante más arriba.

No cabe duda de que las personas y los pueblos pueden equivocarse en el modo de proyectar su vida. La historia y la experiencia lo demuestran. Pero la historia también demuestra que las personas y los pueblos no pierden la capacidad de auto-corregirse, y de hecho han logrado corregir total o parcialmente errores importantes como son la esclavitud, la discriminación racial, la atribución a la mujer de un papel subordinado en la vida familiar y social, la concepción absolutista del poder político, etc.

La ley natural es desde luego la norma según la cual todos, creyentes y no creyentes seremos juzgados, pero en el plano operativo se la debe ver no como un argumento de autoridad para condenar a otros, sino como un tesoro que está en nuestras manos y que comporta una tarea: contribuir mediante el diálogo y la acción inteligente para que la evolución de las personas y de los pueblos sea siempre un verdadero progreso.

En orden a esta contribución positiva conviene reflexionar sobre las causas del oscurecimiento de algunas cuestiones éticas que en el pasado parecían de una evidencia indiscutible. Se trata sin duda de causas complejas. Entre ellas tiene mucha importancia, a mi juicio, un modo no exacto de concebir la relación entre las cuestiones éticas y las ético-políticas.

Siempre se ha sabido que la consecución de la madurez moral personal no es independiente de la comunicación y de la cultura, es decir, de la lógica inmanente y objetivada en el ethos del grupo social, un ethos que presupone compartir ciertos fines y ciertos modelos, y que se expresa en leyes, en costumbres, en historia, en la celebración de eventos y personajes que se adecuan a la identidad moral del grupo. Por este motivo se consideraba razonable reforzar mediante diversas formas de presión familiar, social y política, exigencias éticas de índole personal o social.

En los diversos países, y a lo largo de la historia, muchas veces se logró un adecuado equilibrio entre la protección del ethos social y la libertad personal, pero en tantas otras ocasiones se han creado situaciones de hecho y de derecho no suficientemente respetuosas de la autonomía personal y de la distinción que existe y debe existir entre el ámbito público y el privado.

La cuestión es difícil, y no podemos detenernos en ella. Lo cierto es que ciertas situaciones históricas hacen que hoy pueda ser creíble a los ojos de muchos la crítica dirigida a ciertas normas morales en nombre de la libertad y, sobre todo, que resulte aceptable para muchos conceder una hiper-protección legal a comportamientos nocivos que no la merecen, por el simple hecho de que quizá en el pasado tuvieron que sufrir una censura que no siempre conseguía respetar de modo equilibrado el ámbito de la autonomía personal privada. El caso de las conductas homosexuales puede servir de ejemplo.

Repito que la cuestión es difícil. Me he ocupado de ella en algunas publicaciones dedicadas al estudio del relativismo ético-social.

En todo caso, la herencia del pasado explica que quien se opone a los que con ligereza inadmisible sacrifican la verdad sobre el altar de la libertad, hayan de hacerlo con modalidades que ni siquiera den la impresión de que están dispuestos a sacrificar la libertad sobre el altar de la verdad, actitud esta última que tampoco sería aceptable, porque la libertad es un bien humano fundamental y forma parte sin duda del bien común. En todo caso, pienso que algunas consideraciones sobre la relación entre la ley natural, el derecho natural y la política pueden tener algún interés.

3. Derecho natural y política

Se llama “derecho natural” a un ámbito particular de la ley natural: el ámbito de la justicia. El derecho natural es por ello algo más restringido que la ley natural. Se refiere fundamentalmente a la relación entre personas, entre instituciones o entre personas e instituciones, y por eso está en la base del orden social.

El derecho natural no es un cuerpo de leyes distinto de lo que nosotros llamamos hoy “ordenamiento jurídico” o cuerpo de las leyes del Estado. Aristóteles lo entendía de otra manera. En el derecho y en las leyes políticas, dice en la Ética a Nicómaco hay dos componentes: uno natural y otro legal. Es natural “lo que tiene en todas partes la misma fuerza, independientemente de que lo parezca o no”; es legal “aquello que en un principio da lo mismo que sea así o de otra manera, pero una vez establecido ya no da lo mismo”.

El derecho natural es una parte de lo que comúnmente llamamos derecho y ley, la parte que es naturalmente justa y por ello debe ser siempre así. Si consideramos, por ejemplo, la ley de tráfico española e inglesa, por la cual en España los automóviles van por la derecha de la carretera y en Inglaterra en cambio por la izquierda, se distingue en ella algo natural y algo convencional: es naturalmente justo y razonable que, dada la impenetrabilidad de la materia y mientras ésta dure, los coches que van y los que vienen no pueden ir por el mismo lado de la carretera; es convencional que los automóviles vayan por la derecha o por la izquierda.

Se puede elegir lo que más guste, pero una vez que se llegue a una decisión, todos la han de aceptar. El respeto de la justicia natural asegura un primer ajuste de la vida social a la realidad del mundo y al bien de las personas y de los pueblos. Si alguien se empeña en organizar la vida social como si la tierra fuera cuadrada o como si los hombres se encontrasen a gusto a una temperatura ambiente de diez grados bajo cero, se estrellará y, si todos le seguimos, nos estrellaremos todos. El respeto de lo que es justo por naturaleza es parte esencial de una característica fundamental de toda ley: la racionalidad, el ser razonable.

Los que trabajan en el mundo de la justicia, y muy particularmente los gobernantes y los legisladores, suelen notar una cierta incomodidad ante el concepto de derecho natural, porque les parece que se puede convertir en una instancia a la que cada ciudadano se puede apelar para desobedecer, por motivos de conciencia, a las leyes del Estado. El derecho natural se podría convertir en un instrumento desestabilizador en manos del arbitrio o de los intereses subjetivos, principio de desorden, enemigo de la certeza del derecho.

Es una desazón semejante a la que suscita en los gobernantes la idea de objeción de conciencia y, en general, todo lo que podría justificar la desobediencia a las leyes.

No cabe duda de que puede haber algo de verdad en estos temores, y en ocasiones lo habrá. Pero si vamos derechamente al núcleo de la cuestión, habrá que reconocer con Karl Popper que la “sociedad abierta”, democrática y laica, se fundamenta sobre el dualismo fundamental entre “datos de hecho” y “criterios de valor”. Una cosa son los datos de hecho (leyes e instituciones concretas) y otra son los criterios éticos justos y verdaderos, que son independientes y superiores al proceso político que produce los datos de hecho. Los datos de hecho pueden conformarse a los criterios racionales de justicia, y generalmente se conforman, pero pueden también no conformarse.

Como añade Popper, querer negar dicho dualismo equivale a sostener la identificación del poder con el derecho; es, pura y simplemente, expresión de un talante totalitario.

El totalitarismo es un monismo, es poner todo en las mismas manos, identificar la fuente del poder político con la del valor moral y con la de la racionalidad.

Es cierto que las instituciones políticas gozan de una autonomía política y jurídica, pero esto no comporta en modo alguno negar la trascendencia de los criterios de valor sobre los hechos y los acuerdos políticos.

Quien negase esta dualidad, estaría a un paso de “convertir los hechos mismos —mayorías concretas, medidas legislativas, etc.— en valores políticos supremos y moralmente inapelables”. No obstante lo dicho, el cuerpo legislativo es política y jurídicamente autónomo.

Efectivamente, lo es y lo debe ser. Pero la autonomía del cuerpo legislativo no es el único principio de nuestro sistema social. La autonomía del cuerpo legislativo se encuadra en un largo proceso, que ha tenido lugar en la teoría política moderna, que se propuso como objetivo asegurar algunos elementos básicos del derecho natural, como son los derechos humanos y otras exigencias de la justicia, mediante un sistema de garantías jurídicas e institucionales.

Una de esas garantías es la división de poderes. El poder legislativo ha de ser autónomo también en su relación con el poder ejecutivo, para lo cual, sobre todo por lo que se refiere a los temas discutidos o éticamente sensibles, la disciplina de partido no puede sofocar el derecho de cada miembro del Parlamento a no aprobar con su voto lo que en conciencia considera que es un mal importante para el propio país: cada parlamentario suele pertenecer a un partido político, pero no es un robot.

El poder judicial también debe ser autónomo en el ejercicio de su función de aplicar equitativamente las leyes, y ello exige independencia e imparcialidad tanto por parte de los magistrados que juzgan como por parte de los que instruyen y de los que acusan. Ni los unos ni los otros pueden ser vistos como funcionarios dependientes del poder ejecutivo (pues no serían autónomos) ni de los partidos políticos (pues entonces no serían imparciales).

Otro medio de protección de los derechos humanos y de otros contenidos del derecho natural es la Constitución. La Constitución de un país es, por definición, una limitación del poder de legislar, y por ello su interpretación no puede quedar sometida a los juegos de las mayorías y de los acuerdos políticos que determinan las opciones del legislador ordinario. Para que estos sea una realidad, el organismo encargado de controlar la constitucionalidad de las leyes ha de ser verdaderamente autónomo e imparcial, y su actividad tendrá como punto de referencia único y exclusivo los valores en que ha ido cristalizando el constitucionalismo occidental.

El nombramiento y la duración del mandato de los jueces constitucionales debe responder a procedimientos que sean y parezcan libres de cualquier sospecha. Un Estado sólo es verdaderamente constitucional cuando existe la garantía de que ciertas cosas no podrán ser hechas ni por un ciudadano, ni por una parte política ni siquiera por todos los ciudadanos juntos. Ejemplos de cosas que ninguno puede hacer podrían ser los siguientes: lesionar los derechos humanos, dejarlos sin tutela y vaciarlos de contenido en la práctica; limitar las libertades fundamentales si no es por una razón gravísima y por breve tiempo; sofocar el pluralismo en los diversos ámbitos de la vida social (enseñanza, información, política, religión, etc.); deformar las instituciones fundamentales del sistema político y del sistema social; extender la acción del aparato estatal a ámbitos que pertenecen a la autonomía privada de los ciudadanos o de las familias, intromisión que también puede revestir la forma de hiper-protección. Estas cuestiones, y otras que se podrían mencionar, son claras exigencias del derecho natural, que quieren garantizar en la vida social un orden que garantice la vida, la libertad y la justicia.

Los gobernantes podrían objetar que, si las cosas están así, se les escapa el poder de las manos y no pueden llevar a la práctica su programa electoral. Es verdad que en la política moderna el ejecutivo tiene el derecho de realizar el programa aprobado por los electores, pero tal derecho no es ilimitado. Tiene los límites institucionales que estamos mencionando, y desde luego no otorga la potestad de atropellar las garantías institucionales de la libertad y de la justicia.

Para cualquiera que conozca la historia de la tradición política moderna occidental es evidente que la libertad no es un valor abstracto. La libertad se defiende en cuanto que es la forma propiamente humana de la vida. Vivir como hombres es vivir libres. Inicialmente, la política europea moderna se propuso defender el valor de la vida. Por eso Norberto Bobbio quiso recordar, cuando en Italia se discutía acerca de la ley del aborto, “que el primer gran escritor político que formuló la tesis del contrato social, Thomas Hobbes, sostenía que el único derecho al cual los contrayentes no habían renunciado al entrar en sociedad era el derecho a la vida”

Y en otra ocasión, pero en el mismo contexto, añadió: “Me asombra que los laicos dejen a los creyentes el privilegio y el honor de afirmar que no se debe matar”.

La advertencia de los límites que llevaba consigo el absolutismo de Hobbes, hizo entender a los escritores políticos posteriores que una vida sin libertad y sin justicia no es una vida humana, y así el ideario político occidental se fue organizando no sólo en torno al valor de la vida, sino también en torno a la libertad y a la justicia. Pero la libertad seguía siendo la forma más alta de la vida, la vida humana libre, por lo que resultaba inconcebible que la libertad pudiera alzarse contra la vida. Por eso la vida es en realidad el primer valor protegido por la tradición constitucional moderna de Occidente.

Existen otros valores sustanciales pertenecientes al derecho natural, sobre los que ahora no es posible detenerse. Aquí he querido dedicar más atención a las garantías estructurales y procedimentales del derecho natural, y lo he hecho deliberadamente por dos razones: para mostrar su valor ético, en cuanto que son garantías de la libertad y de la justicia, y porque ninguno tiene el monopolio de lo razonable.

Si quieres un verano diferente familiar…

Ante las dificultades que entraña programar un verano divertido en un buen ambiente y para toda la familia surgió en Granada (España) el Instituto de Estudios de la Familia - INEFA- con la idea de organizar lo que se denomina Verano Diferente. Verano Diferente se desarrolla en Sierra Nevada, a más de 2.00 metros de altitud. Son diez días para familias con niños, abuelos, parientes, amigos, etc que se desarrolla de 1 al 10 de agosto. Es un tiempo:

Familiar: un espacio donde los miembros de la familia pueden conocerse mejor, y hacer más fácil la comunicación aumentando así la confianza entre ellos.

Relajante, porque en un entorno de actividad distendida, disfrutando de la paz de la montaña, se olvidan con facilidad por unos días las ocupaciones diarias.

Natural: porque son días de estrecho contacto con el medio natural tan necesario para quienes nos movemos en un entorno urbano.

Eficaz: porque ayuda a los mayores a entablar nuevas amistades y a completar la propia formación en aspectos a los que no se llega por falta de tiempo o de medios. Y, a los chicos y chicas jóvenes, a emplear provechosamente el tiempo libre para su crecimiento personal, por medio de actividades de grupo que les permiten descubrir y poner en juego capacidades propias desconocidas.

Divertido: porque a lo largo de estos días –para mayores y pequeños– se suceden actividades de índole tan diversa como la escalada y los juegos de mesa, baile de salón y charlas de temas familiares, las pruebas de la ginkana familiar y las visitas a los monumentos de la ciudad de Granada, tertulias con temas de actualidad y deporte en las instalaciones del Centro Andaluz de Alto Rendimiento (piscina campo de futbol de césped, etc) de manera que no hay lugar para el aburrimiento.

Acogedor, porque se desarrolla en un ambiente amistoso, en unas instalaciones confortables atendidas por un equipo de profesionales de la mayor competencia.

Qué se hace

Tras el desayuno Los padres y madres comienzan el día con una jornada del Curso de Orientación Familiar, que se imparte a lo largo de estos días, en el que se desarrollan temas tan interesantes como son la comunicación en el matrimonio y en la familia, la educación de los hijos, sus caracteres en las diferentes etapas, la educación en la afectividad y sexualidad, entre otros.

Este curso es impartido por el profesorado de INEFA con la participación, además, de algún conferenciante invitado. Mientras tanto, los niños, según sus edades, están en la guardería instalada en dependencias del hotel, o –distribuidos en grupos, cada uno atendido por un monitor– realizando las actividades deportivas y de entretenimiento programadas y preparadas con anterioridad.

Las personas que atienden la guardería infantil son profesoras de E. Infantil y/o especialistas en Jardín de Infancia.

Los monitores y monitoras son seleccionados y preparados por profesores de Educación Física del INEF de la Universidad de Granada. Antes de comenzar Verano Diferente, se realizan convivencias con los responsables de las actividades recreativas y deportivas para preparar el programa de actividades y conocer el estilo del trabajo que deben hacer con los niños y niñas que estarán a su cuidado.

Después del almuerzo, se organizan tertulias en las que intervienen como ponentes alguno de los que participan en Verano Diferente, así como invitados que suben para ello a Sierra Nevada. Los temas, de gran interés y actualidad, suelen motivar una animada intervención de los presentes.

Otros planes

Las tardes y determinados días se destinan a realizar actividades deportivas, de entretenimiento y culturales:

Fútbol, baloncesto, natación,... en las instalaciones del CAR.

Excursiones para toda la familia a distintos parajes de Sierra Nevada: Laguna de las Yeguas, Fuente del Mirlo, Hoya de la Mora... Mountain bike, parapente.

Día de excursión en el Pantano del río Cubillas.

Asistencia a la romería del día 5 de Agosto, festividad de Ntra. Sra. de las Nieves. Al regreso, y como relax después del esfuerzo de ascender hasta los Tajos de la Virgen, se celebra la Mini Olimpiada Familiar, en la que participan los componentes de las familias.

Visitas culturales -optativas- a diversos monumentos granadinos: Catedral, Alhambra, Capilla Real..., al Museo de la Montaña en el Centro de visitantes del Dornajo, al Parque de las Ciencias...

Al fin, la última noche de estancia se celebra el Festival de despedida que preparan los diferentes grupos de niños bajo la dirección de sus monitores.

Por la noche, después de la cena, hay un rato de esparcimiento: canciones, acompañadas con guitarras, chistes, juegos, disfraces...

Esta forma distinta de encarar el verano –el “Verano Diferente”– ha permitido que más de un millar y medio de personas, entre mayores y pequeños, hayan apostado por un modo de pasar el verano, alternativo o complementario al tradicional, basado en la convivencia familiar. El Hotel donde nos reunimos estos días es un 3*** que cuenta con unas dependencias amplias para todas las actividades. El régimen de comidas es de bufé libre, abundante y bien surtido.

Para más información: inefa@universita.e.telefonica.net / www.inefa.es

Benedicto XVI: la Iglesia sigue siendo lugar de esperanza


noticia/ www.zenit.org / lunes 17 de mayo de 2010

Mensaje, hecho público el pasado sábado, del Papa Benedicto XVI a los participantes del segundo Kirchentag ecuménico de Munich, que reúne a cristianos de distintas denominaciones y creyentes de otras confesiones sobre el tema de la esperanza.

Queridos hermanos y hermanas en Cristo, desde Roma saludo a todos aquellos que se han reunido en la Theresienwiese en Munich para la celebración litúrgica en la apertura del segundo Kirchentagecuménico. […]

“Para que tengáis esperanza”: con este lema os habéis reunido en Munich. En un momento difícil, queréis enviar un signo de esperanza a la Iglesia y a la sociedad. Por esto os lo agradezco mucho. De hecho, nuestro mundo necesita esperanza, nuestro tiempo necesita esperanza. ¿Pero la Iglesia es lugar de esperanza? En los últimos meses nos hemos tenido que confrontar repetidamente con noticias que nos quieren quitar la alegría en la Iglesia, que la oscurecen como lugar de esperanza.

Como los siervos del amo de la casa en la parábola evangélica del Reino de Dios, también nosotros queremos preguntar al Señor: “Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De donde viene la cizaña?” (Mt 13, 27). Sí, con su Palabra y con el sacrificio de su vida, el Señor sembró verdaderamente buena semilla en el campo de la tierra. Ha germinado y germina. No debemos pensar sólo en las grandes figuras luminosas de la historia, a las que la Iglesia ha reconocido con el título de “santos”, o más bien, completamente permeados por Dios, resplandecientes a partir de Él.

Cada uno de nosotros conoce también a personas corrientes, que no se mencionan en ningún periódico y que no cita ninguna crónica, que a partir de la fe han madurado alcanzando una gran humanidad y bondad. Abraham, en su apasionada disputa con Dios para salvar a la ciudad de Sodoma obtuvo del Señor del Universo la seguridad de que si hay diez justos no destruirá la ciudad (cfr. Gn 18, 22-33). ¡Gracias a Dios, en nuestras ciudades hay mucho más de diez justos! Si hoy estamos un poco atentos, si no percibimos sólo la oscuridad, sino también lo que es claro y bueno en nuestro tiempo, vemos como la fe hace a los hombres puros y generosos y les educa en el amor.

De nuevo: La cizaña existe también dentro d la Iglesia y entre aquellos que Dios ha acogido a su servicio de modo particular. Pero la luz de Dios no ha declinado, el grano bueno no ha sido sofocado por la siembra del mal.

“Para que tengáis esperanza”: Esta frase quiere ante todo invitarnos a no perder de vista al bien y a los buenos. Quiere invitarnos a ser nosotros mismos buenos y a volvernos buenos siempre, quiere invitarnos a discutir con Dios por el mundo, como Abraham, intentando nosotros mismos, con pasión, vivir de la justicia de Dios.

¿La Iglesia es por tanto un lugar de esperanza? Sí, porque de ella nos llega siempre de nuevo la Palabra de Dios, que nos purifica y nos muestra el camino de la fe. Lo es, porque en ella el Señor sigue donándonos a sí mismo, en la gracia de los sacramentos, en la palabra de la reconciliación, en los múltiples dones de su consolación. Nada puede oscurecer o destruir todo esto. De esto deberíamos estar contentos en medio de todas las tribulaciones. Si hablamos de la Iglesia como lugar d la esperanza que viene de Dios, entonces esto comporta, al mismo tiempo, un examen de conciencia: ¿Qué hago yo con la esperanza que el Señor nos ha dado? ¿Verdaderamente me dejo modelar por su Palabra? ¿Me dejo cambiar y curar por Él? ¿Cuanta cizaña en realidad crece dentro de mí? ¿Estoy dispuesto a desarraigarla? ¿Estoy agradecido por el don del perdón y dispuesto a perdonar y a curar a mi vez en lugar de condenar?

Preguntémonos una vez más: ¿Qué es verdaderamente la “esperanza”? Las cosas que podemos hacer por nosotros mismos no son objeto de la esperanza, sino más bien una tarea que debemos llevar a cabo con la fuerza de nuestra razón, de nuestra voluntad y de nuestro corazón. Pero si reflexionamos sobre todo lo que podemos y debemos hacer, nos damos cuenta de que no podemos hacer las cosas más grandes, las cuales nos llegan como don: la amistad, el amor, la alegría, la felicidad. Quisiera observar también una cosa: todos nosotros queremos vivir, y tampoco la vida nos la podemos dar por nosotros mismos.

Casi nadie, sin embargo, habla hoy de la vida eterna, que en el pasado era el verdadero objeto de la esperanza. Dado que uno no se atreve a creer en ella, es necesario esperare obtener todo de la vida presente. Arrinconar la esperanza en la vida eterna lleva a la avidez por una vida aquí y ahora, que se convierte casi inevitablemente en egoísta y que, al final, permanece irrealizable. Precisamente cuando queremos apoderarnos de la vida como de una especie de bien, ésta se nos escapa.

Pero volvamos atrás. Las cosas grandes de la vida no podemos realizarlas nosotros, podemos sólo esperarlas. La buena noticia de la fe consiste precisamente en esto: existe Aquel que puede dárnoslas. No hemos sido dejados solos. Dios vive. Dios nos ama. En Jesucristo se ha convertido en uno de nosotros. Me puedo dirigir a él y él me escucha. Por esto, como Pedro, en la confusión de nuestros tiempos, que nos persuaden en creer en tantos otros caminos, le decimos: “Señor, ¿a dónde iremos? Tu tienes palabras de vida eterna y nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios” (Jn 6, 68s).

Queridos amigos, os auguro a todos vosotros, que os habéis reunido en la Theresienwiese en Munich, que seáis de nuevo desbordados de la alegría de poder conocer a Dios, de conocer a Cristo y de que Él nos conoce, Esta es nuestra esperanza y nuestra alegría en medio de las confusiones del tiempo presente.

Inesperados efectos colaterales de la crisis de los abusos


Comentario de diego contreras / www.laiglesiaenlaprensa.com /domingo 16 de mayo

de 2010

Uno de los efectos más inesperados de la “crisis de los abusos” es que está permitiendo tratar abiertamente de temas “tabúes” que, en circunstancias normales, hubiera resultado difícil presentar en la plaza pública. Por ejemplo, que se hable en la prensa de la importancia de la castidad puede parecer imposible; sin embargo, la crisis ha permitido hablar también de esto (aunque, en algunos casos, con cierta incomodidad). La razón es que parece obvio que en el fondo de todos los delitos y escándalos que ocupan en estos meses la atención de los medios hay por lo menos una falta de castidad (entre otras cosas). Siguiendo el silogismo, se podría concluir que la castidad es incluso positiva...

Ahora se habla de pecado. El Papa ha dicho esta mañana que “el verdadero enemigo que hay que temer y combatir es el pecado, el mal espiritual, que a veces, por desgracia, contagia también a los miembros de la Iglesia”. Y todo el mundo le ha entendido. En línea con lo que dijo en su viaje a Portugal, Benedicto XVI esta subrayando que el peligro para la Iglesia no está fuera, sino dentro. No es la persecución o los titulares de prensa: el peor enemigo es precisamente el pecado.

Es un mensaje fuerte, que va al centro de la cuestión y que es el fundamento de la “operación limpieza”, de la que se hablaba aquí hace meses, que no es una cuestión cosmética o una estrategia para salir del paso. Pienso que el Papa se está ganando a pulso, y en primera persona, la credibilidad. Bastaba estar esta mañana en la plaza de San Pedro (foto) para darse cuenta de que la gente ha entendido lo que está haciendo el Papa.

La mejor X no es la de la pornografía…


artículo de Alberto artero, director financiero de www.cotizalia.com /

lunes 17 de mayo de 2010

Por si alguien no sabe de él, McCoy es Alberto Artero, director de la página financieraCotizalia. Desde hace un par de años escribe ahí -como "McCoy"- una columna diaria, tituladaValor añadido”. No es habitual que alguien razone en público por qué va a poner su X en la declaración de la renta para financiar a la Iglesia católica. Y menos, que lo haga con gran estilo y profundidad de razonamiento. Ante este hecho insólito y sin duda con algún tipo de riesgo en la piel de toro, entiendo que debo dar a conocer aquí lo dicho por Alberto Artero, porque de entrada coincido con él en la decisión de poner la misma X en mi declaración de la renta, y porque no sería capaz de razonarlo tan a las claras, con razones de experto financiero, como él lo hace. Estas son sus razones, pulicadas bajo el título La mejor X no es la del porno (versión 2010):

Hoy les voy a abrir mi corazón como probablemente no lo haya hecho nunca. Les voy a dejar entrar dentro de mis convicciones más íntimas. Les voy a acercar a mis coordenadas vitales más estructurales. Les voy a invitar, en la sala de estar de mi alma, a un café de intercambio de ideas en el que sólo les pongo tres condiciones de partida, aun sabiendo que lo que escribo a partir del final del segundo párrafo será motivo de rechazo para unos y adhesión para otros.

Primera, todo lo que aquí se recoge es fruto de una experiencia personal y, por ende, intrínsecamente subjetiva, y distinta de la que hayan podido vivir cualquiera de ustedes. Pero con la misma legitimidad. Ni mayor ni menor.

Segunda, su exposición no pretende ni convencer ni refutar, sino simplemente dar argumentos desde la conciencia que se ha configurado en mí a lo largo de los años gracias a la primera premisa que les he señalado. De ahí el orden.

Tercero y último, siempre he pensado que, ante los hechos de la vida, sean éstos excelsos o aberrantes, a servidor le corresponde dar una opinión pero no pronunciar un juicio que implique absolución o castigo. Ni civil ni moralmente. Para eso estarían la justicia humana y, quienes crean en ella, la divina. Por último, una coda adicional: la reflexión versa sobre una decisión de clave económica que le da cabida en este Valor Añadido.

Sobre estos cuatro parámetros de partida, la pública confesión: McCoy pondrá X en la casilla de financiación a la Iglesia Católica y, sinceramente, cree que hoy es más necesario que nunca hacerlo. Déjenme que me explique. Trataré de ir de lo más genérico a lo específico. No me alargaré.

El 12 de mayo de 2008 y 2009, Valor Añadido llegaba a sus particulares quioscos digitales con exactamente la misma entradilla que acabo de reproducir. 365 días en los que la situación económica y social en España no ha ido a mejor, sino todo lo contrario. Un año en el que gran parte de los elementos de juicio que entonces les exponía, para su debate y consideración, han ido ganando presencia pública de la mano del acelerado aumento de los necesitados en nuestro país. La vigencia de aquel artículo es tal que creo oportuno reproducirlo en su integridad. Como siempre, una opinión más que queda sujeta a su severo juicio diario. Quedo, como no podía ser de otra manera, a su disposición.

En primer lugar, y mal que nos pese, España es cristiana. El cristianismo está tan intrínsecamente arraigado en nuestra sociedad que pretender su erradicación o su equiparación al resto de las confesiones es un ejercicio de falsa progresía que está bien de cara a la galería pero que carece del menor fundamento histórico. La Historia de España, para bien y para mal, no se entiende en muchos de sus capítulos sin la clave de la fe. Buena parte de sus instituciones y de sus manifestaciones culturales encuentran en ella su génesis y justificación. Eso por no hablar del calendario de festividades, ejemplo palmario donde los haya. La fe ha dado a España momentos de esplendor y motivos de vergüenza pero estoy convencido de que, si hiciéramos balance, debemos mucho más a la fe católica que el esfuerzo que ella pide a día de hoy a los creyentes y a los que no lo son.

En segundo término, se trata de un ejercicio de coherencia personal. Porque, vamos a ver, esos mismos que despotrican de los obispos y de su afán diario por negar cualquier atisbo de progreso en la sociedad -afirmación sobre la que volveremos más adelante- son muchas veces los que hacen un uso arbitrario de los sacramentos (bautizos, bodas o comuniones, fundamentalmente) cuando les conviene o matarían por la Virgen del lugar que les es propio, que a Ella no se la toque nadie. Viva la Virgen del Rocío, la Blanca Paloma. Cuando se produce una utilización interesada de la fe o de cualquiera de sus manifestaciones, abuso sobre el que la Iglesia normalmente no se pronuncia, lo menos que pueden hacer los interfectos es colaborar económicamente a que tales actos y expresiones se sigan produciendo, digo yo. Por mera dignidad.

Pero es que, además, resulta curioso cómo con la Iglesia se ha instaurado un nuevo esquema de juicio que escapa a lo normal. La reflexión sobre su acción se centra más en lo que dice que en lo que hace, en sus manifestaciones públicas que en la labor abnegada de muchas personas que simplemente tratan de construir, con mayor o menor éxito, un mundo mejor. Los conceptos Cáritas y pobres, se trata de sólo un ejemplo, están indisolublemente unidos.

La cercanía a la labor diaria de esta institución desmonta mitos dogmáticos; acerca a mucha, demasiada, generosidad ejercida en las catacumbas del silencio y produce la satisfacción de ver que allá donde hay necesidad, está la Iglesia siempre sin mirar el carnet de identidad del necesitado, ni pedir contraprestación. No hay que olvidar que el ejemplo de Teresa de Calcuta descansaba sobre tres pilares: su fe, su tarea apostólica y la fidelidad a la Iglesia, siendo ésta última la característica de su Misión, no sé si conscientemente o no, más olvidada. No puede ser el rechazo a sus palabras lo que niegue el pan y la sal necesaria para la realización de su imprescindible labor.

Tercero y último, una afirmación bomba. Miren ustedes, yo creo sinceramente que la Iglesia es la institución más progresista que hay en el mundo actual. Quienes frecuenten este Valor Añadido sabrán que servidor asocia progreso a dos conceptos: avance y mejora. Pues bien, en la búsqueda de un uso responsable de la libertad individual y del bien social, la Iglesia está siendo mucho menos conservadora que aquellos que quieren deshumanizar la vida sobre la base de una existencia sin Dios, que, si no existiera, habría que inventarlo. Para muestra un botón: en 1980 había 36 millones más de niños que de jubilados en Europa, ahora el déficit es de 6. Eso sí, se produce un aborto cada 30 segundos. Voz que clama en el desierto. Lo mismo se podría decir en términos de estabilidad familiar, respeto por los mayores, refuerzo de la autoridad de padres y maestros o ausencia de manipulación educativa. Todo es, por supuesto, discutido y discutible pero ojalá no tengamos que decir un día, cuánta razón tenía.

Hay un último apartado con el que termino, que seguro es una perogrullada, sí, pero de alcance. Con la Iglesia sé lo que financio y por qué lo financio. No rellenando la casilla a favor de la Iglesia Católica me expongo a la discrecionalidad del Gobierno, de cualquier gobierno, que no hará uso de mi cuota de generosidad teniendo en cuenta mis propios intereses sino mirando por aquellos a quienes conviene subvencionar, bien para que callen o para que griten más fuerte, tanto monta, monta tanto. Y eso, intelectualmente, resulta, en mi opinión, una renuncia absurda y una cesión demasiado generosa respecto a la prácticamente única parcela de decisión que, respecto al destino de nuestros tributos, podemos adoptar.

sábado, 15 de mayo de 2010

Era igual en el ámbito privado que en el público


extracto del discurso de Joaquín navarro vallas, ex portavoz del vaticano en su doctorado honoris causa por la universidad internacional de Cataluña (UIC)/ jueves 6 de mayo de 2010

“Como es sabido, hace pocos meses fue promulgado el decreto con el que se sancionó el modo extraordinario, heroico con que vivió las virtudes humanas y cristianas. Y esa circunstancia me da ocasión para hablar de él desde una perspectiva que nunca me habría atrevido a enfocar mientras él vivía y yo trabajaba con él. Perspectiva que trasciende la pura consideración historiográfica de Karol Wojtyła.


No puedo decir que me haya sorprendido la rapidez con la que ha procedido su proceso canónico de beatificación hasta la etapa actual. Pero a mi esta etapa me hace recordar los muchos años que en que he tenido la posibilidad de ver desde cerca el modo de ser y de hacer de Juan Pablo II y de poder tocar con mi mano lo que ahora será sancionado como santidad porque quizás no sea necesario recordar que una persona o es santa durante su vida o no lo será nunca.


(…) La evocación de las virtudes de Juan Pablo II suscita la pregunta fundamental sobre qué es lo que ha sido, en él, la santidad. (…) En un santo, el carácter individual se mezcla con el lento trabajo de perfeccionamiento que se cumple en él o en ella durante toda la vida hasta conformarse en una obra maestra y ejemplar que no nos es a nosotros del todo clara y descifrable.


La respuesta específica a la pregunta sobre la santidad de Juan Pablo II diría que no se aleja mucho de la idea que la gente se ha formado de él. Karol Wojtyła era en el ámbito privado exactamente come se veía en público: un hombre de extraordinario buen humor, enamorado, un cristiano que miraba siempre más allá de sí mismo. Por eso no es difícil argumentar en su favor, aunque sea imposible hacerlo convenientemente.


Su peculiaridad personal aparecía principalmente en su relación directa con la trascendencia. Por eso, su espiritualidad era atrayente y simpática, casi naturalmente apostólica y constantemente convincente. Tanto si sufría como si reía – y de las dos cosas era igualmente maestro y discípulo excelente – él no mantenía principalmente una relación especulativa con una divinidad distante y trascendente. En su jornada, estar con Dios era su gran pasión, la más intensa prioridad y, al mismo tiempo la cosa más natural del mundo. Como afirmaba S. Juan de la Cruz – no por casualidad autor muy amado por él – la relación entre Dios y el alma es la de dos amantes.

La desafección política, un síntoma de cansancio ciudadano


artículo de juan manuel burgos, profesor de la universidad ceu san pablo (madrid) / www.aceprensa.com /miércoles 5 de mayo de 2010

La escasa valoración del estamento político por parte de los ciudadanos no es una novedad; su puntuación en las encuestas de opinión suele ser muy baja. Sin embargo, existen algunos datos que permiten pensar que nos encontramos en una situación original, hasta el punto de que se ha acuñado un término, de origen anglosajón, para designarlo: el de desafección política (political disaffection).

Di Palma (1) ha definido este término como el sentimiento subjetivo de impotencia, cinismo y falta de confianza en el proceso político, los políticos y las instituciones democráticas, pero sin un cuestionamiento del régimen político.

Este fenómeno está sufriendo una progresiva agudización en España, hasta el punto de que acaba de ocupar las primeras páginas de los periódicos porque el barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), de febrero de 2010, ha puesto de manifiesto que la clase política constituye sorprendentemente, con un 16,8%, el tercer problema más preocupante para los españoles, por encima incluso del terrorismo (12,5%).

Sólo le superan, si bien de manera muy consistente, el paro (81,8%) y los temas económicos (47,8%). El hecho resulta confirmado cuando se pregunta por la importancia que tienen en la vida del encuestado distintos aspectos. En una escala de 0 a 10, aparecen en primer lugar la salud y la familia, con 9,68 y 9,63 respectivamente, mientras que la política se sitúa en la cola del pelotón con un 3,97 (barómetro del CIS de diciembre de 2009).

En democracias consolidadas o en las nuevas

La desafección política en cuanto tal apunta a una tendencia a largo plazo que estaría minando las relaciones entre los ciudadanos y los sistemas de gobierno democráticos, alejándolos progresivamente, pero sin conducir a un cuestionamiento radical del régimen. Según Torcal (2), la desafección constaría a su vez de dos elementos diversos. Uno de ellos, denominado indiferencia política (political disengagement), reflejaría la falta de compromiso de los ciudadanos sobre los diversos procesos políticos (votaciones, debates parlamentarios), y el segundo, la desafección institucional, la falta de confianza en las instituciones políticas del país (justicia, parlamento, sindicatos).

Siendo la desafección política un fenómeno general en las democracias occidentales, se presenta con características diversas en las democracias de la primera y segunda ola, y en las de tercera, que son las que han accedido a la democracia en los últimos años del siglo XX, como es el caso de España (3).

En general, parece existir un menor nivel de desafección hacia las instituciones de la democracia en los países con un pasado democrático consolidado (más de 50 años), que poseen una experiencia democrática rica y prolongada. Por el contrario, las democracias recientes, carentes de esta experiencia, no tienen elementos de referencia para evaluar el funcionamiento y los logros de las instituciones democráticas, lo que les convierte en más vulnerables a los fracasos.

Esta división, y las causas en las que se apoya, afecta también al modo de reaccionar ante la desafección. Algunos sociólogos han señalado que esta no tendría por qué ser siempre negativa, ya que podría dar lugar a iniciativas originales por parte de ciudadanos comprometidos que impulsarían un cambio o mejora de las relaciones entre los órganos de gobierno y los ciudadanos, contribuyendo así a adaptar el sistema democrático a los cambios sociales.

Sin embargo, se ha confirmado que esta tendencia difiere en los dos grupos de democracias. En las democracias consolidadas, esta reacción positiva parece contar en su haber con el pasado político que, operando en la conciencia colectiva, manda un mensaje optimista y esperanzado sobre el sistema global, estimulando la promoción de ideas que lo mejoren.

Un ejemplo reciente de esta tendencia lo encontramos en el movimiento americano denominado Tea Party, formado por ciudadanos de base que está intentando influir en las decisiones de gobierno desde una perspectiva cercana a los republicanos pero de modo autónomo. Por el contrario, en el caso de las nuevas democracias, el pasado opera en sentido opuesto, mandando impulsos negativos generales y arraigados sobre el sistema político que fomentan la desmovilización y la desafección.

Desconfianza en España

Si las tesis anteriores son ciertas, España cuenta con una desventaja notable de partida por su largo pasado antidemocrático o pseudo-democrático, en el que habría que incluir no sólo los largos años de la dictadura franquista sino las décadas previas a la Guerra Civil y todo el turbulento siglo XIX. El inconsciente o consciente colectivo español, en efecto, arrastra una pesada losa de desconfianza sobre el sistema político pronta a hacer valer su peso ante cualquier deterioro del sistema democrático, real o ficticio.

No se puede ignorar, sin embargo, que en contra de las tesis estándares de la desafección, ha habido recientemente en España movilizaciones importantes, organizadas desde la sociedad civil para oponerse a proyectos de corte ideológico impulsados por el gobierno de Rodríguez Zapatero, que han logrado el apoyo de cientos de miles de ciudadanos.

De todos modos, el movimiento español quizá se ha centrado más en la presencia pública –algo que ha logrado plenamente–, pero sin impulsar con la misma energía la participación de sus miembros en los sistemas institucionales de representación política y de gobierno. Sería, por tanto, en cierto sentido, una reacción desde fuera del sistema, sobre el que pesa esa desconfianza o valoración negativa arraigada en nuestro pasado antidemocrático o pseudo-democrático.

El deterioro causado por la corrupción

Entre las razones concretas que generan la desafección política en España, la primera y más evidente es el notable deterioro de la imagen pública del político, causada, ante todo, por la multiplicación de casos de corrupción. Si bien parece que toda sociedad puede asumir la existencia de casos de corrupción, la reciente generalización de estos casos ha saturado esa medida llevando a una cierta demonización de la clase política en general.

La clase política, es, por supuesto, la principal responsable de este juicio, ya que es un hecho que los casos de corrupción se han multiplicado. Pero hay que añadir que la percepción subjetiva del nivel de corrupción está incrementada artificialmente por la tendencia de los medios (y de la sociedad en general) a la política del escándalo, así como por su empleo como arma política arrojadiza entre las diversas formaciones políticas. El escándalo “vende”, por lo que los casos de corrupción (sean reales o no) siempre aparecen en primera página de los periódicos, conduciendo no pocas veces a linchamientos mediáticos irreversibles, pues el juicio social nunca puede ser compensado por una tardía absolución judicial.

Su empleo como arma política tiene un efecto similar. Si bien la denuncia de la corrupción real es un servicio a la colectividad que los individuos o los partidos deben llevar a cabo, tampoco resulta fácil, especialmente para los partidos, sustraerse a su uso para eliminar enemigos políticos aunque las denuncias se basen sobre indicios no especialmente fundados. Se genera así un círculo vicioso en el cual los mismos partidos proporcionan a los medios material para alimentar la política del escándalo, potenciando el descrédito general de la profesión, ya que cuando los casos de corrupción se generalizan, los ciudadanos dejan de atender al concreto partido político que lo causa y formulan una visión global y negativa sobre la entera clase política.

La solución teórica a este problema es muy simple: bastaría con que los representantes de los partidos y los gobernantes se comportaran de modo honesto. Pero los políticos, y esto no siempre lo reconocen los ciudadanos de a pie, no son una clase aparte, que provenga de un planeta extrasolar, sino una profesión compuesta de ciudadanos como los demás que han crecido y madurado en el mismo contexto social. Y, si en la política española se ha incrementado el nivel de corrupción, es porque lo mismo ha sucedido en toda la sociedad.

La carencia de proyecto

Un segundo grupo de factores que está deteriorando notablemente la imagen de la política en España se puede agrupar en torno a la etiqueta: carencia de proyecto. Los ciudadanos esperan una capacidad de liderazgo, visión y coherencia en la clase política que hoy parece ser un bien escaso.

Uno de los principales factores que componen esta falta de proyecto es el cortoplacismo. Los políticos, y, en especial, el partido en el gobierno, no parecen poseer un proyecto para el país y, en concreto, para solucionar los problemas económicos, por lo que actúan a base de decisiones de corto alcance que permiten resolver los problemas de modo momentáneo o, simplemente, superar una delicada situación política a través del impacto mediático de la decisión.

Esta política de parcheo puede servir para ir sorteando coyunturalmente los problemas, pero los agrava a largo plazo –porque no los resuelve– alentando el sentimiento de desafección en la medida que el ciudadano advierte, más pronto o más tarde, que detrás de ese planteamiento solo se encuentra un ejercicio cínico de permanencia en el poder, pero no un intento responsable de resolver los problemas del país.

Competencia profesional del político

Otra causa del deterioro de la imagen de los políticos la genera la percepción de una cierta falta de competencia profesional, en parte, por el alto nivel de exigencia que los ciudadanos esperan de sus representantes y, en parte, porque efectivamente es así. No siempre poseen el nivel cultural y profesional que sería deseable. Una de las causas hay que buscarla en la demonización de la política y su efecto sustractivo de personas competentes que optan por profesiones mejor consideradas socialmente; de igual modo, la completa dedicación a un partido, si no va acompañado de procesos formativos, puede generar personalidades muy conocedoras de los entramados de las organizaciones pero sin capacidad de liderazgo ni de generar ideas con impacto social.

Para resolver este problema se ha propuesto el mecanismo de la puerta giratoria, que consiste en integrar en los partidos personas competentes –juristas, economistas, gestores culturales, profesionales de diversa índole– que desempeñen determinadas funciones durante un periodo de tiempo limitado y luego regresen al ejercicio de la profesión. Se trata, sin duda, de una idea interesante pero de difícil implementación, ya que el profesional externo debe encuadrarse y adaptarse a la estructura de funcionamiento y de poder de un sistema social (el partido político) que no conoce desde dentro, y, por otro lado, su vuelta a la profesión después de un periodo de desconexión o ruptura no siempre está asegurada. El reciente ejemplo de Manuel Pizarro, antiguo CEO de Endesa, atestigua claramente las dificultades de este tipo de procesos.

Por último, también se ha señalado que el objetivo de captar a todos los posibles votantes (“catch all”), se suele traducir en una difuminación de los proyectos propios a los que se les eliminan las aristas más conflictivas para que el mensaje llegue al mayor público posible. Se trata de un procedimiento comprensible pero cuya contrapartida es que el mensaje final que llega al electorado puede ser tan indefinido que pierda parte de su capacidad motivadora generando desafección. Una alternativa viable es elmicrotargeting con el que se apunta a sectores definidos de la población con propuestas muy cercanas a sus intereses.

La estructura de los partidos

La percepción acerca del funcionamiento de los partidos es también otra de las causas de desafección.

La primera razón es un posible exceso de verticalismo, que hace que todas las decisiones se tomen desde lo alto y se impongan después de manera jerárquica y poco dialogada al resto de los cuadros y de las bases. Es claro que un partido es un sistema de poder y, por lo tanto, esa transmisión del poder no sólo es inevitable sino hasta deseable en algunos aspectos. Pero, a pesar de ello, la imagen que transmiten los partidos es con frecuencia demasiado monolítica, quizás por la escasez de personas con la suficiente personalidad y competencia para expresar su propia opinión independiente y madura. Esto resulta especialmente manifiesto en el Parlamento, donde la disciplina de voto actúa con frecuencia como un rodillo uniformador, que impide la expresión de posturas independientes, razonadas o mínimamente críticas.

Algunos han propuesto, para resolver este problema, el sistema de las listas abiertas. Sin embargo, como todo en política, no hay soluciones fáciles. En realidad, el número de políticos que los ciudadanos conocen es muy limitado, por lo que no es tan evidente que, en el caso de poder elegir entre determinado número de personas, el votante pudiera llegar a poseer la información suficiente como para decidir con conocimiento de causa entre los diversos candidatos; por otro lado, en unas elecciones de ámbito nacional, una persona puede desear votar a un proyecto político global, independientemente de quien la represente en una determinada circunscripción.

El desconocimiento de la política real

Otro de los motivos de la desafección política es el desconocimiento por parte de los ciudadanos de la realidad de la vida política, de sus dificultades, de su complejidad, sus necesidades y sus leyes internas. Un ejemplo muy iluminador, a mi juicio, lo encontramos en algunos grupos de personas ideológicamente muy comprometidas que han promovido la gestación de pequeños partidos inspirados en el humanismo cristiano (Familia y Vida, AES) por considerar que el Partido Popular no defendía adecuadamente y con la suficiente contundencia esta perspectiva.

Es posible que el punto de partida pudiera estar en parte justificado, pero estos grupos no han sido realmente conscientes de la enorme dificultad que supone defender estos planteamientos de manera efectiva a nivel nacional. Por eso, se han encontrado rápidamente con graves problemas que han bloqueado su desarrollo.

El primero es que ningún partido puede limitarse a proponer cuestiones de carácter ideológico-doctrinal, pues el ámbito de temas que se dilucida en la política es mucho más amplio. Además, las cuestiones ideológicas, si bien interesan a un grupo amplio de españoles, no son los temas fundamentales que van a determinar la orientación de voto del grueso de la población.

Por eso, un partido que se centre prioritariamente en esos aspectos está condenado, desde el punto de partida, a ser minoritario. Por último, a pesar de que grupos mínimamente amplios de personas puedan compartir un acuerdo sobre determinadas ideas, ese acuerdo, en sí mismo, no es más que un proyecto teórico intelectual carente de una base operativa asentada en el territorio. Y, sin estos elementos, no es un partido político. Ahora bien, construir ese entramado organizativo es algo complejo: requiere líderes con capacidad de aunar voluntades, instrumentos económicos, capacidad de compromiso, habilidad política, etc.

Esta visión utópica de la política también está presente, aunque de otro modo, en las valoraciones negativas que no tienen en cuenta que los mismos problemas que la deforman se dan también en otros entornos profesionales. La corrupción, la competencia desleal o las traiciones profesionales no son características exclusivas de la política y se pueden encontrar en muchos otros ámbitos profesionales. Lo que ocurre es que los intereses en juego en la política son, generalmente, mucho más relevantes, lo que multiplica la pasión y el deseo.

Juan Manuel Burgos es profesor de la Universidad CEU San Pablo (Madrid). Presidente de la Asociación Española de Personalismo.

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NOTAS

(1) G. Di Palma, 1970, Apathy and participation. Mass Politics in Western Societies, New York, The Free Press.

(2) M. Torcal, 2003, Political disaffection and democratizacion history in new democracies, Working Paper 308.

(3) S. P. Huntington, 1991, The Third Wave. Democratization in the Late Twentieth Century, Norman OK, University of Oklahoma Press.

Benedicto XVI: los ataques de la Iglesia no sólo proceden de afuera, sino precisamente del interior, del pecado que se da en la Iglesia


declaraciones de benedicto xvi en el vuelo hacia lisboa (portugal) /www.zenit.org / martes 11 de mayo de 2010

Benedicto XVI explicó a los periodistas, en el vuelo rumbo a Lisboa este martes en la mañana, que la mayor persecución que sufre la Iglesia nace del pecado en su seno. Abordo del Airbus 320 de la compañía aérea Alitalia, al inicio del decimoquinto viaje apostólico internacional de este pontificado, el primero a Portugal, el Papa respondió a una pregunta que muchas personas, en el lugar de los periodistas, hubieran querido presentarle.

Los informadores le preguntaron si es posible ver en el mensaje de la Virgen en Fátima, además de la referencia al atentado que sufrió Juan Pablo II, una referencia a los sufrimientos que vive la Iglesia hoy, conmocionada por los casos de abusos sexuales. Benedicto XVI afirmó que lo que hoy puede descubrirse de nuevo en el mensaje de Fátima es la "pasión" que vive la Iglesia, y que "se refleja en la persona del Papa".


"Los ataques al Papa y a la Iglesia no sólo proceden de afuera, sino que los sufrimientos de la Iglesia proceden precisamente del interior de la Iglesia, del pecado que se da en la Iglesia", añadió.

"Esto siempre se ha sabido, pero hoy lo vemos de manera realmente aterradora: la mayor persecución de la Iglesia no procede de los enemigos de afuera, sino que nace del pecado en la Iglesia, y la Iglesia, por tanto, tiene una profunda necesidad de volver a aprender la penitencia, de aceptar la purificación, de aprender por una parte el perdón, así como la necesidad de la justicia. El perdón no sustituye la justicia".

El Papa confirmó que "el Señor es más fuerte que el mal y la Virgen es para nosotros la garantía visible, maternal, de la bondad de Dios, que es siempre la última palabra en la historia".

Puentes entre fe y razón

Anteriormente, el obispo de Roma había respondido a una pregunta sobre la secularización que se experimenta en estos momentos Portugal, país que ha pasado a la historia como profundamente católico.

Benedicto XVI reconoció ante todo la presencia, a través de los siglos, de una "fe valiente, inteligente y creativa", testimoniada por la nación lusa incluso en muchas partes del mundo, como en Brasil. Reconociendo al mismo tiempo que "la dialéctica entre fe y secularización en Portugal" cuenta con "una larga historia", recordó que no han faltado personas capaces de "crear puentes", de "crear un diálogo" entre las dos posiciones.

"Pienso que precisamente la tarea, la misión de Europa en esta situación, consiste en encontrar este diálogo, integrar fe y racionalidad moderna en una visión antropológica única que da plenitud al ser humano", respondió. "La presencia de la secularización es algo normal, pero la separación, la contraposición entre secularismo y cultura de la fe es anómala y debe ser superada --consideró el Papa--. El gran desafío de este momento consiste en que los dos se encuentren, y de este modo encuentren su verdadera identidad. Es una misión de Europa y una necesidad humana de nuestra historia".

Crisis económica
Benedicto XVI también respondió a una pregunta sobre la crisis económica, que podría poner en peligro, según algunos, la estabilidad misma de la Unión Europea.

Haciendo hincapié en la doctrina social de la Iglesia, que invita a que el positivismo económico entable un diálogo con la visión ética de la economía, el Papa confesó que la fe católica ha descuidado "con frecuencia" las cuestiones económicas del mundo, pensando sólo "en la salvación individual".

"Toda la tradición de la doctrina social de la Iglesia busca ampliar el aspecto ético y de la fe, más allá del individuo, hasta llegar a la responsabilidad el mundo, a una racionalidad 'conformada' por la ética. Y por otra parte, los últimos acontecimientos en el mercado de estos últimos dos o tres años han demostrado que la dimensión ética es interna y debe penetrar en la acción económica".

Y concluyó: "Sólo así, Europa realiza su misión".